Chocohongos
Foto por Marc Caellas.
Drogas

Chocolate y hongos, ¿maridaje perfecto?

Ya sea en forma de chocolate, en polvo, en gotas o en pastillas, la psilocibina está cada vez más presente en nuestras vidas.

Desafiando la lógica global, este mes de enero decidí viajar a México como un peregrino de las plantas sagradas. Antes del amanecer me recogieron en el aeropuerto de la Ciudad de México y en menos de una hora llegué a Tepoztlán entre los primeros rayos de sol. Sin llegar al status de meca psicodélica del que gozan Real de Catorce o San José del Pacífico, Tepoztlán se convirtió en un pueblo refugio que acoge en su seno a todo tipo de occidentales desclasados que conviven en aparente armonía con chilangos y demás mexicanos que optaron por vivir arropados por la montaña mágica. Les conocen como tepostizos. 

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En Tepoztlán el menú es variado y se adapta a cualquier paladar. En Tepoztlán puedes encargar una boda mística o sistémica, una biodecodificación en masaje, una terapia de janzu, un temazcal, una ceremonia de peyote, una limpieza y reprogramación de chacras, una lectura de runas o una constelación familiar en grupo. 

En Tepoztlán hay un bar llamado Los Perros Románticos en honor a Bolaño, donde los miércoles se juega al mölkky, la petanca inslandesa. Es regido por un canadiense del Quebec fan de Blaise Cendras. 

En Tepoztlán se cultivan y venden hongos, plantas llamadas de forma errónea alucinógenas porque, en realidad, son des-alucinógenas, puesto que te muestran la verdad, que contrasta con la ficción en la que estamos inmersos la mayor parte del tiempo. 

No de una ficción, sino de un artículo de Hunter S. Thompson parece salido Andrea, un italiano que llega a mi encuentro en una vespa en pleno subidón. Andrea no cree en los chocohongos, él los prefiere deshidratados, en polvo, secos. “Sí te aconsejo tomarlos con algún activador, como cacao, o con pulque, o con hidromiel. Pero sin cacao es igual, después de 20 minutos sube”. Andrea prefiere los cubensis a los derrumbe. El hongo cubensis es puro niño interior, puro baile, puro gozo, pura expansión, puros globitos dorados, pura transmutación. Con el hongo derrumbe llega un momento en que tienes miedo. El derrumbe tiene un efecto un poco opiáceo. En cambio el cubensis te da para arriba. Andrea da la impresión de vivir en permanente estado de excitación. “A mí personalmente me pega fuerte, pero es porque soy chiquito, es una cosa de peso. Te aconsejo seis gramos, tres y tres, dos personas. Para llevarlo, lo metes adentro de un botecito de un suplemento alimenticio y no hay forma de detectarlo. No huele, no hay manera de entrenar un perro para que descubra esto”.

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Diga lo que diga Andrea, los chocohongos están de moda en México. Me lo confirma Carlos en un exótico café de Tepoztlán. Carlos es un abogado disidente afincado en Cuernavaca. Hace cuatro años, durante un viaje navideño a la sierra mazateca, tuvo una revelación, una epifanía. Había llegado a la sierra invitado por un amigo que, cada diciembre, se reúne con sus familiares. Compartió manjares con la curandera de la familia, una mujer humilde que le decía todo el tiempo que los que curan son los hongos, menoscabando la importancia de los ícaros y los cantos, fundamentales para poder tener una estabilidad emocional y de visión. Carlos sintió el despertar de su lado espiritual, la necesidad de tener una vida más simple y conectada con la naturaleza. 

La epifanía fue que cultivara los hongos, que podía entrar al mundo del campo y no morirse de hambre a través de ellos. Así, un defensor de la legalidad creó una empresa ilegal. “La espora se puede vender”, dice, “pero en cuanto hay una parte vegetativa, que es el micelio, o hay un fruto que es el hongo, pues eso ya es ilegal”. Y aquí llegamos al absurdo: ¡cómo se puede prohibir una planta! La gran estupidez o quiénes nos creemos para prohibir una planta o un ente biológico. 

Hace falta mucha pedagogía, hace falta educar a los jóvenes en las drogas. Carlos lo tiene claro: “Con el mismo fundamento que la Corte Suprema de Justicia está legalizando el cannabis aquí en México se deberían legalizar los hongos: para el libre desarrollo de la personalidad. Es lo mismo. Con mucha más fuerza en los hongos porque hay una gran cantidad de especies endémicas de México. Cultural y biológicamente tiene más sentido que la planta de cannabis, que no es endémica de México. Es cierto que los hongos que más se cultivan en México, los cubensis, vienen de Cuba, no son endémicos de acá, pero son los más fáciles de cultivar, y son más juguetones”.

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Carlos tiene un laboratorio cerca de Cuernavaca y ahí los cultiva. Montó su empresa cuyo producto estrella son los chocolates, que es una manera más fácil y menos problemática de llevarlos. “A final de cuentas, cuando traes hongos, o los traes frescos, vibran mucho, es una energía fuerte, es mejor llevarlos de manera más cuidadosa”. Los chocohongos vienen preparados como si fueran un chocolate gourmet, que lo son. Vienen con su manual de instrucciones para que el consumidor sepa a qué atenerse. 

“Yo me quito mi karma con el manual”, dice Carlos, “si luego tú quieres ir y asesinar a alguien, pues es tu pedo”. 

Tras una sesión, confirmo que son deliciosos de sabor, que la primera hora es introspectiva, directa a las emociones fuertes, esas inquietudes sin resolver, se siente la medicina cuestionando ciertas oscuridades del alma, y luego al rato se entra en viaje sensitivo en donde los colores y sonidos se perciben en toda su riqueza para llegar a una tercera fase de empatía, risa y expansión. 

El manual de Soma, la marca de chocohongos de Carlos, recomienda:

  1. Relaciónate con Soma como una experiencia sagrada y maestra. No lo uses sólo recreativamente.
  2. Lleva una dieta blanda antes de consumirlo.
  3. Consume Soma preferentemente en la naturaleza, con gente experimentada y de confianza, con música agradable e inciensos.
  4. Ten a la mano ropa cómoda y de abrigo.
  5. Para cada experiencia ten una intención primordial. 

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Carlos vende sus chocohongos a un precio honesto, un precio que no es ni lucrativo ni mediocre, mil cien pesos (alrededor de 55 dólares) la cajita con seis cuadritos de chocolate, ideal para compartir entre tres personas. Su trabajo tiene un coste, pero él rehúsa prostituir la energía. Si usas una medicina sagrada, toca preguntarte por qué lo haces. “Tengo unos amigos que les cayó la policía, y luego resultó que estaban cambiando hongos por perico. No tienen esa conexión como yo tuve con los indígenas, no entienden la grandeza. Pendejadas de ese tipo hacen que la gente se vuelva loca. Si te metes una raya y luego hongos pues CRASH, sobreestimulas los receptores”.

Tiene su lógica que los chocohongos se hayan puesto de moda. Por un lado, todos preferimos colocarnos con productos que sepan bien, ¿algún día se inventarán un mdma que no sepa a lejía caducada? Por otro, tal como cuenta Terence McKenna en sus libros, el cacao y los hongos han formado parte de rituales psicodélicos desde hace siglos. Sólo estamos actualizando lo que nuestros ancestros ya sabían, lo delicioso de combinar dos plantas sagradas. Para los más avezados en la cocina, es fácil conseguir online la receta para prepararlos en casa. Como siempre, la clave es tener buenos proveedores. Producto fresco y de calidad. 

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Foto por: Marc Caellas.

Cristina Ochoa es una artista colombiana que trabaja con las plantas sagradas. Cristina cree que los chocohongos son una suerte de moda hípster. Es cierto que los mazatecos siempre usaron el cacao, el magnolio y el hongo. Es cierto que el hongo es vasoconstrictor y el cacao es vasodilatador, que su combinación permite que la energía circule mejor. Pero también es cierto que su formato, dulce y cool, banaliza la experiencia y el aprendizaje que uno extrae de una planta sagrada. Cristina es muy crítica de este extractivismo de lo indígena. Toca hacerlo con cabeza, dice. “Estos paquetes turísticos que ofrecen temazcal, yagé, peyote, hongos… no hay ninguna responsabilidad ni ética, neochamanes con plumas para sacar dinero a la gente”. 

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Cristina Ochoa expone estos días su proyecto Spandemia en el espacio Galileo 92, en Polanco, Ciudad de México. Se trata de una instalación con dos áreas: un consultorio y un jardín en el que circula un aire limpio producto de la vaporización de plantas curativas. En las paredes del consultorio cuelgan unas telas de algodón impregnadas al vapor con plantas medicinales. Hay también un espacio para relajarse y un armario en el que se guardan diversas preparaciones, aceites, ungüentos, tinturas y semillas que la artista pone a disposición del público.

Spandemia forma parte de una investigación artística más amplia, Pharmakon, jardín de la esperanza psicotropical, que parte del estudio de la farmacia para llegar a una pedagogía estética sobre los usos de las sustancias. Así, El jardín de la esperanza psicotropical se centra en la herbolaria sagrada, sobre plantas de poder o enteógenas1 como el floripondio, el peyote, la coca, las amapolas, la salvia divinorium, el ololiuhqui, el toloache, el amaranto, el zompantle, entre otras. Pharmakon identifica a las diosas americanas con el estudio de dichas plantas, su historia y usos.

Cristina le compra los hongos a Gabriel, un filósofo que los cultiva desde hace cinco años y cuyos clientes son psicólogos y psiquiatras que los recetan sotto voce conscientes de sus beneficios para ciertas dolencias del alma. Gabriel cree que ningún uso es ilícito, se puede combinar el uso lúdico con el terapéutico. No son excluyentes. El viaje te alcanza para disfrutar de una variedad de experiencias. Gabriel me regala un bote con diez o doce pastillas. Son microdosis de hongos. Toma una cada tres días, me recomienda, para no generar tolerancia. Gabriel cultiva la variedad mazatepec, la más sencilla. En México hay unas cincuenta y cinco especies registradas, de las trescientas que hay en el mundo ¡Es una potencia mundial del hongo! 

Ya sea en forma de chocolate, en polvo, en gotas o en pastillas, la psilocibina está cada vez más presente en nuestras vidas. Sólo los ignorantes, los mentalmente pobres, o los sometidos a la ideología económica dominante son capaces de intentar prohibir algo que forma parte de la naturaleza. Y sólo una sociedad castrada y sometida puede aceptar, sin apenas resistencia, que traten de detener la evolución de nuestra mente, forzándonos a negar, desde que nacemos a la tumba, la experiencia directa de la realidad. ¿Durante cuánto tiempo aceptaremos la prohibición de la exploración sin trabas de la conciencia humana?