Marcos Chávez es un abogado de más de 50 años que gana unos 35.000 dólares al mes (más de medio millón de pesos mexicanos). Vive al sureste de la Ciudad de México en un fraccionamiento resguardado por una caseta de vigilancia que atienden guardias que fueron investigados, seleccionados y contratados por los propios vecinos. Alrededor y adentro de la privada hay cámaras que apuntan a las personas que entran y salen; y además cada casa —de las 26 que integran el complejo— establece mecanismos adicionales de protección.
Si Marcos tuviera que ir un día a la casa de Carmen Munive, tendría que atravesar unos 30 kilómetros en su auto blindado de este a oeste de la ciudad. Llegaría a la colonia Xalpa de la Delegación Iztapalapa, una demarcación en la que se cometen de 75 a 82 delitos al día según cifras oficiales, convirtiéndola en una de las más peligrosas. Ahí Carmen, de 38 años, trabajadora doméstica y vendedora de dulces, quien gana 194 dólares mensuales (3.600 pesos mexicanos) le explicaría que ella defiende su casa de la delincuencia de manera muy distinta a la de él. Le diría que menos mal ya quedaron atrás los tiempos en que iban a tirar muertos en bolsas a su barrio, pero que ahora lo que reinan son los asaltos, por eso los vecinos se pusieron de acuerdo para salir con palos y silbatos a ahuyentar a los ladrones.
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Marcos y Carmen pertenecen a dos estratos socioeconómicos totalmente opuestos según su rango de ingresos, y por ello la manera en que cada uno afronta los problemas de la vida cotidiana es diametralmente distinta. Esto es consecuencia de la desigualdad.
En México, por ejemplo, si las diez personas con más dinero pudieran juntar su riqueza, sumarían exactamente el capital que posee la mitad más pobre del país, según un reciente análisis de Oxfam , una organización internacional con presencia en 90 países.
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Ahora vamos a Bolivia. Ahí vive Valentín Flores Yucra en Santa Cruz de la Sierra, quien tiene un ingreso mensual de entre 80.000 y 90.000 dólares (millón y medio de pesos mexicanos). Él fue taxista y se dedicó a hacer pan, pero de pronto empezó a pedir crédito a los bancos para comprar casas y lotes que luego revendía. Así fue que comenzó a hacer fortuna.
Hoy el señor Valentín, un hombre moreno, de cejas pobladas y bigote, con un par de anillos de oro en sus dedos, pertenece —según su nivel de ingresos— al estrato más alto de su país. Lo más valioso que tiene en su casa, dice, es su colección de autos —entre ellos, una camioneta de unos 126.000 dólares—. Si un día Valentín fuera a la casa de Humberto Sánchez quien a veces es albañil, otras plomero y en ocasiones electricista, él le diría que los más valioso que tiene en su casa del barrio Magisterio Sur, son tres cosas: una televisión, una heladera descompuesta que no ha podido reparar por falta de dinero y una garrafa de gas licuado para cocinar.
Así de desiguales son las naciones latinoamericanas en donde conviven con gran naturalidad la opulencia de unos cuantos y la pobreza de muchos.
Vayamos ahora a Ecuador. Ahí Rocío Navarro, una vendedora de manteles de 63 años, deambula por las calles de Quito casi todos los días. Mientras intenta despachar su mercancía tiene que soportar unos intensos dolores en su columna. Obvio su trabajo no le da para poder pagar un tratamiento de rehabilitación —que cuesta 5 dólares cada sesión— y la salud pública de su país no es buena. Así que sólo tiene una ‘salida’: vivir con el dolor.
Pero en ese mismo país, Antonio Goetshel, quien tuvo un fuerte accidente en motocicleta que le dejó en coma unos días, pudo ser atendido en un hospital privado por “los mejores médicos especializados”, gracias al seguro que le amparó por 17.000 dólares.
El hecho de que personas como Carmen, Humberto o Rocío no puedan tener niveles mínimos de bienestar, es producto de la profunda desigualdad económica de la región, en donde el 10 por ciento de la personas más ricas acumula el 75 por ciento de la riqueza total de América Latina, la cual es de 8 billones 607 mil millones de dólares, según datos al 2017 del Credit Suisse.
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Es difícil que alguien no haya escuchado hablar del magnate de las telecomunicaciones mexicano Carlos Slim, quien según Forbes, acumula una fortuna de 50 mil millones de dólares; o del banquero brasileño Joseph Safra, con una riqueza de 17 mil 200 millones. En Chile por ejemplo está Iris Fontbona, dueña del gigante minero Antofagasta, con una fortuna de 10 mil millones de dólares; mientras que el hombre más rico de Colombia es un banquero de 83 años llamado Luis Carlos Sarmiento, con 8 mil 900 millones.
Y así nos podríamos seguir hasta completar la lista de las 89 personas milmillonarias (billonarias en la definición anglosajona) de América Latina, cuya riqueza total suma 439 mil millones de dólares; un monto que es mayor al PIB de casi todos los países de la región, excepto por Brasil, México y Argentina.
En las antípodas tenemos a los 186 millones de pobres de la región —según el dato más reciente de CEPAL— que representan el 30,7 por ciento de la población total de Latinoamérica, que es de unos 620 millones. Ellos están destinados a permanecer en la peor parte de la estadística, debido en gran parte, a la llamada ‘lotería del nacimiento’.
“Estamos hablando de que el hecho de que nazcas rubio y en un país de Europa por ejemplo, te abre muchas más posibilidades que si naces mujer indígena en los Altos de Chiapas, y eso es muy injusto; y esa injusticia a su vez genera descomposición social, violencia, encono, resentimiento, y falta de confianza en tus instituciones, que hacen que las sociedades sean menos avanzadas; y al final todo esto es una tragedia”, dice Ricardo Fuentes-Nieva, Director de Oxfam México, en entrevista.
La clase media, por su parte, representa otro 30 por ciento de la población de América Latina de acuerdo a un informe de Banco Mundial.
El problema con la clase media, explica Fuentes-Nieva, es que aunque ha tenido un crecimiento en países como México, Brasil y Colombia, existe dentro de ella, un sector muy vulnerable, que salió de la pobreza hace apenas unos cuantos años, y ellos pueden regresar casi inmediatamente a condiciones de pobreza ante los choques económicos o políticos. En México y gran parte de la región es la gente que trabaja en sectores informales, explica Fuentes-Nieva.
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La Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU indica que todos los seres humanos tendríamos que tener derechos fundamentales basados en la igualdad, sin distinción de raza, color, sexo, idioma y religión; y entre estos derechos están el acceso a un nivel de vida adecuado que nos asegure la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la educación, la asistencia médica, la igualdad ante la ley, y en general los servicios sociales necesarios para tener una vida digna.
Sin embargo, la realidad nos dice que muchos de estos derechos están realmente determinados por la llamada ‘lotería del nacimiento’, la cual está ligada directamente al problema de la desigualdad.
“No es justo que tu color de piel, el género con el que naces, el lugar de tu nacimiento, la educación de tus padres y la lengua que hablas, determine lo que puedes hacer o no en la vida”, expone Fuentes-Nieva, representante de la ONG que hace apenas unas semanas dio a conocer que la desigualdad siguió profundizándose a nivel mundial, y actualmente el 1 por ciento más rico del planeta acaparó el 82 por ciento de la riqueza generada en 2017.
Esto tiene una repercusión en la vida de las personas, pues generalmente quienes más tienen, también tienen acceso a un mayor nivel de bienestar. “Estamos hablando de que generar equidad entre la población es un principio básico de justicia social; y muy por el contrario, lo que estamos viendo en América Latina es que hay una gran brecha entre ricos y pobres”.
Y esto a su vez, explica Fuentes-Nieva, tiene que ver con el desempeño de la clase política, cuyo interés está muy lejos de los intereses ciudadanos, y esto está generando una crisis de gobernanza en la región, ya sea de gobiernos de izquierda o derecha.
“Los desafíos en la lucha contra la pobreza y la desigualdad tienen que ver con esta crisis de gobernanza, por eso en Oxfam hablamos mucho de ‘captura política’ que significa que quienes están tomando la decisiones, las toman para un grupo muy pequeño y muy rico, y no para la mayoría”, explica Ricardo Fuentes-Nieva.
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Tenemos ejemplos de esto en comunidades rurales y en la vida urbana. Por ejemplo, vemos cómo constantemente se abren las puertas a grandes inversiones de empresas multinacionales —mineras, granjas eólicas, o de energía— en comunidades indígenas, sin tomar en cuenta que ellos quieren proteger su bienestar, su tierra y sus costumbres.
“Esta toma de decisiones debería ser pública, y los interesados deberían ser parte de esa negociación, ya que la instalación de estas empresas, muchas veces va a impactar en la pobreza y la desigualdad, ya que les van a despojar de sus tierras, de sus activos y medios de vida”.
En el terreno urbano, por ejemplo, vemos decisiones como vías elevadas para hacer más fácil la vida de la gente que tiene vehículos, en lugar de invertir en transporte público eficiente: “quien toma esta decisión está afectando a los más pobres, quienes llegan a hacer hasta dos horas de camino de su casa al trabajo, y gastan el salario mínimo que les pagan”.
Y sobre todo ello, también están las malas políticas de exenciones fiscales: “a quienes se les perdonan los impuestos, es a grandes empresas, y eso implica que habrá menos dinero recaudado para inversión en servicios públicos como educación, salud e infraestructura; y eso abona a la desigualdad. Es así como estamos en un sistema que beneficia a muy pocos, y afecta a la gran mayoría”, agrega.
En América Latina “existe un grave problema y es que los gobernantes piensan que son los dueños del país, y no los representantes de la ciudadanía, y ésta a su vez no está acostumbrada a demandar y exigir”.
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La importancia de acabar con la desigualdad debe llegar a los niveles más altos, por eso el tema fue puesto sobre la mesa durante la reunión del Foro Económico Mundial 2018, que culminó este 26 de enero en Davos, Suiza. Ahí, Alicia Bárcena Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), dijo que la región se ha caracterizado desde hace décadas, “por tener altos niveles de desigualdad que se manifiestan no sólo en las brechas de ingresos entre ricos y pobres, sino también en brechas de logros y oportunidades en el empleo, la educación y la salud”.
La máxima representante del organismo afirmó que si bien en los últimos 15 años, América Latina ha avanzado en la reducción de la distribución del ingreso, esta tendencia se ha ralentizado significativamente en los últimos años.
Entre 2002 y 2008, el promedio simple de los índices de Gini (que miden la desigualdad) de la región, se redujo a una tasa de 1,5 por ciento por año; entre 2008 y 2014, la reducción fue 0,7 por ciento anual; mientras que entre 2014 y 2016, el promedio de desigualdad se redujo en sólo 0,4 por ciento por año.
“América Latina y El Caribe requieren de manera urgente el desmantelamiento de la cultura de los privilegios que aún impera en la región y que se manifiesta, por ejemplo, en los altos niveles de evasión tributaria y corrupción existentes”, agregó Barcena.
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Porque creemos que es necesario fomentar la discusión sobre este tema, VICE News y Oxfam hemos decidido lanzar el proyecto Desiguales. Realidades Injustas, el cual busca visibilizar las consecuencias que la injusta distribución de la riqueza tiene sobre la vida cotidiana de las personas.
A través de las próximas ocho entregas, nuestros lectores conocerán los testimonios de más de 60 personas de 18 países de América Latina que nos cuentan cómo han sorteado diversas dificultades dependiendo de su ingreso económico, el cual dividimos en tres grandes rangos, a partir de los estándares del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Nuestros entrevistados, de países como México, Argentina, Venezuela, Colombia, Uruguay, Brasil, Chile, El Salvador y Honduras, entre otros, respondieron a preguntas sobre diversos temas como seguridad, justicia, alimentación, salud, trabajo y ocio.
***Con información de Caterina Morbiato, Rocío Lloret, Eva Brunner y Ricardo Grande.
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