FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Periodismo musical y crítica

La falta de un entorno en donde la crítica funcione como un regulador natural desincentiva a la gente que quiere producir mejores cosas en el ámbito local, porque ya no existe un filtro, ni un elemento que fortalezca el criterio, no existen estilos, ni...

Recientemente tuve la oportunidad de ir a algunas presentaciones y charlas del seminario de periodismo musical, organizado en el marco del festival “Medellín Vive La Música”. Juan Carlos Garay, en una presentación humilde y muy pertinente, dejó varias ideas en el aire, que vale la pena agarrar. La que más me interesó fue la de que el periodismo musical ya no está haciendo ninguna clase de ejercicio crítico, y quisiera elaborar algo en torno a esa idea, que se podría extender a todo el periodismo: cultural, deportivo, político, etcétera.

Publicidad

En lo que respecta a la cultura y la música, es esencial retornar a la posición que existió en algún momento, en donde no se consideraba a la prensa como un replicador de las iniciativas, productos y opiniones de la empresa privada, porque serlo es, de muchas maneras, el equivalente a recibir “payola”, incluso sin devengar un peso de ese ejercicio. La gente desconoce aún el inmenso poder de la zalamería, que funciona como una extraña moneda en los medios. A menudo olvidamos que muchas veces, para atar a un periodista no se requiere de plata tanto como de explotar sus ganas de figurar, como si el oficio viniera con un problema inherente, el complejo de quien está detrás de la noticia y quisiera estar en ella.

Con la pérdida de nuestra libertad para hacer crítica, mostraba Garay, se pierde la riqueza de un género breve como la reseña, de discos y conciertos por igual, así como decrece la calidad de los géneros mayores como la crónica y la entrevista. ¿Quién dijo que nos tiene que gustar todo? Hay músicos que se toman las críticas como si fueran ataques personales, nos recordaba Garay en su charla, pero esto puede irse más hondo: ¿Por qué los periodistas empezaron a entrar en el esquema de los manuales de marca? ¿A qué hora se volvieron periodistas, o trabajan en medios los empresarios de conciertos y viceversa? ¿Cuál es el límite entre la pasión, el gusto sincero y la sobrevaloración de aquello que “debemos” vender? La falta de un entorno en donde la crítica funcione como un regulador natural desincentiva a la gente que quiere producir mejores cosas en el ámbito local, porque ya no existe un filtro, ni un elemento que fortalezca el criterio, no existen estilos, ni voces, ni gustos, nada. Basta con empezar a ser parte de un engranaje empresarios-artistas-programadores-prensa, para quedar matriculado en la bolsa de empleos.

Publicidad

La crítica se debilita también cuando se asume que la producción creativa es tan poca y tan pobre, que criticándola se la debilita. Se cree que si las cosas que salen van a ser “atacadas” por los periodistas, tienen todas las de perder, pero es al revés. Un sistema que tiene filtros y criterios afinados no necesariamente niega unos productos a favor de otros, simplemente permite a los periodistas hacer su trabajo de manera independiente y obliga a los negociantes a trabajar tiempo completo en llenar sus conciertos o promocionar a sus artistas y conquistar a su público de formas más creativas. Por otro lado, ni siquiera vendiendo en todos los periódicos la idea de que uno u otro artista es bueno, o hizo un buen trabajo, se logra convencer a los compradores de que efectivamente así es. Hay formas de hacer esto. Desde En Órbita estamos permanentemente incentivando a la gente para que disfrute de la cultura, sin que necesariamente tenga relación con lo que estamos mostrando. Las agendas se hacen entre las alianzas y una búsqueda en el calendario. Es decir, nadie nos paga por hacerlo, solamente nos dan la posibilidad de entrevistar a una u otra persona y con eso nos permiten trabajar, sin borrar el ejercicio crítico que se hace desde los blogs y desde muchas notas y crónicas.

La independencia es clave, en muchos niveles. En primer lugar, hay que restablecer y reordenar los valores que hacen a un buen periodista. La moneda de cambio más valiosa en estos tiempos parece ser el reconocimiento, porque es la garantía de una vida sostenible y bien pagada en los medios, pero se olvida que el reconocimiento debe ser el resultado de un trabajo bien hecho y de una astucia laboral bien manejada, no del uso de influencias, la lambonería con los poderosos o el uso indiscriminado de la propia belleza como un medio.

Es fácil perder la independencia cuando empezamos a recibir favores: las buenas críticas nos inflan el ego, encontramos que la amistad y la cercanía con aquellos sobre quienes hablamos (políticos, músicos, artistas, deportistas) es un privilegio y después de cierto tiempo, empezamos a entrar gratis y con escarapela a todos lados, a tribunas preferenciales (que están dispuestas así para permitirnos trabajar tranquilamente, nada más). Pero lo que pareciera ser un favor que nuestro público, los organizadores de eventos o nuestros recién ganados “amigos” nos hacen, es en realidad una manipulación o un perjuicio, si a final de cuentas eso implica que le demos la espalda a nuestro ejercicio como periodistas y utilicemos el privilegio de tener una voz certificada y un espacio en los medios de comunicación para repetir los comunicados de prensa como si fuéramos unas loras. Por eso los infomerciales en los periódicos y revistas van marcados para que sepamos cuándo terminan las letras pagadas por la empresa y cuándo empiezan las cosas que los periodistas quieren decir.

Vale decir una vez más que la esencia de la cultura es el diálogo, pero el diálogo no sigue un único mecanismo, ni requiere del acuerdo sin cuestionamientos. La crítica, bien entendida y bien ejercida, propicia el intercambio de ideas y afina la producción creativa. No siempre se asume que el crítico tenga la razón, ni es verdad que una mala reseña sea el fin de un artista. Si eso fuera verdad, no sabríamos nada de Matisse, Duchamp, Monet, Degas y tantos otros que pasaron a la inmortalidad por hacer caso omiso de una crítica o utilizarla como un incentivo para trabajar más duro, que también son posibilidades. Cuando se permite que cada quien haga su trabajo en paz, las cosas van encontrando su lugar y se equilibran dos ejercicios complementarios como la creación y la crítica.

Por último, es mucho el daño que se le hace al entorno periodístico cuando se estimula a los periodistas que solamente enuncian la existencia de una u otra cosa, o peor, que la alaban incesantemente, como unos altavoces de las empresas culturales. La crítica requiere del ejercicio constante de escuchar atentamente, de mirar los detalles y el conjunto por igual. En fin, requiere de poner atención, que solía ser una virtud de los periodistas. Ahora no. Ahora basta con tener una redacción medianamente buena y cierto nombre, ser llamado a todas las fiestas e invitado a todos los conciertos, para que empecemos a llamarnos “periodistas” a nosotros mismos, como si eso no conllevara una responsabilidad; eso no es justo con un ejercicio que también requiere de creatividad y rigor. La falta de un entorno que incentive la crítica hace perezosos a los periodistas.

A Santiago lo encuentran en Twitter como @Rivas_Santiago.