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Las décadas que surcaron la mitad del siglo XX estuvieron marcadas por devastadores desastres aéreos que acabaron con la vida de cientos de personas en un segundo. Sucedió que a medida que el precio de los vuelos comerciales descendía, el número de pasajeros ascendió. Era inevitable que la ecuación multiplicara los accidentes; al menos, a corto plazo.
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Muchos de los sucesos más nefastos estuvieron relacionados con accidentes de equipos deportivos. El hecho de que viajaran juntos equivalía a que si algo salía mal, las consecuencias eran de gran escala. En algunos casos los equipos perdieron su plantilla, a sus preparadores físicos, a sus entrenadores y hasta a su personal administrativo e institucional.
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A pesar de que ya ha pasado más de medio siglo, la gran mayoría de lectores conocerán dos de las historias más devastadoras, la del Manchester United de Matt Busby en 1958, y la del “Grande” Torino de 1949. La plantilla del United padeció un accidente de aviación en Múnich que terminó con la muerte de 23 de sus integrantes, ocho de los cuales eran jugadores del primer equipo. Muchos de los futbolistas quedaron gravemente heridos, y uno de los mejores combinados de la época, el equipo más temible del fútbol birtánico, quedó mancillado dramáticamente. El caso del Torino fue peor: el equipo entero desapareció al completo tras un accidente espeluznante: el avión en que viajaba colisionó contra la Basílica de Superga, que se levantaba en una de las colinas que envuelven la ciudad alpina de Turín.
Una de las catástrofes menos conocidas es la que padeció el combinado del Pakhtakor Taskhent Fútbol Club, de la antigua Unión Soviética. En agosto de 1979, más de la mitad del primer equipo sucumbió a un accidente en el aire cuando se encontraba sobrevolando cielo ucranio rumbo a Bielorrusia. El accidente, como no, fue ocultado bajo el siniestro felpudo del Partido Comunista Soviético.
El club en cuestión era originario de Tashkent, la capital del Uzbekistán, que entonces era parte de la Unión Soviética. El club se llamaba Pakhtakor, lo que significaba, literalmente “algodonero”, un nombre que era un guiño a la masiva industria algodonera de Uzbekistán. El Tashkent era el único equipo de la república en competir en la primera división de la URSS, de manera que se convertiría en el buque insignia del fútbol local, y en la formación que merecía el ocasional apoyo del primer secretario del Partido Comunista en la zona, Sharof Rashidov, un político inconmensurablemente corrupto que terminaría suicidándose en 1983 cuando se destapó su implicación en el llamado Gran Escándalo del Algodón.
Hacia 1979 el Pakhtakor era un fijo de la Primera División soviética. Era, de hecho, un club que había descendido varias veces de categoría, pero que nunca tardaba demasiado en recuperarla. El 11 de agosto de 1979 el primer equipo volaba rumbo a Minsk, la capital bielorrusa, para medirse al Dinamo. El partido nunca se disputaría.
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Los setenta, al igual que los sesenta, fueron décadas de aberrantes tragedias aéreas. Solo en el mundo del deporte, durante el otoño de 1970 dos equipos de fútbol americano fueron prácticamente reducidos a cenizas. En 1972 el equipo uruguayo de rugby de los Old Christians vio como su avión se precipitaba sobre el lado argentino de la cordillera de los Andes. Pasaron dos meses antes de que los supervivientes aparecieran en el lado chileno del macizo montañoso después de que su búsqueda se hubiese dado por zanjada, y de que los supervivientes se vieran forzados a practicar el canibalismo.
En aquella época, los miembros del Pakhtakor ya habían padecido en sus carnes la pavorosa experiencia de un viaje que estuvo a punto de convertirse en tragedia. Sucedió durante un dramático vuelo a Indonesia golpeado por las peores turbulencias. Entonces no hubo pérdidas físicas que lamentar, aunque parte del combinado quedó psicológicamente afectado y desarrolló fobia a volar.
Ese día, los jugadores se embarcaron en un Tupolev 134 junto con otros 100 pasajeros.
Aquella mañana el tráfico en el cielo soviético iba a ser más intenso de lo habitual. Leonid Brezhnev, líder de la Unión Soviética, volaba rumbo a Crimea. Sucedió que el espacio aéreo fue despejado para que el gran líder se desplazara a sus anchas por el firmamento. De tal manera, el resto de aviones tuvo que volar de manera mucho más concentrada de lo habitual. Las posibilidades de colisión se multiplicaron.
El avión del Pakhtakor hizo una escala en el aeropuerto de Donetsk, en Ucrania. Poco después de que volviera a despegar rumbo a Bielorrusia, se produjo la tragedia. El combinado sobrevolaba entonces la población de Dniprodzerzhynsk.
Los controladores aéreos lo pusieron por error sobre la ruta de otro vuelo comercial, uno que transportaba a 100 pasajeros rumbo a Moldavia. Después de que alguien descubriera providencialmente el catastrófico error, los responsables de tráfico aéreo instruyeron a los pilotos del otro avión de volar por encima del aparato del Pakthakor. Y hubo una respuesta: “recibido”, y los controladores respiraron tranquilos.
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Sin embargo, la respuesta no fue emitida ni por el avión de pasajeros que se dirigía a Moldavia ni por el aparato de los futbolistas, sino por un tercer avión que sobrevolaba los tupidos cielos aquel día. El avión equivocado ejecutó la maniobra de ascensión, mientras que los otros dos terminaron colisionando.
El resultado fue una devastadora tragedia a 10.000 metros de altura que se saldó con la muerte de todos los pasajeros y las tripulaciones de los dos aviones: 178 personas.
Entre los fallecidos se contaron 14 jugadores del primer equipo del Pakhtakor —entre ellos los internacionales Vladimir Fyodorov y Mikhail An—, además de un entrenador, un médico y un administrador.
La prensa nacional tardaría un semana en informar de la calamitosa colisión. En realidad, la información publicada solo comunicaba que los malogrados futbolistas habían sido enterrados, aunque nunca se contó cómo habían muerto. La proverbial censura del comunismo golpeaba otra vez.
Aún así, la república uzbeka y toda la URSS quedaron conmocionadas por el desastre. A fin de cuentas el Pakhtakor era un equipo popular que representaba a una región de más de 15 millones de personas.
Lo más perturbador del caso, es que después de las jornadas de luto y de la aniquilación absoluta de su plantilla, los jugadores del Pakhtakor volvieron a jugar un partido oficial 12 días después.
El entrenador del equipo, Oleh Bazylevych no viajaba a bordo del avión, así que se le tocó la desgarradora tarea de rearmar de nuevo a su desaparecida escuadra antes de firmar un contrato con el CSKA de Moscú. Una tarea que fue posible porque las autoridades soviéticas quisieron que el equipo terminara la temporada y pidieron al resto de equipos de la categoría que prestaran a parte de sus plantillas al castigado Pakhtakor.
La solidaridad no acabó aquí y la liga soviética eximió al Pakhatkor de la posibilidad de perder la categoría durante tres años. Una ayuda que no tuvieron que “usar” porque el equipo quedó a mitad de tabla en los dos años posteriores al accidente, y tercero en 1982. Aquella fue su mejor clasificación de la historia, de hecho. En 1984 el club perdió la categoría y pasó seis años jugando en la Segunda División.
Tras la disolución de la Unión Soviética el club se integró a la nueva liga uzbeka y se convirtió de manera natural en la mayor potencia futbolística del país. El Pakhtakor sería campeón doméstico de la temporada 1992, y desde entonces ha conquistado 10 ligas.
La existencia del club es el testigo de la fuerza de los equipos locales y de su importancia casi religiosa para sus seguidores y las ciudades en las que están enclavados. El fervor futbolístico supera cualquier tragedia.
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