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Elecciones 2016

Masaje con final feliz de Pablo Motos a Albert Rivera

Con Rivera, Pablo Motos volvió a ser el de siempre: el de las preguntas tontas y serviciales.

Amigos para siempre means you´ll always be my friend. Imagen vía Antena 3.

En el instituto había un par de profesores que trataban mejor o peor a sus alumnos en función de las pintas que llevaban. Recuerdo con claridad que los heavies y los skins las pasaban canutas en clase. En cambio, los que iban arregladitos, se hacían la raya en el pelo, llevaban castellanos y polos Ralph Lauren recibían un clarísimo trato de favor. En pocas palabras: los heavies eran unos drogadictos, los pelaos unos delincuentes y los rappers unos porreros de mala muerte. El resto era la gente de bien que tenía que levantar España en el futuro. Y nuestros maestros no tenían ningún problema en dejarlo claro con su actitud.

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A Pablo Motos le sucede lo mismo. Cuando ve a un tipo con pelo largo, desaliñado y con aspecto de comunista es mucho más beligerante y agresivo que cuando ve a otro trajeado, supuestamente más aseado y con un irremediable tufillo a derechona. No hace muchos días el presentador quiso convertirse en Ana Pastor para someter a Pablo Iglesias a una suerte de tercer grado que incluso desconcertó a los fans del programa. Motos sacó el látigo de profesor estirado y convirtió una entrevista de campaña en una batería de preguntas incómodas y acusatorias, como si no le gustara un pelo el personaje que tenía delante. El experimento, cercano a la vergüenza ajena, le salió rana porque el líder de Podemos le pegó un repasito de aúpa.

Ayer, en cambio, con Albert Rivera, Motos volvió a ser Motos. El de siempre. El de las preguntas tontas y serviciales. El del jijijaja. La entrevista que le hubiera hecho un votante ya convencido. Una genuflexión de manual. Lo que en argot callejero llamaríamos una mamada de toda la vida. Y Rivera, lógico, salió contento: no solo volvió a lidiar en una plaza fácil y con el toro entregado de inicio, sino que su aportación al show habitual del programa fue mucho más comedida que la de Iglesias. A Rivera, por ejemplo, no le sacaron un árbol y una podadora para que fuera eliminando ramas del mismo con categorías tan representativas como la monarquía o las SICAV.

Si a Iglesias le preguntó, con cierta rabia, si era marxista y, sobre todo, por cómo podría hacer viables las cosas que planteaba en su programa, a Rivera le preguntó si cambiará el colchón de la Moncloa en caso que lo elijan presidente. Si a Iglesias le buscó las cosquillas con aspectos económicos e ideológicos de su partido, con Rivera tuvo suficiente con preguntarle si tiene el teléfono del Rey o si en los actos sociales a los que acude acaba "con más tarjetas que Pepe del Madrid". Y así durante toda la entrevista. Al lado de lo que vimos ayer, la Campos el sábado parecía Jordi Évole hablando con algún miembro del PP.

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A ver, que a nosotros nos la sopla si Motos prefiere adoptar una línea más dura o mantener la línea suave del programa. Si por una noche al mes quiere convertirse en un periodista serio e incisivo, quiénes somos nosotros para echar por tierra sus deseos. Y si, por el contrario, lo que quiere es quitarle trascendencia a las entrevistas en campaña y que sean los políticos quienes se adapten al formato, también lo vemos bien. Adelante, Pablo. El caso es que sea cual sea la línea elegida, no estaría mal aplicarla por igual a todos los candidatos y no distinguir en función de ideas y gustos.

Era la tercera vez que el político catalán acudía al programa. Tres en menos de once meses. De acuerdo que Rivera se desvive por aparecer en televisión y aprovecha el menor resquicio para plantarse en un plató. Hasta el punto que ya ha conseguido superar a Kiko Matamoros en la competencia por ver quién sale más en la pequeña pantalla. Pero esta insistencia de "El Hormiguero" con Rivera es bastante reveladora. Sobre todo después de ver cómo se desarrolló ayer su primera entrevista como candidato y la comparativa con la de su rival hace unas semanas.

Vídeo vía Antena3.

Es evidente que en Antena 3, y en general en el grupo Atresmedia, gusta mucho la figura de Rivera. No solo estamos muy acostumbrados a verle en todos los programas posibles de las dos cadenas fuertes de la empresa, sino que además el trato que se le dispensa acostumbra a ser agradable. La excepción sería "El Objetivo" de Ana Pastor, programa en el que estuvo el pasado domingo, pero la supuesta tensión e incomodad que la periodista genera en su espacio es casi un gag en sí mismo, una marca de fábrica muy reconocible que se aplica a cualquier invitado.

Ayer la noche fue plácida. Ni tuvo que cantar, ni tuvo que bailar ni tuvo que hacer el ridículo más de la cuenta. Todo soplaba a su favor: el habitual mal trago de "El Hormiguero", ese momento de bochorno que todo invitado tiene que pasar, se quedó en una sencilla una carrerita de karts por el plató. Carrerita que por supuesto ganó Pablo Motos, porque ya sabemos que Motos-siempre- quiere-ganar, aunque sea la mayor chorrada del universo, y entrena duro para conseguirlo. Era verle liderando la carrera e imaginarle toda la tarde ensayando y memorizando el circuito para asegurarse la victoria.

Rivera también tuvo que sortear la habitual rueda de prensa de las dos hormigas. Pan comido. Nótese otra diferencia importante entre el programa con Iglesias y el de ayer: si con el líder de Podemos fue Motos quien preguntó por la legalización de la marihuana, y además lo hizo con el tono serio e intencionado que tuvo en toda la charla, con el candidato de Ciudadanos fue una de las hormigas quien formuló la pregunta. Y hombre, no es lo mismo responder a un presentador cabreado que a un peluche con ganas de cachondeo. Así cualquiera, Albert.

No hubo mucho más. Fue un hormiguero flojito, con poca historia más allá de la primera media hora de diálogo y preguntas cómodas. Y es que cuando lo mejor del programa es un cameo de El Pequeño Nicolás, que apareció por sorpresa en el reportaje de calle y consiguió robarle buena parte del protagonismo al resto del equipo tocándole la pera al PP, podemos hacernos una idea de la categoría del masaje con el que agasajaron y relajaron a Rivera. Lo habéis adivinado, sí: un masaje con final feliz.