Feliz cumple, Alvarito: sigues siendo el patrón de internet
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Feliz cumple, Alvarito: sigues siendo el patrón de internet

OPINIÓN | Sabíamos que las redes sociales habían cambiado las reglas de juego de la política. El cumpleaños de Álvaro Uribe nos recordó cuánto lo han hecho.

Nos guste o no, Álvaro Uribe Vélez es el patrón del Internet criollo.

Bastó apenas un tweet suyo con una anécdota en un Carulla el pasado domingo para convertir al supermercado en tendencia nacional durante más de 24 horas. Y hoy, en su cumpleaños número 65, el hashtag #FelizCumpleGranColombiano (que después mutó a un #FelizCumpleNarco82) encabezó, de nuevo, la lista de tendencias en Twitter, incluso por encima de la venida de Arcade Fire al trópico o el mierdero entre Sagan y Cavendish en el Tour de Francia. Más sorprendente aún: un grupo de fans idearon una plantilla para foto de perfil en Facebook, al mejor estilo #PrayForParis, donde uno puede pegar a un Uribe con la lengua afuera sobre su propia foto de perfil.

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Nada raro.

La sólida y creciente estirpe de políticos tuiteros de nuestros días (encabezada por el mismísimo Donald Trump) ha comprobado la irrefutable complicidad y mutua dependencia entre el capital político de nuestros dirigentes y su capital social en la web. Como tantos han analizado, nuestras democracias se están jugando, a la par que en las calles, en las redes: de eso ya nos dimos cuenta, por ejemplo, con las elecciones gringas o con nuestro propio plebiscito del 2 de octubre. Juan Carlos Vélez, en la célebre entrevista sobre la victoria del 'No' en La República, lo enunció de forma clara y, para muchos, obvia: "Descubrimos el poder viral de las redes sociales".

Pero en esa obviedad está la clave. Que los estrategas políticos se hayan convencido de que las redes sociales albergan un "poder" —y no solo un "poder", sino un "poder viral"— no debe ser pasado por alto. Esa conciencia es apenas el abrebocas de una transformación mucho más profunda que poco a poco ha ido cambiando nuestra forma de relacionarnos con las estructuras de poder y las figuras de autoridad entre las cuales nos movemos; una transformación que es, en esencia, un cambio en nuestros modos de relacionarnos con el mundo. Una transformación cuya consecuencia indirecta es que fenómenos como la 'tendencia' y 'viralidad' dicten, incluso, nuestras agendas políticas diarias. Y el fenómeno Uribe es muestra de ello.


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Internet es un campo de disputa de las identidades, los marcos comunes y 'la verdad' misma (como decenas de académicos han estudiado, el discurso tiene la capacidad de producir lo común y construir lo que aceptamos como verdad). Tan evidente es esto en nuestra época que, este año, la Real Academia de la Lengua incorporará la palabra 'posverdad' a su diccionario por, como dijo Darío Villanueva, su director, "el potencial […] que la retórica tiene para hacer locutivamente real lo imaginario, o simplemente lo falso".

Y por lo menos en Colombia, Uribe ha sido un visionario en los usos estratégicos de esas nuevas reglas, del tránsito de una política exclusivamente análoga a una política que se juega y negocia en la web, que produce y sedimenta lo que aceptamos como "verdadero".

Además de la inmensa popularidad con la que todavía cuenta (y con la que puso casi a dedo a 19 representantes a la Cámara, 20 senadores, unos cuantos alcaldes y puso a ratos a temblar el proceso de paz con las Farc), Uribe y sus seguidores han interpretado y aprovechado de la forma más efectiva la convergencia de dos retóricas que están definiendo las cartografías del poder en el mundo: la de la revolución digital, y la del miedo y la desconfianza. Desestimando a sus adversarios, sedimentando categorías antes inconcebibles —como el ahora célebre 'castrochavismo'—, esquivando hábilmente los señalamientos sobre sus allegados o familiares y posicionándose a sí mismo como protagonista del espacio virtual, al mejor estilo youtuber, el Uribe de Twitter y las redes sociales ha estado inyectándole hormonas al Uribe senador que, por lo demás, cada vez es menos visible.

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Para muchos, Uribe no existe sino en la forma del meme, el mito mesiánico o el video editado con fines lúdicos (solo vean la garra que se dieron en redes haciendo versiones del video con el megáfono). Y esa ha sido su gran victoria, su mejor regalo de cumpleaños: hacer parecer que lo que ocurre en las redes —las suyas y las de su séquito— es lo que ocurre en el mundo, cortar el hilo que ata las realidades materiales con las realidades discursivas que él imagina, arroja y sedimenta en la red. Las luchas ya no se dan desde hechos, experiencias o datos verificables; ahora, son luchas de representación. Una vez hicimos de Uribe un mero chiste, nos olvidamos de todo lo demás. Por eso el aumento, cada vez más prominente, del humor político en YouTube, de las páginas de Facebook que lo aclaman o denuncian, de las bromas, bloopers y caricaturas que en las que él es el único protagonista.

Sin mucho esfuerzo, el Uribe de las redes sigue haciendo y deshaciendo a su voluntad, a pesar de la creciente resistencia que, desde esas mismas plataformas, hay contra sus estrategias de perpetuación como único protagonista de la vida pública nacional. Así, desde Internet, Uribe ha logrado engrosar su hacienda, hacerse un Ubérrimo digital y acumular algo que cualquier millennial añoraría: un trono en las redes sociales, miles de ojos sobre cada Carulla que pisa, un protagonismo inusitado y huestes de seguidores que están dispuestos a secundar cualquier capricho o señalamiento suyo. Y, como todo pop icon, una serie de haters que también prenden alarmas solo cuando sus mismas redes lo dictan.

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En la web, y como alguna vez dijeron Juanita León y Juan Esteban Lewin en La Silla Vacía después del plebiscito, Uribe sigue siendo el rey. Un rey alimentado, incluso, por sus detractores, que reemplazaron el #FelizCumpleGranColombiano por un #FelizCumpleNarco82.

Ay, pobre país.

*Manden antidepresivos, por fa.


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