Legalización aborto Argentina
Fotos por la autora.
Identidad

No somos más víctimas de la espera

Después de decirle "no" al aborto en la votación de 2018, el Senado de Argentina aprobó esta semana la Ley de la Interrupción Voluntaria del Embarazo. La política, la historia, el fin de la espera. ¿Cómo es ser migrante y estar ahí?

La dedicatoria de Zama, una de mis novelas favoritas, dice: “A las víctimas de la espera”. Lo que más recuerdo del libro de Antonio di Benedetto es la asfixiante descripción de algo que está por pasar y que no pasa. Que debe pasar, pero que al final no sucede. La angustiante narración de la espera.

A las cuatro y doce de la mañana de hoy, en este fatídico año 2020, el Senado de Argentina aprobó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo con 38 votos a favor y 29 en contra. Esperamos más de doce horas de sesión para este veredicto. El calor insoportable hacía brillar las frentes de todas las mujeres, personas trans, adolescentes y niñes que estábamos en la plaza frente al Congreso. Las botellitas de agua, las cervezas, el tapabocas y el baile. Los discursos que se aplauden cuando dicen que votarán a favor y que se abuchean cuando alegan en contra. Yo estuve en esa misma plaza en la votación de 2018 cuando perdimos. Hacía un frío inclemente que nos helaba los huesos, porque en Argentina nunca un punto medio, nunca poca épica. Sabíamos que no íbamos a ganar, pero esperamos igual. La esperanza es lo último que se pierde y esa vez, a pesar del fracaso legislativo, tampoco se perdió. 

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En los dos años que pasaron desde aquella fallida votación (en la que casi pasa, pero no), nosotras permanecimos pacientes. No es cierto que tuvieran que pasar esos dos años para que adquiriéramos madurez —como si antes hubierámos sido infantas desordenadas— o que fuera cuestión de que se alinearan los planetas en el momento justo porque todo pasa por algo. Nosotras esperamos porque eso es lo que tuvimos que aprender a hacer.

Y mientras esperábamos, quienes ganaron la votación en 2018 también ganaron legitimidad pública y sus discursos y prácticas de odio volvieron a tener lugar. En esos dos años, por ejemplo, al menos tres niñas menores de 14 años tuvieron que llevar embarazos a término porque médicos antiderechos ralentizaron su acceso a interrupciones legales del embarazo. Las hicieron esperar hasta que lo mejor fue hacerlas parir. No se me ocurre una tortura más sádica que esa. Lo pienso y no puedo imaginar algo peor: ni palitos de bambú debajo de las uñas ni una gota continua en el centro de la cabeza me parecen más terroríficas que la obligación de llevar un feto en el vientre cuando no se desea. La imposición de que cambie el propio cuerpo a voluntad del deseo de alguien más, de muchos más o de un Estado. 

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Hay un consuelo para la impaciencia y es ver a las que esperaron mucho más: las militantes travestis Lohana Berkins y Diana Sacayán; las lesbianas que, en una acción política movida por la generosidad y el amor, hace años empezaron a difundir la información sobre cómo abortar de manera segura con Misoprostol; las mujeres mayores de la campaña por la legalización que, apoyadas en sus bastones, jamás abandonaron la plaza. 

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Las pancartas de la primera marcha por el aborto legal en Argentina, en 1984, tienen las mismas consignas que las de ahora. Es todo un “I can’t believe we still have to protest for this shit” en loop. Pero además de luchar contra los estados machistas, las convicciones religiosas, la fuerza de los antiderechos para seguir castigando a las mujeres por ejercer su deseo y todo el patriarcado instucionalizado, hay que luchar contra la “prudencia” propia, la domesticación aprendida de tantas de nosotras que sabemos bajar la cabeza, tragar arena y seguir caminando hasta que nos toque el turno. 

Este año por momentos pensé que nosotras podíamos esperar un poco más, que la crisis por la pandemia era muy grave (lo es, sí, pero no son asuntos excluyentes). Por un instante me pareció que las otras cosas de la agenda legislativa eran más urgentes que nuestros abortos, que hacemos igual. Dije en discusiones con amigas que me parecía desatinado el contexto para aprobar la Ley (cuando ya intuíamos el triunfo), porque el mundo, la política, la pandemia, el país, el clima y mil otras razones siempre pueden ser un poco más prioritarias. Anoche muchos discursos a favor decían que ya no somos más ciudadanas de segunda y, aunque yo siempre relacioné la frase a una cuestión de acceso a derechos, a ejercicio de la soberanía y del deseo, esta mañana pienso que también tiene que ver con una convicción de que lo propio es importante y urgente. Con que no hay que ser paciente y obediente mientras se hace la larga fila atrás de todas las otras necesidades. Con que no hay que esperar. 

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Antes de que me dieran el DNI en Argentina anduve unos meses sin documento en este país. Aunque eso no es ilegal y técnicamente solo estaba en situación migratoria irregular, todo el tiempo sentí una pequeña amenaza que me hacía portarme lo “mejor” posible. Incluso recuerdo una vez que estaba haciendo fila en la Policía y les argentines comenzaron a exigir un mejor trato porque llevábamos muchas horas de espera para hacer un trámite. Yo no dije nada porque no tenía documento y me pareció que si me “portaba mal”, si reclamaba por algo, si llamaba la atención, si molestaba a la autoridad oficial, las consecuencias iban a ser peores para mí que para lxs demás. Yo tenía que esperar. A pesar de que la deportación fuera muy improbable, yo solo sentí que era una ciudadana con pleno uso de los derechos y que podía dejar de andar en puntas de pie por la vida cuando el Estado así lo reconoció. Solo me sentí con la plena posibilidad de quejarme y protestar frente a alguna injusticia, por mínima que fuera, cuando tuve el documento. En mi caso era una diferencia sutil, pero crucial.

Supongo que para muchas de nosotras (no todas, por supuesto) la institucionalidad tiene ese efecto. Con o sin ley la gente abortaba en Argentina, incluso en muy buenas condiciones. Desde 2019, con el nuevo Ministerio de Salud, la garantía de acceso a la práctica estaba en su mejor momento en años. Pero desde esta mañana hay una conciencia diferente, posibilidades infinitas que antes sentíamos limitadas, hasta la emoción de imaginar soluciones a problemas distintos a este. La legitimidad es de esas cosas tan importantes que es muy difícil describir, pero se sienten. 

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No quiero hacer de esto una carta de amor a Argentina, pero siempre me es difícil evitarlo. Anoche, entre todos esos cuerpos verdes, pensaba que la mayoría de las veces me siento parte, pero otras solo puedo observarles con delicadeza, agradecimiento y admiración. La lucha de las argentinas que fue de las bases a las puntas, en un ida y vuelta, es pasión, convicción y método; una praxis que no es nueva y que se enmarca en una genealogía de mujeres, lesbianas, travestis y trans conquistando derechos.

En estos dos años de espera algo sí cambió: hubo una definición de que las transformaciones relevantes, más radicales y más completas para una sociedad se hacen desde adentro de la política, no sin ella; que las calles tienen que llegar al Congreso, a todas las discusiones partidarias, a cada negociación, a los pasillos de la Casa de Gobierno. El feminismo no se excluyó del juego, todo lo contrario, incluso lo mejoró: el aborto se exigió como una cuestión crucial en la agenda electoral, hubo voluntad del nuevo presidente y de todo el poder ejecutivo y se transversalizó la iniciativa a distintos partidos con un marco mucho más sólido para la negociación, pero también escuchamos mejores argumentos y discursos en los debates, un lenguaje producto de una pedagogía política feminista. Una amiga colombiana me decía emocionada que era impresionante ver a senadores mayores, hombres barbudos con ojos cansados, diciendo “cuerpos con capacidad de gestar”.

El feminismo decidió que no iba a ser una comisión testimonial de los espacios, sino que iba a transformarlos, incluso los más hostiles y masculinizados. A mí me enorgullece ver este momento porque todas sabemos que esto es la punta de lanza para todo un continente. Que en este país hay unas primeras insurrectas que se rehúsan a bajar la cabeza, a esperar, y que ello es un símbolo imprescindible para el resto de América Latina. De aquí habrán salido las estrategias y los triunfos para el resto de nosotras. De acá primeras mujeres que esperaron para que otras no tengan que esperar. 

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Anoche alguien tuiteó que todas creemos que este triunfo es mérito de nuestras amigas. Yo no solo lo creo sino que estoy convencida, porque para ser objetiva tengo el resto de los días. El primer pañuelo verde que tuve me lo dio una amiga argentina por allá en el 2012 cuando yo todavía decía la palabra aborto en voz baja. En 2014 lo llevé a Colombia y me sentía como una niña con un juguete recién traído de unas vacaciones en algún país extranjero. El feminismo, esta convicción colectiva tan eficiente como inevitable, se hace desde los afectos, desde el abrazo, el respeto y el debate, que también son los pilares de la amistad. A todas las argentinas que lo han dado todo, pero en especial a mis amigas Cecilia, Lucía, Sabrina, Natalia, Julieta y Maia: el futuro ahora nos pertenece, no solo a quienes habitamos suelo argentino, sino a todas las personas gestantes de la región, y esto es, para mí, en gran parte gracias a ustedes.