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Ama Tara, una mujer de mediana edad, traía jeans sueltos, una blusa cómoda y unas sandalias con plataforma. Su cabello estaba teñido de un tono rosa claro y lo traía amarrado en una colita de caballo. En su rostro no había una sola gota de maquillaje. Ama Tara no era lo que esperaba. ¿Qué esperaba exactamente? No lo sé. Una mujer joven con un traje de látex y un látigo, tal vez.Había nueve alumnos—dos parejas y cinco solteros—. Una mujer condujo desde San Diego para asistir a este taller y la chica sentada a mi lado, una rubia de aspecto dulce en un mini vestido muy revelador, me dijo que era la cuarta vez de asistía a este taller. Estaba estudiando para convertirse en una dominatriz profesional. Otra mujer, una morena muy alta, dijo que estaba allí para aprender sobre macrofilia, o el fetichismo por los gigantes. Como ya había hombres que le pagaban por ver cómo pisaba soldados de juguete y modelos de trenes, tenía la esperanza de convertir ese fetiche en un trabajo de tiempo completo.Me senté en un sillón casi hasta el fondo. Tenía muchas manchas de semen. O algo que parecía manchas de semen, porque, según esto, las dominatrices no tienen relaciones sexuales con los clientes. Al principio no tenía ganas de sentarme (¿Son mecos? ¿De quién son estos mecos?) pero finalmente lo asimilé como parte de la experiencia. A fin de cuentas, decidir asistir a un taller de BDSM para dejar atrás mis hábitos aburridos en la cama. Y no iba a permitir que un sillón sucio se interpusiera en mi camino.
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No obstante, Ama Tara tiene mucha experiencia en este territorio. Cuando todavía era dominatriz, algunos clientes la visitaban diario para ser su excusado humano. Nos contó alegremente que solía comer una mezcla de "café y cerezas negras" antes de sus sesiones de fetiche de caca. Otra dominatriz que conocía comía pizza y burritos. La mujer frente a mí, la que estaba practicando para ser dominatriz profesional, anotaba todo su cuaderno con mucho entusiasmo.
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