He probado productos que, untados en los dedos, daban mal sabor o picaban. He vivido con cada uno de mis dedos envuelto en una tirita protectora. He llegado a trabajar o estudiar con guantes de silicona. Me he preguntado, claro que sí, por la razón o el fin último de mi autoataque: ¿Falta de amor propio? ¿Afán de autodestrucción? ¿Angustia crónica por un antiguo trauma no resuelto? En realidad, pienso, si tuviese que ponerle nombre a la sensación que me produce ver una tira de piel sobresaliendo de uno de mis dedos, esperando a ser mordida, es 'apetecible', 'apetitoso', algo así. ¿No es eso lo contrario del autodesprecio? En un extraño proceso caníbal, mi propio cuerpo me gusta hasta el punto de que deseo comérmelo, o algo así.Si tuviese que ponerle nombre a la sensación que me produce ver una tira de piel sobresaliendo de uno de mis dedos, esperando a ser mordida, es 'apetecible', 'apetitoso', algo así. ¿No es eso lo contrario del autodesprecio?
Olvidemos aquellos shows de la tele en los que la gente perdía los papeles y hacía la gallina, por orden de un hipnotizador, frente a un público que se partía de risa. La hipnoterapia real se opone a estos espectáculos de hipnosis escénica, y jamás debe llevar a un estado de pérdida total de consciencia. De hecho, de lo que se trata en realidad es de un estado de relajación muy profundo que nos hace acceder a información almacenada en los lugares más recónditos de nuestro cerebro. Llegar hasta esa información es el primer paso para poder sanarla."Al contrario que en la hipnosis clásica —me explica el doctor Jiménez de Uribe— la hipnosis ericksoniana llega a lo que llamamos "el trance" por medio de sistemas que varían según cada paciente. No es un tratamiento estándar que funcione igual para todo el mundo. Y en esa especialización según cada tipo de paciente radica su éxito".De hecho, a pesar de que hay escuelas que lo preceden, Milton Erickson es considerado el auténtico padre de la hipnosis. Erickson, a través de abordar cada caso de una forma diferente, fue famoso por su éxito a la hora de sanar enfermos que habían sido desahuciados por los médicos.Erickson, a través de abordar cada caso de una forma diferente, fue famoso por su éxito a la hora de sanar enfermos que habían sido desahuciados por los médicos
Cuando persiste en la edad adulta, generalmente, es señal de algo del pasado que queda, de alguna forma, atascado en el subconsciente
Terminada la ronda de preguntas, el doctor me invita a tumbarme en una especie de diván y cerrar los ojos. Ahí empieza la hipnosis propiamente dicha.En mi caso, el doctor utiliza una especie de técnica de meditación que me parece bastante simple. De hecho, recuerda un poco a esas cintas de relajación que te instan a imaginarte en una playa de arena dorada con el rumor de las olas meciéndote. La diferencia es que, después de situarme en un bosque frondoso, me pone a caminar por él y va incorporando detalles de mis respuestas anteriores.No sé cuánto tiempo estoy de paseo mental por ese bosque, pero noto una especie de adormecimiento, aunque nada fuera de lo normal que no pudiese sucederme en una sesión de masaje o una clase de relajación. Sí que voy notando, a medida que las preguntas avanzan, que la concentración y el nivel de inmersión en las imágenes mentales es mayor.En un momento dado, al final del bosque hay un pasadizo que me lleva hasta una casa. El doctor me dice que esté atenta a las primeras imágenes que vengan
Yo estoy en un rincón, sentada en silencio, asustada ante el barullo de voces con un acento al que no estoy acostumbrada. Veo mis zapatos, las flores de mi vestido, el volante del cuello, que me pica. Alguien me pregunta algo que no entiendo, y no contesto. Me acerco a un bote de crema, y hundo las uñas en él. Cuando me miran, me meto los dedos en la boca para que no sepan que los he metido en la crema. El gusto dulzón de la Nivea me invade la boca. La timidez me atenaza. Sé que esos nuevos familiares que acabo de conocer piensan que, con los dedos metidos dentro de la boca, parezco tonta. Quizás, al no conocerme mucho, estén pensando que, en efecto, no es que parezca tonta, sino que lo soy, pero hago como que no me importa.Mantener los dedos dentro de la boca es mantenerse a salvo. No tengo que hablar. No tengo que hacer nada. Tener los dedos dentro de la boca es detener el tiempo. Cuando pronuncio esas palabras, el doctor deja de preguntarme, deja de guiarme por unos segundos. Me dice que si veo algo más, pero ya sólo recuerdo salir de la habitación con la cabeza gacha y los dedos dentro de la boca, mirándome las flores del vestido.El doctor Jiménez de Uribe me saca suavemente del trance hipnótico. No me siento dormida, ni soñando, pero sí que percibo una especie de pereza a volver. Tengo que reandar el camino de vuelta por ese bosque que me llevó hasta el recuerdo clave. La mente se va desentumeciendo lentamente, voy volviendo a la realidad. Cuando abro los ojos, queda un leve mareo.Vivo el resto de la consulta en un estado de ensoñación, un poco despistada. Antes de salir, el doctor me cita para la semana siguiente y me da, en un pendrive que le he entregado previamente, mi sesión grabada. El objetivo es que, sola en casa y sin interrupciones, escuche la grabación. "De todas formas, creo que no vas a tardar mucho tiempo en comprender el porqué de tu comportamiento compulsivo. De hecho, ya has pronunciado la clave en esta sesión".Dos días después, en mitad de la boda de unos amigos, en otro estado alterado de consciencia como es la borrachera, me alejo durante un rato de la gente y me siento en una silla junto a la piscina. Allí me vienen a la cabeza el bote de crema, yo metiendo los dedos dentro y después escondiéndolos en mi boca, intentando ocultar mi comportamiento absurdo con otro aún más absurdo.Recuerdo, al principio de esta boda, decirles a mis amigos que era la primera boda de mi vida, que nunca antes había ido a una. Sin embargo, ahora recuerdo con nitidez, ese recuerdo, la casa de mis abuelos, la crema Nivea, los dedos, fue el momento previo a una boda familiar. Y de pronto sé perfectamente que esa boda era la de la madre de aquella niña mayor que yo, mi única aliada en esos primeros momentos tras la mudanza. Tras la boda, abandonó la casa de mi abuela y se fue a vivir con su madre y el nuevo marido de ésta al otro lado de la isla. Y ahí, borracha en el borde de la piscina con el fiestón de la boda atronando de fondo, entiendo perfectamente las palabras pronunciadas al final de la ensoñación: "No tengo que hablar. No tengo que hacer nada. Tener los dedos dentro de la boca es detener el tiempo".Me meto los dedos en la boca para que no sepan que los he metido en la crema. Sé que esos nuevos familiares que acabo de conocer piensan que parezco tonta