El nombre de la novia era Emily Byers. ¿El novio? Dios.
Por extraño que suene, Byers ―que entonces tenía 25 años― caminó hacia el altar a pesar de que su futuro marido no se veía por ninguna parte. Cinco años más tarde, Byers todavía no ha consumado su matrimonio. Se ha comprometido a permanecer virgen… para toda la vida.
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Byers se unió a lo que oficialmente se conoce como “vírgenes consagradas”, unas 3.000 mujeres católicas de 42 países que han jurado públicamente a Dios permanecer vírgenes de por vida. Se calcula que en España hay alrededor de 200 vírgenes de este tipo. No son monjas exactamente, pero la decisión se toma tan en serio como si eligieran entrar en un convento.
En una era en la que tener sexo (y satisfacción sexual) es tan fácil como quedar con alguien por Tinder, rechazarlo parece una elección extrema e incluso inviable. Por no mencionar que el celibato no tiene una imagen demasiado sexy que digamos. No es de extrañar que los amigos y familiares de Byers se sintieran inicialmente confusos por su decisión, cuando se la comunicó por primera vez.
En el momento de su ceremonia, Byers era la virgen consagrada más joven de EE. UU. Pero, ¿por qué hay tantas mujeres que se sienten atraídas por este estilo de vida?
“La idea de dedicar mi virginidad a Dios me asaltó por primera vez a los 17 años, cuando un amigo del instituto descubrió su vocación de convertirse en sacerdote católico”, explica Byers. “Fue su ejemplo de generosidad ―de estar dispuesto a entregar su vida entera a Dios―la que despertó ese deseo en mí. Sabía que la virginidad consagrada coincidía con los deseos más profundos de mi corazón: pertenecer totalmente a Jesús y servir a la iglesia”.
Janis Clarke, de 56 años de edad, experimentó una revelación similar. Clarke se consagró a los 33 años, después de haber hecho “promesas privadas” de celibato a los 25. Esta cantante de ópera residente en Washington DC afirma que se enamoró de Jesús “cuando un sacerdote me animó a escribirle cartas cuando tenía 13 años y dejar que él ‘me respondiera’. Esto desembocó en una relación íntima y personal con Dios. Sentía cómo me invitaba a mantener una relación matrimonial con él, a entregarme enteramente a él del mismo modo que él se había entregado enteramente a mí en la cruz”.
En la superficie, las vírgenes consagradas se parecen mucho a las monjas. Algunos católicos se hallan divididos con respecto a por qué las vírgenes consagradas no se limitan a convertirse en monjas y punto. Pero aparte de que ambas dedican su vida a Dios, no tienen muchas más similitudes.
A diferencia de las monjas, que pueden jurar sus votos incluso aunque hayan estado casadas antes, muy pocas mujeres son candidatas a convertirse en esposas de Dios. Uno de los motivos es que las potenciales vírgenes consagradas no pueden haber mantenido relaciones sexuales, aunque esa no es la única distinción. A diferencia de quienes entran en un convento, estas mujeres viven su llamada de forma individual y fuera de los muros de la iglesia, yendo a trabajar, pagando su alquiler y cogiendo el transporte público como cualquiera de nosotros.
Desde los primeros días de la iglesia, el celibato ―al menos para las mujeres― se ha mantenido en muy alta estima. Es lo que el periodista del National Catholic Reporter Thomas C. Fox, escribiendo en Sexuality and Catholicism (Sexualidad y catolicismo), denomina “un estado superior de existencia”. Desde Santa Hilda hasta Catalina de Siena, la mayoría de santas católicas han sido vírgenes, siendo María el ejemplo más importante de todos. De hecho, puede decirse que la poderosa posición que ocupa actualmente en la iglesia tiene sus raíces en su calidad de pura.
En ese sentido, la vida consagrada podría verse como un modo de que las mujeres eleven su poder dentro de unas fronteras religiosamente aceptables. La Dra. Sarah Salih, profesora titular en el King’s College de Londres cuya obra abarca toda la historia de la virginidad y la sexualidad, parece pensar así. “Yo diría que imitan a la virgen, que intentan ser como ella. Sin duda la Virgen María es un modelo muy importante a seguir”.
“El catolicismo cuenta con una larga historia de empoderamiento de las mujeres mediante la virginidad”, añade Salih, que también es autora del libro Versions of Virginity in Late Medieval England (Versiones de la virginidad en la Inglaterra de la Baja Edad Media).
Pero, ¿podrían estar estas mujeres tomando posesión de sus cuerpos en una cultura que de forma rutinaria retrata la pérdida de la virginidad como uno de los momentos más significativos de nuestra carrera sexual? Ese podría ser el caso de Byers. “La virginidad no es una posesión que deba ‘perderse’”, me explica. “Hablar de ello como algo que puede ‘perderse’ es desempoderador, especialmente para las mujeres. Dado que la virginidad es un regalo que no puede ‘recuperarse’ una vez entregado, posee una cualidad inherentemente sagrada”.
Las vírgenes consagradas con las que hablé son tajantes al afirmar que el celibato de por vida puede resultar igual de satisfactorio, si no más, que el sexo.
Anne Duell, de 44 años de edad, se consagró en 2015. Esta enfermera residente en Birmingham pasó 31 años sintiendo que Dios la estaba ‘llamando’ para que se entregara a él. “No me hace ser menos mujer”, dice.
“Si todo lo que define a una persona es su actividad sexual, entonces la virginidad consagrada supondría una vida de privación”, añade Byers. “Pero la vida no se reduce al sexo. De modo que mi vida no tiene ninguna carencia en absoluto”.
Aunque Byers admite que el celibato “no es fácil, especialmente en nuestra cultura excesivamente sexualizada, no puedo hacer suficiente hincapié en que… la vida de una persona célibe no carece de intimidad”.
Si acaso, puede conseguirse de otras maneras no carnales. “Sigo disfrutando de la intimidad espiritual cuando rezo y de la intimidad emocional que me aporta la amistad profunda”, añade.
Estas mujeres son, después de todo, humanas. ¿Se habrán sentido alguna vez tentadas de cambiar de opinión y desear una relación?
“¿Que si me he planteado casarme? Sí. [Pero,] ¿voy a cambiar de opinión? La respuesta es muy sencilla: no“, afirma Duell. “No es una situación temporal hasta que aparezca algo mejor. Del mismo modo que el matrimonio es para toda la vida, la virginidad consagrada también es un estado vital permanente”.
Para Byers, el amor humano conlleva sus propios inconvenientes, sobre todo que no es duradero. No es de extrañar, entonces, que el amor de Dios, que no posee las mismas desventajas, parezca tan atractivo. “El amor auténtico es un compromiso duradero, no un sentimiento pasajero. Yo estoy enamorada de Él y seré Suya para siempre, porque Él nunca dejará de amarme”.
Sin embargo, es posible que haya que pagar un precio por llevar una vida consagrada: la mayoría de mujeres dicen que inicialmente supusieron que su compañero de por vida sería humano.
“Durante gran parte de mi vida supuse que algún día me casaría y tendría hijos”, admite Byers.
Elizabeth Rees, de 69 años de edad, la virgen consagrada de más edad del Reino Unido, está de acuerdo. “En realidad me encantaría estar casada [con un hombre]. Echo de menos tener un hombre en mi vida. No puedes hacerlo todo al cien por cien. Es una decisión que tomé y que en cierto modo debo replantearme de vez en cuando”.
Como no pueden exactamente ir al cine con Dios o compartir con Él las tareas del hogar, sin duda deben de sentirse solas, ¿no?
Pues en realidad no. Duell me dice que se siente “bendecida” por formar parte de una “vocación que atraviesa los cinco continentes y cada vez tiene un número mayor de adeptas. Gracias a las redes sociales, muchas de nosotras nos mantenemos en contacto y nos apoyamos las unas a las otras”.
“Hay otras vírgenes consagradas que viven cerca de mí en Birmingham y con las que me reúno de vez en cuando. La vida consagrada no me convierte en una reclusa”, añade.
Teniendo en cuenta que la Iglesia siempre se ha mostrado reticente a los cambios ―el amor carnal y el placer conyugal, incluso dentro de los lazos del matrimonio, se consideraba inútil hasta la década de 1960 si no era con el fin de procrear―, ¿podría acabar pronto la rama de las vírgenes consagradas? Después de todo, la Orden de las Vírgenes, que es la que las rige, llevaba siglos desaparecida antes de que volviera a instaurarse en los sesenta.
A pesar de estas amenazas ―y del hecho de que Dios podría no estar presente en un sentido físico y palpable―, muchas vírgenes consagradas no creen que haya ningún hombre capaz de acercarse siquiera a su piadoso marido. A pesar de sus inconvenientes, la vida consagrada, tal y como dice Duell, “aporta mucha alegría, felicidad y satisfacción”.