Comer, rezar, contaminar: las nefastas consecuencias del turismo de yoga

No hace mucho, en una mañana cualquiera en Rishikesh, India, cientos de personas se reunieron con esterillas de yoga para rezar, meditar y estirar sobre la orilla del Río Ganges —o Ganga, como le llaman los vecinos.

Descalzos y sonrientes, vistiendo pantalones de yoga y blusas ligeras, todos se arrodillaron ante el río, una fuente sagrada de inspiración y vida para los millones de personas que viven alrededor de sus orillas.

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“Báñate en la espiritualidad del Ganga”, incita la página del International Yoga Festival. Lo que no dice es que bañarse en el río sagrado también tiene un lado oscuro nada halagüeño.

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El International Yoga Festival, organizado en marzo por Parmarth Niketan —el ashram, o monasterio, más grande de la ciudad de Rishikesh— atrajo a unos 1 200 turistas de 85 países. Es el principal evento de una localidad que está sacando tajada del turismo de yoga. En los últimos años, millones de dólares han llovido sobre la región conforme las benévolas almas del mundo buscaban agrandar sus auras.

El ir de aquí para allá se ha convertido en una especie de tradición para los medios occidentales —para bien o para mal, conectado con el bestseller de Elizabeth Gilbert Eat, Pray, Love o con los Beatles y su White Album—, pero sus raíces van más allá. El Ganges, muchos opinan, es para el yoga lo que el estadio Maracanã es para el fútbol: la región ha sido un destino de peregrinación durante siglos.

A medida que más y más turistas visitan Rishikesh en busca de la limpieza física y espiritual, sin embargo, la contaminación dentro y fuera del Ganges aumenta de forma exponencial. Los habitantes se quejan de que los ashrams tiran aguas residuales y basura hacia el Ganges, el mismo río en el que ellos se bañan, beben y cocinan todos los días. Las soluciones son escasas y los habitantes no saben qué hacer: están frustrados por lo que ellos consideran una irresponsabilidad.

“La gente viene aquí a arreglar sus problemas”, me explicó un habitante de Rishikesh que no quiso ser identificado. “Pero… ¿adónde va toda su mierda?”.

Los problemas con la contaminación y las condiciones de salubridad no son un tema nuevo en la India. El país ha tratado de limpiar el Ganges durante décadas, incluyendo un plan gubernamental a mitad de los ochenta, pero el río sigue siendo uno de los más contaminados del mundo.

La cuenca del Ganges, además, es la más habitada del mundo —alberga a más de 600 millones de personas, según el Banco Mundial—, pero la mayoría de habitantes no tienen acceso a instalaciones de agua apropiadas. Con miles de millones de litros de drenaje sin tratar que desembocan en el río todos los días, las aguas del Ganges “no son propicias para bañarse, y mucho menos para beber”.

Para mucha gente de la región —que además es una de las más pobres del mundo—, el agua del río es la única opción de todos modos.

Incluso en las calles de Rishikesh —cerca de la parte alta del Ganges, en las montañas del estado de Uttarakhand—, la basura, las heces de animales y los líquidos misteriosos son comunes de ver. Esto contrasta con la región de la industria del yoga, un subconjunto apodado “turismo de bienestar” por los inversionistas que ha evolucionado rápidamente hasta transformarse en un mercado de 438 600 millones de dólares según el Global Wellness Institute (GWI).

Los visitantes son considerados turistas de “alta rentabilidad” que gastan 2 000 dólares o más, cerca de un 130% más que el visitante promedio, según el GWI. En ningún continente el turismo de bienestar crece tan rápido como en Asia, donde tan solo India recibió unas 32,7 millones de visitas en 2013 y unos 9 200 millones de dólares en ingresos.

Sin embargo, aunque cada vez más gente visita Rishikesh y el desarrollo sigue aumentando, la infraestructura sanitaria no ha podido avanzar al mismo ritmo.

“Muchos de estos pequeños poblados no son responsables en términos fiscales y no disponen de formas de mejorar el agua”, comenta Ujjayant Chakravorty, profesor de economía de la Universidad de Tufts especializado en el desarrollo ambiental. “Puedes ver que la calidad del agua sigue sin mejorar”.

Los ashrams también parecen seguir esta tendencia. Un encuesta entregada al National Green Tribunal de India a principios de este año reveló que al menos 1 500 hoteles y ashrams de la región arrojan desechos al río; en otras palabras, la mayoría de los visitantes defecan directamente hacia el río que aseguran alabar.

Los vecinos afirman que son ellos quienes tienen que lidiar con las consecuencias: el mal olor, la carencia de salubridad y una lista interminable de enfermedades, por nombrar algunos de los inconvenientes.

Parmarth Niketan, el anfitrión del International Yoga Festival, asegura en cambio que las cosas no funcionan así: “El gobierno y los organismos oficiales saben que Parmarth es el lugar que lidera el movimiento de limpieza, y no de la contaminación”, explica Sadhvi Bhagawati Saraswati, que vive y enseña en el ashram.

El drenaje de Parmarth “va directamente al suministro del drenaje local”, añade Sadhvi. “Ni una sola gota desemboca en el Ganges”.

Rishikesh, no obstante, cuenta con una sola planta de tratamiento de aguas residuales, construida en 1984 y con una capacidad de seis millones de litros por día; la junta central de contaminación del país asegura que es “insuficiente para la población actual” y se estima que la región genera al menos dos veces esa cantidad de drenaje.

De acuerdo con el Hindustan Times, de los 22 ashrams más grandes de Rishikesh y Haridwaranalizados por la junta de control el año pasado, solo cinco contaban con plantas de tratamiento de aguas residuales.

Durante mi estancia en Rishikesh, varios habitantes me hablaron del simple procedimiento que usaban para deshacerse del agua sucia en ese lugar. A pesar de que algunas regulaciones se han implementado en años recientes para el control de los desperdicios, la implementación de las mismas llega a ser inconsistente y débil.. así que muchas veces es más barato y fácil pagar un soborno a los dirigentes locales y escaparse de una multa que pagar por un centro de tratamiento de aguas residuales que puede costar miles de dólares.

Algunos ashrams, como Parmarth, mantienen relaciones cercanas con dirigentes locales. El festival está copatrocinado por el gobierno, y en más de una ocasión los dirigentes han hecho apariciones públicas. Tener al gobierno involucrado “es un gran beneficio para los participantes”, afirma Saraswati. Para él, el yoga es una fuente potencial de crecimiento y una atracción muy importante en términos turísticos.

“Por supuesto, su agenda es aumentar las ganancias del estado y contratar personal”, reconoce Saraswati. “Si podemos mostrarles lo mucho que el yoga atrae a la gente, entonces crearían más y más centros para capacitar a maestros de yoga, expertos en ayurvédica… en vez de crear más fábricas”.

Aunque los desperdicios industriales continúan siendo un problema en el Ganges, el Central Pollution Control Board indio calcula que al menos el 70% de la contaminación se debe a las aguas residuales. El crecimiento del yoga como un nicho de turismo podría ser más amigable para la región que la construcción de fábricas, pero la mala depuración de los desechos seguirá siendo un problema sin la inversión adecuada.

“Se encuentran en un viaje de ego y poder”, asegura Anupam Mukerji sobre los organizadores del International Yoga Festival. Mukerji fundó Yogastra, una compañía de esterillas orgánicas con sede en Bangalore, como alternativa a los materiales tóxicos con los que produce el resto de mercado. Este año fue su primera incursión como vendedor en el festival y la cuarta en Rishikesh.

Mukerji pensó que su producto local y natural encajaría a la perfección con la consciencia medioambiental de los clientes en Rishikesh, pero en cambio asegura que quedó sorprendido al ver que ni siquiera había papeleras en las tiendas del festival. Considerando que los expositores pagan una cuota de 30 000 rupias —unos 400 euros— para estar en el festival, el control de la basura debería estar contemplado dentro del presupuesto. Mukerji dice que no tiene intenciones de regresar al festival el próximo año.

Saraswati reafirma el compromiso de Parmarth para trabajar con las autoridades para limpiar la región, ya que la contaminación y la basura no son atractivos para los visitantes extranjeros. “El ashram y las instalaciones del festival cuentan con cubos de basura”, asegura. “Son permanentes. He estado aquí varias décadas y puedo dar fe de ello”.

Los deprimentes titulares, imágenes e investigaciones provenientes del Ganges han incitado a tomar cartas en el asunto: algunas soluciones han dado frutos, otras no tanto. En muchos casos, el incremento de organizaciones no gubernamentales en la región ha sido de gran ayuda, en particular para frenar la construcción de fábricas adicionales, plantas de energía o presas que pudieran arrojar desperdicios industriales.

Una de las ONG más prominentes en Rishikesh es Ganga Action Parivar. Sobre las paredes del ashram, y también en Internet, se pueden ver fotos de una limpieza del río que realizó hace uno años, así como de que otros eventos relacionados con el Ganges.

Un funeral en las orillas del Ganges en la población de Varanasi. Foto de Steve Hicks, Wikimedia Commons

Las imágenes de los líderes locales y los asistentes del festival con bolsas de basura y guantes de plástico trabajando para limpiar la orilla del río inspiran las donaciones de los visitantes después de semanas de yoga y meditación. No obstante, según algunas entrevistas realizadas a los vecinos de Rishikesh, las fotos no son más que una mentira: las bolsas que fueron recolectadas acabaron más tarde en las mismas aguas del Ganges.

Saraswati niega las acusaciones: “Puedo asegurarte que ni una sola bolsa fue depositada en el Ganga”, afirma. De cualquier forma, los esfuerzos por recoger la basura no son más efectivos que poner un tirita sobre una herida que requiere cirugía.

“Muchos se echan para atrás porque los desafíos son enormes”, explica Chakravorty. “Seguro, recogen la basura del río, pero es el camino con menos resistencia. El problema está en lidiar con los actores que realmente pueden detener la contaminación”. Esto incumbe no solo al sector privado, sino también a los gobiernos municipales.

Aunque una serie de esfuerzos a nivel nacional han sido propuestos a lo largo de los años para intentar limpiar el Ganges, la mayoría han fracasado. El gobierno montó el National Green Tribunal en 2010 para contrarrestar las críticas, pero los resultados son casi inexistentes. Algunos hoteles y ashrams están clausurados por incumplimiento, pero la aplicación de la ley ha sido inconsistente.

La siguiente generación de los habitantes de Rishikesh será testigo del desarrollo de las cosas. En Ramana’s Garden, una casa y escuela para niños establecida en el Ganges desde la década de los setenta, los organizadores dicen que antes se podía beber directamente del río… pero que ahora el agua es tan tóxica que, si las condiciones no mejoran, las instalaciones se verán forzadas a cerrar.

El mes pasado, los niños de la región organizaron una obra de teatro donde se criticaba la superpoblación y la inefectiva respuesta de los burócratas. Cerca del lugar donde los niños llevaron a cabo su obra de teatro, solía estar una gran estatua de Shiva, antes de caer al río y ser arrastrada corriente abajo. Los habitantes bromean al decir que la deidad también se cansó de toda la situación.

A diferencia de Shiva y de los miles de turistas que visitan el lugar cada año, sin embargo, la mayoría de las personas en Rishikesh no se pueden permitir el lujo de huir de estos problemas. Es por ellos y sus hijos, y no por divinidades de madera u occidentales espiritualistas, que se requiere una acción sólida y coordinada.

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