Vemos culos moviéndose. Culos con celulitis y estrías. Culos chicos, medianos, grandes, siempre cómodos en tanga o minishorts. Algunas personas sostienen que son ellos los protagonistas del twerking. “Me encantaría ver el momento en el que mis alumnas se pusieron de pie frente al espejo con ese minishort entre las manos y se preguntaron: ¿me quedará bien?, ¿bailaré cómoda? ¿podré hacerlo? ¿llegarán a ver mi celulitis?”, dice Majo, bailarina mexicana, quien sabe que enfrentar nuestra imagen en movimiento no es del todo sencillo pero una vez lo logras, el twerk se convierte en un estilo de vida, una especie de terremoto que seguro querrás experimentar.
Majo lleva 14 años bailando. Justo cuando escuchó sobre el twerking por primera vez, en 2013, estaba buscando cómo darle un plus a las clases de baile que daba. Un año después creó Majo Espinosa Style, la primera academia de twerking en Ciudad de México, a la cual asisten hoy más de 100 personas. Más allá de enseñar la técnica, su objetivo es que sus alumnes aprendan —como ella— a sentirse seguros de su propio cuerpo.
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“Es así, veme, bailo para mí, me siento sexy, me gusto. El twerking es y será juzgado, seamos delgadas, gordas, altas o bajas”, dice. “Nunca faltó el profesor que, con otro estilo y técnica, te dijera ‘¿Qué es eso? ¿Qué estás haciendo? ¡Estás moviendo el culo! Estás perdiendo todo lo que es ser bailarín’. El twerking es empoderamiento. No es solo un meneo, no es solo mi cuerpo, estoy combinando pasos, estilos, hago una fusión. Acá es clave saber de dónde viene y por qué lo estás haciendo. Es un ejercicio que debe respetarse”.
Un baile que creó comunidad
El twerking trabaja el movimiento de cadera hacia adentro y hacia fuera de manera repetida al ritmo de la música bajo un estilo conocido como bounce. El rebote del culo como protagonista. Aunque la palabra twerk se remonta al siglo XIX, volvió a tomar vuelo en el Nueva Orleans de los noventa, cuando este estilo hermano del hip hop, un poco más acelerado, comenzó a ser visibilizado por la comunidad LGBTQ. El ritmo y la intensidad del baile crecía con los maricas en las calles. Agitaban sus culos con libertad, cambiaban las letras del hip hop misógino y resignificaban las canciones. Bailaban para ellos, no para el espectador. Se revolcaban en el piso, abrían las piernas, giraban la cadera haciendo un movimiento conocido como el shake. Entonces apareció Jubilee, un DJ que les cantaba a los bailarines “twerk baby, twerk baby, twerk, twerk, twerk”.
El baile se convirtió en tendencia de redes sociales en 2013 cuando Miley Cyrus agitó su culo junto a Robin Thicke arriba del escenario de los MTV Video Music Awards. Esos segundos se hicieron virales, el público se escandalizó y la comunidad afrodescendiente criticó a la cantante fuertemente por apropiación cultural.
El twerking viajó rápidamente a las grandes ciudades de países de todo el mundo. La gente tenía ganas de aprenderlo, difundirlo y hacerlo en conjunto. La artista famosa de piel blanca había convertido el movimiento de origen afroamericano en un concepto masivo.
Yur, bailarina venezolana radicada en México, twerkeaba con 16 años durante sus tiempos libres en las clases de danza. Hasta 2013 no sabía que lo que estaba haciendo era twerkear. Cuenta que con el correr de los años fue integrando varios pasos y variaciones, y que los fue perfeccionando. A los 18 años se subió por primera vez a un escenario para twerkear en un concierto del DJ español Juan Magan y lo tomó como el comienzo de su carrera como bailarina. Actualmente dicta clases presenciales bajo el nombre de Yurtwerk y creó una comunidad de chicas que hacen de este una filosofía de vida.
“Es un baile difícil, las chicas que vienen a mis clases me dicen que quieren aprender mis movimientos; no que yo les gusto o quieren tener mi cuerpo, eso es lo interesante de entender. El twerk es un género de baile como otros. No se trata de una constante provocación aunque muchos lo piensen. Obviamente tiene una cuestión de sensualidad, pero cuando le doy clases a mis niñas les doy confianza y seguridad para que aprendan a bailar. Solas o en grupo, el twerking es algo con lo que te encuentras y no puedes dejar, lo adoptas y lo disfrutas”, cuenta.
El movimiento de caderas es mucho más que un acto de seducción al género masculino.
El acto político del twerking
“Hace siete u ocho años no estábamos preparados para ver el video de una mujer en tanga bailando en público. El concepto de belleza era otro. Hoy lo vemos, notamos que tiene celulitis, vemos que quizás no tenga el culo perfecto, y eso está bien”, dice Estefi Spark, bailarina argentina, quien iba a competencias de perreo en 2011 y luego en 2014 creó F.L.O.W. Altas Wachas, “una comunidad donde movíamos el culo con técnicas de dancehall y reggaetón”.
Años más tarde Estefi creó el twerkshop, un encuentro de mujeres a las que les enseña los populares movimientos de cadera. Los videos de sus clases viajan por el mundo a través de las redes sociales. Se la ve twerkeando en parques y calles transitadas de diferentes países, bailando para ella y para la cámara, “es ahí, en el movimiento. Reapropiarse de esta parte del cuerpo es fuerte y es político”.
Según Estefi, es difícil manejar la mirada ajena. Ellas no pueden responsabilizarse por cómo te mira el otro: “Yo puedo estar bailando, moviendo el culo, pensando en otra cosa, pero eso no quita que el receptor lo vea de una manera sexual. El culo es una parte del cuerpo que está sexualizada históricamente aunque el feminismo está haciendo que eso cambie, que se respete. El twerking trata de ver las cosas de otra manera, entenderlas, para luego empatizar. Negar nuestra sexualidad y negar el deseo es reprimirnos a nosotras. ¿Vas a reprimir un baile porque pensás que estás haciendo algo mal? No. Somos seres sexuales y nosotras nos podemos calentar con nuestros propios movimientos. Pasa con distintos estilos: cumbia, salsa, reggaetón, todos nos invitan a mover el culo”, comenta.
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