Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.
Era el final de semestre en los dormitorios de los estudiantes de la Universidad Lincoln —la última noche antes del receso de Navidad de 2014— y el lugar estaba vibrando. Había una fiesta en casi todas las habitaciones, con estudiantes ansiosos por tener una gran última noche antes de ir a casa con sus familias.
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Ashley Hughes y Luke Green, ambos de 19 años y del mismo curso de Ingeniería Mecánica, se habían vuelto buenos amigos después de conocerse en la primera semana, unos meses antes; ambos eran chicos de clase media que nunca habían tenido problemas con la ley. Junto con otro amigo, los tres decidieron comprar unas pastillas de éxtasis a un estudiante que conocían.
Para la madrugada, su mundo estaba de cabeza. Ashley había colapsado, paralítico en el piso frente a sus amigos por una sobredosis de MDMA. Mientras los doctores lucharon para salvar la vida de Ashley en el hospital, la policía arrestó a Luke por sospecha de posesión de drogas. Mientras estaba encerrado en una celda policial, le dijeron a Luke que Ashley había muerto en la noche, antes de que le dijeran que iba a ser liberado de prisión.
La mezcla de dolor y conmoción al ver a su amigo morir frente a él, y el miedo de lo que le pudo haber pasado, convirtieron a Luke en un recluso. Bebió tanto que terminó en el hospital. En julio de 2015, ocho meses después de la muerte de Ashley —y a pesar de los aseguramientos constantes de su abogado de que su caso no justificaba una sentencia de custodia— un juez en la Corte Lincoln Crown le ordenó a Luke pagar 12 meses en Glen Parva, la prisión de delincuentes jóvenes más violenta de Gran Bretaña.
Han pasado cuatro años, y con los intentos lentos de reconstruir su vida, es una experiencia de la que Luke todavía es incapaz de hablar sin romper en llanto. La pregunta es: ¿se lo merecía?
En los últimos cuatro años, en gran parte debido a la pureza creciente de las drogas, han habido 226 muertes relacionadas con el éxtasis en Inglaterra y Gales. Por cada una de estas trágicas muertes, hay padres, parientes, y amigos todavía en luto.
Alrededor de la mitad de esos fallecidos después de tomar éxtasis son adolescentes y personas en sus 20, muchos quienes obtuvieron sus drogas de amigos y conocidos. Rara vez las personas compran drogas recreacionales a traficantes que nunca han conocido en esquinas de la calle. Pasar, compartir, o vender éxtasis a sus amigos es algo que decenas de miles de personas hacen en un fin de semana cotidiano a lo largo de Inglaterra. Pero, ¿qué pasa con estos jóvenes, en situaciones similares a Luke Green, que pasan las pastillas o polvos que terminan matando gente?
Una investigación de VICE de casos pasados en el Reino Unido ha descubierto un rastro de vidas arruinadas y tratamiento injusto, en el que compartir drogas con amigos puede convertir a los adolescentes en “dealers de muerte” sin corazón, sin importar si pretendían causarles daño o que fácilmente hubieran podido morir ellos mismos. Están siendo perseguidos y castigados injustamente por la policía, los jueces, y los medios, basados en actitudes retrógradas hacia las personas que usan y compran drogas, y cada vez más en contra de los deseos de los parientes de esos que han muerto.
En la búsqueda de que alguien tome el golpe y lleve la culpa, la policía exagera el rol de las personas en el intercambio de drogas. Los jueces entregan sentencias excesivamente severas para enviar un duro mensaje, mientras los medios actúan como pararrayos para expiación de las personas que ya están traumatizadas.
Un adolescente ridiculizado en los medios después de ser condenado por entregar éxtasis a un amigo que después murió en un accidente le dijo a VICE: “Fue el peor golpe por partida doble que pude recibir. Mi amigo murió y yo fui arrestado en relación a su muerte. Él me preguntó si tenía algo de MDMA y yo le di un poco. Al instante siguiente, la policía llegó irrumpiendo en mi habitación en medio de la noche y me dijeron que estaba muerto, así no más.
“Intentaron concluir que yo era un gran dealer, revisando mi teléfono. Yo compro drogas, pero nunca he vendido drogas en mi vida. Tenía unos puntajes de póquer en mi teléfono e intentaron convertir eso en algo relacionado con el ser dealer de drogas. Se aprovecharon del hecho de que yo era inocente y que nunca antes había estado en problemas; era una presa fácil para ellos. Los medios concluyeron que era un dealer de drogas quien era responsable por la muerte de mi amigo. Fue difícil de afrontar”.
La policía y el Servicio Fiscal de Crown normalmente no persiguen casos de posesión o provisión relacionados con cantidades pequeñas de cualquier droga, incluyendo el éxtasis. Aún así, cuando alguien muere, esta mitigación se descarta rápidamente.
La semana pasada, la graduada en Estudios de Medios Katie Lavin, lloró en la corte después de haber recibido una sentencia de seis meses de prisión por posesión de drogas clase A después de la muerte de su amiga y compañera de cuarto, Joana Burns, en Sheffield el pasado junio. Junto con un grupo de sus amigos, la pareja —Joana tenía 22 años y Katie tenía 21— había decidido juntar su dinero y comprar éxtasis para la celebración de su graduación de la universidad. Fue Katie quien compró la droga en nombre de todos a un barman que conocía, así que fue Katie —aún en duelo por la muerte de su amiga— la que fue arrestada, acusada, sentenciada, y encarcelada por provisión de drogas, y quien fue etiquetada por BBC el viernes pasado como la “dealer de drogas encarcelada por dar MDMA a una estudiante universitaria que murió”.
Al encarcelar a Lavin, Jeremy Richardson QC [fiscal] le dijo: “cómo es que una mujer joven e inteligente, como lo eres tú, podría hacer una cosa tan tonta, va más allá del sentido común. Haz arruinado tu futuro”. Sentenciando a Benjamin Williams, de 26 años —el barman que le vendió el éxtasis a Katie— a dos años y medio en prisión, el juez dijo que estaría “fallando en su deber público” si no los enviaba a ambos a la cárcel: “Ustedes, de maneras distintas, han jugado cada uno un rol en la muerte de una joven. Cada uno de ustedes tendrá que lidiar con eso por el resto de sus vidas; ustedes son los arquitectos de esta catástrofe que se buscaron para sí mismos. El éxtasis es una droga clase A por una razón. Es una droga excepcionalmente peligrosa”.
En realidad, el éxtasis no es una “droga excepcionalmente peligrosa”, y darle una pastilla a un amigo no “va más allá del sentido común”. Quienes hacen esto no son tan temerarios como los jueces creen que son, y por lo tanto su nivel de culpabilidad no es así de grande. Las cifras del Ministerio del Interior de Inglaterra, que son conocidas por subestimar la prevalencia de las drogas, muestran que 550.000 personas admitieron tomar éxtasis al menos una vez el año pasado en Inglaterra y Gales. Incluso si solo tomaron la droga dos veces, eso es 1,1 millones de dosis el año pasado. Aún así el numero de muertes relacionadas al éxtasis recogido en 2017 fue de 57. El éxtasis puede, indudablemente, ser letal, pero no es el narcótico de la “ruleta rusa” (una en seis probabilidades de muerte) inventado por las autoridades.
Cuando los jueces hablan de tener un deber público de encarcelar a personas como Katie Lavin, es preventivo; una advertencia a los jóvenes para evitar cualquier cosa que tenga que ver con el éxtasis. ¿Los jóvenes escuchan estos mensajes de parte de los jueces? Parece que no. En 2018, el éxtasis sigue siendo una droga básica de elección, y la proporción de personas entre los 16 y 24 años que lo consumen es mayor que hace diez años.
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Considerando que esos que pasan o venden drogas que terminan siendo fatales ya se sientan culpables —especialmente si han sido sus amigos cercanos los que han muerto— ¿a quién debe servir esta justicia severa? No a los que han muerto, dicen los seres queridos que hablaron con VICE.
Antes de la sentencia de Katie Lavin, Lewis Birch, el novio de Joana Burns, dijo: “Estoy seguro de que a Joana le molestaría que Katie tuviera que pasar por esto. Recoger drogas de un dealer para un grupo de amigos del que ella era parte no es comercializar drogas. Esa fue la primera vez que Katie las recogió para nosotros. Podría haber sido cualquiera de nosotros en su lugar”. En una audiencia en la corte el mes pasado, la madre de Joana, Mosca, dejó claro que tampoco quería que Katie o Benjamin fueran encarcelados.
Luke Campbell, de 16 años, murió el año pasado luego de tomar éxtasis en una discoteca para menores de 18 años en la parroquia civil costera de Ilfracombe, Devon. Había comprado pastillas antes de la fiesta, a un amigo de 17 años. Ese amigo había estado vendiendo píldoras dentro de su círculo social durante unos cinco meses, y las había adquirido de un chico de 16 años que compraba las píldoras en la dark web con bitcoins. El juez iba a sentenciar a un amigo de Luke a 18 meses de cárcel, y también a enviar a la cárcel al chico de 16 años, si no hubiera sido por la intervención de la familia de Luke.
En una carta dirigida al juez, que fue leída en el tribunal, la familia escribió: “No estamos aquí hoy para buscar venganza. Sabemos que Luke decidió independientemente, y sin ninguna coacción, tomar el éxtasis para celebrar su último día de clases. Luke no querría que otra persona, especialmente su amigo, fuera responsabilizado por lo que le sucedió esa noche. Para nosotros saber que otros dos niños serán afectados negativamente porque se enfrentan a una sentencia de prisión, agravará el impacto del crimen en nosotros. Hemos perdido la vida de Luke y no deseamos que más jóvenes pierdan la suya”.
En cambio, Dan recibió una sentencia de cárcel suspendida y 200 horas de trabajo comunitario no remunerado, y el joven un toque de queda de seis meses. Ambos muchachos han ayudado a la familia de Luke a hacer vídeos educativos sobre la reducción del daño de las drogas que serán mostrados en escuelas.
A veces, aquellos que sin darse cuenta les dan dosis fatales a sus amigos no son identificados por la policía, pero por temor a lo que les hará la ley, se quedan callados, lo que no es útil para las familias en duelo.
Janine Milburn —cuya hija adolescente Georgia murió en mayo después de tomar el éxtasis en el Festival del Motín en Portsmouth— dice: “Ninguno de sus amigos se ha responsabilizado de estar con ella. Por lo tanto, están lidiando con su propia culpa y pena en silencio. Deben estar terriblemente asustados. Ocultar este gran secreto no es bueno para nadie. Pero fue su decisión tomarlo. No siempre hay alguien a quien culpar. Estas personas no son delincuentes; son chicos haciendo lo que hacen los chicos”.
Dominic* tenía 17 años cuando vendió algunas pastillas de éxtasis el año pasado a un amigo que murió de una sobredosis. Cuando escuchó que su amigo había muerto, entró en pánico y no pudo salir de su casa. “Estaba asustado… no sabía qué hacer. Tenía demasiado miedo de hacer algo, así que me quedé dentro del apartamento. No vi a nadie”, dice. “Tenía el corazón roto. Había perdido a un amigo y me sentía responsable por el dolor que todos los que lo conocían —su familia, sus amigos— estaban sintiendo. Era responsable de su pérdida. También me preocupaba que estuviera en muchos problemas. Iba a entregarme, pero tenía miedo de ir directamente a la cárcel por diez años. Fue aterrador”.
Al final, Dominic terminó confesándole todo a la policía. “Me eché a llorar y les dije. No valía la pena mentir sobre ello”. Cinco meses después, recibió una carta de la policía en la que se le informaba que estaba siendo acusado de provisión de drogas clase A. “Sabía que no sobreviviría a la prisión, que probablemente me superaría”, dice Dominic. “No soy un tipo duro; sabía que probablemente me golpearían todos los días, me llamarían un asesino. Fue el peor escenario posible”. Por suerte para Dominic, los padres del niño que murió apelaron por el indulto y él evitó la prisión.
Este temor también puede hacer que las personas estén demasiado asustadas para llamar a la policía mientras que alguien está teniendo una sobredosis porque están preocupados de ser enviados a la cárcel. En 2015, cinco adolescentes, todos de 16 y 17 años, fueron condenados por pervertir el curso de la justicia después de dejar a su amigo moribundo en una calle porque se estaba muriendo de una sobredosis de drogas.
La persona que da las pastillas ha sido perseguida durante décadas. El tono se estableció cuando Leah Betts, la hija de un policía, murió después de tomar éxtasis en su cumpleaños número 18 en Essex en 1995. Su foto del hospital estaba en todas las portadas. La indignación pública llevó a una estampida de pandilleros del East End que declararon que serían los primeros en encontrar y castigar a la persona que se lo había vendido. Desde entonces, los amigos que han entregado drogas a sus amigos han sido tratados con el mismo desdén que los distribuidores a gran escala.
“Incluso Boy George fue citado en un artículo diciendo que era ridículo que estuviera en la cárcel por una pastilla”, dice Joanna Maplethorpe, quien habló 21 años después de ser encarcelada por darle a su amiga una píldora de éxtasis en su cumpleaños número 21, en 1997. La entonces asistente de marketing de Surrey de 22 años, Joanna, le dio la píldora a su amiga Alexandra Thomas, quien estaba muy ebria y sufrió una reacción extremadamente adversa. La llevaron al hospital y se recuperó por completo, pero Joanna siguió encarcelada durante nueve meses.
Joanna dice que se silenció en la cárcel y le fue puesta en una serie de fuertes antidepresivos. Una vez liberada, los medios de comunicación la persiguieron y le resultó difícil conseguir un trabajo. “Jodió por completo mi vida”, dice ella. “Odio mucho. Estoy tomando medicamentos. Es una cadena alrededor de mi cuello. Las personas en el trabajo me buscan en Google y me dicen cuando están enojados que saben que he estado en la cárcel por provisión de drogas clase A.”
Por supuesto, no es solo en Gran Bretaña que esto sucede. En Estados Unidos, la tierra de las contradicciones salvajes de la política de drogas, compartir drogas puede llevar a una acusación de homicidio inducido por drogas. El año pasado, el New York Times llevó a cabo una investigación de un año de duración sobre el etiquetado de los consumidores de heroína con este delito, que encontró que los fiscales de Estados Unidos están tratando cada vez más las muertes por sobredosis como homicidios, a pesar de que no tienen intención de dañar a quienes comparten las drogas.
Pero como señala la investigación, esto no solo está sucediendo dentro de la comunidad de la heroína. En 2012, Timothy LaMere fue condenado a diez años por asesinato en tercer grado después de compartir la droga psicodélica 2C-E en una fiesta en una casa en Blaine, Minnesota. Todos se enfermaron y su mejor amigo, Trevor Robinson, de 19 años, murió.
Las autoridades fueron implacables. Según una investigación realizada por el periódico local en Minnesota, LaMere fue amenazado por la Oficina del Fiscal de Estados Unidos con una posible sentencia de 20 años si no se declaraba culpable del cargo de homicidio. También reveló un aumento abrupto en Minnesota del número de personas condenadas a asesinato en tercer grado relacionado con el suministro de drogas. En los cinco años anteriores a la condena de LaMere, diez personas fueron condenadas por este delito, pero en los cinco años transcurridos desde entonces, 29 fueron condenadas. Timothy, quien tenía trastorno bipolar, fue liberado el año pasado, pero murió de un ataque al corazón en abril.
En 2015, Abhimanyu Janamanchi inhaló un polvo cannabinoide sintético muy fuerte con otros estudiantes en una fiesta en la Universidad Wesleyan en Connecticut. Su corazón se detuvo y fue salvado por un desfibrilador, pero fue arrestado, acusado de distribuir drogas, y de posesión de marihuana, y encarcelado brevemente antes de ser puesto en un programa de rehabilitación; lo que significa que fue arrestado y encarcelado por casi morir por una sobredosis de drogas.
En el Reino Unido, existe un acuerdo general entre la mayoría de las personas involucradas en estos casos —aquellos que han sido castigados por el suministro de drogas y los amigos y familiares de los que han muerto— de que el status quo no le está ayudando a nadie.
La mayoría concuerda en que es necesario que exista un delito separado de la “repartición social”, que acepta que las personas que pasan drogas a sus amigos por poco o ningún beneficio económico no deben ser tratadas de la misma manera que aquellas que se ganan la vida con la venta de drogas. No deben ser arrastrados por los tribunales con el pretexto de que se proponen a hacer daño, ni castigados como una forma de enviar un mensaje. La mejor manera de proteger a los jóvenes es con más información sobre la reducción de daños y las instalaciones de control de drogas. Algunos dicen que la despenalización y la regulación ayudarán a salvar vidas y a reducir el crimen, otros simplemente aconsejan a las personas que no se acerquen al MDMA ni lo vendan.
“Es difícil no pensar en Ashley “, dice Luke Green ahora. “Hay muchos recordatorios. Pero no quiero olvidarlo”.
El tiempo que pasó Luke en Glen Parva en 2015 fue tan malo como se lo imaginaba. Fue golpeado en las duchas, amenazado por un rufián asesino todos los días, y vio motines en la prisión y un bloque siendo incendiado. Fue tildado de un “monstruo” por el Daily Mail. Mientras que esos que estaban encarcelados por apuñalar personas fueron dejados en libertad antes, lo que le fue negado a Luke porque los oficiales de libertad condicional dijeron que hacerlo “atraería atención mediática desfavorable” y “seguramente afectaría la confianza del público”.
“Perdí mi cupo en la universidad y eso terminó mi carrera en ingeniería. Me tomó dos años sentirme cómodo en público otra vez, sin estar mirando sobre mi hombro cada rato. Yo entiendo que la corte y los medios quieran desincentivar el uso de drogas”, dice Luke, “pero uno no tendría que arrojar a las personas debajo de un bus para hacerlo”.
*Algunos nombres han sido cambiados para proteger la identidad.
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