Ni loro ni bandera de calaveras: así son los piratas actualmente

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Una nublada mañana de noviembre, un enorme barco de carga procedente de Shanghái navega por el Mar de China camino a Port Klang, Malasia. Es un día igual a cualquier otro: los 23 tripulantes a bordo del navío se encuentran ocupados en sus labores cotidianas. Sin que nadie se lo espere, unos hombres armados, con cuchillos larguísimos y antiguas pistolas, aparecen en cubierta. Lo sorprendente es que nadie de la tripulación se ha dado cuenta de su llegada en una pequeña embarcación, así que los pilla totalmente desprevenidos (y sin capacidad de reacción). En pocos minutos, mediante golpes y amenazas, los asaltantes se hacen con la nave y encierran a los marineros en la bodega.

Tras registrar el barco y hacerse con todos los objetos de valor, los secuestradores sacan a cubierta a los marineros. Los alinean con los ojos vendados y comienzan a apalearlos. Pero no solo eso, también los apuñalan e incluso les acaban disparando. Como resultado de la trifulca, toda la tripulación acaba en el agua; algunos todavía están vivos, aunque por poco tiempo. Los piratas, mientras tanto, huyen con el barco.

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En esta sangrienta historia no hubo bucaneros con parches en el ojo ni patas de palo: ocurrió en 1998 y supuso uno de los primeros ataques de los piratas del Mar de China, que junto a los somalíes, nigerianos y árabes, protagonizaron lo que ahora podríamos calificar como un resurgimiento sin precedentes de la piratería internacional. Una nueva ola de un tipo de crimen marítimo que se remonta al inicio de la Humanidad y que, sin embargo, ha pasado desapercibida para la mayoría de la población occidental.

La piratería nunca ha desaparecido

Cuando pensamos en la idea de “pirata”, lo que nos viene a la mente son las románticas recreaciones que, primero la literatura, fundamentalmente a través de la novela La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, y luego la televisión y el cine (Peter Pan, Hook, Piratas del Caribe), hicieron de los corsarios y bucaneros del siglo XVIII: parche, pata de palo, loro en el hombro, garfio en lugar de mano, bandera con tibias y calavera, y tesoro enterrado. Pero la piratería no es precisamente una ficción ni pertenece al pasado; que se lo digan a los 195 barcos que fueron atacados por piratas durante el año 2020, especialmente en el Golfo de Guinea, donde se concentró un 95 % de los incidentes a nivel mundial.

“En realidad, la piratería nunca ha desaparecido, pero ahora ya no afecta a Occidente y por lo tanto no es noticiable”, nos cuenta el experto en terrorismo marítimo Peter Lehr, que acaba de publicar Piratas – Una historia desde los vikingos hasta hoy (Editorial Crítica, 2021). “Durante la mayor parte del siglo XX, estuvimos ocupados con otros problemas que considerábamos más importantes, como las dos guerras mundiales, la Guerra Fría y la posibilidad de una guerra nuclear entre la URSS y Estados Unidos. En comparación con estos temores, la piratería era un problema minúsculo; una molestia, más que otra cosa”.

Lehr no cree que la piratería, como otras actividades ilegales como la venta de drogas o la prostitución, vaya a desaparecer. Mientras haya tráfico marítimo, habrá piratería. Incluso si evolucionamos hasta tener barcos robot sin tripulación”, asegura. “Los piratas aprenderán a hackearlos”. Aun con esto, el autor propone soluciones para combatirla. “Se necesitan muchos buques de guerra para patrullar vastas extensiones de aguas costeras y, hoy en día, también muchos helicópteros y aviones de patrulla marítima. Es más fácil ir a por sus bases como en el caso de los piratas de Berbería: destrúyelos a ellos y a su infraestructura y reducirás la frecuencia de tales ataques”.

Aun así, antes de ponerse manos a la obra, lo mejor es “establecer la ley y el orden en tierra firme como primer paso, para luego instaurar políticas de bienestar adaptadas a los pescadores a fin de darles opciones de vida alejadas de la piratería”. A fin de cuentas, muchos de los piratas de hoy en día, antes eran marineros en aguas sobreexplotadas. “Ponte en la piel de un joven pescador en el Mar de China Meridional (sur de Filipinas, Archipiélago de Riau, Indonesia) o en las costas de Somalia: verás cómo barcos arrastreros industriales de distintos países esquilman las aguas de tu país, de las que se llevan pescado caro, y dejan a los locales sin nada para pescar”, insiste Lehr. “El estado no ayuda, porque no puede o porque no quiere. Te dejan solo y tienes que encontrar una manera de llevar comida a casa para tu familia. ¿Qué haces? Es en este momento cuando surge la piratería, primero como una actividad oportunista y luego, conforme los ingresos aumentan, como una actividad más organizada”.

Por tanto, podemos decir que en un primer momento muchos piratas actúan llevados por la necesidad y cierto impulso de venganza. Y luego, cuando descubren todo lo que pueden ganar, los guía la codicia, que también atrae a nuevos candidatos a pirata. Aunque, en ocasiones, también entra en juego la religión. En pleno apogeo del Estado Islámico, sus dirigentes se plantearon pelear contra occidente realizando acciones de piratería en el mar. Finalmente esto no ocurrió debido a que fueron derrotados y su califato destruido.

En resumen, “la piratería existe donde la ley y el orden flojean, o donde las fronteras entre los Estados son borrosas, pero también en esos lugares en donde el saqueo puede resultar muy lucrativo, como en el caso del tráfico marítimo fácilmente atacable, en estrechos o aguas confinadas, no en alta mar”, nos cuenta el experto.

De todos modos, la piratería se trata de una actividad delictiva que no es sencilla e implica un riesgo, pero ser pescador también es arriesgado: ambas labores te pueden llevar a morir en el mar. Y para salir bien parado, has de ser rápido y ágil; de no ser así, “podrías resbalar, ahogarte o ser aplastado en el espacio que hay entre el propio bote y el casco del otro barco”, detalla Lehr. Los piratas cuentan con que la tripulación del otro barco no estará armada ni ofrecerá resistencia, y un solo hombre puede saquear la caja fuerte y robar los objetos de valor de la tripulación. Pero lo más importante es que “lo conseguirás en media hora o una hora como mucho”, asegura el experto. “No te harás rico, desde luego, pero tu familia y tú podréis permitiros cosas que hasta el momento estaban fuera de vuestro alcance, como una buena televisión o una camioneta”.

El caso de la piratería somalí

La piratería somalí surge a principios de los 90, tras el colapso del gobierno del general Siad Barre. El país africano se vio inmerso en una guerra civil y la ley y el orden en el mar simplemente desaparecieron. Las aguas costeras (ricas en pescado de alto valor como el atún de aleta azul) se convirtieron en el objetivo de los arrastreros industriales de todo el mundo, incluidos varios países de la Unión Europea. Lo que ocurrió entonces fue que los pescadores que trabajaban con pequeños barcos se vieron expulsados de sus caladeros, a menudo de forma bastante violenta. Para protegerse se organizaron en una especie de guardia costera que llegó a capturar hasta tres navíos taiwaneses en el verano de 2005.

Todo siguió más o menos igual hasta que en 2008, el yate de lujo francés Le Ponant fue secuestrado; un acontecimiento que dio inicio a la segunda ola de la piratería somalí. “La noticia de que el barco había sido liberado después de que los propietarios pagasen un rescate de 2 millones de dólares se extendió como la pólvora por toda Somalia. Fue así como la piratería somalí se multiplicó, impulsada por la codicia”, recuerda Lehr. Ahora, los piratas somalíes (muchos, jóvenes milicianos que venían del interior y no tenían demasiado que perder) comenzaron a utilizar arrastreros capturados o pequeños cargueros como sus buques nodriza, y los que lanzaban ataques contra portacontenedores, petroleros o todo aquel que se cruzase en su camino en alta mar.

Entonces sí que la piratería llegó a los titulares de los medios. Esto provocó que la Unión Europea, la OTAN y naciones como China, Corea del Sur o Tailandia llevaran a cabo acciones colectivas para combatir a estos grupos armados. Como resultado, la piratería somalí ha dejado de estar activa. La amenaza que suponía para la comunicación marítima y nuestra cadena de suministro estaba en juego. En la actualidad, se realizan constantes patrullas por la zona por parte de buques de guerra de distintas naciones. Sin embargo, es posible que pronto vuelvan a la carga. “A fin de cuentas, es bastante costoso mantener a las armadas occidentales estacionadas en aguas tan lejanas”, reconoce Lehr.

No todos los piratas trabajan como los somalíes. Incluso entre los que lo hacen por pura codicia, existen diferentes modos y maneras. Los piratas nigerianos, por ejemplo, están interesados en la carga, concretamente en la extracción del petróleo crudo. Sus circunstancias políticas son distintas y, por tanto, también las necesidades. En el Caribe, otro de los puntos calientes de la piratería, a menudo esta está vinculada al tráfico de drogas, pero en la Bahía de Bengala, una zona fronteriza mal definida entre la India y Bangladesh, las víctimas son habitualmente barcos locales y no envíos internacionales.

¿Por qué nadie habla ya de piratería?

La respuesta más cruda y directa es porque ya no nos afecta. O al menos, eso es lo que nosotros pensamos. Lehr lo explica mejor. “Si estuviéramos hablando del secuestro de un buque portacontenedores, un superpetrolero o un crucero occidentales, sí que atraería la atención de los medios. Pero si el barco atacado es un barco local, el ataque puede ser reportado o no en las noticias locales, pero para los medios internacionales, no es un hecho noticiable. De nuevo, ¿a quién le importa? La mayoría de ataques de piratas en el Estrecho de Malaca o el Mar de la China Meridional nunca se informan, mientras no haya muertos”. La cosa cambia si hay tripulación que ha sido secuestrada, como en el caso del yate de lujo francés. De no ser así, se olvida con facilidad. “Perder un par de miles de dólares no justifica un informe que podría conducir a una investigación prolongada y la inmovilización del barco, con lo que se perdería cada día una gran suma de dinero, incluso mayor que la robada por los piratas. Por lo tanto, no solo los medios de comunicación ignoran deliberadamente lo que ocurre con la piratería, sino que tampoco los propietarios de los barcos están demasiado interesados en informar sobre estos hechos”.