mi primera vez gay
Fotograma de FLESH (1968), de Paul Morrissey y Andy Warhol

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Cultură

El otro día tuve mi primera experiencia homosexual

Pasé mucho tiempo con dudas hasta que un día decidí ir solo a intentar liarme con un tío.
L
por Luis

El otro día tuve mi primera experiencia homosexual. Fue mi primera vez gay y digo "primera" porque después del disfrute que para mí supuso estoy seguro de que lo repetiré, pero mejor vayamos por partes. Llevo años negando una evidencia que cada vez estaba más clara: siempre he tenido dudas sobre mi inclinación sexual. Tenía dudas y quería confirmarlas. Lo que sí que sabía era que nunca me habían gustado las tías. Ahora lo puedo decir, bien alto. Nunca me han interesado lo suficiente como para salir de fiesta por ellas o como para dedicarles parte significativa de mi tiempo. Follar con tías no ha supuesto para mí nada del otro mundo. Solo lo hice con aquellas con las que sabía que lo tenía fácil, o sea, que sabía que querían ellas. (Que no se ofendan las afectadas, lo disfruté y mucho, pero si seguís leyendo entenderéis de lo que hablo).

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Por eso resultó tan significativo en mi vida lo que pasó ese día cuando decidí pasar a la acción y comprobar de una vez por todas esa duda que me carcomía el alma y que arrastraba desde hacía tantos años. Por aquella época estaba estudiando Cine en la universidad y compartía piso con unos compañeros de clase. Para no levantar sospechas (evidentemente nadie era consciente de las dudas que habitaban en mi cabeza) les dije a los del piso que me iba a casa de otros compañeros de clase que eran unos borrachuzos a beber y ver vídeos de YouTube. Le pedí a un compañero de piso que me dejara su moto; cogí el gaymap que tengo en mi poder desde hace ya más de tres años y salí a la calle a buscar un acercamiento a mi primera experiencia gay.

Descarté un par de sitios de esos que funcionan a puerta cerrada —y que dios sabe lo que hay dentro— y me fui directo al Gayxample [divertido juego de palabras entre el nombre del barrio del "Eixample" y la palabra "gay". Una parte de este barrio de Barcelona está especialmente concurrido por individuos afines al movimiento LGBT] que ya conocía de una anterior expedición aventurera. En aquella anterior ocasión había llegado a intentar ligar con un tío pero él resulto ser una loca, canijo bastante feo con camiseta de tirantes, ante lo cual acabé inventándome una excusa para irme a casa. Ese día no descubrí que no me gustaban los tíos. Descubrí que había un tío en el Gayxample que no me gustaba, con lo que no avancé mucho.

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Pero estábamos hablando de mi segunda expedición. Esta vez quería fijarme bien y encontrar un tío que no fuera un cualquiera, sino que me atrajera, para poder confirmar si mis sospechas eran ciertas o no. Cuando no sabes si eres gay pero te fijas en tíos hay una duda que te planteas: ¿Es deseo o es admiración? ¿Quiero a ese tío o me gustaría ser cómo ese tío? Es una tontada pero esto del autoengaño es lo que tiene.

Estuve buscando por los mismos bares que la otra vez pero estaba todo vacío por ser miércoles y daba reparo quedarse a trabar conversación con cualquiera, así de golpe y porrazo. Tampoco era algo demasiado difícil ya que con bastante frecuencia había uno que se te quedaba mirando fijamente, como dejando la pelota en tu campo e invitándote a acercarte. Daba bastante cague, la verdad. Dos de ellos, bastante jóvenes por cierto, se me quedaron mirando tanto rato (y yo a ellos), que al final me acobardé y me fui a otro bar.

Y de pronto llegué a un local bastante grande e iluminado, lleno de gente y ambiente. Gente de todas las edades. Un sitio bastante desenfadado donde no resultaba incómodo explorar en busca de alguien o simplemente estar solo. Recorrí todo el bar sin ver a nadie de mi agrado. Ya tenía en mi cabeza bastante asentada la idea de que al fin y al cabo yo no pertenecía a aquel sitio, y que si no encontraba a nadie era porque no era eso lo que buscaba. No era mi intención dejar mi problema por resuelto, sino buscar de otro modo, por otros sitios. Al empezar a largarme vi avanzar entre la gente a aquel chico, recién entrado en la discoteca, aún con la cazadora y el casco de la moto en su brazo. Rubio, delgado y con aquel flequillo como de punta. El estómago se me encogió ardiendo y esperé a que pasara por mi lado para que viera que le estaba mirando. Pero no me hizo caso y siguió a lo suyo. Ya lo tenía. ¿Era envidia o era deseo? Aquella noche iba a averiguarlo, y aquel chico era perfecto pero algo me daba a entender que ahora empezaba lo más difícil. El chico volvió a pasar por mi lado y me miró, pero como se mira a cualquiera, sin percatarse de cómo lo miraba yo, ni lo que él me estaba haciendo sentir. Él se fue con un grupo de gente que lo estaba esperando y se quedó con ellos junto a la barra. Yo decidí ponerme cerca de ellos y pedirme un cubata mientras seguía mirándole. Él ya se había dado cuenta de que le miraba pero, francamente, pasaba de mí. El camarero me dio mi ron con cola y una invitación para la discoteca Arena (muy famosa, se ve que aquel día cumplía 10 ó 25 años. Anda que no fui veces luego). Decidí atacar de forma indirecta y mientras él hablaba con su amiga, aproveché para preguntarle a su colega dónde estaba el Arena mostrándole la invitación. Le expliqué que era de fuera, me lo dijo, le dí las gracias y fin. Intento frustrado. Estaba claro que ligar no era lo mío.

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Seguí rondando por ahí, creo que no exagero si digo que una hora. Veía la tele, subía al piso de arriba, me alejaba y cambiaba de sitio. Me había dado cuenta de una cosa: si desaparecía del campo visual del tío o fingía salir del bar, él se giraba y parecía buscarme o comprobar que seguía allí. Pero parecían figuraciones mías. Pensé en seguirles cuando se fueran del local, pero no se movían de allí. Y estaba ya cansado de no hacer nada, y después de tanto rondarle me parecía tan antinatural acercarme que decidí marcharme a casa. Y cuando ya tenía el vaso de plástico y el local estaba casi vacío, en vez de irme apliqué aquello de "Pero bueno; ¿a mí qué coño me importa si hago el ridículo o lo dejo de hacer si son gente que en cualquier caso y seguramente no volveré a ver en mi vida?" Y con la decisión tomada y mis dos cojones, me armé de valor, inventé una excusa y me dirigí hacia él con paso firme y decidido.

A los pocos segundos estaba literalmente escondido detrás de una columna ocojonado. Os lo juro. No era capaz de decirle nada. Cogí aire, repasé el plan y me convencí de que no era tan difícil. Volví a encaminarme hacia él y al poco estaba otra vez tras la columna. "Tío, esto es ridículo", me dije. Al final, con más tozudez que valentía, me acerqué, le piqué en el hombro y se giró. Lo único que fui capaz de decir fue: "… Perdona…. (Saqué el flyer) ¿Sabes dónde está esta discoteca?". Su amigo, muy antipático, dijo en alto que se lo había preguntado a él antes y me dejó en evidencia, pero el chico que a mí me interesaba fue muy amable, se interesó por mi situación y me invitó a que les acompañara a la discoteca. No me lo podía creer. Todo el tiempo que les había estado observando yo tenía la duda de si él era gay pero los dos besos que nos dimos al presentarnos lo confirmaron. Se llamaba Pablo. Y aún se sigue llamando así. Me dijo que me había visto por el bar y que parecía triste. Le expliqué que estaba solo y que no frecuentaba mucho la zona. Nos fuimos andando juntos a la discoteca aquella y hablando por la calle.

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Entramos en la discoteca y yo me sentía como Paco Martinez Soria en la capital. Chicos sin camiseta, gogós en el pódium y casi todo tíos. Pablo se dio cuenta y disfrutaba de mi "pérdida de virginidad". Con la excusa de enseñarme el local no tardamos en meternos solos entre la gente. Yo me enteré de que él tenía novio y me jodió bastante, y lo cierto es que se lo hice saber, así como también le dije que nunca había estado con un chico y que en toda una noche de búsqueda él había sido el único que había conseguido captar mi atención. Empezó a hablar cada vez más cerca de mi oído y antes de lo que canta un gallo estábamos enrollándonos (por iniciativa suya, claro) y yo sentí cómo el placer recorría mi cuerpo, mi cara y allá donde tocaban sus manos, y se canalizaba hacia mi bragueta, donde había un conflicto en ciernes. Me preguntó si me había gustado y yo le dije la verdad. Nos fuimos a pedir un cubata y recuerdo que me acodé en la barra y me apoyé la cabeza en la mano. Él me preguntó si estaba bien y yo le dije que sí. Entonces me preguntó que qué me pasaba y yo le dije: "Pues que al final va a resultar que sí que soy gay". Y él se río. Yo me reí también, medio abatido, sin saber muy bien qué hacer con aquella certeza. Aquello me había gustado mucho, y no llevaba tanto alcohol encima como para no ser consciente de cada uno de mis actos. Es cierto que la situación también me ponía cachondo y el placer carnal en sí me estaba volviendo loco. Volvimos a enrollarnos y nos tocamos el cuerpo. Había pasado noches imaginando el tacto del cuerpo de un hombre, de un chico joven y ahora lo tenía allí conmigo, en medio de un mar de desconocidos que garantizaban un anonimato casi seguro.

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Me sentí muy afortunado, y entendí entonces porqué la gente era capaz de salir de fiesta con tal de buscar ligoteo y cómo eran capaces dos personas de estar horas y horas enrollándose sin aburrirse, algo inconcebible para mí hasta entonces. Con las experiencias que había tenido con las chicas, los besos habían sido un trámite obligatorio, previo al sexo que siempre se me hacía largo. De algún modo creía que yo era de hielo. Y es ahí donde vi sin lugar a dudas que era más gay que bisexual. Porque había descubierto aquello con un tío. Y casi a los 26 años, y no antes, por miedo y por ceguera.

Solamente puedo decir que era feliz como un quinceañero y que seguí a Pablo de la mano por la discoteca, dejándome llevar a donde me llevara. Y descubrí que en las discos gays los baños son comunes y las colas más rápidas porque se mea de dos en dos, como hicimos Pablo y yo.

Al final nos fuimos de la discoteca y yo dudaba de si nos iríamos cada uno a casa o si Pablo tenía algún otro plan, pero como íbamos enrollándonos por la calle estaba servido y feliz y cualquier opción me parecía bastante bien. Después de volver a mear juntos llegamos a una esquina y nos despedimos. Yo quería volver a verle así que le pedí el móvil para llamarle en caso de querer salir otro miércoles. Y él se lo pensó un poco y me lo dio. Nos dimos un beso y nos fuimos cada uno para casa. Yo estaba muy feliz, después de chorrocientos años de dudas y razonamientos teóricos había tenido la oportunidad y los huevos de salir a la calle, ser valiente y averiguar cosas de mí que hacía tiempo que me hacían mucha falta, al menos si quería aspirar a ser feliz. El problema, como siempre, ahora lo conformaba la gente querida que tenía a mi alrededor, pero en aquel momento no tenía sentido preocuparse por aquello y sólo merecía la pena disfrutar de ese momento tan importante y decisivo.

El tal Pablo resultó ser un gilipollas, que tardó cita y media en pasar de mí. Años después, he estado con muchos chicos, pero aún sigo suspirando por él. Supongo que la primera experiencia marca pero además, inconscientemente, lo asocio a la felicidad que ahora vivo. Gracias, querido imbécil, aún conservo tu mechero.

El autor ha utilizado un seudónimo.