No te comas esas carnitas

Ilustraciones de Marco Klefisch

Gloria (nombre ficticio para proteger la identidad de la paciente) estaba asustada. Los médicos le habían dicho que tenía gusanos en el cerebro.

Tras años de debilitantes dolores de cabeza y de una reciente parálisis que dio como resultado una racha de diagnósticos erróneos, un escáner reveló en 2010 que en el tejido cerebral de Gloria había una infestación parasitaria. Esto significaba que tendría que someterse a cirugía cerebral.

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La taenia solium, más conocida como tenia porcina, es un parásito terrible. Estos diminutos horrores siempre en busca de nutrientes utilizan unos apéndices parecidos a guadañas para abrirse camino hasta el cerebro de los seres humanos. Una vez allí, crean quistes en la materia gris del mismo modo en que un gusano de jardín cava túneles en una manzana.

La neurocisticercosis –la enfermedad provocada por la tenia porcina– es la principal causa de epilepsias y ataques convulsivos en todo el mundo. En países subdesarrollados de Asia, África y Latinoamérica, pueblos enteros muestran síntomas de la enfermedad. Puede que nunca hayas oído hablar de ella, y eso se debe a que nunca había sido un problema en los países avanzados… hasta ahora.

Según un reciente estudio del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades [Center for Disease Control, CDC], la neurocisticercosis es un problema al alza en Estados Unidos, donde a 1.900 personas se les diagnostica parásitos cerebrales cada año. Sea por la razón que sea, la mayoría de casos en el sur de California se dan entre los inmigrantes pobres latinos.

Así es más o menos cómo funciona la cosa: vas con un amigo a pillar algo de pitanza en un camión de tacos y él se pide unas estomagantes carnitas, que por desgracia resultan contener larvas de tenia porcina que no tardan en establecer residencia en sus intestinos. Al menos una de estas larvas tiene probabilidades de convertirse en una monstruosa tenia de seis metros de longitud. Esta tenia produce huevos, de los cuales miles pasan por el ano de su anfitrión a diario.

Tu colega no se lava las manos después de defecar, y la siguiente vez que te ve te da una amistosa palmada en el rostro, como los colegas hacen a veces, y en el proceso te roza los labios. Los huevos, mucho más pequeños que las larvas, entran en tu boca, incuban, y las diminutas tenias acaban encontrando un camino hasta tu cerebro.

¡Felicidades! Has contraído parásitos cerebrales.

A menudo, la gente que viaja a través de fronteras, como la mano de obra inmigrante, son sin saberlo portadores de la tenia porcina, que viaja en su interior, en los intestinos. Es difícil diagnosticar una infestación de tenia ya que la mayoría de las víctimas ni siquiera sabe que tiene parásitos culebreando dentro de sus cuerpos, dijo Patricia Wilkins, investigadora del CDC.

Las tenias han desarrollado un misterioso mecanismo químico para evitar que el sistema inmunológico humano las ataque mientras viven en tu cerebro. Los científicos siguen sin saber cómo funciona exactamente. Aún más horrible es que la gente que ha contraído parásitos cerebrales puede vivir durante décadas sin presentar el menor síntoma de neurocisticercosis. Es al morir estos industriosos bichejos cuando se presentan las complicaciones.

“Mientras está vivo es un problema, pero cuando empieza a morir, el problema se convierte en algo grave”, explica Dickson Despommier, profesor de microbiología retirado. Las larvas que fallecen en el interior del cerebro se calcifican, y es entonces cuando el sistema inmunológico empieza a atacar. Si no son tratadas, las larvas calcificadas pueden provocar tumefacción cerebral, que a menudo conduce a la epilepsia, entre otros síntomas.

Los principales síntomas de la neurocisticercosis –dolores de cabeza debilitantes y espasmos crónicos– reciben habitualmente una mala diagnosis. Gloria dijo que, a finales de los 80, se quejó a médicos norteamericanos de migrañas tan severas que le provocaban vómitos y pérdida de conciencia. Le prescribieron Tylenol. Llevó la tenia dentro de ella otros 20 años antes de saber de la existencia del simbionte.

La historia de Gloria es típica en el campo de la infección de neurocisticercosis, dice Darvin Scott Smith, médico jefe de la sección de enfermedades infecciosas en el Redwood City Kaiser Hospital.

Muchos médicos no están al tanto de la neurocisticercosis o de sus síntomas, lo cual significa que a menudo pasa sin ser diagnosticada. El lado positivo de todo esto es que, si se detecta a tiempo, la enfermedad puede tratarse e incluso prevenirse, y tratamientos como el albendazol y ciertos esteroides son relativamente asequibles. Sin embargo, si los gusanos siguen sin detectarse hasta el momento de su muerte, el único modo de retirar sus restos es una costosa e invasiva intervención cerebral.

El número de casos de neurocisticercosis se ha mantenido relativamente constante desde 2001, cuando se registraron alrededor de 400 hospitalizaciones en California. Wilkins dice que, aunque no se puede negar que la enfermedad ya no está confinada a los países del

tercer mundo, el estado de California no ha dado una respuesta firme al problema debido a que la escasez de presupuesto hace imposible investigar a fondo cada alimento que llega a una comunidad. Los responsables de salud pública deben decidir a qué enfermedades se van a destinar la mayoría de recursos. Hasta la fecha, y a pesar de su naturaleza extremadamente contagiosa, la neurocisticercosis no se encuentra en lo alto de la lista.

Sólo cinco estados –Nueva York, California, Texas, Oregón e Illinois– hacen seguimiento de la enfermedad, e incluso así los datos son inconsistentes. En consecuencia, no mucho se conoce acerca de los brotes de tenia porcina en Estados Unidos, o de los mismos parásitos. Los científicos consideran un misterio buena parte de su ciclo vital. En una propuesta hecha en 2000 por la Organización Mundial de la Salud, los médicos urgieron a la comunidad internacional a investigar y hacer seguimiento de la neurocisticercosis. Argumentaban que la enfermedad podía ser erradicada, y que era necesario tener unas estadísticas precisas para estudiar su progresión. La petición, hasta ahora, no he tenido mucho éxito.

A comienzos de enero, el Dr. Smith celebraba su cumpleaños en la sala de operaciones del Kaiser Hospital, observando la intervención en el cerebro de Gloria. Los cirujanos, tras haber afeitado el cabello de la mujer, abrieron una parte de su cráneo y con gran cautela procedieron a retirar la dura capa exterior del cerebro. Horas más tarde Smith observó cómo un neurocirujano extraía la larva de tenia calcificada de la cabeza de Gloria.

Como la mayoría de pacientes, ella jamás había oído hablar de gusanos cerebrales antes de que se los detectaran. Sigue sin estar segura de quién le infectó. Podría tratarse de un desconocido o de alguno de sus seres queridos. Nunca lo averiguará. Su familia se negó a hacerse pruebas. Las probabilidades son altas de que el anfitrión siga sin haber sido diagnosticado y extendiendo la enfermedad entre aquellos con los que se cruza. Miles de huevos cada vez.

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