¿Qué es una pantalla si no es un agujero negro? La crisis que vivimos durante el 2020 no fue solamente sanitaria y económica, fue también vincular, espacial y temporal. Durante meses, nuestros cuerpos ocuparon un espacio a la vez (espacio-casa, espacio-oficina, espacio-gimnasio, espacio-de-ocio, espacio-íntimo, espacio-escuela), pero millones de ciberespacios en simultáneo. Y con esto no me refiero a una lejana teoría científica sino a algo peligrosamente concreto: ¿dónde estamos cuando recorremos, con la fuerza de nuestro índice, las ventanas de una computadora? ¿Cómo se mueve nuestro cuerpo de una videollamada por Zoom a escuchar un tema en YouTube, leer un portal de noticias, ver la foto de alguien en una red social? ¿Estamos en todos esos espacios o no llegamos a movernos de la silla o el sillón que nos aloja cuando navegamos?
Son las nueve de la mañana y ya estoy conectada. En la pantalla de la computadora se despliegan más de diez pestañas diferentes de las que puedo ir y volver. Durante lo que queda del día, en esas pestañas usaré mi tiempo para desarrollar las siguientes actividades: escribir en uno, dos, tres documentos de Drive; escuchar música en YouTube; tener permanentemente abierto el Whatsapp Web; participar de una serie de videollamadas; abrir y leer un artículo, una entrevista, una entrada de WikiHow; tipear unas cuantas palabras en el buscador de Google; cursar online una materia; hacer una transferencia. Durante lo que queda del día no me moveré de la silla más que para lo esencial: ir al baño, cocinar, comer, calentar agua para llenar el termo.
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Como Alicia o como Narciso nos miramos durante horas en pantallas más o menos chicas, más o menos sucias, más o menos rotas, quienes tuvimos el privilegio de acceder a ellas y, quienes no, quedaron afuera. En una de sus reflexiones sobre el tema, alguien a quien llamaré L, pensó: “También la virtualidad, que pareciera ser ese lugar donde cabe prácticamente todo, se reveló siendo para pocxs”. Y así fue: durante estos meses solo algunxs navegamos en espejos virtuales. El sociólogo argentino Christian Ferrer habla del “adentro sin afuera” para referirse a ese lugar donde “confluyen nuestras actividades laborales, comunicacionales y de entretenimiento”. Este año que pasó nos metió adentro haciéndonos creer que estábamos afuera: entramos y salimos de pestañas, fraccionamos realidades y temporalidades como en un videojuego de Sega pero, en realidad, nunca nos movimos demasiado, o no nos movimos para nada.
¿Por qué, aún recorriendo la misma distancia, el viaje de ida se hace siempre más largo que el de vuelta? “Esto del tiempo es complicado, me agarra por todos lados. Me empiezo a dar cuenta poco a poco de que el tiempo no es como una bolsa que se rellena. Quiero decir que aunque cambie el relleno, en la bolsa no cabe más que una cantidad y se acabó”, así habla Johnny, el personaje que construyó Julio Cortázar en “El perseguidor”. El tiempo es una bolsa limitada, relativa, flexible. ¿Cuántas cosas caben en la bolsa hoy? ¿Cuántas realidades? ¿No habremos generado una grieta, una disociación absoluta entre el tiempo y el espacio? ¿Nos da el cerebro para ir tan rápido?
“Si bien el sistema nervioso es flexible, la mente humana evoluciona a un ritmo totalmente diferente al ritmo en el que evolucionan las máquinas”, dice el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi en Fenomenología del fin: sensibilidad y mutación conectiva. Ya no nos da la cabeza, chicxs. Fuera del tráfico de datos, la intimidad develada, la hiperconectividad, hay algo más peligroso que nos está explotando en las manos: la atención.
Prestar es un verbo cuya definición más rápida en Google aparece como: “Dar una cosa a una persona para que la use durante un tiempo y después la devuelva”. ¿Prestarle atención a qué o a quién? Bifo dice: “La atención se ha convertido en el recurso más escaso: puesto que no tenemos tiempo para la atención consciente, tenemos que tratar la información y tomar decisiones de una manera cada vez más automática”. Si la atención es un recurso escaso que se presta, como una herramienta de focalización cuya capacidad no aumenta ni disminuye, entonces sería prudente, en principio, administrarla. ¿Cuántas veces mirás el celular mientras leés algo en la computadora? ¿Y mientras ves una película? Nuestra función multitasking, pasar livianamente de una actividad a otra sin la menor resistencia, no es más que demasiada información condensada en un período determinado de tiempo.
Como dijo mi amigo E hace unos días: prestarle atención a otrx es el último acto de amor que nos queda. Estamos todo el tiempo demandados por miles de cosas en esa fragmentación espacio-temporal y permanecer parece un gesto casi imposible. Nos vamos, mental o emocionalmente, estamos constantemente retirándonos, exigidxs por la respuesta inmediata que supone esta hiperconexión veinticuatro siete. Bifo lo explica como si fuera una regla matemática: “A medida que se expande la cantidad de información que demanda nuestra atención, disminuye el tiempo de atención disponible para su elaboración”. Es un recurso escaso. Ahora: si no estuvo nuestro cuerpo y tampoco focalizamos nuestra atención, ¿estuvimos ahí?
Hablo con M. “En la virtualidad, no existe el silencio, no existe cerrar los ojos”, dice. ¿Qué es una notificación si no es una alerta de demanda? Como una luz que titila incesante, durante todo el día, además de saltar de ventana en ventana de la computadora, iré descartando notificaciones: recibiendo, consumiendo y respondiendo mensajes. Leeré y responderé de manera automática, sin perder tiempo en preguntarme si quiero o no hacerlo, como en el nivel de un videojuego en el que tengo la misión de limpiar todas las alertas que van apareciendo. Sigue M: “Cuando no estamos en contacto con el deseo nos volvemos un poco más muñecos, porque al necesitar llenar ese tiempo podemos agarrar cualquier cosa que nos pongan enfrente. Es como que te tiren en un patio de comidas con hambre: si tenés la panza vacía, te vas a meter lo primero que veas, o lo más barato, y lo último que vas a hacer es decir: ‘¿a ver de qué tengo ganas o qué me haría bien comer?’”.
¿Podemos desconectarnos? El ensayista Jonathan Crary en su libro 24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño describe al ambiente veinticuatro siete y dice que “tiene el aspecto de un mundo social pero es, de hecho, un modelo no social de funciones mecánicas que muestran el coste humano requerido para sostener su efectividad”. Veinticuatro siete trescientos sesenta y cinco, y si estamos adentro, ¿no es ese todo el tiempo?
Le pido a P que reflexione sobre el cuerpo y la virtualidad. “Hay que ser conscientes de que el sedentarismo físico no es inactividad, hay una mente que está todo el tiempo trabajando, que no cesa, que no descansa. Eso es el encierro. El cuerpo mediatizado es un cuerpo hiperactivo e hipervincular. Estamos todo el tiempo produciendo sentido y contenido para esa virtualidad. El cuerpo virtual es mucho más exigente”. P es brillante, pienso. ¿Cómo es el cuerpo virtual? P está segurx de que debería existir una ley para el ocio: “Ese ocio en donde el tejido cerebral se relaja, en donde no hay una exigencia externa, porque sino lo que tiene la virtualidad es el estímulo constante y queremos más y más y más. Somos adictxs al estímulo constante”.
El 2020 nos volvió nuestro propio templo y nos sacó de la percepción del tiempo compartido. Cada quien, desde su propia cabina espacio-temporal comandó su percepción del paso de los días y moldeó, entonces, su representación del mundo. Hoy, con más distensión en América del Sur, pero con la amenaza latente de que el encierro llegará nuevamente con el fin del verano. Dentro de no mucho, vamos a volver a estar adentro, entonces, de ese agujero negro, grieta temporal sedienta de respuesta, pozo para pocxs.
“El tiempo, maldita daga, lamiéndonos los pies”, dijo Fito Páez. Nos corre, cada vez más acelerado, cada vez en más no-lugares en menos tiempo y con menor grado de atención, con mayor demanda. “¿Cuánto puede un cuerpo?”, se preguntó L cuando le pedí que tomara nota de sus ideas al respecto de todo esto. Queda decir entonces que la línea entre lo virtual y lo real ya se borró, porque lo virtual es real, aunque no nos toque la piel, aunque no lo veamos cuando sacamos los ojos de la pantalla.