Después de la arrasadora victoria del exmilitar Jair Bolsonaro en Brasil se habló del uso de Whatsapp como clave del vuelco hacia la derecha de la sociedad brasileña, pero ¿cuáles fueron las bases de ese armado digital? ¿Por qué millones de personas legitimaron ese discurso? En 2018 cubrí las elecciones desde Río y San Pablo y hoy, luego de haber hablado con votantes y especialistas, me da la sensación de que los memes de Rambo con la cara de Bolsonaro esconden un espíritu de época y una actitud hacia la política bastante más profunda de lo que parece.
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Un hack sociológico
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Tratemos de entender a Niv: Brasil es un país de fuertes contrastes, un gigante plurinacional de 209 millones de personas , donde características como el color de piel, la pertenencia a los pueblos originarios o las distintas ramas del evangelismo son lo suficientemente fuertes como para generar identidades políticas que desarman la pistola rotuladora del pensamiento político occidental. Es con este trasfondo social que, en los últimos años, se dio en el país un proceso de recesión económica, bombardeo mediático contra el PT y lawfare contra Lula Da Silva. Como resultado, medios y partidos políticos convirtieron simbólicamente a la fuerza que había gobernado el país desde 2002 hasta 2016 en algo así como el resumen de los males brasileños. Con una recesión económica tangible y la corrupción machacada desde los medios, el proceso de construcción de sentidos y emociones negativas hacia el PT o antipetismo terminó en la destitución de Dilma Roussef y cimentó una de las bases de atracción del discurso bolsonarista: sea cual sea el origen de alguien, no es deseable identificarse con el PT. La otra parte consistió en una reversión del capital simbólico de ese partido: la ampliación de derechos simbólicos, culturales e identitarios de la historia reciente de Brasil fue trocada por el PSL en una muestra de soberbia por parte del PT y sus adherentes. “Los pretenciosos intelectuales vs. el pueblo brasileño” fue una posición cómoda para Bolsonaro, que no solo posicionó a los demás partidos en un lugar de “pretenciosa superioridad intelectual”, sino también a los feminismos y a los movimientos de diversidad sexual.
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La apuesta, entonces, fue mostrar a Bolsonaro como el único capaz de frenar los “ataques” que sufría la sociedad brasileña por parte de una clase política copada por las ideologías, como el comunismo o “la ideología de género”, que “atacaban” los valores de las “familias brasileñas”. Incluso los medios de comunicación eran expuestos como “amenazas de izquierda” a fin de que cualquier noticia negativa que circulara contra él fuera tomada como fake news. Esta estrategia se complementó, con intención de los medios o no, con la estampida mediática contra el expresidente Lula Da Silva y su partido. Se trató de un proceso de años: influir sobre la agenda y opinión pública, y correr el verosímil de lo posible hasta niveles que harían quedar a Donald Trump como un amateur. Al final, para cuando llegaron las elecciones, el ambiente era tal que se permitían spots como este:Tal fue el acierto de la campaña bolsonarista que, aún cuando Michel y otro de sus compañeros eran negros, estaban absolutamente resueltos en su rechazo al partido de Lula y a votar por un candidato que públicamente había denigrado a los afrodescendientes. ¿A qué escala llegaron los efectos de estas operaciones de legitimidad? El 7 de octubre de 2018 Bolsonaro sacó el 46% de los votos: 49 millones de personas. El 28 de octubre, en la segunda vuelta, el porcentaje subió a 55% y los votantes fueron 60 millones.
¿Democracia? ¿Que no cerraron ese antro?
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Niv Sardi, con base a trabajos de colegas suyos que prefieren mantener su identidad en secreto, explica cómo los militantes de Bolsonaro habían empezado a recopilar datos de sus partidarios algunos años antes de la elección y a instruirlos a su vez en la recopilación de datos de vecinos o familiares. Con el tiempo, ese trabajo capilar generó una cantidad de datos que hizo posible la primera gran diferencia que tuvo la campaña: la segmentación de público y mensajes.“El gran acierto fue cómo se condujo y articuló a esos grupos”, afirma Sardi. Y detalla: “Una vez que crearon los grupos, cuya cantidad creció exponencialmente con el tiempo, usaron un software para ver qué tipo de gente había en qué grupo hablando de tal y tal tema. Si eres metódico, haces un gráfico de conexidad de esos grupos y se vuelve a analizar: este está cerca de este, este de este y así. Y después mides qué funciona en cada uno de los grupos. Si un mensaje funciona en el grupo X, y sabes que el grupo Y es afín en su composición, sabes que ese mensaje puede funcionar ahí. Bolsonaro hizo política segmentada. Grupos de mujeres de 25 a 35 en Bahía o en Fortaleza, por ejemplo. Si un mensaje pega en un grupo, vas probando en el otro y filtrando los temas que circulen en esos grupos. La tecnología es una tecnología social. Tienes un montón de gente interactuando y tienes una ventana a eso, ahí se aplican herramientas de medición para ver qué se dice y saber cómo intervenir”.
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El tema es con qué tipo de discurso se intervenía esos grupos sociales expresados en soporte digital. Y la respuesta es, como dirían en el MIT, “Weaponized Memes”: una imagen humorística diseñada para funcionar como una unidad de sentido que transmite valores o representaciones políticas ya resueltas, destinadas a saltearse el análisis de quien lo reciba y transmitir una idea preconcebida. En el Institute For the Future, una agrupación de científicos sociales de California, hacen una definición muy clara del meme: “Los memes son realmente cualquier unidad autónoma de cultura: Madonna, el Viagra, las imágenes de gaticos, Occupy, la democracia […]. La manera más fácil de comprender la diferencia entre un meme y cualquier otra cosa es preguntar: ¿quiere que lo comparta con alguien más? Si es una idea o imagen que parece pedir ‘haz otra de mí’ o ‘pásala’, entonces es un meme. Como en el caso de su análogo biológico —el gen—, el éxito de un meme se basa en su capacidad de replicarse y propagarse”.
Como pocas veces en la histórica política de América Latina, los múltiples sentidos del humor fueron utilizados en la campaña brasileña como un arma política, como un vector de contagio y consolidación de una forma de entender el mundo. Claro que, en este caso, el tan mentado carisma latino fue un circulador de ideas capaces de tergiversar la naturaleza misma de una democracia. Un sistema político que, al menos en Sudamérica, fue conquistado después de terribles dictaduras cuyas consecuencias todavía laten tras las divisiones sociales y los padeceres económicos de nuestras sociedades. Si, como sostenía Sigmund Freud, hay algo de verdad en cada chiste, cuando circulan a escala masiva memes que se burlan del feminismo o satirizan la educación pública hay algo que tenemos que atender: la “verdad” oculta tras ese “sentido” del humor puede ser algo bastante oscuro, como lo demostraron los asesinatos ocurridos tras la victoria inicial de Bolsonaro el 7 de octubre.
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