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Identidad

“Queer”: la historia de los raros y orgullosos

¿Qué significa la “Q” en la sopa de letras LGBTTTIQA?
queer

Al hacer un recuento de la todas las letras que conforman el universo de la diversidad, es fácil, incluso para los no heterosexuales, extraviarse y confundirse. Y es que de verdad: ¡no es sencillo! ¿Cómo plantarnos frente a las siglas LGBTTTIQA sin sentirnos un poco abrumados ante lo que bien podría ser como un acertijo o una sopa de letras? Dentro de este laberinto, hay una identidad que en lo particular llama la atención, y es la que corresponde a la letra “Q”: la palabra “queer”.

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Si tomamos la traducción literal de este término, nos encontramos con que es, simple y llanamente, “raro”. Pero detrás de este término y de cómo terminó en las identidades sexogenéricas diversas hay una historia que conjunta rebeldía, el desafío a la discriminación y la victoria de los marginados.

Ya en la Inglaterra del siglo XIX, el término “queer” era utilizado con la connotación de “torcido”, y era asociado con todo aquello que no encajara con los modelos hegemónicos de éxito, de lo bien visto, de lo socialmente deseable. En ese sentido, tanto las prostitutas, los vagabundos, los homosexuales o los pervertidos eran cobijados bajo ese término, que los acompañaba como una suerte de marca de Caín. Ser “queer” era, podría decirse, todo aquello que representara una falla en el sistema capitalista de prosperidad, o que fisurara los principios positivistas de “amor, orden y progreso”. Los queer eran todo, menos criaturas domésticas. Esos parias, los que se movían fuera del ideal, no tenían remedio. No sólo significaban el fracaso del capital, sino que, en el colmo del cinismo, no deseaban ni buscaban la redención. Tal vez el primer queer que la historia reconoce como tal fue el genio de la literatura Oscar Wilde, de quien se conocieron múltiples escándalos por su vida licenciosa.

Homosexual confeso, Wilde subvirtió todo lo que se esperaba de un “hombre de bien” en la sociedad decimonónica. Con sus atuendos amariconados y una agudeza envidiable, Wilde iba sembrando el escándalo ahí por donde iba. Auxiliado por su afilada pluma, rechazó valores como la virtud y la abstinencia, haciendo apología a los excesos y a las perversiones. Quizá una de sus frases más icónicas, y con las que sembró las bases de lo queer fue: “La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella”.

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En ese contexto, la palabra queer era utilizada aún como una ofensa que pretendía no sólo herir, sino también señalar públicamente y segregar. Pero tiempo después, la historia cambiaría. Los queer se mostraron decididos a no aceptar que se utilizara este término para burlarse de ellos, así que se lo adueñaron como un estandarte de libertad y orgullo.

Pero esta apropiación del término no surgió de la nada. Tuvo que llegar la pandemia del SIDA en los años 80 para que los señalados como responsables de uno de los problemas de salud pública más grave en la historia contemporánea, buscaran un término que históricamente había sido utilizada para agredirlos, para utilizarla como una suerte de escudo lingüístico.

Fue así como los que antes eran señalados como “raritos” o “torcidos” bajo la palabra “queer”, ahora tomaban esa palabra para adueñársela como una insignia militar que simbolizaba todas sus luchas. La palabra queer, entonces, dejó de ser un instrumento de represión para convertirse en un instrumento revolucionario. Si ya en los años 60 se había dado una primera revolución sexual, en los años 80 ocurría una segunda, en la que los “raritos” comenzaban a mostrarse orgullosos de su identidad con una palabra que desde hacía mucho había sido considerada insulto.

Y así, el término queer se empoderó. Comenzó a representar todas las sexualidades periféricas que desafiaban el status quo y lo socialmente aceptado. Los queer eran los orgullosamente raros, los que no se conformaban con los convencionalismos. Si una relación no perseguía el ideal monógamo, si no buscaba la procreación, si predicaba el amor libre o integraba a más de dos personas en su ecuación, entonces cabía bajo la campana de lo queer.

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Es prudente aclarar algo: ser queer no puede entenderse como sinónimo de gay, como llegó a serlo hace tiempo. De ser un sinónimo, su inclusión en las siglas LGBT+ no tendría sentido. Queer podría ser, más bien, una renuncia a escuchar el llamado de las sirenas del stablishment. Lo queer y quienes lo predican, se muestran siempre resueltos a no apoltronarse en una etiqueta fácilmente convertible en un objeto de consumo. Lo queer, así, es un blanco móvil que elude la amenazante mira del capitalismo, que siempre está buscando apropiarse de conceptos para apropiárselos y usufructuarlos hasta dejarlos carentes de contenido.

Porque aceptémoslo: lo gay, que en algún momento fue radical y contestatario, hoy por hoy ha sido devorado hábilmente y asimilado por el mercado. Así como el capitalismo fue capaz de convertir al Che Guevara de un guerrillero en un fetiche de playeras estampadas, ese mismo mercantilismo voraz ha domesticado las otrora contestatarias luchas gay hasta convertirlas en fierecillas domadas. Donde antes se enarbolaban exigencias y se gritaban consignas, ahora hay clubes de moda, cuerpos hiperdefinidos, marcas de ropa y productos cosméticos. Los empresarios descubrieron el poder del dinero rosa y, ¿saben qué? Les fascinó.

En este panorama, lo queer se levanta como una categoría escurridiza, fluida, esquiva. Cuando se le pretende encasillar, siempre encuentra maneras de liberarse de ataduras, como un “houdini” de las etiquetas sociales. Ahí dónde la comunidad gay falló, lo queer continúa dando batalla: resistiéndose a las trampas del mainstream y siendo la identidad indie por naturaleza. Independiente. Sucia. Complicada. Estridente.

Los queer son todos aquellos que sacuden el binarismo, que renuncian al azul y al rosa, que no comulgan con las modas y que se burlan de lo que la sociedad les dicta que “deben ser”. Parias por elección y convicción, los queer saben que ser raro, extraño y torcido no es una ofensa, sino un orgullo. Y como diría Alaska en “A quién le importa”, los queer llenan sus pulmones de aire y le gritan a la vida: “¡yo soy así, y así seguiré: nunca cambiaré!”.

@PaveloRockstar