Han pasado casi 60 años desde que Haile Selassie, el último emperador de Etiopía, concediera 500 acres de terreno a una flamante religión cuyos seguidores habían empezado a adorarle, convencidos de que el dictador era, en realidad, el Mesías. En 1948 los rastafaris nacían en la región de Shashamane, al sur de Etiopía. Su legado crecería imparablemente durante las décadas siguientes.
Después de más de medio siglo han ocurrido dos revoluciones. Hoy, en Etiopía, la repatriación —el regreso al continente del que sus ancestros fueron obligados a huir— sigue siendo reconocido como un derecho importante de los rastafaris en todo el mundo. Sin embargo, en el caso de aquellos que buscan empezar una nueva vida en el país que consideran su Sión, la realidad puede distar mucho de ser paradisíaca.
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Poco después de que VICE News visitara la aldea de Shashamane, la tierra prometida por Selassie y el lugar de residencia de cientos Rastafaris, un viejo miembro de la comunidad fue asesinado en su casa. Todo apunta a que el crimen estuvo motivado por las tensiones territoriales del país africano.
Clifton Simeon, conocido como “Brother Grimes” (el hermano mugre), tenía 60 años, era soltero y vivía solo cuando fue asaltado el pasado 11 de noviembre.
Aquella noche, un amigo suyo se acercó hasta su casa para llevarle comida. La cena nunca llegó a celebrarse. El cuerpo de Simeon yacía en el suelo, ensangrentado, plagado de moretones en la cabeza y con el cuello surcado de cortes.
Simeon llevaba en Shashamane menos de cinco años. Había nacido en la isla caribeña de Trinidad y antes de emprender su periplo rumbo a Etiopía, vivió en Estados Unidos. Allí, en Etiopía, esperaba encontrar la tierra prometida y su hogar espiritual.
El crimen ha sacudido a la comunidad rastafari, y puso de manifiesto la violencia soterrada que reina entre los autoproclamados peregrinos y los vecinos de la zona, en su mayoría ciudadanos etíopes pobres, tan desconcertados como resentidos con la presencia de los rastafaris.
Shashamane queda más de 200 kilómetros al sur de Addis Abeba, la capital del país. El camino polvoriento pasa junto a montones de edificios que se han quedado a medio construir. En realidad, esa es la sensación con la que una se queda cuando viaja por Etiopía: de que se trata de un país en construcción. Un país donde las inversiones chinas, saudíes e indias manan en abundancia. De hecho, se prevé que para 2017 Etiopía se haya convertido en una de las economías de crecimiento más rápido del mundo. Sin embargo, hasta ahora continúa siendo uno de los países más pobres del planeta. Es, además, el segundo más poblado de África, con casi 100 millones de habitantes.
Al igual que sucede en la capital, Shashamane parece un lugar que está siendo rehabilitado. Los campos de cultivo que quedan más allá del centro están plagados de estructuras de cemento. Pilas de piedras descansan frente a casas a medio construir. Parece que todos los habitantes del pueblo están buscando alguna manera de hacer dinero o considerando la manera más rápida de escapar. Todos, menos los rastafari.
En Shashamane hay más de 800 rastafaris procedentes de 20 países distintos. Algunos han desembarcado desde Trinidad y Tobago. Otros llegan de Jamaica, Guadalupe, Martinica o de Francia. Muchos de estos países no cuentan con delegación diplomática en Etiopía, y la gran mayoría tiene prohibido reclamar la ciudadanía etíope, aún cuando sus hijos hayan nacido allí.
Detectar a los rastafaris es bastante fácil: la zona en la que viven es muy colorida. Los tonos de las banderas etíope y rastafari, el rojo, el negro y el verde, están derramados por todas partes.
Al mismo tiempo, la guía de viajes Lonely Planet sobre Etiopía advierte que Shashamane es uno de los lugares del país africano donde el visitante tiene que estar pendiente de los ladrones. El centro de la aldea está formado por una intersección, un lugar de tránsito del que parten autobuses rumbo a cualquier dirección, entre ellas, Addis Abeba.
VICE News se encuentra con el artista rastafari Bandi Payne justo en el momento en que se dispone a entrar a su pequeña galería de arte. Ayer por la noche el robaron. Payne muestra su trabajo a menudo y lo hace de manera distraída, se queja un amigo suyo, quien también nos cuenta que los ladrones eran jóvenes etíopes. A menudo se meten en la galería cuando no hay nadie.
Después de enterarse de la muerte de Simeon en noviembre, VICE News contactó a la Jamaican Devolopment Community (JRDC), una ONG dirigida desde Shashamane por rastafaris. Desde allí, un portavoz nos confirmó la noticia: “Buenas. Nos entristece informar del fallecimiento del hermano Clifton el pasado 10 de noviembre. Rezamos por que se haga justicia. Que su alma descanse en paz”.
Los rumores de que había sido un asesinato se esparcieron rápìdamente entre la comunidad rastafari.
“¿El estadounidense que fue asesinado?”, se pregunta Alex, uno de los propietarios del Zion Train Lodge, un alojamiento rastafari situado en el corazón de Shashamane. VICE News le ha preguntado por el asesinato de Simeon. “Sé de lo que están hablando. Por aquí se ha hablado mucho de ello”.
Según Alex, los ladrones querían robar las pertenencias de Simeon y arrebatarle su propiedad. No se trata de “una situación nueva”, cuenta Alex. Según él, Simeon había redactado en un cuaderno de notas que estaba siendo víctima de amenazas.
La hermana Lorna, una vecina y amiga de Simeon, también se ha manifestado sobre lo sucedido. Lorna había conocido a Simeon en Nueva York, una ciudad en la que ambos vivieron.
“Descubrieron su cadáver en su casa. Le habían robado muchas de sus cosas”, relata Lorna. “La policía ha detenido a varias personas y el fiscal está construyendo el caso”, explica. Y añade que el juicio ha sido suspendido durante unas semanas.
“Parece que podría existir otro móvil. Según parece la persona que le vendió su tierra le reclamaba más dinero por ella. Quería recuperarla o algo así”.
De acuerdo a Lorna, los asesinos eran vecinos etíopes. “Estamos intentado entender lo que pasó porque ahora mismo no existe una versión muy sólida”.
“La verdad es que no había ninguna tensión entre nuestro colectivo y el suyo. Pero lo que ha pasado ha tensado un poco las cosas”, continúa Lorna. “Ahora nos sentimos vulnerables. Normalmente en Etiopía hay robos menores, pero casi nunca sucede que alguien te robe mientras estás en casa. Y mucho menos que te maten… De manera que todo esto nos hace un poco de ruido”.
Este sábado pasado Bob Marley, líder e ícono rastafari, habría cumplido 71 años. A lo largo del fin de semana cientos de acólitos acudieron a Shashamana para sumarse a los dos días de festival dedicados a la memoria del maestro. ACctuaron 14 bandas, se organizó una feria, desfilaron disc jockeys, y hubo sesiones de bongos… Todo bajo un clima de “paz, amor, unidad y una buena causa”, tal y como rezaba el anuncio del festival.
Paralelamente, el viernes pasado era el día en que estaba previsto que arrancara el juicio por el asesinato de Simeon. Sin embargo, fue retrasado a la espera de que se completara la autopsia. Hasta la fecha son cuatro los sospechosos que están por ser imputados.
VICE News habló con varios vecinos sobre el sistema judicial etíope y la mayoría tienen opiniones airadas al respecto. Sin embargo, Lorna parece estar bastante confiada con el procedimiento que se avecina.
Tres meses después de la muerte de Simeon, Lorna asegura que las tensiones ya no son tan fuertes, a pesar de que la comunidad rastafari sigue estupefacta y entristecida por lo ocurrido. “Básicamente las cosas han vuelto a ser como antes; o sea, que a falta de que suceda algo peor, todo está en orden”.
Muchos rastafari están multiplicando las medidas de seguridad en su vidas. Algunos de ellos han contratado a vigilantes para que protejan sus propiedades. Otros se están rodeando de perros. “Y también rezamos mucho por nuestra seguridad, lo cual es una arma letal”, dice Lorna entre risas.
Según ella no ha habido represalias ni ningún tipo de animadversión. Lo que existe es una consiencia de que el país se enfrenta a asuntos más graves que ese, y de que este trágico crimen ejemplifica a nivel personal lo que sucede globalmente. “Poseer tierras se ha convertido en un privilegio. En Etiopía no se permite que seas propietario, simplemente se ocupa la tierra. Sin embargo, se ha convertido en algo tan preciado que ahora la gente la valora como si fuera dinero”.
Shashamane está ubicado en la región de Oromia, que en los últimos meses ha sido escenario de letales manifestaciones contra el llamado “plan maestro” del gobierno, una iniciativa que pretende extender los límites de Addis Abeba hasta todo el campo que la envuelve.
Al menos 140 personas —muchas de las cuales eran estudiantes— habrían sido asesinadas a manos de las fuerzas de seguridad del país desde principios de noviembre, fecha en que arrancaron las protestas.
Varios líderes de la oposición, entre ellos el vicepresidente del Partido Federalista del Congreso de Oromo, Bekele Gerba, han sido encarcelados desde entonces. En un email escrito diez días antes de ser recluido en su casa, Gerba relataba que las manifestaciones —a las que se refirió como a “uno de los mayores acontecimientos en el cuerno de África— apenas han recibido cobertura mediática alguna.
La realidad no ha matado al sueño.
Según Lorna muchos de los etíopes de Shashamane que llevan tiempo viviendo en la aldea han hablado sin tapujos de la muerte de Simeon y han extendido su pésame a los amigos que tienen entre la comunidad rastafari.
Sin embargo, Lorna también considera que el rápido crecimiento de la población, que ya ha alcanzado los 100.000 habitantes, está dificultando la convivencia. “Muchos de ellos han llegado hace poco y no nos conocen”, cuenta. “Nos han rebasado en número de manera dramática, de modo que estamos un poco temerosos con la situación. Estábamos acostumbrados a un entorno rastafari. Antes también había gente que no lo era, pero cada vez son más”.
La gente se mueve por los lugares donde existen infraestructuras, advierte. “Shashamane se ha convertido en algo así en esta zona. La gente ha llegado de todos los lugares imaginables —hasta el punto que el pueblo se ha convertido en un punto de encuentro—. Y eso ha cambiado mucho el ambiente para los rastafaris que viven aquí. Ya no es lo mismo que habíamos creído que sería hace años. Ahora se ha convertido en otra cosa”.
Simeon era miembro de las llamadas Doce tribus de Israel —una de las facciones o “mansiones” del movimiento rastafari—. Cuando VICE News visitó la sede central de Shashamane, dos meses antes del asesinato, varios hombres, que rondaban los setenta años, estaban sentados en un banco de madera ubicado en el interior del recinto cerrado. Estaban pasándose un porro cuando uno de ellos, que lucía unas poderosas rastas, empezó a relatar sobre cómo vivían sus ancestros en su país de origen. “A mí no me hace falta trabajar aquí. Yo he huido de la esclavitud”, cuenta. “Así es como los negros eran tratados en Jamaica; lo sabrías si conocieras tu historia”.
A la salida de las puertas de la mansión, VICE News escuchó a algunos vecinos referirse de manera despectiva a los rastafari, a quienes calificaron de “monos”. También aseguraron que no les parecía bien la falta de ética laboral de los adoradores de Selassie. Algunos de ellos están en contra del consumo de marihuana; a pesar de que en la zona muchos mascan un estimulante llamado khat, el cannabis sigue siendo ilegal.
En Jamaica, en cambio, el pasado 15 de abril se aprobó el uso sacramental del cannabis durante la celebración de ceremonias rastafari.
Sin embargo, Etiopía no es el único país donde los rastafari enfrentan problemas. Existen seguidores por todo el mundo —se les puede encontrar en Botswana, Japón, Madagascar, en la república democrática del Congo. Las normativas a las que se enfrentan dependen en cada lugar— así, en Malawi, por ejemplo, se prohíbe que los niños luzcan rastas en las escuelas.
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“Nadie merece morir así”, dice con tristeza Giulia Bonacci —una historiadora e investigadora en el instituto para la Investigación y el Desarrollo, en Francia— cuando se refiere a la muerte de Simeon. Bonacci es también rastafari y es la autora del libro: ¡Éxodo! Herederos y pioneros, los rastafari vuelven a Etiopía.
“En Etiopía no existen otras comunidades de extranjeros que hayan intentado asentarse e integrarse a ese nivel en la sociedad; especialmente que lo hayan hecho lejos de la capital, en un pueblo de campo”, explica. Dice que tal es la razón por la que se siente fascinada con la comunidad de Shashamane. “Se trata de una comunidad muy especial y muy abandonada al mismo tiempo. Y, a pesar de todo, resulta de lo más impactante ver cómo la gente sigue regresando. Eso es algo de lo que hablo en mi libro, de cómo el mito puede sobrepasar a la realidad a ese nivel”.
“La realidad no mató al sueño”, explica. “Los recién llegados se han adaptado a un contexto nuevo, a nuevos paisajes y a nuevos desafíos, y lo han dado todo para desarrollarse a sí mismos, y para seguir con sus negocios y con sus comunidades”. Y es algo que hacen sin que existan documentos oficiales, advierte Bonacci. Es decir que no se les ha dado ninguna posibilidad de reclamar la ciudadanía, mientras que, de fondo, sigue sonando la misma pregunta: ¿qué derechos tienen como descendientes que son de antiguos esclavos. “¿Cuáles son sus derechos en la África de hoy?”.
“La repatriación fue una de las piedras angulares de las creencias rastafari. A nivel literario se la identifica como una creencia utópica, como una ilusión escapista”.
Sin embargo, los rastafari no han podido escapar a otros conflictos sociales más amplios en el país. Estos tienen que ver, a menudo, con la propiedad de la tierra.
A través de la última década ha sido el máximo conflicto a nivel social. “Lo que nos jugamos hoy en día es el reconocimiento de la comunidad y, también, de cómo han contribuido al desarrollo local. Desde el final de la revolución, en 1974, el gobierno etíope todavía no ha asumido ninguna política al respecto. Y si bien toleran la existencia de los rastafari, lo cierto es que ni los han integrado ni los han recibido de brazos abiertos”, explica Bonacci.
De hecho, hace hincapié en la precaria posición social que siguen ocupando los rastafari, sobre todo en lo que concierne a su falta de documentación. Lo que implica, entre otras cosas, que no pueden tener cuentas bancarias, que no pueden fundar sus propios negocios legalmente y que se encuentran, a menudo, con obstáculos legales para hacer cualquier cosa. Los jóvenes enfrentan la peor situacón, puesto que han nacido en Etiopía, “han ido a colegios etíopes y hablan los idiomas del país, pero no se les permite tener ni pasaporte ni documentos de identificación nacionales”.
La tierra etíope fue nacionalizada después de la revolución de 1974, que terminó en el encarcelamiento de Selassie y en su muerte al año siguiente, mientras seguía preso. “Desde entonces, por mucho que el gobierno de Etiopía lo haya aprobado y desmentido en multitud de ocasiones, no existe un reconocimiento formal de la disposición adoptada por Selassie originalmente. Las cosas han cambiado tanto desde entonces, que ni siquiera estoy seguro de que a día de hoy los rastafari tengan derecho a reclamar los 500 acres que les cedió el emperador”, cuenta Bonacci.
También insinúa que es posible que los etíopes estén un poco celosos de los rastas. “Se trata de gente que se fue de Nueva York y de Londres para venir a Etiopía , un país sometido a una gran presión demográfica y donde los jóvenes solo sueñan con escapar… A los etíopes les cuesta mucho entender por qué a alguien se le ocurriría irse de Nueva York para venir a Shashamane”.
Igualmente, la académica considera que es injusto decir que los rastas no trabajan; en realidad, sus índices de desempleo son similares a los del resto del país.
“Ya no se trata de una cuestión de color, ¿verdad?”, se pregunta el bisnieto de Selassie Asfa-Woosen Asserate. Se refiere a los jóvenes rastas que se concentran junto a la estación de tren que queda cerca de su casa, en Alemania.
Asserate, de 67 años, se encuentra con VICE News en Londres durante la fiesta de lanzamiento de un libro. El antiguo miembro de la familia real estaba estudiando en el extranjero cuando ocurrió la revolución de 1974. Entonces, muchos de sus familiares fueron encarcelados, algunos de ellos por décadas.
Asserate ha estado en Shashamane en multitud de ocasiones. “Me parece un lugar realmente interesante donde se están llevando a cabo iniciativas muy buenas, como la que le ha enseñado al pueblo etíope qué es la teoría ecológica, es decir, cómo trabajar sin químicos”, cuenta.
A pesar de todo, no se declara como un gran fan del cannabis. De hecho, le parece completamente “bizarro” que la planta psicotrópica haya sido vinculada a Selassie. “No deberían de estar fumándola. No se trata de ningún valor que queramos transmitir a los jóvenes etíopes. Ya tenemos suficientes problemas, ¿sabes? Fumar marihuana es algo que no deberían de ofrecer a la gente. Y mucho menos intentan convencerles de que no se trata de una droga dañina”.
En un país como Etiopía “donde se necesita trabajar para vivir y donde uno necesita estar lúcido”, continúa Asserate, “cualquier droga es de todo menos recomendable”.
La adoración de los rastafaris a Selassie fue inspirada por las palabras del líder nacionalista negro Marcus Garvey, quien proclamó en 1920, lo de: “mirad a África, donde un rey negro será coronado, el día de la salvación está más cerca”. Muchos interpretaron las palabras de Garvey como un vaticinio de la futura coronación de Selassie, mucho antes de que el flamante rey fuera bautizado como Ras Tafari Makonne.
El nieto de Selassie, el príncipe heredero Zere Yacob, todavía vive en Addis Abeba. Varios rastafaris han contado a VICE News que le siguen rindiendo adoración adoración cada vez que los visita.
En Londres, Asserate asegura que admira a los rastafaris por su “actitud panafricana”. Sin embargo, considera que deificar a Selassie “es la más grande las blasfemias”.
“Que crean lo que les dé la gana si les hace sentir bien, pero que no incriminen al emperador diciendo que él creyó en aquello en lo que no creyó realmente”. En su lugar, Asserate, de religión cristiana, sugiere que lo que deberían de hacer los rastafaris sería acercarse al Patriarcado de la Iglesia ortodoxa etíope, cuya sede está en Addis Abeba y hacer una campaña de presión para que Selassie sea beatificado. “Se trata de algo que cualquiera podría aceptar, puesto que todo santo conocido en el mundo fue un ser humano”.
Asserate también dice que ha oído que las tensiones en Shashamane tienen que ver con la procedencia de la tierra de los rastafaris. Confiesa que, en general, le parece terrible que exista un ley que impida que los etíopes puedan poseer ninguna tierra en absoluto. “No me parece que el arrendamiento sea la actitud adecuada para cultivar la tierra, puesto que la tierra tiene una dimensión mágica para los campesinos africanos. Ello creen que la Tierra es lo único eterno en este mundo y desean es ganarse un pedazo de esa eternidad. Y lo que es más importante, quieren entregar esa parte de la eternidad a sus hijos”.
“Han pasado ya cuarenta años desde la revolución y el campesino africano sigue sin ser el dueño de la tierra que está labrando”, comenta. “Puede que entonces fuese el inquilino de la aristocracia etíope. Ahora lleva 40 años convertido en el inquilino del gobierno”.
Este artículo fue publicado originalmente en VICE News.
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