Este texto hace parte de ¿Hay futuro?, nuestra séptima edición. Desde el 17 de marzo hasta el 26 de marzo estaremos publicando contenidos de este especial. Encuéntralos dando clic aquí.
Si ponemos “futuro” en alguna herramienta de búsqueda en Internet y vamos a los resultados en imágenes, casi indefectiblemente encontraremos montajes, ilustraciones y fotos que hacen alusión a objetos de alta tecnología. Encontraremos ciudades llenas de rascacielos blancos y plateados; fachadas con cortes poligonales, grandes puentes, túneles e intercambios viales trenzándose con los edificios, y rastros de luz que dejan vehículos que —suponemos— están pasando a toda velocidad.
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Encontraremos también personas con vestuarios que están a medio camino entre piyama y armadura, rodeadas de pantallas y de imágenes holográficas. Veremos imágenes de personas con cascos de realidad virtual, carros con diseños aerodinámicos, ilustraciones de cerebros que no están llenos de células y sangre sino de microchips y luces azules, y manos robóticas interactuando con manos humanas.
En síntesis, lo que más fácilmente encontramos en Internet cuando buscamos “futuro” es aquello que nos hemos acostumbrado a pensar que es deseable para el futuro: más tecnología, más velocidad, ciudades más grandes, edificios más altos, espacios más aislados de la naturaleza silvestre, más máquinas parecidas a los humanos, menos seres vivos de otras especies que nos recuerden nuestra propia animalidad, menos manifestaciones de la naturaleza que nos recuerden nuestros propios límites y nuestra necesidad de comer, hacer caca, descansar y dormir. Tal vez, en el fondo, lo que deseamos es que el futuro nos permita tener menos recordatorios de que somos primates con ropa y tarde o temprano nos vamos a morir.
Paradójicamente, la obsesión de esta civilización por construir un futuro en el que la alta tecnología nos ayude a superar las “limitaciones” de ser humanos nos está llevando a un estado de extralimitación planetaria que no solo está haciendo inviable ese futuro sino cualquier otro, tanto para nuestra especie como para todos los otros seres vivos que, junto a nosotros, conforman la Tierra.
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Si pensamos en las personas que están “construyendo el futuro”, es muy posible que nos vengan a la mente programadores trabajando en alguna gran empresa de tecnología en Silicon Valley; o personas que están desarrollando proyectos de “innovación” (esa palabreja que aprendimos a ver como siempre positiva y siempre deseable), creando nuevas aplicaciones que prometen facilitarnos la vida; o estudiantes que se ganaron premios por crear un prototipo para un vehículo que podría explorar Marte.
Cuando pensamos en la construcción del futuro no solemos considerar nuestras acciones cotidianas que, combinadas y multiplicadas por millones, están ya desde hace tiempo dándole forma a los futuros posibles (o imposibles). Tampoco solemos considerar la participación de las personas que cultivan alimentos; que cuidan a niños, ancianos o personas enfermas; o que recogen nuestra basura. Menos la de los humanos que no viven en las grandes ciudades, o de los seres de otras especies, o de los bosques y los ríos. Tal vez pensamos que, gracias a la tecnología, en el futuro nada de eso será necesario. Parece que esta civilización nos ha convencido de que somos independientes del planeta que generó y sostiene nuestra vida, y por lo tanto, para construir el futuro, podemos prescindir de todo lo que hace posible que exista y se sostenga la vida en el presente.
Necesitamos romper esa burbuja. No es la tecnología lo que hace posible la vida en el planeta, no es la tecnología la que hará posible el futuro, y ningún futuro es viable si pretende construirse solo con tecnología. Es necesario recordar que somos seres completamente dependientes de ecosistemas complejos que generan y renuevan el aire, el agua y los alimentos que necesitamos para sobrevivir, y que nuestra vida es viable gracias a un dinámico balance entre las vidas de millones de otros seres. Es necesario recordar que formamos parte de un planeta finito, con recursos limitados. Que hasta la más avanzada de las tecnologías actuales depende de esos recursos limitados, con lo cual, inevitablemente, incluso la tecnología más avanzada tiene sus propios límites.
Es necesario recordar que somos seres completamente dependientes de ecosistemas complejos que generan y renuevan el aire, el agua y los alimentos que necesitamos para sobrevivir, y que nuestra vida es viable gracias a un dinámico balance entre las vidas de millones de otros seres.
Como van las cosas —y en buena medida ayudados por la alta tecnología— vamos a toda velocidad hacia un planeta inhabitable, hacia el más imposible de los futuros imposibles. Así que necesitamos empezar a imaginar futuros diferentes, futuros viables, futuros que reconozcan todo lo que no aparece en esas imágenes que mencioné al principio, futuros que se construyan desde la perspectiva de quienes cultivan alimentos, quienes cuidan a otros humanos, quienes cuidan a otros animales, quienes lidian con nuestra basura, quienes saben convivir con los ecosistemas que les sostienen, futuros que se construyan considerando la vida, el bienestar y la dignidad de todas las personas, de otras especies, de los bosques y de los ríos.
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Si ponemos “futuro” en alguna herramienta de búsqueda en Internet y vamos a los resultados en imágenes, no vamos a encontrar nada que ilustre lo que realmente es necesario para tener un futuro viable como especie, porque lo que realmente necesitamos no se parece en nada a ese futuro high-tech que hemos aprendido a imaginar.
Lo que realmente necesitamos se parece más al pasado que a ese futuro: necesitamos más ecosistemas sanos, y para eso necesitamos menos ciudades desbordadas, menos carros, menos obsesión con la alta tecnología. Necesitamos más conexiones significativas con otros seres humanos y con nuestras comunidades, y para eso necesitamos menos atención perdida en likes. Necesitamos alimentos más cuidadosos con nuestra salud y con la salud del planeta, y para eso necesitamos menos monocultivos, menos fábricas de comestibles ultraprocesados y menos empaques brillantes (que rápidamente se convertirán en basura). Necesitamos contacto más directo con la naturaleza, y para eso necesitamos menos tiempo frente a las pantallas.
Hablar en profundidad de quienes están construyendo esos futuros viables requeriría ir mucho más allá de las posibilidades de este texto, pero quiero compartir tres ejemplos que espero que sirvan para empezar a imaginar futuros posibles diferentes, para despertar la curiosidad y motivar la búsqueda:
1. Reserva El Globo (Colombia)
Esta reserva natural en Támesis, Antioquia, es la iniciativa familiar de un grupo de jóvenes que quiere resignificar la finca del abuelo, que antes estuvo dedicada a la ganadería. En El Globo llevan a cabo procesos de restauración activa, regeneración natural y conservación, y además integran procesos de investigación y divulgación científica y educación ambiental.
Puede que, a primera vista, proteger y regenerar 360 hectáreas de bosque no parezca un proyecto enfocado en la construcción del futuro, porque no hay robots, carros voladores o “innovadoras” aplicaciones móviles de por medio. Pero si consideramos que la masa de cosas creadas por los humanos ya supera la biomasa (es decir: pesan más todos nuestros edificios y nuestros objetos que todos los seres vivos de la Tierra), y que cuanta menos biodiversidad existe más inviable se vuelve la vida humana, no podemos sino reconocer que pocas cosas pintan una imagen más sensata del futuro que una reserva que le permita a la naturaleza hacer lo que mejor sabe hacer: generar y sostener vida (incluyendo la nuestra).
Támesis, además, está en una zona que hace que se les chorreen las babas a los inversores de proyectos de megaminería: esos que arrasan bosques, desplazan comunidades rurales y despedazan montañas para sacar cobre, plata y otros metales y tierras raras que luego se convierten en los cables y microchips que hacen posibles los aparatos de alta tecnología que, desde las ciudades, soñamos que van a poder sostener nuestra vida en el futuro. Así que este proyecto no solo está construyendo futuros posibles, sino que está haciéndole resistencia directa a esa corriente principal que, si no desviamos, seguirá llevándonos a toda velocidad hacia un futuro inviable.
2. Expedición Tribugá (Colombia)
El golfo de Tribugá, en la costa del Pacífico colombiano, forma parte de uno de los 25 hotspots de biodiversidad más importantes del mundo. Un hotspot es un lugar en el que hay una altísima concentración de biodiversidad, lo cual lo convierte en uno de los pocos lugares que hasta ahora siguen siendo fuente de resiliencia para la biósfera. Como dice el ecologista Jorge Riechmann: la biodiversidad es el seguro de vida de la vida.
Pero Tribugá no es solamente un hotspot. También es una zona a la que desde hace décadas le echaron el ojo unas personas que creen que el futuro no depende de la vida, sino del comercio y del crecimiento económico, y por eso quieren hacer un megapuerto cuya construcción y posterior tráfico acabarían con los manglares, la selva, los estuarios, los arrecifes de coral y las playas; harían inviable la vida de las tortugas, los tiburones martillo, las aves, los peces y las ballenas jorobadas…, y así, inevitablemente —e inadvertidamente, porque todo parece indicar que estas personas no tienen ni idea de qué es lo que realmente nos sostiene— imposibilitarían la vida no solo de las comunidades que viven en esa zona, sino de toda la humanidad.
Por ahora el proyecto de ese megapuerto está en pausa, en buena medida gracias a la presión que se ha generado desde la ciudadanía y desde diversos colectivos de personas que entienden que el futuro no se construye con más comercio internacional, sino con ecosistemas más sanos, que sean capaces de sostenernos. Uno de esos colectivos es Expedición Tribugá, que a través del desarrollo de procesos de comunicación y divulgación quiere ayudarnos a entender la importancia de ese territorio que tan poca gente conoce y que es esencial para el futuro de la vida en el planeta.
La parte más conocida del trabajo de Expedición Tribugá es el documental que lanzaron el año pasado y que lleva ese mismo nombre, pero su trabajo no para ahí: el documental es un abrebocas para seguir trabajando en el territorio y seguir desarrollando otros proyectos de sensibilización y divulgación que muestren la riqueza biológica, social y cultural que caracteriza al golfo de Tribugá, y que supera por mucho a la “riqueza” que se quiere generar con la construcción del puerto (y que, no nos digamos mentiras, quedaría concentrada en los bolsillos de unos pocos, dejándonos a todos un planeta irremediablemente empobrecido).
3. Bocado (Latinoamérica)
Mientras muchas personas imaginan que el futuro de la alimentación consiste en cápsulas y comida para astronautas, hay muchas otras personas que entienden que la alimentación no es solamente el proceso de “darle combustible al cuerpo” (como si de una máquina se tratara) sino un proceso de conexión profunda con nuestra salud, nuestro disfrute y nuestro bienestar, de conexión con otros seres humanos y de interacción con otros seres vivos y con los ecosistemas de los que forman (y formamos) parte.
Bocado es, según la descripción que comparten en su página web, una “red regional de periodismo organizada en defensa de nuestros sistemas alimentarios (y futuros posibles) en peligro”. Para quienes no vean la conexión entre los futuros posibles y los sistemas alimentarios, vale la pena señalar que, de acuerdo al más reciente Informe Planeta Vivo de WWF, ha habido una disminución promedio global del 68% de las poblaciones de animales vertebrados entre 1970 y 2016. El panorama en Latinoamérica es mucho peor, con una disminución promedio del 94%. El informe nos lo dice de manera clara y directa: “la pérdida y degradación del hábitat, impulsada por la forma en que producimos alimentos, es la principal causa de la disminución de las poblaciones de especies animales y vegetales”.
Si la biodiversidad es el seguro de vida de la vida, y nuestros sistemas alimentarios son una de las principales causas de pérdida de biodiversidad, entonces es necesario y urgente observar, cuestionar y transformar nuestros sistemas alimentarios. Eso es inviable sin la participación comprometida y masiva de las personas “de a pie”, y Bocado lo tiene claro: por eso su manera de construir futuros posibles es ayudarnos a entender cómo lo que comemos está haciendo inviable el futuro, para ayudarnos a hacer transformaciones profundas… que no sabemos si llegarán a tiempo, pero, como dice la antropóloga y activista ecofeminista Yayo Herrero, ante la falta de certezas no nos queda otra que intentarlo.
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Tal vez quienes están trabajando en la construcción de futuros viables —y quienes le hacen necesaria resistencia a la promesa del futuro high-tech que está haciéndonos inviables como especie— no aparecen cuando usamos Internet para buscar “futuro”, pero eso no significa que no existan o que no sean pocas personas. Internet no es el mundo (no caigamos en esa otra trampa high-tech), y la mayoría de los procesos de construcción de futuros viables están sucediendo sin SEO, sin hashtags, sin apps, sin Wi-Fi. Estos son apenas tres ejemplos, pero hay millones de personas, iniciativas y proyectos que ya entendieron que el futuro no se construye pensando en robots, en gadgets, en vías de alta velocidad o en megapuertos, sino en todo lo que ha hecho posible la vida en el pasado y que, incluso en este planeta tan herido, la sigue sosteniendo en el presente.
Hay pasos hacia atrás que son absolutamente necesarios: por ejemplo, cuando estamos en el borde de un abismo. En momentos como este —al borde del abismo de la crisis ecológica, la crisis climática y la extinción masiva— la mejor manera de asegurar que podemos seguir avanzando es bajar la velocidad y retroceder lo que sea necesario retroceder para poder identificar otros caminos.
Desde la perspectiva de esas imágenes de futuro high-tech, pensar en futuros más sencillos puede parecer un paso hacia atrás. A quienes tengan esa inquietud les invito a considerar dos cosas. Por un lado, como dice el botánico Jean Marie Pelt: “Las regresiones, los pasos atrás, son de hecho más simulados que reales. Un viejo que retorne a su infancia jamás volverá a ser un niño. La vida ignora los pasos hacia atrás, incluso cuando se las ingenia para simularlos”.
Por otro lado, hay pasos hacia atrás que son absolutamente necesarios: por ejemplo, cuando estamos en el borde de un abismo. En momentos como este —al borde del abismo de la crisis ecológica, la crisis climática y la extinción masiva— la mejor manera de asegurar que podemos seguir avanzando es bajar la velocidad y retroceder lo que sea necesario retroceder para poder identificar otros caminos.
Mariana es Presidenta del Club de Fans del Planeta Tierra. Puedes seguirla en su cuenta de Instagram (@marianamatija) y leerla en VICE.