En 2013, Ian McKellen y Patrick Stewart fueron noticia porque estaban protagonizando dos obras de teatro al mismo tiempo. Los boletos se estaban vendiendo muy rápido, y cuando mi amigo Matt me llamó para preguntarme si quería ir a ver No Man’s Land o Waiting for Godot, le dije que fuéramos a Godot, que era de la que yo había escuchado. Como uno no puede tener siempre lo que quiere, nos tocó comprar boletos para No Man’s Land. Nos salieron carísimos y, además, nos dieron los lugares más alejados del escenario.
Matt me propuso ir a comer sushi antes, alrededor de las 6:45 PM. La obra era a las 8:00 PM, pero él podía salir del trabajo temprano. Cuando la gente hace planes conmigo supone que, como soy escritor y trabajo desde mi casa, siempre voy a estar disponible a la hora que a ellos les queda bien. Me molesta esto, (sobre todo porque es verdad). Matt me preguntó si alguna vez había visto el documental Jiro Dreams of Sushi. Le dije que sí, aunque no era cierto.
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Aparentemente uno de los discípulos del restaurante de Jiro había abierto su propio bar de sushi cerca del teatro. Era todo un acontecimiento. Decidimos que iríamos a llenar nuestros estómagos con pescado crudo rico en nutrientes, y luego escucharíamos a Magneto y al Profesor X decir algunas palabras antiguas.
Entramos a un edificio de oficinas, y el portero nos dijo que el restaurante quedaba en el tercer piso. Estábamos ansiosos. En Manhattan, un restaurante unos pisos arriba sólo podía significar dos cosas: o que la comida era muy buena o que era el TGI Fridays de Times Square. Caminamos a través de una cortina roja hasta un comedor vacío, y nos recibió muy amablemente el personal del restaurante.
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Nos dijeron que Toma, el discípulo de Jiro, estaba en el restaurante esa noche y que nos debíamos sentar en la barra. Matt estaba emocionadísimo. El mago iba a preparar el sushi frente a nuestros ojos. De repente, me fastidió que sólo tuviéramos una hora para comer. Me gusta mucho el sushi y estaba preparado para todo.
Empezamos con atún, seguimos con atún graso. Luego nos arriesgamos con el atún toro. Después de cada rollo, el personal recogía nuestros platos y traía nuevos, con un juego de toallas calientes. No nos dieron palillos ni salsas. (¡Ni siquiera soya!). Era como estar en Marte. O tal vez como estar en Japón.
Toma tenía un asistente que era igual a él, sólo que más pequeño. Juntos nos prepararon el mejor sushi que me había comido hasta el momento y, quizá, el mejor que me comeré en mi vida. Después de cada plato, Toma dibujaba con un lápiz una figura pequeña en un cuaderno. Luego se daba la vuelta con una sonrisa y sugería otro bocado espectacular.
El uni estaba particularmente rico. El uni es un erizo de mar, que tiene una consistencia suave; es como comerse un yogur congelado con sabor a mar. Me encantó. No necesitábamos que nos aseguraran que estaba fresco; sólo a unos metros de distancia Toma estaba abriendo uno vivo por la mitad.
En cierto punto, Matt se acercó a mí y me dijo: “Esto nos va a salir caro”. Sabía que tenía razón, la comida estaba increíble y el servicio era inigualable. Nunca me había gustado tanto un restaurante. Estábamos preparados para pagar al menos cien dólares. Hasta 150.
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Cuando llegó la cuenta, respiramos profundo. “Esto nos va a salir más caro que los boletos”, comenté en chiste. La abrimos juntos, como si fuéramos presentadores de los Golden Globe.
La cuenta decía uno-uno-cero-cero. Mil cien. 1,100 dólares.
Como mencioné anteriormente, yo vivo de escribir. No tenía 1,100 dólares. Matt tampoco.
Mi reacción inmediata fue pensar que algo debía estar mal. “No, no, nosotros necesitamos la cuenta en dólares normales”, dije, asumiendo que el número que tenía frente a mis ojos correspondía a yenes. El sitio era auténtico, ¿por qué detenerse en la cuenta? Desafortunadamente eran mil cien dólares. Los meseros nos dijeron tranquilamente que la cuenta estaba bien y que lo que pasaba es que el uni estaba “fresco”.
Les di una tarjeta de débito que sabía que sería rechazada. Si una cuenta bancaria se pudiera reír, la mía lo hubiera hecho. Lo hice sólo para tener tiempo de planear una estrategia. Matt se puso a buscar la mejor forma de argumentar nuestro punto: que simplemente no estábamos preparados para una cuenta tan alta y que nunca nos habían advertido que un sólo bocado de uni nos podía costar cien dólares. No le escuchaba bien lo que decía, porque tenía una ventana cerca y yo sólo estaba pensando en cuánto daño nos haríamos si nos tirábamos desde el tercer piso. ¿Podríamos pararnos y correr?
Matt salió con un plan. “Esto es lo que vamos a hacer”, dijo. “Lo voy a poner todo en mi tarjeta de crédito. Después voy a llamar al banco y voy a pelear. “Voy a pelear por la compra”.
Cuando volvieron con mi tarjeta, que obviamente había sido declinada y a duras penas parecía de verdad, Matt le entregó la suya al mesero. Luego se volteó hacia mí y me dijo: “Mierda, no les podemos dar propina”. Obviamente tenía razón. El servicio había sido de primera. ¿Cuánto es el 20% de 1,100? Seguro más que toda una semana de comida.
El sushi había sido excelente, pero ese no era el punto ¿o sí? Me sentía bien. Realmente muy bien. Saludable. Sentía que podía correr kilómetros enteros o levantar la parte de atrás de un carro una o dos pulgadas del piso. Ahora que lo pienso, creo que no me enfermé ese año.
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Pero ni siquiera quedé lleno. Me sentía como uno se debe sentir después de una comida de calidad: con energía, alerta, equilibrado. Pero soy italiano, así que no puedo aceptar que comí bien a menos de que me esté agarrando los intestinos y negociando con Dios. Camino al teatro, Matt continuó diciendo: “…voy a pelear, eso es todo… voy a pelear la compra…”. Caminamos a un cajero después de la obra y saqué de mi cuenta de ahorros una suma de dinero astronómica. Le pagué mi parte en efectivo.
**( Resulta que uno no puede comprar cosas caras y después simplemente “pelear la compra”. Matt pagó la cuenta a cuotas. Con sólo los intereses de la comida hubiera podido comprar almuerzo para toda una semana.)
Decidimos que la próxima vez pediríamos pizza y veríamos X-Men, porque hasta el día de hoy no me acuerdo de nada de esa maldita obra de teatro.