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Cultură

Esto es lo que se siente cuando tratas la depresión con setas mágicas

Cómo tomar pequeñas cantidades de psilocibina (el componente alucinógeno activo que se encuentra en las setas mágicas) puede aliviar la depresión.

Setas mágicas (foto por Zinnmann vía)

Sue* me saluda con ojos chispeantes y una enorme y radiante sonrisa. Me da un firme apretón de manos y se sienta mientras me explica animadamente que ha tenido que correr desde la oficina para llegar puntual a nuestro encuentro. «Hace años que no tengo tanta energía», dice. «De hecho, antes era justo lo opuesto. Sin embargo, ahora he notado un cambio muy positivo en mi estado de ánimo, mi energía y mi forma de ver la vida. Y todo gracias a las setas mágicas. Parece demasiado bueno para ser verdad, pero es así».

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Sue sufrió su primera depresión grave a los 25 años (hoy tiene 35). En aquella época, no entendía por qué el «perro negro» había decidido descender. «He tenido bajones anímicos desde la adolescencia», explica, «pero eso no era nada comparado con el intenso dolor que sentí por primera vez de forma inesperada. Es muy complicado describir una depresión, pero yo me sentía muerta; solo había negrura en torno a mí». Sue dejó de dormir y empezó a tener problemas en su trabajo como analista de investigación. «Me ponía a llorar en el lavabo, desesperada y hecha pedazos», recuerda.

Su primer episodio depresivo se prolongó un año, e incluso cuando remitió la fase crónica, Sue seguía sintiéndose anímicamente mal la mayor parte del tiempo. «Intentaba poner buena cara y solo se lo contaba a mi médico», afirma. Como a la inmensa mayoría de quienes sufren esta dolencia, a Sue le recetaron antidepresivos. «Dejé de llorar y me quedaba medio atontada, pero me ayudaban a disimular mejor con la ayuda de ISRS [un fármaco muy usado en el tratamiento de los principales trastornos depresivos y de ansiedad]».

A principios de este año, y pese a haber aumentado la dosis de ISRS, la depresión de Sue fue a más. «No dejaba de pensar de forma obsesiva y negativa», explica. También probó con mindfulness y terapia psicológica. Aunque ambas cosas ayudaron un poco, el dolor «seguía ahí».

Pero un hallazgo casual en internet llevó a Sue hasta una investigación innovadora sobre «microdosis», es decir, la ingesta de pequeñas cantidades de psilocibina (el componente alucinógeno activo que se encuentra en las setas mágicas) para aliviar la depresión. «Había leído un artículo sobre una investigación en la que se usaba MDMA para tratar la depresión. No soy reacia a las drogas recreacionales, ya que las había tomado durante mis años de juerga, pero hacía mucho que no tocaba las setas mágicas», explica Sue.

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El Dr. James Fadiman

Los foros que visitaba Sue estaban repletos de comentarios sobre las microdosis. Fue en uno de ellos donde conoció a Jim Fadiman. El Dr. Fadiman tiene un currículo impresionante y muy diverso: ha sido consultor empresarial, autor de The Psychedelic Explorer's Guide y uno de los fundadores de la universidad de Sofia, en California. Durante sus años de juventud, allá por la década de 1960, formó parte de Menlo Park, un equipo de investigadores ubicados en California y dedicados al estudio de sustancias psicodélicas.

«Administrábamos altas dosis de LSD a algunas personas con fines terapéuticos y como una forma creativa de resolver problemas», afirma. «La LSD había generado muchas expectativas, en parte porque se parece mucho a la molécula de la serotonina, responsable de regular el estado de ánimo».

Efectivamente, en aquella época, la LSD era el fármaco psiquiátrico más investigado del mundo, con más de mil estudios llevados a cabo. En 1968, sin embargo, cuando el gobierno de los EUA incluyó la LSD en la Clasificación I –lo que significaba que no lo consideraban un fármaco con aplicaciones médicas, que presentaba un alto riesgo de adicción y que, por tanto, era ilegal-, se paralizaron 60 proyectos y se ilegalizó la investigación del equipo de Menlo Park.

Cuatro décadas después, Fadiman sigue mostrando el mismo interés por el uso terapéutico de las sustancias psicodélicas.

«Hace aproximadamente cinco años, un amigo me dijo que había estado tomando microdosis», me explica Fadiman. «Albert Hoffman, el químico suizo que descubrió la LSD, defendía este tipo de terapia y le recomendó que la probara, pero yo no tenía ni idea de lo que hablaba. En los estudios sobre sustancias psicodélicas en los que había participado había experimentado flashes y experiencias espirituales, pero no había oído hablar de las microdosis y sentí curiosidad. Ahora, más que investigación, me dedico a la búsqueda. Simplemente me limité a preguntar a personas que sé que tenían acceso a estas sustancias si estarían interesadas en probar a ingerir minúsculas cantidades, y así es como di con mi método».

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El protocolo de Fadiman consiste en sugerir a los participantes, que ya poseen sustancias psicodélicas, que tomen microdosis cada cuatro días durante un mes y tomen notas de su experiencia. Una microdosis constituye entre una décima y una veinteava parte de una dosis normal. «Si dicen que notan los efectos psicodélicos, les sugiero que reduzcan la dosis. Las rocas no pueden brillar, ni siquiera un poco», afirma Jim.

En seguida se corrió la voz y cada vez había más personas interesadas en conocer el método de Fadiman. «La gente me escribe mostrando interés. Había un chico que quería saber si le ayudaría a tartamudear menos; y le ayudó», afirma Fadiman. «Otro consiguió dejar de fumar».

Hasta ahora, Fadiman ha recopilado cerca de cien informes, cuyos resultados le llegan a diario. «Después de un mes hago un seguimiento», explica. «Todos coinciden en que las microdosis parecen mejorar un poco prácticamente cualquier cosa que hagas. En uno de los informes llaman a la terapia un "potenciador de todos los chakras". Funciona muy bien para todos y, puesto que se trata de una dosis tan pequeña, es capaz de mejorar el estado anímico sin modificar el comportamiento».

Pese a que la investigación de Fadiman no se centraba en la depresión, varios de los participantes en el estudio afirmaron que las microdosis les habían ayudado a mejorar su estado anímico. Son muchos los usuarios que relatan experiencias similares en los foros. Este fue el canal a través del cual Sue conoció a Fadiman. «Le escribí y él me envió su protocolo. Intrigada, le pregunté a un amigo que tenía setas si me podía dar unas pocas», cuenta Sue.

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Una de las microdosis de Sue

Sue molió las setas y el primer día empezó tomando un cuarto de una cucharadita. «Sentí un efecto muy leve, un ligero subidón, pero nada más», recuerda. «Me notaba con energía y estuve muy despierta toda la tarde, lo que no era muy habitual en mí».

Sue quedó realmente sorprendida por los efectos que experimentó el segundo día: «Estaba maravillada porque había dejado de obsesionarme con pensamientos negativos. Habían desaparecido».

Sue no es la única participante que ha notado efectos considerables. Uno de los sujetos, que padecía Parkinson, afirmó que, aunque después de un mes siguiendo un tratamiento de microdosis con LSD sus síntomas no habían mejorado, sí había notado cierto alivio de la depresión subyacente que padecía. «Me llegó el informe de un sujeto cuya depresión era tan profunda que lo habían declarado discapacitado», explica Fadiman. «Empezó con el protocolo de microdosis y al cabo de varias semanas aseguró volver a sentirse activo y capaz de controlar su vida. Pero luego se quedó sin dosis y su estado empeoró nuevamente. Sabemos que es útil con la depresión leve, pero esta persona nos dice algo más».

Si bien hasta ahora la investigación parece indicar que las microdosis pueden ser beneficiosas, varios de los sujetos de Fadiman afirmaron haber experimentado efectos secundarios desagradables. Respecto a esto, Fadiman apunta que su protocolo no es útil para todo el mundo. En efecto, Sue vivió una experiencia a raíz de la cual empezó a ser más cuidadosa con las dosis: «Probé un material nuevo y tomé la cantidad habitual, pero este resultó ser más fuerte, por lo que me sentí colocada y fue desagradable», recuerda. «No tomo estas drogas por placer».

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Pese a que las sustancias psicodélicas no presentan el componente adictivo, le pregunté a Fadiman si existe algún riesgo cuando se toman frecuentemente en forma de microdosis. «Es poco probable que alguien desarrolle una dependencia física de unos compuestos que, per se, no son adictivos», aclara. «Cuando tomas la misma sustancia psicodélica todos los días, lo que ocurre es que deja de tener efecto».

Fadiman no es el único interesado en las propiedades terapéuticas de la psilocibina. La mayor aceptación cultural ha permitido llevar a cabo nuevos estudios con dosis mayores y centrados en la depresión. Un estudio demostró que, en un cerebro bajo los efectos de la psilocibina, la conexión entre algunas regiones corticales se produce de forma distinta, lo que puede provocar cortocircuitos químicos en los patrones de pensamiento negativo. Un equipo del Imperial College de Londres, dirigido por el Profesor David Nutt, está estudiando los efectos de la psilocibina en la depresión resistente al tratamiento.

Así pues, ¿podría la psilocibina aliviar la depresión a largo plazo con la misma efectividad con que parece hacerlo a corto plazo? Con los datos de que dispone actualmente, Fadiman no puede dar una respuesta. Es necesario llevar a cabo estudios científicos más formales sobre las microdosis antes de poder extraer conclusiones.

Sue acaba de terminar su primer mes de microdosis y afirma que está compartiendo su experiencia con todos sus amigos que sufren depresión. «Me ha ayudado mucho», dice, y asegura que continuará el tratamiento con microdosis todo el tiempo que pueda.

«No hay punto de comparación entre el tratamiento con microdosis y con antidepresivos», dice, y añade que no dejará de tomar ISRS hasta que lo haya hablado con su médico de cabecera. Una cosa la tiene clara: «Los antidepresivos nunca han funcionado conmigo, a diferencia de las microdosis. No puedo explicarlo y, la verdad, no me importa, porque, por primera vez en años, me siento yo misma, una Sue entera y satisfecha».

*Se han cambiado los nombres de las personas para mantener su anonimato.

Traducción por Mario Abad.