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Television

Memorias de un amor volcánico: una entrevista con Sheela Birnsteil

Hablamos con la protagonista de 'Wild Wild Country', el aclamado documental de Netflix. Entrevista en exclusiva para VICE Colombia en Estocolmo.
Sheela Birnsteil en el festival GATHER. | Cortesía del festival. 

Artículo publicado por VICE Colombia.


¿Qué harías por amor? ¿Perder tu yo? ¿Hacerlo tu ídolo? ¿Hacer de su presencia maestro superior? Y, ¿qué es, al fin de cuentas, el amor? ¿Asentarse sobre la promesa de una duración infalible? ¿Establecer una rutina de cocina compartida? ¿El burbujeo de un deseo por otro que va descendiendo en la mente y el cuerpo, también, en parte, por un despliegue químico? ¿Encontrar, de golpe, con una claridad sin rastros de hesitación, el propósito de la vida?

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¿Matarías? ¿Cruzarías todo límite en nombre de una incuestionable convicción?

El documental Wild Wild Country, de Netflix, es una narración de seis capítulos que hilvana los acontecimientos insólitos alrededor de la comuna de culto de los Rajneeshis, los seguidores empedernidos de Bhagwan Shree Rajneesh, hoy conocido para muchos como Osho. Cuenta cómo esa misteriosa comuna aterrizó en un amplio terreno de miles hectáreas, adquiridas a comienzos de la década del 80, en el corazón de los Estados Unidos, al pie de un pueblo ínfimo en el estado de Oregon. Se centra, entre otras cosas, en la presencia de Sheela Birnsteil, la secretaria personal de Bhagwan, la capitana y maestra de toda la orquestación material que hacía que dicha comuna fuese posible (con deslumbrantes despliegues de infraestructura y organización).

Y es la historia de una descomposición: de la arquetípica amenaza que, apelando al temor, alimentan los imaginarios estadounidenses alrededor de lo que les resulta distinto; una extraña fábula de espiritualidad, sexualidad, poder, capitalismo y de los alcances que adquirió la fe por un varón convertido en ídolo. Antes de extinguirse, de que su gurú fuese a prisión, los Rajneeshis acabaron siendo una comuna aún más atípica cuando agregaron armas para contener la agresión de sus vecinos, cuando varios de sus miembros demostraron intenciones asesinas y cuando Sheela se escindió de la comuna, alentando a un Bhagwan vengativo, iracundo, rodeado por un séquito de figuras de Hollywood que lo colmaban de cientos de miles de dólares, Valium, relojes de diamantes, y muchos Rolls Royce.

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Pero en realidad es una historia de amor.

"Aquí Sheela está tensa pero receptiva, y entonces le menciono que al ver el documental, le señalo que la suya parece ser una historia de amor y que me hizo pensar en Simone de Beauvoir y en cómo, para las mujeres particularmente, la idea del amor se convierte en una especie de idolatría" .

En el budismo, el amor consiste en toda forma de afecto que se caracterice por libertad. La dependencia, la lujuria, la confusión y el miedo no son partes de su ecuación. El judaísmo concibe el amor como un pacto, horizontal e igualitario, entre dos seres que reparten afectos y deberes de manera equitativa; proporcional a la relación que tiene un individuo con D-os. El catolicismo y el cristianismo tienen, en sus teorías, una filosofía del amor fundamentada en la ausencia de juicio, en la empatía, en el amor al prójimo y que se nos ha legado, sin embargo, como una red cargada de posesión, de culpas, pecados, de juicio y sacrificio. ¿Qué es el amor? El de esta historia un frenesí sin erotismo, una claridad precoz, una certeza fulminante y una determinación ciega y sin medidas. ¿Es amor?

Sheela Birnsteil es una mujer menuda y de pelo blanquecino que bordea los 70 años y que se reúne conmigo en una pequeña habitación en Nobelberget, en Estocolmo. Afuera, más allá de nosotras, el festival GATHER se agita, y ella, que es una de las panelistas principales, ha suscitado un brumoso y contrariado ánimo de expectación. She´s pure evil (ella es pura maldad), me replicó alguien antes de llegar aquí, cuando mencioné el asunto de la entrevista. Acompañan a Sheela un séquito de tres mujeres suizas, con ojos azules y encendidos, con un halo de amigable tensión, curtidas en escuchar que reporteros y periodistas pregunten por los intentos de homicidio, y el tiempo en prisión, y si envenenó a aquellos estadounidenses cargados de prejuicios, y por qué aquellos vicios en la evolución de una comuna que pregonaba elevación de la consciencia y del espíritu.

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El documental exhibe imágenes de grupos en estados de trance, silenciosos y agrupados, vestidos siempre de rojo y de naranja; hombres y mujeres de pieles claras y pelos largos, danzando, gimiendo de manera colectiva, desnudos y sentados en círculos, en estados gozosos, extasiados ante la presencia de un maestro que a veces les habla desde una tarima o que aparece en fotografías veneradas. No fue infrecuente, que a partir de los 60, millares de individuos abdicaran a las experiencias de la burguesía para abrir las puertas de la percepción hacia un propósito, una iluminación, una transgresión que les concediera el sentido de la vida. Sí era frecuente que la psicodelia hiciera parte de los ritos. Pero no en el caso de los Rajneeshis. No había drogas, pero sí sexo libre, un adiós a los matrimonios y la convención, y también una rara comunidad trabajadora y capitalista. Utopía efímera.

Aquí Sheela está tensa pero receptiva, y entonces le menciono que al ver el documental, le señalo que la suya parece ser una historia de amor y que me hizo pensar en Simone de Beauvoir y en cómo, para las mujeres particularmente, la idea del amor se convierte en una especie de idolatría, una despersonificación de sí. Mi pregunta, le digo, está en discutir lo que significa amar a otro, lo que estuvo dispuesta a hacer en nombre de ese "amor", y cómo esas ideas se vivifican con su historia con Bhagwan. Está complacida. Pocos periodistas, dice, han suministrado esta interpretación.

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"La esencia de mi historia es el amor. Pero el amor es una fortaleza, no es una debilidad, y cuando sientes ese tipo de amor se convierte en tu capitán, puedes hacer todo lo que añores, puedes mover montañas".

"Como usted hizo".

"Literalmente", dice.

Pero cuando el amor se siente como una forma de debilidad, sigue, ese es el momento en que corresponde irse. "Bhagwan asumió que mi amor era una debilidad, me tomó por sentada, pensó 'Sheela nunca me dejaría'. Ese sentimiento surge también en los estilos de vida convencionales donde las personas perciben a las mujeres como criaturas emocionalmente débiles".

La Sheela de los medios, sin embargo, la que hace más de 30 años confrontaba las entrevistas televisivas y cuando los escándalos salpicaban el rancho que dirigía; la Sheela provocadora y feroz, de ojeras pronunciadas y en tono arisco, dispuesta a todo por mantener al margen a quienes insistían en desbaratar la comuna de los Rajneeshis, no personifica docilidad de ningún tipo.

Entonces le pregunto por qué, al verla allí, en esas múltiples apariciones, cabe preguntar si no ejercía ella una considerable posición de poder. Y qué significa el poder cuando está en el campo de gravitación femenino. En el imaginario que flota alrededor del documental, en las notas de prensa disponibles, las interpretaciones parecen ser simplistas. Sheela, aquella mujer feroz que en nombre de Bhagwan se enfrentó a la política de los Estados Unidos, conspiró para asesinar al médico personal del maestro, generó una comuna armada en miras de su protección. Villana y criminal. No una mujer que actuaba en nombre de una volcánica devoción.

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Porque no era esta una relación convencional de amor. No hubo emparejamiento o erotismo. Sheela era la secretaria de Bhagwan, lo que significaba tener un acceso a él hecho de intimidad exclusiva, lo que implicaba poner en el orden de lo tangible sus deseos y mandatos. Desde que lo conoció, cuando su padre la llevó a conocerlo, con 16 años, la claridad fue incuestionable y nítida, "si la vida termina en este momento, he vivido plenamente", es lo que dice en el documental y en esta habitación.

"No había un juego o situación de poder. El poder que yo misma sentía venía del amor. El amor que ofrecía confianza entre Bhagwan y yo, eso se volvió un poder volcánico. Mezclamos las cosas en nuestro pensamiento, rumeamos, las enlodamos. Para mí, era claro. Amaba a este hombre, desde el primer momento".

Y sin embargo, Sheela no participaba de las actividades espirituales que hacían parte de los ritos de los Rajneeshi; no meditaba, no entraba en trances colectivos, no estaba vinculada al camino de la iluminación. Sí, en cambio, se hacía cargo de que la comunidad funcionara, organizaba la titánica máquina financiera, era el corazón del pragmatismo. La sacralidad de su función estaba en hacer que esas actividades fuesen posible. “Para mí, mi trabajo era lo sagrado, él era sagrado, nuestra unión era sagrada. Si me preguntas qué significado tiene lo sacro, no lo sé, pero se sentía correcto, acertado".

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Y sin embargo, la inflexión se cristaliza cuando Bhagwan empieza a frecuentarse con nuevos discípulos, entre los cuales estaban la pareja millonaria y californiana que producía cine —por ejemplo, El Padrino— un nuevo séquito hedonista y que colmó al gurú de las opulencias que Sheela había mantenido menos visibles, intuyendo, tal vez, el fervor del maestro por la concupiscencia material. El descubrimiento de Sheela, de que Osho presentaba un consumo significativo de psicoactivos, inició el quiebre entre los dos. "Ni las personas ni yo creímos jamás que podríamos ser separados, pero la primera vez que le negué algo, por primera vez en toda mi vida, fue cuando su deseo estaba en que ignorara su consumo de drogas".

Entonces emergió un maestro mezquino y vengativo, indispuesto a ser cuestionado como varón. Cuando Sheela abandonó Oregon, Bhagwan rompió el silencio que había sostenido por más de tres años. Reapareció en su acostumbrada tarima, los ojos oscurecidos, y tildó a Sheela y a su equipo cercano de criminales, de asesinos. Su ira vengativa fue, la que en últimas también tentó a las autoridades estadounidenses a pujar los límites, a entrar al fin, a desmembrarlos como había sido siempre su intención. “Un vínculo de amor nunca termina. Puede convertirse en un vínculo de odio”, fue una de las cosas que dijo cuando se pronunció sobre la partida de Sheela. Su mezquindad continúo cuando en un segmento televisivo expresó que el asunto se reducía al sexo y al rencor, al haber hecho realidad la filosofía de no acostarse con secretarias.

Desde la perspectiva de Sheela, protegerlo luego del descubrimiento de las drogas se hizo insostenible. "Por eso es exactamente que estaba en lo correcto con mi amor. Siempre dije, a mí misma y a mi equipo, que Bhagwan era un hombre, y estas son justamente características humanas. Con rabia se dicen tonterías, no se piensa en lo que se hace, se siente malestar y la ira de Bhagwan demuestra la profundidad de su propio amor, la intensidad del amor que tenía por mi. Mi padre siempre dijo que éramos inseparables, por ese profundo amor entre los dos y eso no tiene nada que ver con la sexualidad. Era algo completamente distinto".

En los días más controvertidos para los Rajneesjhis, Sheela personificó ante los medios el escudo donde recaía el odio y el prejuicio, el miedo como vehículo de contención típico en las políticas de los Estados Unidos. Así lo ordenó Bhagwan mismo. Una mujer morena e hindú, cuyo tono arisco y cuya fiereza servían como el sitio donde canalizar la amenaza con la que la comuna era percibida.

En las imaginaciones póstumas, la villana, la figura incómoda ha sido Sheela. Osho, como lo conoce esta generación, generó otro nombre para distanciarse del escándalo que envolvió al culto que incentivó. Se venden por millones sus libros. Se desentendió del frenesí al que se lanzaron algunos de sus Rajneeshis para protegerlo (como cuando expresó a su médico personal sus deseos suicidas y cuando Sheela y su séquito más cercano planificaron exterminarlo usando una jeringa, cuando ese mismo séquito estuvo al borde de asesinar a una figura clave en la persecución política de los Rajneeshis).

Funciona en la visión sensacionalista: loca mujer hace todo en nombre del amor, de la idolatría, de la devoción. Por qué no, mujer feroz es enceguecida por un sentido fulminante de convicción que todo diluye, hasta la ética misma, en una historia de amor que no incluye las formas que nos resultan concebibles.