Viví seis días con mi empleada doméstica en Chalco, Estado de México

Conocí a Norma en marzo de 2016, justo cuando llegué de Ámsterdam a la Ciudad de México, mi nuevo hogar. Me mudé con una chica de Bélgica, quien dice que Norma es como su madre mexicana. Norma no sólo nos ayuda con la limpieza de la casa, también nos da consejos sobre la vida, hombres y problemas comunes que tenemos las mujeres jóvenes. Al principio, con mi poco conocimiento del español, sólo intercambiábamos sonrisas amistosas. Tiempo después comencé a platicar con Norma sobre su vida y, como fotógrafa, mi curiosidad aumentó y quise saber más de ella.

Norma vive en Chalco, Estado de México y, como muchas de las personas que viven en el Estado, no tiene dinero para rentar —y mucho menos comprar— un lugar en la ciudad pero depende de su trabajo ubicado ahí. El tráfico y la distancia hacen que la mayoría de los trabajadores viajen alrededor de tres horas todos los días. Norma gana 350 pesos por siete horas de trabajo limpiando casas. De esos 350, gasta 50 pesos en transporte público para trasladarse. También limpia otro departamento, dos veces a la semana, por el mismo sueldo y con la misma distancia. La gente de la ciudad muchas veces no tenemos idea de cómo es la vida en el Estado de México. Los que contratan niñeras, chóferes, veladores y personal de limpieza viven en una burbuja segura y cómoda sin conocer los problemas diarios de sus empleados. Quise salir de esta burbuja que también me protege y le pregunté a Norma si podía vivir con ella durante algunos días.

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Dijo que sí.

Día 1

Conocer a la familia

Era un martes. Después de un viaje de dos horas y media sobre caminos llenos de baches que nos costó 25 pesos a cada una, llegamos a casa de Norma. Vive en la colonia Covadonga, en Chalco, Estado de México. Según los índices de delincuencia, Chalco es uno de los ocho municipios más peligrosos del país. Los homicidios, secuestros y robos violentos son asuntos de todos los días. Durante la cena conocí a su familia.

Norma, de 47 años, está casada con Joel, un hombre serio pero con muy buen sentido del humor. Todos ríen cuando dice algo. Norma y Joel se conocieron cuando tenían 17 años en Los Altos, su pueblo natal ubicado en Veracruz. Hace 20 años decidieron mudarse al Estado de México. En ese entonces Covadonga era una tierra polvorienta en la que nadie vivía. Los caminos no tenían pavimento, no había tiendas y era difícil ver alguna casa. Cada temporada de lluvias el barrio se inunda debido a las fallas en el sistema de drenaje y cada época de sequía el viento cubre todo de polvo. Tienen tres hijos: Eduardo, Estéfany y Ximena.

Eduardo, el mayor, tiene 26 años, está casado y tiene tres hijos: una bebé y un par de gemelos de cinco años. Vive a la vuelta de la cuadra y trabaja en la misma compañía de distribución que su padre.

Estéfany, de 20 años, a quien le dicen de cariño Fany, está buscando trabajo y ayuda a su madre cada que le es posible. Durante la cena se sentó en silencio junto a su novio, igual de callado, Luis.

La integrante más joven de la familia es Ximena, de 13 años. Está llena de historias, muchas de la escuela, pero sobre todo de muchachos. Me cuenta que el “chico gordo” que vende tamales quiere ser su novio, pero ella sólo quiere ser su amiga. Su padre dice que es una rompecorazones.

La casa tiene dos habitaciones. El antiguo cuarto de Eduardo, que a veces lo usa Joel cuando está muy cansado y necesita dormir bien, pero durante esta semana me lo cedieron a mí. Norma, su esposo y sus hijas comparten el otro cuarto: las niñas duermen en una litera y Norma y Joel en una cama matrimonial ubicada detrás de un par de roperos grandes que generan una pequeña sensación de privacidad. Me sentí agradecida por tener mi propio cuarto con una puerta que podía cerrar. La mayoría de las puertas de la casa de Norma son cortinas delgadas de tela que hacen que el interior de la casa esté tan frío y polvoriento como el exterior. Las diferentes áreas de la casa están divididas por la cochera y el patio, así que para moverte de la cocina al baño o a los cuartos tienes que pasar por aquí.

Día 2

La basura

A las 6AM escuché que Joel y Eduardo se iban a trabajar en una moto muy ruidosa. Sentí como si hubiera dormido apenas cinco minutos, pero no me puedo quejar. Norma lo hace seis días a la semana. Se despierta antes que su marido para prepararle el desayuno y como sólo hay agua corriente en la cocina antes de las 7AM, los platos de la noche anterior tienen que lavarse temprano. Norma trabaja sin parar.

Después de completar todas las tareas matutinas, acompañé a Norma a trabajar. Cuando no limpia casas en la Ciudad de México, vende uniformes escolares, ropa y delantales en las calles de la colonia. Conoce a casi todos en Covadonga y todo el mundo la conoce como “la señora de los uniformes”. Todos los niños de la zona van a la escuela con uniformes que Norma hizo. Siempre que puede, lleva su pequeña tienda rodante a la primaria más cercana para vender las prendas a las 8AM, hora en que entran los niños a la escuela. Después prepara la bicicleta con más mercancía para pasar el día en el mercado local, vendiendo ropa y delantales. Fany nos acompañó y se encargó del puesto durante la primera hora para que nosotras pudiéramos desayunar. Para aprovechar la comida, comimos lo mismo que cenamos la noche anterior: espagueti, ensalada y pollo frito. Un poco intenso para mi gusto, pero de nuevo, no podía quejarme.

Hubo bajas ventas en el mercado. La gente preguntaba por los pantalones blancos que no traía o por suéteres para sus hijos “gorditos” en tamaños que Norma no tenía. Cuando los niños salieron de la escuela, volvimos y la calle se llenó con padres muy jóvenes que iban a recoger a sus hijos. Norma vendió algunas prendas. “Gracias a dios”, exclamó. La felicidad sólo duró poco. En casa se dio cuenta que habían tirado una bolsa de papel con los 500 pesos que ganó por limpiar mi casa el día anterior. El camión de la basura llegó esa mañana por primera vez en dos semanas y por las prisas sus hijas sacaron todo a la calle. Nuevamente comimos espagueti y pollo frito para quitarnos el enojo.

Día 3

El comienzo de una nueva vida

La mañana del jueves pasó volando. Caminamos por las calles de Covadonga para comprar pollo. Norma señaló a una anciana sentada en la banqueta, con la mirada perdida. “Probablemente está pensando en su nuera”, dijo Norma. El hijo de esta señora se casó con una mujer estadounidense que de alguna manera terminó en Covadonga. Era alta, rubia, exótica y tenía muchos amoríos. Un día descubrió que tenía VIH y que se lo había contagiado a uno de sus amantes. Poco después hallaron su cuerpo cortado en trozos adentro de unas bolsas de basura junto a la carretera. La policía no hizo nada. De acuerdo con el Observatorio Ciudadano en contra de la Violencia de Género, Desaparición y Feminicidios en el Estado de México (Mexfem), 263 mujeres fueron asesinadas en el Estado de México en 2016, y 13 de esos casos sucedieron en Chalco.

Un tanto alarmada por esta historia, caminamos hasta una recaudería local. La papaya se veía dañada y demasiado madura, pero Norma la compró de todos modos. Me explicó que la mujer que atiende tiene tres hijos drogadictos que viven en la calle y dependen del humilde ingreso de su madre. Los pesos de Norma ayudan al sustento de esta familia.

De vuelta en casa, Norma empezó a cortar la papaya. Le pregunté si había tiempo para eso porque ya eran las 9 de la mañana. Se desató el pánico. A las 10AM Norma tenía que acudir a una cita con el personal de Oriflame, una marca sueca de salud y belleza. Además de la limpieza de hogares y la venta de ropa, Norma vende productos de esta empresa a amigos y familiares, y se puede quedar con el 30 por ciento de la venta. Norma se metió a bañar mientras les gritaba a sus hijas: “¡Fany! ¿Puedes empacar mi fruta y mi cereal? Ximena, ¿dónde está mi maquillaje?” Quería lucir bien y se puso tacones, un traje que ella misma hizo, y se maquilló. Todo su atuendo era rosa con negro. Norma atravesó las calles sin pavimentar. Nos subimos a un taxi, luego tomamos un pequeño autobús a un centro de conferencias en Ixtapaluca, Estado de México, y llegamos 15 minutos tarde. Nos sentamos junto a otras 30 mujeres para escuchar a un representante de Oriflame que dio un discurso de motivación de más de una hora sobre cómo la marca podía ser el comienzo de una nueva vida. Pensé que sólo les daba falsas esperanzas, pero Norma respondió con gran entusiasmo a cada pregunta: “¿Quieren comprar juguetes para sus hijos? ¿Quieren viajar a Europa?” “¡Sí!”

Día 4

En movimiento

La alarma sonó de nuevo a las 6:30AM. Como siempre, Norma ya había lavado los platos. Desayunamos rápidamente antes de dirigirnos a la Ciudad de México. Norma tenía que limpiar una casa en Tacubaya y prometió llegar temprano. Cuando llegamos traté de ayudar en la limpieza, pero Norma no me dejó. Tenía su sistema y yo sólo la estaba deteniendo. Así que mientras ella limpiaba, lavaba y reorganizaba el invernadero, me senté un rato y revisé mi teléfono. Puedo imaginar que sea extraño para ella si la ayudo a limpiar, pero es extraño para mí que ella siga presentándome con sus amigos y vecinos como su “patrona”.

Alrededor de las dos de la tarde terminamos y nos subimos al metro para ir al centro de la ciudad a hacer algunas compras para sus uniformes. Ella sabía exactamente dónde conseguir buenos precios. Mientras caminamos, se me antojó un helado. Sentí que sería hacer trampa, porque había prometido sumergirme en la vida de Norma y eso significaba que no podía comer helado cada vez que lo deseara. Pero luego vimos el letrero de “Helados de McDonald’s” y rompí mi promesa. Compré dos helados con sundaes, uno para Norma y otro para mí, que disfrutamos en el largo camino de regreso a Chalco.

Día 5

¡Coma más!

Norma es la mayor de 12 hermanos: diez mujeres y dos hombres. Crecieron en una ciudad de Veracruz. Diez de ellos se trasladaron a Chalco, como Norma, los otros dos se quedaron en su ciudad natal. Era inevitable conocer a más familiares suyos. El sábado por la mañana, vestida con pants, Norma me llevó a un pequeño lugar donde la gente de la zona hace ejercicio. Al llegar nos encontramos a Mónica y Gabriel, la hermana y el sobrino de Norma. El muchacho llevó a Norma de máquina en máquina y la retó a unas carreras alrededor de la pista. Después del entrenamiento, Mónica nos invitó a su casa para comer tacos y pay de queso. Gabriel me mostró su habitación, su colección de juguetes y nos obligó a jugar algunos juegos de mesa con él. Norma me susurró al oído que el niño siempre está feliz cuando hay más gente en la casa con quien jugar. “Su hermano mayor está en el cielo porque era especial”, dijo. No quise preguntar cómo murió por respeto.

Satisfechas, regresamos a casa. Norma tuvo que bañar al perro y Joel llegó temprano y todos nos sentamos en el sillón para ver telenovelas con palomitas de maíz y salsa picante. Después de todos esos aperitivos llegó la hora de la comida. Papas, arroz y pollo. De nuevo satisfechas, llevamos a los gemelos de Eduardo al centro de Chalco para tomar un postre. Me sorprendió lo hermoso que era el centro, sobre todo la vista de la iglesia con el volcán Iztaccíhuatl de fondo. Compramos helado en un centro comercial mientras los gemelos rodaban por el suelo y corrían, pidiendo pizza, helados, dulces, juguetes y paseos en el carrusel. No les compraron pizza pero hicieron todo lo demás. Tampoco me permitieron comprar mi propio helado, Norma me lo invitó.

Regresamos a casa y Norma preparó un poco de arroz para los niños. Ella le ofreció al resto de la familia tacos fritos con frijoles y queso. Cuando Joel me dijo que comiera más tuve que rechazar la oferta con cortesía. Según él, no podía volver a la Ciudad de México sin aumentar de peso. “Puede que seamos pobres, pero aquí comemos bien”, dijo.

Día 6

¡Mordida! ¡Mordida!

El domingo me desperté antes que Norma. Era el único día de la semana donde ella y Joel podían dormir y descansar. Fany estaba lavando los platos a las 7AM para dejar que su madre durmiera un poco más. A medianoche, Norma cumpliría 47 años e íbamos a celebrar.

Fany hizo dos gelatinas y compró un gran pastel de cumpleaños. Norma cocinó enchiladas con el típico mole mexicano y también invitó a la familia de su hijo Eduardo a la cena. Eduardo tomó el papel de DJ y puso “Las mañanitas” y otras canciones de fiesta. Norma terminó con la cara llena de pastel. La noche continuó y la familia se puso a bailar en la sala. Incluso Cachito, el perro, estaba dando giros alrededor de Norma. Justo antes de la medianoche la cumpleañera se fue a la cama y se quedó profundamente dormida. Ni siquiera notó que Joel me había llamado para que me diera cuenta de lo fuerte que estaba roncando.

Esa noche dormí por última vez en Covadonga con jeans, un suéter y unos calcetines para protegerme del frío. A la mañana siguiente regresaría a la Ciudad de México. Estaba cansada de despertarme antes del amanecer y vivir al mismo ritmo que Norma, pero también sentía un profundo amor por esta gente que me acogió en su casa, me alimentó con platillos mexicanos increíbles y me dejó entrar a sus vidas como si fuera parte de la familia. “Espero que no sea la última vez que nos visitas”, me dijo Joel cuando nos despedimos. “Ahora ésta es tu casa también”.