Por si alguien no sabe de quién estamos hablando, un poco de contexto: Luisa Garrido es una señora valenciana de mediana edad, con un rubio excesivamente platino en el pelo y un moreno preocupantemente rojizo en la piel. Sobre esta, lleva tatuada la bandera rojigualda y, junto al lema “En esta familia nadie lucha solo”, la fusión de los escudos de la Policía y la Guardia Civil. Y es que Garrido trabajó junto a su marido en la Benemérita.
Tras su jubilación, dio el salto a la política, convirtiéndose en la candidata del PP por la Loma de Chiva. Después, se escindió del partido de las gaviotas, militó en Ciudadanos y finalmente ha acabado, en cuestión de menos de un año, defendiendo —demasiado efusivamente— a VOX en sus redes sociales. Y mientras se marcaba esta escalera de color de póker con los partidos de la derecha española, tuvo tiempo también de convertirse en un meme.
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Y es eso, el hecho de que esta señora sea un meme, un personaje como tantos otros en el imaginario de Twitter, lo que resulta bastante chocante, teniendo en cuenta que la gente que retuitea sus vídeos enorgulleciéndose de ser “cada día más franquista, más facha”, es, en muchos casos, la misma gente que suscribe hilos en la mencionada red social criticando la cobertura de VOX en los medios españoles y el blanqueamiento del fascismo.
“En mi hambre mando yo” fue, según narraba Salvador de Madariaga, la respuesta de un jornalero andaluz a un cacique que pretendía comprar su voto en tiempos de la II República, reivindicando su dignidad e independencia política. Probablemente, de cuestionar a alguno de los casi cinco mil seguidores de Luisa Garrido en Twitter por qué contribuyen a la fama de una persona cuya ideología condenan, nos responderían algo bastante similar: “En mi risa mando yo”. Una respuesta insuficiente.
¿Por qué a la generación que se presupone más woke le hacen gracia los vídeos de una facha (así se llama ella a sí misma) gritando? ¿Es lícito aplicar un doble rasero, separando humor y política, y justificar así la banalización de un personaje que casi da miedo por sus formas porque “hace gracia”?
La cuestión es que aquí entran en juego muchos factores. Uno de ellos es la ironía, y es una de las claves del éxito en las redes no ya de este, sino de muchos otros “memes andantes”. La ironía, según los chicos de Homo Velamine, un colectivo que se dedica al esperpento político, es una mezcla de ignorancia y cinismo propia de “parásitos que solo pueden vivir distanciándose material e ideológicamente de la masa preirónica”, funciona entre la Generación Z en Twitter como herramienta para poder hacer humor de todo aquello que repudian ideológicamente.
“El problema es que no es una performance, ni habla irónicamente. Somos los espectadores quienes queremos convertirla en eso”
El éxito en redes sociales de personajes como Luisa Garrido o Patri Guerrero, “la de VOX”, —aquella que mostrara su frustración tuiteando un ilustrativo “Pffffff” tras la victoria del PSOE en las elecciones— no parte de un sector afín ideológicamente a ellas. A los fachas se la sudan los memes de otras personas fachas. Es la peña de izquierdas la que da bombo a este tipo de personajes, buscando evidenciar lo demencial y lo disparatado de lo que están diciendo.
En el caso de Garrido, funciona casi como una hipérbole, como un esperpento de la derecha española —ya bastante esperpéntica en sí—, como la exageración llevada hasta su extremo más ridículo de todo lo teatral y lo escenográfico de la derecha institucional. La ex guardia civil grabando una receta de “independentistas violados” con un pollo, una careta de cerdo y un calabacín, sería el reflejo deformado en los espejos del Callejón del Gato de Rivera desplegando un pergamino en medio de un debate político o de Díaz Ayuso queriendo considerar a los nonatos parte de la familia numerosa.
En ese sentido esperpéntico, el contenido que Luisa vierte en las redes se podría considerar casi una performance, podría describirse casi como camp. El problema reside en que no es una performance, ni habla irónicamente. Somos los espectadores quienes queremos convertirla en eso. Pero cuando Garrido se pone enfrente de la cámara, recostada en el cabecero de su cama —con un chaleco reflectante con el logo de VOX serigrafiado—, o cuando amenaza de muerte a “Pedrito” Sánchez, lo hace desde un estadio preirónico, si es que queremos utilizar esas categorías. Es decir, que lo hace en serio.
Gente como Luisa Garrido o Patri “la de VOX” publican sus tuits ajenos a la ironía a la que debe su éxito. Pero, aun así, incluso sabiendo que Patri Guerrero, “la de VOX”, fue sexta en las listas de su municipio por el partido de ultraderecha y que Luisa Garrido desearía que siguiéramos en un régimen franquista, se sigue perpetuando el meme.
Y es peligroso perpetuar este tipo de memes, porque, casi sin quererlo, podemos acabar convirtiendo a la persona detrás del personaje en un icono y brindándole un seguimiento de culto que no merece. Y hacer de una señora declarada franquista prácticamente un ídolo “por los jajás”, justificando, obviando o, en algunos casos, incluso difundiendo indirectamente su ideología, no deja de ser bastante peliagudo.
“La fascinación con Luisa Garrido es poco consecuente viniendo por parte de, supuestamente, la generación más woke y más capacitada para dar lecciones de superioridad moral en 280 caracteres”
Pero lo peor no es realmente que esta señora se convierta desde la ironía en un meme y luego eso se pueda confundir con una ligera idolatría hacia el personaje que en realidad no es tal. Lo peor es que, posirónicamente, y a través de un seguimiento reiterado, se convierta en cierta medida en un icono de verdad. Y ahí es donde entra en juego otro factor dentro del fenómeno de Luisa Garrido: la sensación de redención.
Claro, ¿en qué sentido puede redimirse una persona abiertamente franquista que se ha granjeado la fama a través de la violencia y las amenazas? ¿Quizás arrepintiéndose y pidiendo perdón por sus formas? ¿O retirando todo el contenido de odio de sus redes? Incorrecto. Pidiendo a Bad Gyal que sacase “Santa María”.
Y es que, en realidad, a pesar de todas las justificaciones que se le puedan buscar a este fenómeno desde la ironía, somos más simples que el mecanismo de un botijo. Es por eso que cuando Garrido ha empezado a tocar temas aparentemente ajenos a la política —o en un sentido identitario y no ideológico—, o temas no políticos, inocuos, inofensivos, parece que se nos ha olvidado que sigue siendo la misma señora franquista que se lamenta de que “Tejero disparara hacia arriba en vez de hacia abajo”.
Sí que es cierto que resulta gracioso que la señora piense que Lady Gaga es una “roja separatista” que ha difundido el bulo de que ella misma vota a Podemos, y por lo aleatorio del asunto, resulta cómico también que una señora de sus características le pida a Bad Gyal —rebautizada por ella Bagdad, Pad Thai o Bad Guy entre otros— que saque Santa María. Incluso puede ser hasta tierno verla llorar ante la agresión homófoba del McDonald’s de Barcelona —cuando se trata de cuestiones identitarias, sobre todo LGBTQ, y no ideológicas, la señora no parece tan facha—.
Ahora bien, tampoco es para que se le reste importancia a todos los mensajes de odio vertidos en redes sociales anteriormente porque ahora se dedique a apelar en sus vídeos de Twitter a Amaia, de OT, o a Rihanna, porque el peligro de que esa idolatría irónica —o posirónica en algunos casos— hacia su personaje lo pueda malinterpretar ella misma desde una óptica preirónica, es decir, pensando que realmente sus seguidores la consideran un icono LGBTQ, o una role model, sigue estando ahí.
Pero no solo resulta poco responsable como espectadores el alentar a Luisa Garrido a seguir publicando vídeos como si de las cock destroyers o de cualquier otro meme sin importancia se tratara, sino que además es poco consecuente viniendo por parte, supuestamente, de la generación más woke y más capacitada para dar lecciones de superioridad moral en 280 caracteres.
“Como espectadores, tenemos la responsabilidad de no consumir los productos de gente cuyas meteduras de pata nos escandalizan, ¿por qué no tenemos también el compromiso de no crear un monstruo convirtiendo a una franquista que despotrica en redes en un ídolo?”
Como reza otro meme —mucho más inocuo que el de Luisa Garrido—, “vivimos en una sociedad”. Y no solo eso, sino que vivimos en la sociedad de la cultura de la cancelación, en la que parece totalmente lícito y es bastante común “cancelar” a personajes públicos y artistas que, si bien en un principio resultaban afines ideológicamente, han hecho algún comentario desafortunado o actuado de manera reprobable, lo que lleva a que mucha gente les deje de seguir en redes sociales o deje de consumir su contenido o sus productos.
Pero ¿dónde entra en esa ecuación esta señora? ¿Por qué no se la ha cancelado, si es abiertamente fascista? Si cancelamos a humoristas de profesión por comentarios ofensivos, ¿por qué, por otro lado, damos coba a que este tipo de personajes se conviertan en personajes públicos y se consideren motivo de risa? Si, como espectadores, tenemos la responsabilidad de no consumir los productos de gente cuyas meteduras de pata nos escandalizan, ¿por qué no tenemos también el compromiso de no crear un monstruo convirtiendo a una franquista que despotrica en redes en un ídolo?
Quizás sus actitudes y lo que manifiesta en sus vídeos se ve como algo marginal, aislado o sin importancia dentro del panorama político general. Evidentemente, el papel que juega alguien fuera de la política institucional suele ser sustancialmente menor, y Luisa Garrido tiene bastante menos poder de influencia sobre la gente de derechas que Rocío Monasterio o, sin ir más lejos, Álvaro Ojeda —otra persona que se dedica a gritar en redes sociales, pero a la que no hemos convertido en meme, quizás por no apelar a Bad Gyal o por no tener la inocencia para creer que Lady Gaga es independentista—.
Pero independientemente de que jueguen un papel menor, no podemos aislar a una serie de personajes que nos hacen gracia y convertirlos en meme, obviando su ideología o su dimensión política, porque tampoco podemos olvidar que no son personajes ficticios, sino personas reales que piensan, que hablan, que votan cuando hay elecciones… Tampoco podemos llevarnos las manos a la cabeza por la representación parlamentaria de VOX y culpar a los medios de una excesiva cobertura para luego idolatrar —aun irónicamente— a un miembro de su electorado.
Lo cierto es que no todo vale. Y tener un doble rasero, planteando el activismo de Twitter como una cadena de reproches, cancelaciones y alardeos de superioridad moral para luego no aplicárselo cuando se trata de lo que nos hace gracia y lo que queremos convertir en meme, no debería valer. Por mucho que “en mi risa mande yo”.
Sigue a Javier en @javiersimslope.
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