La eterna tristeza de los catalanes

No me veo capacitado para darle más vueltas a todo el asunto del procés. Mentalmente me encuentro totalmente anulado y más después de la tarde del 10 de octubre, después de la intervención de Puigdemont en el Parlament anunciando los resultados del referéndum del 1-O y exponiendo los siguientes pasos a seguir por el Govern.

Estoy harto de hablar —en el trabajo y en mi tiempo libre — de los grandes nombres (comunes y propios) que orbitan alrededor de este asunto de “lo de Catalunya”, de la ley, de los porrazos y de las empresas que cambian de sede social. Que les jodan a todos estos elementos. Hay algo que parece que todos hayamos olvidado, algo esencial, y es que detrás de todas estas ideas y conflictos hay personas que creen firmemente en este relato secesionista y que lo viven hasta extremos inauditos.

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La rapidez de los acontecimientos nos ha obligado a marcar cierta distancia con todo lo del procés. Absorbemos y analizamos los datos, discursos, debates y artículos con total frialdad y nos olvidamos de que, en la base del asunto, se encuentran individuos que viven apasionadamente este momento histórico. Y esto es algo intrazable, es una verdad que no se puede debatir con número o estadísticas, nunca podremos comprender, plasmar o ni tan siquiera rozar una pequeña parte de la enorme decepción en la que una parte de la ciudadanía de Catalunya se acaba de sumergir.

Juan Medina/REUTERS

Ya sea mediante un nuevo horizonte de diálogo con la declaración de independencia suspendida, una aplicación gradual de esta o el definitivo asedio del ya famoso artículo 155, cierta ciudadanía de Catalunya ya no verá cumplidas sus tan ansiadas expectativas y sentirán una enorme e incomprensible decepción. Aparecerán gráficos, análisis y tertulianos clamando la verdad sobre lo que ha pasado el 10 de octubre pero dejaremos de lado ese sentimiento, esa profunda tristeza fruto de un partido de tenis político inmoral.

La gran víctima de todo esto no serán España, Catalunya, Europa, Puigdemont ni Rajoy, la gran víctima serán todas esas personas que creyeron en la posibilidad de la culminación y ejecución del discurso independentista. Esa gente que estaba en el paseo de Lluís Companys de Barcelona mirando una pantalla mientras no entendían una mierda.

Han sido años de movilizaciones, de artefactos generadores de esperanza que han llevado a mucha gente a pensar que Catalunya se independizaría, que ese momento llegaría y que se podría palpar con las manos. Un pensamiento comunitario tan sólido que parecía que ya formara parte del presente. Sí, mucha gente, después de ciertas imágenes de desprecio popular y violencia policial, mentalmente ya se había ido.

Manifestantes el 2 de octubre en las calles de Barcelona. Imagen vía Jordi Llorca

No puedo ni imaginarme estar dentro de la cabeza de esta gente que ya lo daba todo por hecho y que el 10 de octubre ya se veían habitando en un país independiente. No puedo imaginarme qué se siente cuando cada uno de los ladrillos de esa ilusión se desencaja y todo el invento se desmorona. Ese momento de perdición absoluta que ningún político parece comprender. Independientemente de ideologías, de narrativas y de lógicas de mercado, esta situación personal de cada uno de estos ciudadanos debe ser un desaliento tremendo, y encima un desaliento rodeado por el sonido de los helicópteros de la Policía Nacional sobrevolando Barcelona y furgonetas repletas de antidisturbios sitiando las calles.

En la mente del independentista ya se está viviendo en un nuevo país y cualquier relato que se aleje de esta realidad será una profunda trepanación del corazón; el rechazo amoroso más impertinente; el vino más agrio del universo. ¿Cómo puede llegar a explicarse, comprender o restablecer esta sensación? Estamos hablando de gente que el sábado pasado ya se pilló su “última borrachera en España” y que ahora ve que las cosas no están tan claras como parecían. Y la gran pregunta es, ¿cómo ayudar a todas estas personas a superar esta pérdida?

Debería tenerse en cuenta que se ha estado jugando en la liga de lo emocional y que las personas pueden hundirse y flaquear. No creo que los ánimos de los independentistas sean imperecederos y nadie tiene en cuenta que ahora mismo estamos viviendo rodeados de personas completamente rotas.