Fue así: el domingo 3 de noviembre de 1929, en la sección Página Femenina de El Tiempo, se publicó un artículo titulado “La mujer moderna” que inicia con la frase: “En Italia hemos abolido los concursos de belleza”. Al comienzo, se trata de una defensa de la mujer como símbolo de virtud en el orden civilizatorio del fascismo. Luego, la crónica continúa con un desafío: la creación de una moda italiana, que le dispute a Francia su supremacía de siglos a la hora de vestir mujeres.
El autor del artículo, un tipo temperamental de 45 años, es Benito Mussolini.
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Cuando uno repasa el texto –publicado a cuatro columnas–, entiende lo que significaba abolir los reinados de belleza en la retórica fascista. “Esta nueva moda de reinas de belleza no tiene nada de común con las tradiciones de un pueblo, ofende la estética sana (…) no responde al gusto sano y normal de un varón, que busca en las delicadas curvas femeninas el complemento natural de la suya, musculosa y viril”. Para Mussolini, en conclusión, la mujer no debería hacer parte de la producción industrial de bienes, trabajo y servicios, elementos propios del mundo industrial. “Su misión más grande es el hogar (…), es demasiado preciosa la salud de nuestras mujeres para el porvenir de la raza”.
En consecuencia, la mujer no debería hacer parte de la producción industrial de bienes, trabajo y servicios propias del mundo industrial porque su “misión más grande es el hogar –escribe Mussolini, y añade–, es demasiado preciosa la salud de nuestras mujeres para el porvenir de la raza”.
El artículo fue uno de los primeros textos que se publicó en la sección para mujeres del periódico más importante de una ciudad que hacía rápido tránsito de la villa bucólica que había sido hasta la llegada de los años veinte y su empuje modernizador a la megalópolis que es hoy. El país había superado a empellones la devastación de la Guerra de Los Mil Días (1899-1902) y la pérdida de Panamá.
Algunos años y veinticinco millones de dólares –en indemnización por la separación del istmo– después, las cosas cambiaron hasta el punto en que ya no había interés alguno en temas como el tratado bilateral entre los gringos y el gobierno colombiano o la crisis de Wall Street de 1929. Ahora era más interesante la moda y la elegancia de las mujeres bogotanas. En aquellos años la prensa dedicó muchas páginas al tema del buen vestir y el tipo ideal de mujer para los años treinta: “¡Madres modernas!”, “El peinado de la dama elegante” o “El médico sabe que la mujer moderna considera de mal gusto el estar enferma” fueron títulos recurrentes en la época.
Encontré el artículo de Mussolini por azar: estaba siguiendo la pista de un grupo de ciudadanas extranjeras que llegaron a Colombia en los años veinte para dedicarse a la prostitución. Las llamaban “Las francesas”, mujeres que desacataron los códigos de la época en busca de una vida mejor y pagaron caro su falta.
Con ese contexto de fondo, el de la copiosa publicidad sobre moda y elegancia, y con un país que pasó de andar en mula a transportarse en avión, ¿una crónica escrita por el Duce italiano en 1929, se veía como un buen plato para un periódico colombiano? ¿Nadie reconoció en su momento que se trataba de una propaganda política –muy diferente de una pieza periodística–, de una ideología que años después llevó al mundo a la guerra?
La respuesta a esa pregunta es incierta. Se sabe que el de Mussolini fue un régimen de periodistas que no sólo influiría fuertemente en los futuros gobiernos derechistas a través de la prensa, sino también en gobiernos supuestamente progresistas.
Hijo de padre izquierdista y de madre católica, Benito –por Benito Juárez, el revolucionario mexicano– encarnó sucesivas mutaciones políticas a lo largo de sus 62 años de vida: “Del anarquismo al socialismo, el nacionalismo extremo, y finalmente el fascismo”, sintetiza Peter Neville en su biografía Mussolini, que revisa las circunstancias y los hechos que marcaron su juventud. Agrega que a pesar de haber trabajado como albañil y varias veces como maestro, el periodismo captó su atención y se convirtió en un frecuente colaborador de periódicos socialistas, trabajo que alternaba con sus incursiones como agitador y orador beligerante. El mismo Mussolini reconoció en una entrevista que la experiencia como periodista fue invaluable en su carrera política. “Para mí, el periodismo fue un arma, una bandera, mi propia alma, mi hijo preferido– dijo en un libro-entrevista con Emil Ludwig en 1932–. Pero para dedicarse al periodismo hay que ser joven”.
Mussolini peleó en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y consiguió un temprano cargo político (secretario de la Cámara de Trabajo de Trentino). Fueron años de agitación y turbulencias que finalizaron en una voltereta ideológica, que lo llevó de un extremo político a otro: tenía 26 cuando fue director del periódico Lucha de clases; 30 cuando fue editor de Avanti!; 32 cuando fundó Il Popolo d’Italia; 38 cuando creó el Partido Fascista y resultó electo para ocupar una banca en el Parlamento, 39 en el año de su consagración: 1922, cuando fue designado primer ministro, y sus “camisas negras” marcharon sobre Roma y 45 cuando su artículo sobre el arquetipo de la mujer en el fascismo se publicó en el periódico más importante de Colombia, El Tiempo, a un poco más de nueve mil kilómetros de la capital italiana.
Está claro que la estrategia retórica del fascismo no se limitó al control de la prensa, las obras teatrales, el arte, las películas o las caricaturas. En 1931 el régimen creó el Instituto Nacional de la Moda. Aquel año, una comisión del sistema oficial de estadísticas consideró alarmante la cantidad de dinero que las mujeres italianas gastaban en importaciones desde Francia (modelos de Chanel y Patou, Lanvin y Madame Vionnet). “Vanitose donne italiane”, fue la conclusión del estudio estadístico.
La apuesta por una moda de Estado fue importante para el fascismo, dada la atención que se le daba al tema y su valor propagandístico: el fascismo controlaba el gusto por lo moderno italiano, y hacía propaganda en contra del estilo francés durante los años que estuvo en el poder. “Una moda italiana… non esiste ancora; crearla è possibile, bisogna crearla” (“Una moda italiana… todavía no existe, puede crearse, hay que crearla”) escribía Mussolini a menudo en Il Popolo d’Italia, en 1932.
Y aquí es donde se vuelve tentador hacer estas preguntas: ¿tuvo Mussolini relación alguna con periodistas colombianos? ¿O estaban acaso las élites colombianas relacionadas o convencidas de las bondades de los regímenes de Italia y Alemania? Es imposible afirmarlo, no solo porque no existe mucha información disponible, sino porque el periódico, a pesar de ser el más importante del país, funcionaba con particularidades editoriales.
El artículo escrito por Mussolini debió llegar a la oficina de El Tiempo a mediados de 1929. Enrique Santos Montejo (1886-1971), más conocido como Calibán, quizás el periodista más famoso de Colombia, era el primer columnista del periódico y su jefe de redacción desde 1925, cuando la dirección del periódico se dividía en dos partes, cada una autónoma.
Calibán, por su parte, “modernizó” el periódico con secciones como ‘Cosas del día’ y suprimió los avisos de la primera página. Aparecieron las historietas gráficas, las páginas de salud, de niños y la femenina, entre otros cambios que llevaron a El Tiempo a convertirse en uno de los periódicos más influyentes y de mayor circulación en el país.
Y este periódico, como el país, no fue ajeno al ascenso del fascismo en Europa. En la Bogotá de entonces también se discutía sobre la raza y se condenaban a los extranjeros. Por ejemplo, el 2 de enero de 1936, Calibán escribió en su columna, titulada “Independencia”, que Colombia “no es ni será por lo menos en un futuro próximo tierra de inmigrantes (…). El judío de la Europa central representa uno de los tipos humanos más bajos (…) No nos convienen.
Hace unas semanas hablé con Danilo Pizarro Villegas, jefe de archivos de contenidos de El Tiempo. Una tarde conversamos por teléfono de los años en que el artículo del Duce se publicó en el periódico. “Es imposible establecer la relación entre los colaboradores de entonces con El Tiempo –dijo–. No hay manera de comprobar si los editores de 1929 recibieron o encontraron y tradujeron el artículo”. Él se la juega por la hipótesis del descuido del editor de entonces o la distracción de los traductores, que tomaron el texto de Mussolini de algunas de las revistas o periódicos del mundo – Time, The New Yorker, The New Statement, The Economist, Business Week, periódicos y magazines italianos y alemanes– que llegaban a las oficinas del periódico, de las que el equipo echaba mano en los cierres o se escogía algún artículo para la edición dominical.
Enrique Santos Molano, que ingresó a El Tiempo en los años setenta y es columnista del periódico, advierte que en los años veinte y treinta no había consejos de redacción, sino tertulias entre la cabeza editorial y los colaboradores y opinadores, pero en fin de cuentas, era Calibán quien decidía qué se publicaba y qué no, salvo que se tratara de artículos o piezas periodísticas recomendados por su hermano Eduardo Santos Montejo, dueño del periódico.
“En 1929, Mussolini no tenía el carácter fascista que tuvo años después –señala Enrique Santos Molano–. Era el líder de una Italia que, gracias a su mano dura, había recuperado su economía”. Y agrega: “una crónica de Mussolini era un buen plato periodístico, y el olfato infalible de Calibán la publicó bajo esa consideración”.
Por su parte, Daniel Samper Pizano, que ingresó al periódico en 1964, cuenta que de la gente que se encargaba de publicar en tiempos de Mussolini no queda nadie. Hace poco falleció Jaime González Parra, que fue secretario de Dirección, y a finales de noviembre murió Rogelio Echavarría, viejo editor.
Como quiera que haya sido, la publicación de la crónica no hizo mucho ruido en su momento. Al revisar las ediciones del periódico de aquel año, no hay referencias o cartas de lectores en las que se critique o aplauda la publicación de un texto que exaltaba la figura de la mujer y el rol de lo femenino en la Italia fascista.
Lo que desconcierta no es tanto que la mayor parte de la prensa del país se haya mostrado reacia a la llegada de judíos o extranjeros; ni que los debates por mejorar –o depurar– la raza nacional fuesen la agenda del Congreso entonces; ni que Hitler hubiese pasado un tiempo en Tunja, como lo afirma los documentos de la CIA desclasificados por el gobierno norteamericano hace unas semanas.
Lo realmente sorprendente es que el artículo –propaganda nacionalista travestida de crónica– haya superado los filtros editoriales del periódico. En la medida en que la lista de artículos es un indicador objetivo de los gustos de los dos codirectores (Calibán y Eduardo Santos) o de su “olfato periodístico”, podemos sacar algunas conclusiones. Hay, para comenzar, una necesidad de sintonizar a Colombia con el mundo, de acercarla a temáticas coyunturales. También, juzgando por los contenidos de los artículos “novedosos”, el criterio editorial era caprichoso y necesariamente frívolo: hay registro pero no hay mucha investigación ni datos veraces.
El caso es que, ya sea por el afán de la noticia o por una apuesta editorial, El Tiempo no revisó una crónica sobre la mujer y la moda femenina en el fascismo, un texto que pretendía situar a Italia en la civilización occidental. Un artículo que se filtró, disfrazado de modernidad y que permaneció escondido en los archivos microfilmados de El Tiempo hasta hoy, 88 años después de haber sido publicado.