El último viaje de LSD con el que murió Aldous Huxley

El mismo día que John F. Kennedy fue asesinado y C.S. Lewis murió, el escritor inglés Aldous Huxley decidió viajar por última vez en LSD. Huxley llevaba tres años peleando con un cáncer de laringe que había llegado a un punto irreversible y terminal. En un último suspiro, el escritor de Un Mundo Feliz y La Isla, pidió a su esposa, Laura Huxley, en una nota, lo siguiente: “LSD, 100 microgramos, intramuscular”.

Últimas palabras de Aldous Huxley.

Es bien sabido que el escritor inglés no era ningún desconocido en lo que respecta a experiencias psicodélicas con mezcalina y ácido lisérgico. Uno de sus más afamados ensayos, Las Puertas de la Percepción, escrito en 1953, hace un retrato de su experiencia estética-mística en una tarde de mayo cuando consumió peyote. Las experiencias fueron descritas por Huxley como “puramente estéticas”, y con una conexión inminentemente espiritual:

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“La farmacología moderna nos ha dado un gran rango de nuevos sintéticos, pero en el campo de los alterantes mentales naturales no ha hecho ningún descubrimiento radical. Todos los botánicos sedantes, estimulantes, reveladores de visiones, promocionadores de felicidad y catalizadores de consciencia cósmica fueron hallados hace miles de años, antes del inicio de la historia”, escribía Huxley.

Y, precisamente, parecería que buscaba esos mismos efectos “catalizadores de la consciencia cósmica”, en sus momentos finales.

Su esposa decidió acceder a la petición del moribundo escritor sin importar el titubeo de los doctores presentes, quienes a su vez mencionaban que no era la primera vez que escuchaban una petición como tal. Sin embargo, en ciertos casos había tenido un efecto positivo y en otros uno inexistente. En una carta que escribió Laura al hermano mayor de Huxley, Julian, pocas horas después de la defunción de su esposo describió los últimos momentos: “Le voy a dar una dosis de LSD, él la pidió. El doctor tuvo un momento de titubeo pues ya conoces bien la incomodidad en la mente médica en lo que respecta este tipo de droga. Entonces él dijo, “Está bien, para este punto cuál es la diferencia”. Sin importar lo que dijera, cualquier autoridad, ni siquiera un ejército de autoridades hubiera podido detenerme. Entré al cuarto de Aldous con la dosis de LSD y preparé la jeringa. El doctor preguntó si quería que él le diera la inyección –tal vez porque mis manos estaban temblando. Su pregunta me hizo consciente de mis manos, y yo, dije: ‘No, yo tengo que hacer esto’. Me calmé y cuando le di la inyección mis manos estaban firmes”. Después de la primera inyección, Laura preguntó a su esposo si todavía la escuchaba, respondió afirmativamente con un apretón de manos, y de nuevo accedió a tomar una segunda inyección.

En los momentos posteriores a la segunda inyección, recordaba Laura, fueron cuatro horas de serenidad y paz donde se veía el lento paso de su esposo hacia la muerte. “Las cinco personas en el cuarto dijeron que esta fue la más serena y hermosa muerte. Tanto los doctores como enfermeras dijeron que nunca habían visto a una persona en una condición física similar irse con tanta facilidad, sin ningún dolor ni dificultad”, escribía en la misma carta Laura Huxley. Al parecer, fue una búsqueda por tratar de unir los intentos primigenios de la civilización por combinar la experiencia divina con la excitación de los sentidos, en un último suspiro.

En su libro Moksha, Huxley lo declaró:

“En muchas sociedades y niveles de civilización, intentos se han hecho para ecuar la intoxicación perceptiva con la intoxicación divina. En la antigua Grecia, por ejemplo, el alcohol etílico tenía un lugar importante en la religión establecida. Dionisio o Baco, como era comúnmente llamado, era una verdadera divinidad. Sus seguidores lo buscaban como Lusios, “Liberator”, como Theoinos “Diosvino”. El segundo transforma el jugo de uva fermentada en una supernatural y única experiencia pentecostal… Desgraciadamente ellos también reciben un daño. La experiencia santa de la auto-trascendencia posible por el alcohol tiene que ser pagada, y el precio es exorbitantemente caro. La completa prohibición de todos los químicos cambiadores de la mente puede ser decretado, pero no puede ser aplicado, y tiende a crear más demonios de los que cura”.

Lentamente, con serenidad, arrebato y, es sano creer, con cierta esperanza, Huxley dejó de respirar y terminó de escribir su historia el 22 de noviembre de 1963.

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