Una carta a Manuel Puig

Carta de amor y orgullo

21 de junio de 2021, Buenos Aires, Argentina.

 
Querido Manuel:

Videos by VICE

Te escribo esta carta porque siento que es la única forma que tengo de hablarte. No hay formato, género o estilo más adecuado que este para decirte algo. Si estuvieras acá, cerca mío, descubrirías que ya nadie tiene tiempo para escribir cartas, que no existen y que los correos solo llevan y traen paquetes que uno compra por internet, multas o facturas para pagar.

 A mí me gustan las cartas. Ahora, a las cartas se les dice e-mail o correo electrónico. A veces, pienso que lo único que nos queda de Boquitas pintadas es este tipo de texto, más tranquilos, a veces confesionales. El resto, ya no existe más. Nadie se enamora tanto, ni tampoco nadie va a Córdoba a ver si se cura de tuberculosis.

Pero, no te escribo una carta para hablar de escribir cartas.

Dentro de 48 horas voy a estar en la ciudad en la que nací. Al igual que la tuya, es la ausencia total de paisaje. Un lugar perdido en medio del desierto, de la nada. Sin embargo, es esa nada la principal característica de estos lugares, como el tuyo y como el mío, porque la nada es algo: es nada.

Trelew es una ciudad extraña. Si bien es una de las más grandes de la provincia del Chubut, no tiene ningún tipo de atractivo, excepto un museo con restos de dinosaurios fosilizados. Al momento de trabajar solo hay dos opciones: en el Estado o en algún comercio. Por su puesto que las profesionales tradicionales (médicos, abogados, contadores) también tienen su trabajo asegurado: en el interior, escasean. Pero, para nosotros, que trabajamos con las palabras, no hay muchas opciones.

Voy a llegar a una casa comandada por mujeres, desde hace generaciones. Voy a encontrarme con una tía, una madre, una abuela y unas vecinas. Mujeres que podrían protagonizar tus historias. Mujeres con carácter fuerte, con la energía suficiente para derribar cualquier cosa, incluso para derribarse entre ellas. Me siento perdido, no sé cómo encajo yo en ese cónclave de chicas que pelean, una y otra vez, entre ellas. Me gustaría tenerte acá, al lado mío, para que me ayudes a pensar cómo volver a esa ciudad de la que escapé sin que la guerra de las mujeres me mate. O al menos no me lastime.

Ya no me quedan restos de fantasía en esa tierra árida, ni una sola vía de escape para intentar refugiarme, como lo hiciste vos, de la presión social que se ejerce, pero que se esconde. Nadie quiere ser un tirano. Nadie quiere ser el opresor. Pero, este lugar en el que voy a estar dentro de unas horas solo tiene un puñado de “buenas costumbres” y personas “bienpensantes”, que solo pueden ofrecer un chisme, un juicio de valor, una condena.

Manuel, al igual que vos, yo también rechacé totalmente la realidad que me tocó vivir. Como vos dijiste, un tipo de realidad muy dura porque es la vigencia total del machismo: está aceptado que deben existir fuertes y débiles. Por eso, decidí tomar al cine y a los libros como “la realidad”. Sin embargo, en mi “realidad” no había actrices del cine clásico de Hollywood, sino magos como Harry Potter o leones que hablan, como en Las crónicas de Narnia.

Sé que vos amabas ir al cine. Me gusta que hayas negado tu realidad con películas. Me gusta que pienses que lo que pasaba por fuera de las películas era un western al que habías ido a ver por error, pero del que no podías salir.

Lo que sé de vos, buena parte de las novelas tuyas que leí, salieron de esas películas, de esa realidad paralela que te inventaste para ser libre. Las referencias a ese mundo son infinitas en tus libros. Además, sé que estudiaste cine, pero que enseguida entendiste que no iba por ahí. Menos mal que cambiaste de rumbo y te pusiste a escribir: conseguiste que, muchos años después, yo pudiera huir al mundo de la ficción para encontrar un poco de consuelo, en medio de un contexto gris.

Me gusta pensar que tu mundo, Manuel, era el de la fantasía. Que tenías la posibilidad de pensar que “lo real” era lo que pasaba en las películas y que las fantasías que vos inventaste después ahora son mi realidad. La que me meto en la cabeza. La que uso para pasar los días en este mundo tan incierto, que de a ratos se parece a ese western que mirás por error.

Hace poco le dije a una amiga que me hubiese gustado, aunque sea, ser amiga tuya. También sumaría al dream team a Alejandro Kuropatwa, un fotógrafo, y a Fernando Peña, un actor y escritor. No sé si los conociste a ellos. Capaz que a Kuro sí. A Peña seguro que no.

Me pesa mucho que estés muerto, que te hayas vuelto parte del aire siendo tan joven y estando tan lejos. A Buenos Aires le vendría bien tu presencia. Mejor dicho, a toda la Argentina. Ahora, todo es grandilocuente y la mayoría de las personas sienten que tiene cosas “importantes” que decir sobre todo. No son como vos, que preferías los géneros menores, los personajes desclasados, el chiquitaje del folletín.

Me imagino con vos caminando por Buenos Aires y me emociono. ¿Habríamos podido ser amigos? Nos habríamos entendido, eso seguro. El resto, no sé. Quiero creer que sí. Elijo creer que sí.

Siempre fui abiertamente puto mientras vivía en Trelew y, probablemente, por no ser afeminado -y sí rockero- nunca nadie me dijo nada. Solo una vez me sentí discriminado y el que insultó era otra marica. Todavía no conocíamos la idea de “sororidad”. ¿A vos alguna vez te dijeron algo? ¿Te trataron mal? ¿Eras abiertamente gay en tu pueblo? ¿Existía la palabra gay cuando vivías en General Villegas?

En el sur, la combinación frío y viento es letal. Caminar por Trelew en pleno invierno, o por cualquier otra ciudad del sur, es una experiencia bastante intensa. Es real cuando dicen que “el viento corta la cara”. Uno siente que la piel se estira. Y eso duele. También duele el qué dirán, los ojos de tus vecinos que siempre se posan sobre tus hombros para evaluarte, envidiarte u odiarte. También duelen los tres golpes sobre tu pecho que te hacen hacer en la misa de la parroquia de mi escuela secundaria.

Me gustaría caminar por ahí con vos. Que el viento nos corte la cara a los dos juntos, al mismo tiempo. Esquivar la mirada de las vecinas chusmas, esas que después van a decir qué hace ese viejo con ese pibe, que pervertido. Quiero que nos riamos de eso, que escapemos al mundo de la fantasía para inventar nuestras propias reglas. O nuestra propia historia de amor. Y de libertad.

Te abrazo donde quiera que estés.
Con todo el amor de este mundo,
Imanol.

Sigue a Imanol acá