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Imagen vía Flickr.
Actualidad

¿Pueden los memes ser un peligro para la democracia?

Entre risas y contrasentidos las elecciones políticas de estos días parecen haber encontrado en los memes una gran herramienta comunicación.

Después de la arrasadora victoria del exmilitar Jair Bolsonaro en Brasil se habló del uso de Whatsapp como clave del vuelco hacia la derecha de la sociedad brasileña, pero ¿cuáles fueron las bases de ese armado digital? ¿Por qué millones de personas legitimaron ese discurso? En 2018 cubrí las elecciones desde Río y San Pablo y hoy, luego de haber hablado con votantes y especialistas, me da la sensación de que los memes de Rambo con la cara de Bolsonaro esconden un espíritu de época y una actitud hacia la política bastante más profunda de lo que parece.

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Un hack sociológico

Octubre de 2018: Michel y sus compañeros están sentados en la vereda mirando a la gente que pasa. Se abanican con un par de hojas del periódico Meia Hora mientras siguen el zig zag de los autos en la rúa da Santana, en Río de Janeiro. No conocen el Big Data, las estrategias de Whatsapp ni la ansiedad con la que unos extranjeros —entre esos yo— les preguntarán por quién votarán y por qué.

“Yo voy a votar por Bolsonaro porque es un campeón de campeones. La izquierda quiere una guerra y yo no estoy a favor de esa guerra. Creo que Bolsonaro tiene la fuerza suficiente para ordenar Brasil”, me dice Michel. Y sus compañeros, aunque no hay barricadas paramilitares en la avenida o no se ven fusiles apuntando por las ventanas de los autos, apoyan la moción.

"El hack de Bolsonaro fue un hack sociológico", me dice un año después, cuando le relato esta escena, el especialista Niv Sardi, máster en Matemática e Informática de la Universidad de París 7 Denis Diderot. Sardi, que investigó en Brasil y en tiempo real la campaña en Whatsapp del Partido Social Liberal (PSL), el movimiento político liderado por el exmilitar y actual presidente brasileño, explica: "Uno de los principales aciertos de la campaña fue atraer a una parte considerable de la población que se sentía al margen del discurso del Partido de los Trabalhadores [cuyo candidato, Fernando Haddad, había sido elegido por Lula Da Silva] y hacerlos sentir parte de una construcción política". Para Sardi, “luego de las elecciones se analizó el uso de Whatsapp y la creación de grupos, pero no se analizaron los motivos que atraían a las personas a formar parte de ese discurso y tampoco se estudió cómo se sintieron interpeladas por las propuestas y las formas de Bolsonaro”.

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Tratemos de entender a Niv: Brasil es un país de fuertes contrastes, un gigante plurinacional de 209 millones de personas , donde características como el color de piel, la pertenencia a los pueblos originarios o las distintas ramas del evangelismo son lo suficientemente fuertes como para generar identidades políticas que desarman la pistola rotuladora del pensamiento político occidental. Es con este trasfondo social que, en los últimos años, se dio en el país un proceso de recesión económica, bombardeo mediático contra el PT y lawfare contra Lula Da Silva. Como resultado, medios y partidos políticos convirtieron simbólicamente a la fuerza que había gobernado el país desde 2002 hasta 2016 en algo así como el resumen de los males brasileños. Con una recesión económica tangible y la corrupción machacada desde los medios, el proceso de construcción de sentidos y emociones negativas hacia el PT o antipetismo terminó en la destitución de Dilma Roussef y cimentó una de las bases de atracción del discurso bolsonarista: sea cual sea el origen de alguien, no es deseable identificarse con el PT. La otra parte consistió en una reversión del capital simbólico de ese partido: la ampliación de derechos simbólicos, culturales e identitarios de la historia reciente de Brasil fue trocada por el PSL en una muestra de soberbia por parte del PT y sus adherentes. “Los pretenciosos intelectuales vs. el pueblo brasileño” fue una posición cómoda para Bolsonaro, que no solo posicionó a los demás partidos en un lugar de “pretenciosa superioridad intelectual”, sino también a los feminismos y a los movimientos de diversidad sexual.

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La apuesta, entonces, fue mostrar a Bolsonaro como el único capaz de frenar los “ataques” que sufría la sociedad brasileña por parte de una clase política copada por las ideologías, como el comunismo o “la ideología de género”, que “atacaban” los valores de las “familias brasileñas”. Incluso los medios de comunicación eran expuestos como “amenazas de izquierda” a fin de que cualquier noticia negativa que circulara contra él fuera tomada como fake news. Esta estrategia se complementó, con intención de los medios o no, con la estampida mediática contra el expresidente Lula Da Silva y su partido. Se trató de un proceso de años: influir sobre la agenda y opinión pública, y correr el verosímil de lo posible hasta niveles que harían quedar a Donald Trump como un amateur. Al final, para cuando llegaron las elecciones, el ambiente era tal que se permitían spots como este:

Tal fue el acierto de la campaña bolsonarista que, aún cuando Michel y otro de sus compañeros eran negros, estaban absolutamente resueltos en su rechazo al partido de Lula y a votar por un candidato que públicamente había denigrado a los afrodescendientes. ¿A qué escala llegaron los efectos de estas operaciones de legitimidad? El 7 de octubre de 2018 Bolsonaro sacó el 46% de los votos: 49 millones de personas. El 28 de octubre, en la segunda vuelta, el porcentaje subió a 55% y los votantes fueron 60 millones.

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Michel y amigos. Foto por Luciano Dico. Cortesía de Emergentes.

¿Democracia? ¿Que no cerraron ese antro?

Para que Michel y sus amigos votaran por un señor que dijo "los negros no sirven ni para procrear" tienen que coincidir y superponerse fenómenos distintos: una tormenta perfecta coronada en esta ocasión por el uso de redes sociales para volver masiva una visión maniquea de la realidad brasileña y un deseo general de que se imponga la “solución bolsonarista”, el autoritarismo elegido desde las urnas, como salida política.

El colectivo de comunicación Mídia Ninja, una de las redes de activismo más grandes del mundo, trabajó intensamente contra Bolsonaro durante la campaña de 2018. En diálogo con VICE, en una respuesta grupal a una de nuestras preguntas, respondieron: “Hubo un movimiento orgánico estructurado de grupos de Whatsapp que surgió mucho tiempo antes de la elección y, al mismo tiempo, una relación orgánica entre la estrategia de diseminar informaciones falsas y la familia de Bolsonaro. Ellos siempre se jactaron de este poderío de movilización de grupos”.

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Niv Sardi, con base a trabajos de colegas suyos que prefieren mantener su identidad en secreto, explica cómo los militantes de Bolsonaro habían empezado a recopilar datos de sus partidarios algunos años antes de la elección y a instruirlos a su vez en la recopilación de datos de vecinos o familiares. Con el tiempo, ese trabajo capilar generó una cantidad de datos que hizo posible la primera gran diferencia que tuvo la campaña: la segmentación de público y mensajes.

“El gran acierto fue cómo se condujo y articuló a esos grupos”, afirma Sardi. Y detalla: “Una vez que crearon los grupos, cuya cantidad creció exponencialmente con el tiempo, usaron un software para ver qué tipo de gente había en qué grupo hablando de tal y tal tema. Si eres metódico, haces un gráfico de conexidad de esos grupos y se vuelve a analizar: este está cerca de este, este de este y así. Y después mides qué funciona en cada uno de los grupos. Si un mensaje funciona en el grupo X, y sabes que el grupo Y es afín en su composición, sabes que ese mensaje puede funcionar ahí. Bolsonaro hizo política segmentada. Grupos de mujeres de 25 a 35 en Bahía o en Fortaleza, por ejemplo. Si un mensaje pega en un grupo, vas probando en el otro y filtrando los temas que circulen en esos grupos. La tecnología es una tecnología social. Tienes un montón de gente interactuando y tienes una ventana a eso, ahí se aplican herramientas de medición para ver qué se dice y saber cómo intervenir”.

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El tema es con qué tipo de discurso se intervenía esos grupos sociales expresados en soporte digital. Y la respuesta es, como dirían en el MIT, “Weaponized Memes”: una imagen humorística diseñada para funcionar como una unidad de sentido que transmite valores o representaciones políticas ya resueltas, destinadas a saltearse el análisis de quien lo reciba y transmitir una idea preconcebida. En el Institute For the Future, una agrupación de científicos sociales de California, hacen una definición muy clara del meme: “Los memes son realmente cualquier unidad autónoma de cultura: Madonna, el Viagra, las imágenes de gaticos, Occupy, la democracia […]. La manera más fácil de comprender la diferencia entre un meme y cualquier otra cosa es preguntar: ¿quiere que lo comparta con alguien más? Si es una idea o imagen que parece pedir ‘haz otra de mí’ o ‘pásala’, entonces es un meme. Como en el caso de su análogo biológico —el gen—, el éxito de un meme se basa en su capacidad de replicarse y propagarse”.

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Como pocas veces en la histórica política de América Latina, los múltiples sentidos del humor fueron utilizados en la campaña brasileña como un arma política, como un vector de contagio y consolidación de una forma de entender el mundo. Claro que, en este caso, el tan mentado carisma latino fue un circulador de ideas capaces de tergiversar la naturaleza misma de una democracia. Un sistema político que, al menos en Sudamérica, fue conquistado después de terribles dictaduras cuyas consecuencias todavía laten tras las divisiones sociales y los padeceres económicos de nuestras sociedades. Si, como sostenía Sigmund Freud, hay algo de verdad en cada chiste, cuando circulan a escala masiva memes que se burlan del feminismo o satirizan la educación pública hay algo que tenemos que atender: la “verdad” oculta tras ese “sentido” del humor puede ser algo bastante oscuro, como lo demostraron los asesinatos ocurridos tras la victoria inicial de Bolsonaro el 7 de octubre.

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Un mensaje en tu teléfono que diga “Hay una nueva versión disponible de tu legislación electoral”

Más allá del trabajo peer to peer, según los Ninja hubo actores bastante más grandes involucrados en la campaña. Y no se trata solo de la principal Iglesia Evangélica de Brasil, la Iglesia Universal del Reino de Dios, cuyo líder, Edir Macedo, hizo pública su opción por el exmilitar. En una respuesta colectiva a las preguntas de VICE, con el activista Oliver Kornblihtt como portavoz, el grupo señaló: “Hay artículos que denunciaron contratos con empresas que hicieron disparos masivos de fake news contra el PT en Whatsapp”. “El financiamiento empresarial de las campañas está prohibido aquí en Brasil [luego de que el Supremo Tribunal Federal lo dispusiera así a través de un fallo de 2016 ]… Sin embargo, existen denuncias sobre que se han pagado disparos masivos hechos por empresas de publicidad digital. Tampoco podemos dejar de lado a gigantes como Facebook, Whatsapp o Google. Ahí habría una caja negra que desconocemos, y todo esto terminaría en un criterio que no es público, sino una decisión de los dueños de esas empresas”, afirmó el vocero.

Un acontecimiento que recuerdan desde Ninja señala el núcleo de la cuestión si es que en el futuro no queremos que las políticas, digamos, de salud pública, se decidan mediante la enajenación de millones de personas. Uno que no ocurrió en el diseño de una ingeniería social, sino en el tradicional y bien tangible Tribunal Supremo Electoral de Brasil. Rememoran ellos : “Cuando se denunció la posibilidad de que fake news influyeran en la campaña, la presidenta del tribunal, Rosa Weber, reconoció que Brasil no podía medir el impacto que las fake news estaban teniendo en las elecciones porque ‘no había herramientas para determinar su alcance’, pero afirmó que las elecciones se harían de todos modos. Es decir, legitimó algo con lo que el propio Tribunal no podía lidiar”. En su declaración pública tras el fallo, la jueza Weber afirmó: “Si tienen una solución para evitar las fake news, por favor, preséntenla. Nosotros todavía no descubrimos el milagro”. Según Ninja, “esa decisión favoreció a que fluyera el plan orquestado por la campaña de Bolsonaro”.

El “milagro” que Rosa Weber dijo desconocer para evitar que un hack sociológico-digital ayudara a mover la opinión pública puede estar, resaltan desde Ninja, bastante cerca: “Brasil tiene una legislación avanzada sobre Internet: la ley de Marco Civil de Internet, una de las más avanzadas del mundo y fue elaborada junto a movimientos sociales, pero es de difícil aplicación porque limita el accionar de grandes empresas. Y aquí entra el problema de la ‘censura’ y de cómo evitamos que regular las fake news nos acerque a eso. Debemos repensar eso, debatirlo si queremos democratizar Internet. Porque lo que pasa hoy tiene que ver con la no aplicación de leyes que existen. Si tuviéramos una ley del Marco Civil en plena vigencia, muchas cosas que pasaron y que nos llevaron hasta donde estamos no habrían sucedido”.

Mientras llega el momento de entender qué hacer con las redes, su uso como herramienta de manipulación y sus propios intereses en la política de un país soberano —como la batalla judicial por la privacidad de los usuarios en EE.UU. o la misteriosa baja del reach de fanpages opositoras al expresidente argentino Macri —, es hora de favorecer la inteligencia colectiva en detrimento de la algorítmica. “La sensación que tenía mucha gente luego de la primera vuelta en Brasil era que estábamos ante una maquinaria imposible de derrotar”, dicen los de Ninja. Y explican: “Apostamos entonces por la inteligencia grupal de las personas, por encontrarnos en un entorno digital para trabajar, pero también en el cara a cara. Así llevamos adelante movidas como el Vira Voto, que terminó no solo con 200 mil seguidores en Instagram en un mes, sino con miles de personas, incluso celebridades, saliendo a la calle a hablar con la gente.

Cuando en algunos años las legislaciones sobre redes cambien la manera en que hoy vemos que se busca influir sobre el deseo de personas soberanas, veremos el sentido y los efectos reales de las leyes, activismos y manifestaciones que últimamente se han hecho en Brasil, Chile, México y Argentina. Hasta entonces, queda cuidar el presente y prepararse para el futuro. En todo lo que la palabra “preparar” significa.