El periodista español Alberto Arce ha trabajado como reportero extranjero en diez países, desde Libia hasta México, pero Honduras fue la nación más sangrienta donde estuvo afuera de una zona de guerra.
En 2017, hubo un promedio de 338 homicidios por mes y entre 2012 y 2015 —cuando la cantidad fue mayor— el trabajo de Arce era llegar a las escenas del crimen y extraer información de los renuentes policías y testigos aterrorizados, un género conocido como “nota roja” (por la cantidad de sangre).
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En su nuevo libro, Blood Barrios: Dispatches from the World’s Deadliest Streets, Arce lleva al lector a través de algunos crímenes que ha investigado en la capital hondureña, Tegucigalpa, bajo el compás de la brutalidad policíaca, asesinatos, saturación de cárceles, delincuencia juvenil, tráfico de cocaína y extorsión. Cuando inhales las historias de su libro, toma en cuenta cómo esta búsqueda por la verdad inquietó a la policía y políticos corruptos. Cuando te enteras de que Honduras tiene la tasa más alta de periodistas asesinados per capita (31 fueron asesinados entre 2010 y 2013, según Journalists Without Borders), inevitablemente te preguntas por qué Arce fue ahí en primer lugar y cómo logró salir con vida.
Hablamos con el reportero que se convirtió en profesor sobre la epidemia de violencia en Honduras y por qué está directamente relacionado con el resto de personas en el mundo.
VICE: Hola, Alberto. Entonces, aceptaste trabajar como reportero para Associated Press en Tegucigalpa, Honduras en 2012. ¿Por qué aceptaste y conocías los riesgos que implicaba ese trabajo?
Alberto Arce: No había razón además de ser el único trabajo que pude conseguir en ese momento. Vivía en Guatemala con mi esposa e hijo, no podía mantenerlos con lo que ganaba. No estaba al tanto de la situación en Tegucigalpa. Cuando investigué un poco y me di cuenta de que era un sitio tan atormentado para ir con la familia, tuve la sensación de que sería una tarea sumamente difícil, pero el punto es que si eres un trabajador y necesitas empleo, tomas lo que puedes. Así que llevé a mi familia conmigo. No hay manera de asegurar el bienestar de nadie en Tegucigalpa, sólo puedes buscar a otras personas como tú y vives en un sitio donde te sientas seguro, lo cual no significa que lo estés. Me quedé tres años, hasta que la compañía decidió que mi familia era un blanco fácil y no valía la pena correr riesgos.
“Le dije a los policías: ‘¿Por qué está llorando este hombre? Y los policías me dijeron: ‘Está llorando, porque sabe que por lo regular los matamos, y no lo mataremos porque estás aquí’”.
Para quienes no conozcan el tema, ¿podrías explicar el término “nota roja”?
Si eres un corresponsal extranjero en Tegucigalpa o San Pedro Sula y quieres saber qué está pasando, tienes que estar en las calles y seguir el crimen, y con esto me refiero a subirte a las patrullas o viajar detrás de las ambulancias que acuden a las escenas del crimen. Ahí está el inicio de una historia y haciendo algunas preguntas puedes subir algunos peldaños para descubrir varias mentiras y explicar qué está sucediendo en el país.
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¿Cuándo fue la primera vez que te diste cuenta de la gravedad de la situación en la que te habías metido?
Una noche a la 1 AM estaba patrullando y presencié el arresto de un miembro de la MS13, estaba de rodillas, esposado y estaba llorando. Me sorprendió mucho, así que les pregunté a los policías: “¿Por qué está llorando este hombre? Y los policías me dijeron: “Está llorando, porque sabe que por lo regular los matamos, y no lo mataremos porque estás aquí”. Tenía dos semanas en el país y la policía me dijo abiertamente que matan criminales. En ese momento me di cuenta de dónde estaba, pero tardé un año y medio escribir una historia propiamente sobre la brutalidad policíaca.
¿Cuál fue la historia?
Un día abrí el periódico y vi la imagen de un pandillero torturado por la policía, así que al día siguiente comencé a buscar a ese hombre. Asumí que estaba vivo, porque lo habían arrestado, pero luego me enteré que había desaparecido. Me di cuenta de que la policía tomaba fotos de estas sesiones, las compartían con fotógrafos locales y un periodista de un gran periódico local había publicado la fotografía por error. Fui a hablar con él y dijo que lo habían amenazado para no hablar al respecto. Había una relación perversa entre los reporteros locales y la policía, en la que comparten información y utilizan a los pandilleros como trofeos. Están enfermos: los policías, los reporteros, los camarógrafos; todos participan en el juego de compartir fotos de cadáveres.
¿Por qué lo hacen?
Digamos que existe una creencia social general de que los pandilleros deben ser exterminados y la mayoría de la gente está de acuerdo: los policías que lo hacen, los políticos que lo condonan y la sociedad en general. Y dentro de la sociedad hay periodistas que deciden no hacer preguntas, porque están comprados por políticos o policías, pero también sólo porque están de acuerdo con la política de limpieza social. A nadie le interesa detenerla.
Hablas de cómo el periodismo corrupto está presente y lo peligroso que puede ser. ¿Hubo ocasiones en que fuiste amenazado o alguien intentó sobornarte?
Nadie intentó sobornarme, de hecho. No sé por qué. Y tampoco recibí amenazas directas. Pero muchas personas a tu alrededor repiten una y otra vez, “Si sigues haciendo esto, te vas a meter en problemas”. Lo escuchas tantas veces que duele. Algunas personas te lo dicen porque te quieren y se preocupan, y otros te lo dicen para asustarte. Después de dos o tres años ahí, hay muchas personas que ni siquiera quieren dirigirte la palabra. Te sientes aislado. Pero en términos de peligro, el hecho es que existe una realidad incómoda en las calles, asesinan a muchas personas sólo porque alguien quiere robarles dinero, su teléfono o la mochila. Cualquier cosa puede sucederle a cualquiera por una razón estúpida.
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Al trabajar con informantes, ¿te preocupaba que alguien más se metiera en problemas?
Hice una entrevista extensa con el abogado de un movimiento de campesinos que fue asesinado dos días después de haber hablado conmigo, pero no creo que haya tenido nada que ver conmigo. Estoy seguro. Pero te acostumbras a una situación en donde asesinan a las personas que hablan contigo, tienes que vivir con eso. Uno de los problemas en Honduras es que, debido a la impunidad, nadie sabe por qué matan a las personas.
Junto con El Salvador, la tasa de homicidios en Honduras es la más alta del mundo. ¿A quién están matando?
Cuando hay una tasa de homicidios como en Honduras, con 7,000 personas asesinadas cada año, no puedes asumir que todas son criminales, algunas son peatones, gente en la calle. Pero si eres un criminal, no significa que merezcas ser asesinado. No hay forma que desde Estados Unidos, Inglaterra o España podamos juzgar las decisiones que tomaron los adolescentes que viven en una pobreza abyecta, sin opciones en la vida, cuando se unen al crimen organizado. Si por transportar un bloque de cocaína por 10 km ganas la misma cantidad de dinero que en un año de trabajo en turnos de 14 horas, lo vas a hacer. Esa es la naturaleza del capitalismo, reunir la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo y con el menor esfuerzo posibles.
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En el libro dices que cada línea de cocaína en el hemisferio norte es una muerte en Honduras, ¿puedes explicar esa idea un poco más?
Quiero dejar muy en claro que no soy un moralista y no juzgo a ningún consumidor —yo mismo consumo—, pero nuestro consumo tiene consecuencias. Honduras se encuentra geográficamente entre Colombia y Venezuela, mientras que Estados Unidos está al norte, así que es un lugar lógico para el tráfico de drogas. La coca llega por barco o avión a la costa Mosquito —las costas caribeñas de Honduras— e inicia la ruta terrestre a través de México hasta Estados Unidos. Los grupos narcotraficantes se pelean por el control de las rutas, pero también compran, venden, controlan y sobornan a los policías, soldados, ministerios, funcionarios y presidentes para proteger sus ganancias. Dejan estos territorios como estados fallidos donde todos tratan de sacar provecho extorsionando, robando y secuestrando. De manera que existe una relación directa entre el consumo de cocaína en una ciudad estadounidense y la violencia que hay en Honduras. Pero es la misma conexión que hay entre comprar ropa barata en Zara o H&M y los trabajadores en terribles condiciones. Necesitamos estar conscientes de la situación.
Con un sistema lleno de corrupción, crecientes redes de crimen organizado y esta tasa de asesinato, ¿puedes percibir alguna mejora?
Por naturaleza soy una persona muy pesimista, así que no veo que las cosas vayan a mejorar. Lo que sucede ahora mismo es que Honduras está transformándose en un régimen autoritario controlado por el ejército y los políticos. Es una democracia formal, pero se está acercando a una verdadera dictadura. Es una transformación que está ocurriendo poco a poco. Sólo está empeorando en términos de corrupción, control militar y ese partido nacional junto con el ejército y Estados Unidos. El número oficial de muertos ha disminuido, pero yo no lo creo. Lo que necesitamos es un Estado de Derecho, de otra forma nos estamos acercando a una situación anómica.
Dices que el moto “trabajamos para que el mundo sepa” es mentira entre periodistas; ¿en verdad lo crees?
No voy a compararme con los periodistas locales, pero puedes decidir quién eres en la vida. No me parece que haga mucha diferencia, pero estoy aquí para ser testigo. Cuando leas mi libro sobre Honduras y si estás en Estados Unidos, quiero que te des cuenta de que la persona indocumentada que está trabajando en un restaurante es un ciudadano con los mismos derechos que tú; dejaron Honduras porque no pueden vivir ahí y, a menudo, cuando los políticos dicen que quieren mandarlos de regreso a sus países, los están mandando a la muerte. Para mí, eso es fascismo.