Los cerrojos que les ‘protegían’ se convirtieron en una trampa mortal durante el sismo

Para salir de cualquier departamento del edificio 1C en la Unidad Habitacional Tlalpan, en la Ciudad de México, había que desatrancar dos cerraduras laterales y dar vueltas a un pequeño cilindro en forma de tornillo, para abrir otro cerrojo.

Insertar una llave y dar dos vueltas a la derecha para liberar el primero; insertar otra llave y dar una vuelta a la izquierda para deslizar el segundo.

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Al abrir la puerta, los vecinos se topaban con una reja protectora de hierro, y entonces el ritual volvía a empezar: Llavero. Cerrojo. Llaves.

La Unidad Habitacional Tlalpan, construida en 1957, se había vuelto una fortaleza impenetrable. Un edificio con 30 departamentos distribuidos en cinco pisos donde los vecinos fueron instalando rejas.

Sostener las llaves y girar la mano a la derecha, se volvió un movimiento que normalizaron hasta que un día —no saben cuando— dejaron de percibir que para subir y bajar por las escaleras atravesaban hasta cuatro puertas y abrían siete tipos de candados.


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Martha Reyes vivía desde hace más de 30 años en la Unidad Habitacional Tlalpan y cuenta que en los últimos cinco años se desató una crisis de inseguridad. No faltaba día en que a las abuelitas les robaran su pensión de retiro.

“Se puso muy feo, nos pusieron rutas de peseros (microbuses) aquí afuera y siento que ahí empezó a llegar la gente mala. Se volvió una cosa horrible y tuvimos que protegernos”, cuenta.
Por eso el 19 de septiembre cuando tembló, muy pocos alcanzaron a salir del 1C.

Mientras el edifico se cimbraba muchos comprendieron que no lograrían salir.

A otros el instinto de supervivencia los hizo correr aterrados, pero no consiguieron girar ni el primer cerrojo. Ese martes a las 1:14 de la tarde y tras unos segundos el edificio colapsó y nueve personas murieron.

Unidad Habitacional Tlalpan. Imagen por Hans-Maximo Musielik.

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La Calzada de Tlalpan es una larga avenida que serpentea desde el centro y acaba al sur de la Ciudad de México.

En el camino atraviesa lugares icónicos como el Centro Nacional de las Artes, el estadio Azteca y la Universidad Autónoma de México (UNAM). Casi sobre el final, se localiza la unidad habitacional que lleva el mismo nombre.

En 1957 cuando se construyó la Unidad Habitacional Tlalpan, parecía una caja de cemento impecable. Se adornaba con ladrillos color rojo y generosos ventanales cubiertos por cortinas al último grito de la moda.

Según un artículo de la Universidad Politécnica de Madrid, con la vivienda social de mediados de 1950, México pretendió demostrar que el país era ejemplo de modernidad: y uno de sus máximos exponentes era precisamente esa unidad que aparecía en las revistas de style de todo el mundo.

Martha Reyes llegó unos años después de la inauguración y aunque ya no era un lugar lujoso se vivía tranquilo. Ahí nació su hija. Ahí crecían sus nietos. Pero murieron encerrados: Jimena de seis, y Julián de once años.

Los niños vivían en el segundo piso del 1C y una hora antes de que se desplomara su hija se marchó a trabajar, así que cerró las puertas.

Imagen por Hans-Maximo Musielik.

Ignacio ‘Nachito’ Lora, como lo conocen en la unidad recuerda cada detalle de ese día. Poco antes de las ocho de la mañana llamó a su exesposa y le preguntó si quería que pasara por los niños para llevarlos a la escuela. Ella dijo que no, que estaban por salir.

Unos meses atrás se habían separado: Jimena era su hija biológica, Julián del primer matrimonio de su exmujer, pero lo había adoptado desde pequeño. La nueva dinámica era que uno los llevaba y el otro los recogía en la primaria Francisco Kino, localizada a unos cinco minutos del multifamiliar.

Cuando tembló, ‘Nachito’ escuchó en la radio que el sismo había derrumbado el edificio donde sus hijos vivían. Trató de comunicarse pero no lo logró, así que corrió desde el centro de la ciudad donde estaba trabajando.

“Llegué y lo vi colapsado; te mentiría si te dijera que grité o lloré. Vi a su madre llorando. Le dije que iría por los niños a la escuela, que se podían quedar conmigo y me dijo que no, que estaban bajo los escombros, que los dejó dormir y por eso no los llevó a la escuela”.


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Dice que los niños estaban encerrados pero que incluso si la puerta hubiera estado abierta, la reja del pasillo tenía un defecto, y para ellos hubiera sido imposible salir.

“Eran chiquitos no iban a salir rápido. Hay gente que quedó en las escaleras porque no pudieron abrir las puertas. Mis niños hubieran quedado ahí”.

‘Nacho’ removió junto con rescatistas pedazos de cemento con la esperanza de sacar a sus niños vivos. Nunca escuchó pero dice que los vecinos juraban que sus hijos gritaban “aquí estoy mami”. Tal vez no fue así, pero imaginar su voz lo impulsó hasta que sus manos se llenaron de llagas.

A las 10 de la mañana del 20 septiembre y tras 21 horas sepultados bajo las ruinas de lo que fue el edificio 1C, encontraron a los hermanitos en lo que creen era su habitación. La escena fue desgarradora: dice ‘Nachito’ que murieron abrazados.

“Me acuerdo de todo, cada momento es sagrado, disfrutaba yo mucho los momentos. Mi niña era bien linda, besito, te amo. Se que está bien con Dios, me despedí le pedí disculpas por los errores y le dije ‘te dejo ir, me voy a portar bien para poder llegar contigo al cielo’. Siempre la voy a amar”.

Imagen cortesia Ignacio Lora.

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La decisión de los capitalinos de atrancar sus puertas no es fortuita: Según la organización Semáforo Delictivo—que mide la incidencia delictiva en el país— de enero a agosto de este año en la ciudad de México se cometieron 4.221 robos a casa habitación. Aunque pequeño, se registró un incremento del 5 por ciento con respecto al mismo periodo del año anterior.

Sin embargo el delito que creció exponencialmente fue el robo a negocios, 19 por ciento: en los primeros ocho meses de este año se cometieron 11.735, en comparación con los 9.830 que se denunciaron en el mismo lapso del año pasado.

Testimonios recabados por VICE News, un día después del temblor, dan cuenta que en algunos de los edificios que colapsaron, las puertas se encontraban atrancadas lo que dificultó que un mayor número de personas pudiera salir.

En el edificio colapsado entre Torreón y Viaducto en la colonia Narvarte la puerta principal tenía varios candados porque recientemente habían sido asaltados. “Ni la gente del primer piso pudo salir, ni la hija del conserje, una muchachita muy jovencita que estaba en el primer piso, pero (el edificio) se cayó tan rápido que no alcanzaron a abrir las puertas”, cuenta la señora Elena quien vivía en el primer piso de un edificio vecino.

Ella dice que uno de los sobrevivientes fue un hombre que rompió el vidrio cuando se dio cuenta que no alcanzaría a abrir todas las puertas del edificio.

En una fábrica de ropa localizada en la colonia obrera, las costureras que ahí laboraban tenían que poner su huella digital para entrar y salir del edificio. Según testimonios de sobrevivientes eso dificultó la salida cuando empezó a temblar.

En otro edificio de la delegación Iztapalapa, al sur de la ciudad, dos personas perdieron la vida. Según la Marina dos rejas instaladas para brindar seguridad a las familias se convirtieron en los obstáculos que impidieron la salida.

“Lo que nos dijeron los de la Marina es que ellos quisieron bajar y en el sitio de las escaleras había una reja con llave y a los dos metros otra reja también con llave y ellos se quedaron ahí entre ese espacio, de la entrada hacia la calle, les faltó un metro para salir”, cuenta Jandir Villanueva.

El joven médico perdió a sus padres y a su hermana de 17 años cuando su edificó colapsó en la colonia Lomas de la Estrella.

Imagen por Hans-Maximo Musielik.

Daniela Nava vivía en el edificio 2B y Felipe en el 3A en la Unidad Habitacional Tlalpan. Ambos inmuebles que forman parte del complejo se mantienen de pie, pero en riesgo de colapso. Los jóvenes ahora esperan que en cualquier momento caigan.

Están en un campamento improvisado en una cancha de futbol, a un costado del multifamiliar. Están sentados en una de las casas de campaña que la comunidad les donó para que tengan donde pasar la noche. Siempre alertas, por si colapsa el edificio que está frente a ellos.


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Daniela cuenta que el día del temblor la reja de protección que su familia instaló para evitar robos evitó que pudiera salir corriendo. Llavero. Cerrojo. Llaves. Se atora. Movió desesperada la llave de un lado a otro, pero cuando vio que la tarea sería imposible se quedó en la puerta de la casa esperando que no colapsara su edificio.

“Yo no pude salir y si el edificio no hubiera soportado yo estaría muerta”, dice mientras mira su casa, a la que no ha podido entrar por sus cosas.

Fernando, su vecino en el campamento improvisado, dice que con los años se fueron encerrando, y el día del temblor tampoco alcanzó a salir corriendo. “Yo estoy aquí porque el edificio aguantó”, dice sonriente.

Y si bien las autoridades reconocen que la inseguridad evitó la salida rápida de personas durante el temblor, argumentan que revisar los inmuebles particulares no es atribución del gobierno de la Ciudad de México.

Imagen por Hans-Maximo Musielik.

Por ejemplo en la delegación Cuauhtémoc —en la zona centro de la ciudad— Cinthia Murillo que es directora de Protección Civil, asegura que era responsabilidad de los dueños y los inmuebles revisar que existieran salidas de emergencia.

En la delegación Coyoacán, al sur de la ciudad, donde se cayó la Unidad Habitacional Tlalpan, Omar Patiño, director de Comunicación Social, dijo que eran los inquilinos los responsables de la seguridad de sus inmuebles.

Sin embargo aunque estrictamente a los vecinos corresponden esas decisiones, Armando Aguilar Hirata, de la Comisión de Seguridad, Higiene y Protección Civil de la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX), comenta que desafortunadamente existe un problema de seguridad rampante, y que sí es problema de las autoridades.

“No podemos pedirle a la gente que no se proteja contra un riesgo prácticamente diario (como los robos), en contra del riesgo de un sismo. Por supuesto que es mala idea ponerle candados y rejas a las casas porque nos hará más difícil salir, pero la gente tiene que protegerse”, dice.

El temblor ya pasó: Martha, Fernando, Daniela, ‘Nachito’ miran desde el campamento para damnificados lo que fue su hogar. Nachito mira el que colapsó, al que sus muros se le fueron agrietando silenciosamente y se llevó a sus niños.

Medio come, medio duerme, porque desde el día que tembló monta guardias para resguardar lo poco que quedó, entre escombros.

Imagen por Hans-Maximo Musielik.

Martha, Fernando y Daniela miran al que sigue de pie, al que aún no pueden regresar, y mientras tanto todos se preguntan “¿podrán entrar a robar a la casa?”.

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