Visitamos una prisión de Tamaulipas: un ‘decorado’ para la prensa con un trasfondo muy oscuro

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Parece una mala broma. Una ironía. Una mofa del destino. El templo que se llama Libertad, es el que da el recibimiento al área femenil del penal de Reynosa, en Tamaulipas, una entidad al norte de México, célebre por su peligrosidad y violencia.

Sus paredes color rosa pálido resguardan oraciones de esperanza, son testigos mudos de súplicas, lamentos y quizá, no lo sabemos, del arrepentimiento de 78 reclusas.

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Las flores rojas de obelisco se esfuerzan por embellecer el panorama para hacer más llevadera la realidad de las mujeres que viven al interior de la prisión.

El horizonte no es muy amplio, los altos muros grises lo limitan. Cargan imponentes estructuras de púas y en cada esquina una pálida torre de vigilancia.

Es un miércoles como cualquier otro. Es medio día, y Lizeth espera sentada en un banquillo a que las horas pasen. Su mayor preocupación ahora, es que olvidó su tejido en un salón de clases en donde tomó un taller por la mañana.

‘Me agarraron por traer droga… y me quieren dar 10 años’.

Tiene 18 años, es delgada y espigada, de ojos claros y cabello castaño. Luce atractiva, un pantalón y blusa deportivos ceñidos al cuerpo. Dice que es de las más “nuevas” en el penal, tal vez por ello transmite cierta inadaptación.

Una mujer que pasa caminando se detiene y comenta “cuando llegas a un lugar así, llegas como espantada, porque no sabes qué va a pasar, cómo te van a tratar, ni a quién vas a conocer (…) muchas llegan muy inocentes y otras muy maliciadas.

“Ya luego te vas dando cuenta de cómo es cada quien, te empiezas a adaptar a este lugar y a estar entre nosotras”.

Lizeth no quiere contar mucho, esquiva las preguntas que esconde tras risas nerviosas.

Se limita a decir que la detuvieron en octubre del año pasado, poco después de llegar a la mayoría de edad. La arrestaron por transportar droga.

“Es que en octubre me agarraron por traer droga, no sé aún cuánto me van a dar, pero sé que me quieren dar diez años, porque es por transporte”, dice.

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Un templo llamado Libertad da el recibimiento al área femenil del penal de Reynosa en Tamaulipas. (Imagen vía Melva Frutos/VICE News).

La invitación a los medios de comunicación a hacer un recorrido por el interior del penal se dio a finales de mayo, cuando apenas hacía cuatro días las autoridades descubrieron armas, municiones y artículos prohibidos en túneles y bodegas hechas por los internos.

Una treintena de periodistas de diversos medios, entre ellos VICE News, acudimos a la cita; se trataba de una invitación inédita.

La indicación era muy clara: identificarnos como miembros de la empresa de comunicación y sólo cargar con grabadoras, cámaras fotográficas y de vídeo; nada de pertenencias personales.

Un férreo operativo de seguridad nos recibió. Había decenas de guardias y policías de Fuerza Tamaulipas distribuidos en al menos cada cinco metros del lugar.

Ante la fuerte vigilancia, los internos se mostraban callados, pasaban de largo junto a nosotros, sin hablar y con la cara viendo al suelo. Otros nos veían desde lejos, recargados en una pared o sentados en la esquina de una banqueta.

Nuestra primera impresión fue que habían sido advertidos de guardar el orden, de mantenerse a distancia, y así lo hicieron. Las autoridades querían dar la impresión de que en sólo cuatro días todo estaba bajo control, y la ilegalidad interna había desparecido.

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La cárcel de hombres, cuya capacidad es para 1.200 internos en nueve módulos, alberga a 1.520. (Imagen vía Melva Frutos/VICE News).

Poco antes del recorrido por el área femenil, se visitaron diversos espacios de la zona varonil del llamado Centro de Ejecución de Sanciones de Reynosa (CEDES).

La cárcel de hombres, cuya capacidad es para 1.200 internos en nueve módulos, alberga a 1.520; y es una especie de pueblo en caos.

Se entra cruzando un viejo portón metálico, que parece ser custodiado por los propios internos, pues están parados justo detrás de él, como resguardándolo.

Un amplio corredor bordea todos los módulos del reclusorio. Hombres de todas las edades van y vienen cargando cubetas que llenan con agua de viejos tambos azules y negros. Las llevan a sus celdas para asearse y mantener limpio el espacio.

Los ocho módulos que alojan a los presos están divididos por una malla ciclónica y cada uno encierra un ambiente distinto.

Las autoridades penitenciarias tienen separados a los recluidos del fuero federal y local, aunque eso no significa que unos reos hayan cometido delitos más o menos graves que otros.

La actividad de los internos varía; mientras algunos hacen labores de limpieza, en el comedor o en la lavandería, o asisten a talleres; otros se sientan en un rincón a observar el paso del tiempo y el ir y venir de sus camaradas.

Las instalaciones parecen un gran laberinto, corredores que llevan a zonas apartadas, a patios abiertos o a jardines recónditos.

‘¡Presa!, ¡presente!, ¡aquí estoy!’.

En la zona de convivencia, localizada tras una tienda de abarrotes llamada El Rastro, hacía apenas unos días fue encontrada una bodega subterránea de 30 por 30 centímetros y un metro de profundidad. Ahí se hallaron armas “hechizas”, que son llamadas así porque regularmente son fabricadas en los propios talleres de los reclusorios, por los mismos internos, a base de plástico, metal o madera.

También se localizaron bebidas alcohólicas; y en una jardinera de un espacio aledaño, se encontraron enterradas dos armas largas AR 15.

En un gran patio convergen la mayoría de los edificios que sirven de dormitorio y tanto las porterías de la cancha de fútbol, como los árboles que la circundan, hacen las veces de tendedero de ropa.

En la zona de lavandería hay tres jóvenes que trabajan en un solo turno. Manejan siete lavadoras que a pesar de su vieja apariencia logran responder a la demanda diaria, gracias a que ya les conocen “las mañas y desperfectos”.

Hay internos que aportan su trabajo en la zona del comedor conocido como El Rancho, sirviendo comida tres veces al día, y que a decir de algunos internos, “no está buena” y es despreciada por la mayoría.

Quien tiene dinero, prefiere comprar sus alimentos en un expendio autorizado.

Antes tenían distintas opciones para comprar alimentos y frituras, pero tras el hallazgo de armas y artículos prohibidos, el gobierno de Tamaulipas dio a conocer que destruyeron construcciones que no estaban permitidas, y que eran utilizadas por los reclusos para vender comida y diversos productos de consumo.

Se dijo que fueron localizados algunos escondites que resguardaban armamento, teléfonos celulares, radios y objetos diversos, todos prohibidos.

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En la zona de lavandería hay tres jóvenes que trabajan en un solo turno. (Imagen vía Melva Frutos/VICE News).

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Al igual que la ciudad que lo alberga, este penal ha sido escenario de múltiples hechos de violencia.

En diversas ocasiones en 2010, más de cien reos se fugaron de la prisión de Reynosa. Tan sólo en una de ellas, la cifra superó los 80, ayudados por hombres armados que llegaron en un convoy de camionetas, disparando contra las torres de vigilancia.

Archivos periodísticos detallan que en mayo de 2011 se fugaron 17, en noviembre de 2013 fueron siete y en julio del 2014 lograron escapar cuatro internos.

Históricamente, en los penales del estado de Tamaulipas se han suscitado diversos episodios de violencia, en gran medida, debido al autogobierno. En este estado, como en la mayor parte del país, cuando los jefes de los cárteles son detenidos, siguen operando y dando órdenes desde el interior de los penales. Incluso hay áreas dentro de la propias cárceles en las que las autoridades no tienen acceso.

Según datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), el autogobierno existe en más de la mitad de los centros de reclusión de México. En total se detectaron 74 de un total de 130, según el más reciente informe publicado en 2016.

Además, en la prisión de Reynosa se han reportado múltiples atentados contra los derechos humanos, suicidios, así como enfrentamientos entre internos de grupos delictivos contrarios, riñas, cruentos motines y fugas masivas.

En la actualidad, se estima que gran parte de los internos del penal de Reynosa pertenecen al Cártel del Golfo, ya que es el grupo delictivo que ha operado por años en esa ciudad fronteriza.

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Hay internos que aportan su trabajo en la zona del comedor conocido como El Rancho. (Imagen vía Melva Frutos/VICE News).

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Un largo corredor de concreto lleva a los dormitorios de las mujeres reclusas. A su lado izquierdo se ubica una construcción de madera y lámina, pintada en colores celeste, amarillo y rosa fucsia.

En su interior, una mujer vende “Cafés, Gorditas, Comidas y Refrescos”. Mientras amasa la preparación de maíz, se adelanta a decir que no dará entrevistas.

Unos metros después se encuentra esa iglesia cristiana que promete ‘Libertad’, a donde todos los días llegan los hermanos a dar la palabra de Dios a las mujeres que deseen asistir. Hay algunas que prefieren acudir a la iglesia católica, que se ubica a espaldas de la cancha deportiva.

Plantas de agave serpentean un camino que dirige a las celdas del Módulo Femenil, en cuya fachada hay una leyenda que reza “Oh Dios, acude a liberarme, oh Dios apresúrate a socorrerme”.

La disparidad es evidente entre la sección varonil y femenil. Una impecable zona divide las alas A y B, que dan cobijo a mujeres de todas las edades, quienes sobrellevan los días en un ambiente que describen como sereno y sin sobresaltos.

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Una mujer vende ‘Cafés, Gorditas, Comidas y Refrescos’ al interior del penal. (Imagen vía Melva Frutos/VICE News).

El Rancho, un comedor amplio divide las secciones de dormitorios. A la izquierda se encuentra un pequeño salón de clases con una docena de bancos de trabajo y un escritorio.

Al fondo del patio se localiza la única tienda de abarrotes en cuyas puertas está dibujada la imagen de Campanita, personaje de la historieta de Peter Pan, hay dos damas sentadas y una de pie.

Cuchichean con Rafa, la encargada del comercio y de quien contaron, ya tiene muchos años internada. Hablan en voz baja acerca de la llegada de los medios de comunicación.

Las celdas son pequeñas habitaciones con baño incluido en la que por lo regular habitan tres mujeres, y en el exterior de cada una, están colocados ordenadamente, refrigeradores, sartenes eléctricos, sillas, mesas y artículos de limpieza.

La mayoría de las internas se encuentran en sus separos, pues ya terminó la hora en que acuden a tomar talleres.

Con frases cortas describen su vida en reclusión: a las ocho de la mañana llega la custodia encargada del área al pase de lista.

Y es obligación de las internas dejar la reja abierta para poder ser observadas. Al momento de escuchar su nombre ellas responden desde adentro “¡presa!, ¡presente!, ¡aquí estoy!”.

La actividad inicia desde temprano, algunas van a misa, otras salen a ejercitarse un poco en el patio del penal, pero invariablemente, antes de las 9 de la mañana todas asean sus separos y “hacen la talacha”.

Las celadoras pasan lista de nueva cuenta a las 2 de la tarde y a las 8 de la noche.

Durante el día tienen la opción de asistir a talleres diversos, y si así lo desean, pueden seguir preparándose en su educación primaria y secundaria.

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Al fondo del patio se localiza la única tienda de abarrotes en cuyas puertas está dibujada la imagen de Campanita. (Imagen vía Melva Frutos/VICE News).

La convivencia no se asemeja a lo que cuentan de otros reclusorios, si bien, aseguran que es como vivir en una vecindad, en donde siempre hay alguna diferencia con “la vecina”, la mayoría de las internas tienen una buena relación entre ellas.

“Haces una hermandad, si acaso te molestas por algo con la vecina, pero la discusión no puede pasar a mayores, porque si te escuchan, te aíslan, te castigan un día o dos, te encierran a una celda de conyugal”, describió una mujer madura que no quiso identificarse.

La corrupción y autogobierno al interior de los reclusorios de Tamaulipas ha sido dada a conocer en múltiples publicaciones periodísticas, en las que se habla de tortura, cobro de piso y violaciones a los derechos humanos, incluyendo las áreas femeniles.

Recientemente se dio a conocer el caso de Norma Mendoza, quien en 2011 fue brutalmente torturada en el penal de Nuevo Laredo, tanto por internos hombres, como mujeres.

En el CEDES de Reynosa los testimonios se centran en que las encargadas del orden buscan a toda costa mantener la buena convivencia, pues si llega una nueva interna que tiene rencillas con otra, las colocan en celdas completamente separadas.

Tienen permitido ser visitadas los martes, jueves, sábado y domingo, desde las 9 de la mañana hasta las cuatro de la tarde.

Como en todos los centros penitenciarios, sus hijos viven con ellas sólo hasta los cuatro años, para garantizarles su derecho a la educación y pueden iniciar el nivel preescolar en el exterior.

Sólo en dos ocasiones se juntan los hombres con las mujeres: cada lunes que hay visita conyugal, y en torneos de voleibol que organiza el área jurídica. “Son de las actividades más divertidas que tenemos”, comentó una de las reclusas.

Mujeres van y vienen, hay periodos en que cada semana llegan a ingresar hasta seis, y otros, en que transcurren los meses sin que llegue una nueva convicta.

No importa si es un año o una cadena perpetua, el tiempo pasa lento para todas por igual tras esos grises muros.

Son mujeres que tratan de reinventarse para sobrellevar las horas, sentadas en un banquillo, limpiando su pequeña ‘propiedad’, o con hilos que tejen y deshilan cada día.

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