El paro nacional en el centro de Bogotá avanzaba en paz en la tarde del sábado 23 de noviembre, entonces su tercer día, cuando el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) intentó dispersar la marcha con gases lacrimógenos. Así lo confirman varios recuentos, como el de la politóloga Sandra Borda o el de Carmen Teresa Castañeda, Personera de Bogotá, quien también resaltó que, en contra de los protocolos, no se le notificó a la Personería que el Esmad iba a intervenir. Desde la 28 con 7, recuenta Borda, la movilización persistió a pesar de la intimidación del Esmad, y llegó a la Plaza de Bolívar; ahí también llegó el Esmad y dispersó a la multitud con gases lacrimógenos. De ahí los manifestantes tomaron distintos rumbos y el Esmad los persiguió. En la calle 19 con carrera 4, un agente del Esmad disparó contra Dilan Cruz, uno de los manifestantes. El lunes por la noche se anunció que Dilan Cruz, que había sido trasladado al Hospital San Ignacio, había muerto.
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Según el artículo 56 del Código de Policía, el Esmad solo es enviado “cuando no sea posible por otro medio controlar graves e inminentes amenazas a los derechos”. Es claro, entonces, que la acción del Esmad fue irregular desde el inicio, y vulneraba el derecho a la protesta. Además, como reporta Carlos Hernández Osorio en La Silla Vacía, el disparo del agente del Esmad contra Dilan Cruz no solo probablemente no respetó la distancia y la trayectoria reglamentarias, sino que además el proyectil disparado parece haber sido una “recalcada”, tela que envuelve balines prohibida por el Derecho Internacional Humanitario, y no una granada lacrimógena, como se reportó inicialmente. Así también lo confirmó el brigadista Dilan Gutiérrez, que atendió a Cruz cuando cayó.En una manifestación pacífica, con uso desproporcionado de la fuerza y con un proyectil diseñado para hacer más daño, Dilan Cruz fue asesinado por el Esmad y el Estado. Su muerte es un crimen, uno que debería sacudir e indignar profundamente a cualquier humano con un mínimo de empatía y que prueba la necesidad de desmontar el Esmad, para que morir en manos de la fuerza pública no sea una posibilidad cuando se protesta pacíficamente. Sin embargo, distintas reacciones han defendido al Esmad y narrado la muerte de Dilan Cruz como un accidente, distribuido la culpa o buscado domesticar las emociones que un asesinato tan cruel y vil como este puede suscitar. Todas estas reacciones, pienso, maquillan o niegan directamente que Dilan Cruz fue asesinado por el Estado, o buscan encauzar los sentimientos para que se alejen de la crítica y la confrontación democrática, de la dignidad. Por eso mismo vale la pena detenerse en ellas y analizarlas con más detenimiento.
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“Fue un accidente, no culpen al Esmad”
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Las condolencias del Presidente Iván Duque, por su parte, se sienten vacías, tanto como las del Alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa. “Reitero mi solidaridad con esta familia”, afirmó el Presidente vía Twitter. Lo cínico de su afirmación está en que su “solidaridad” y condolencias no serían necesarias si no hubiera criminalizado y estigmatizado la protesta ni, con la orden del toque de queda de la noche del viernes, tratado la situación como si fuera más una guerra que el ejercicio legítimo de un derecho. Sus lamentos no son más que lágrimas de cocodrilo, pues él tenía el poder para evitar que el Esmad atacara a los manifestantes sin razón. Y cualquier asomo de solidaridad por parte del Presidente se esfumó horas después. El martes, en entrevista en la FM, afirmó que “lo que ha ocurrido dolorosamente en el caso de Dilan no será una excepción. Eso ha ocurrido en muchos lugares del mundo también que se pueden presentar situaciones accidentales, dolorosas”. Vaya consuelo y vaya declaración de un Jefe de Estado. En todo caso, para él fue más importante argumentar la urgencia de “que no se lleve a una afirmación como decir que la Policía de Colombia es una Policía asesina”. Las prioridades por parte del Gobierno estaban claras: antes que la vida de Dilan Cruz, lo importante era defender al Esmad y a la Policía Nacional.El Gobierno ha intentado narrar el asesinato de Dilan Cruz como un accidente, una tragedia. Como si fuera una avalancha, una inundación o un fenómeno natural sin culpables. Este no es el caso, y el lenguaje es importante para que quede claro: el asesinato de Dilan Cruz no debe ser confundido como algo menor que eso. Probablemente el agente del Esmad que le disparó no deseaba matarlo, pero eso es irrelevante: incumplió todos los protocolos, violó las normas, lo mató. Y, más allá de los lamentos, es notable que en las palabras del Presidente, la Vicepresidenta, la Ministra del Interior y el Comandante de la Policía de Bogotá no se encuentra una promesa de encontrar la verdad, de garantizar justicia, de trabajar para que nadie más vuelva a morir así. No, simplemente se narra como un accidente imprevisible, y así, la próxima vez que pase, nadie tampoco va a tener la culpa.
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“A Dilan lo matamos todos”
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Y claro que es importante que aprendamos a dialogar, como plantea Gómez; claro que es necesario que, como colombianos, sepamos entendernos y convivir, como dice Armitage, para que sepamos solucionar los conflictos sin matarnos; y claro que la corrupción es un gran mal que azota a Colombia, como infiere Echeverry, pues afecta lo público y deteriora nuestra relación con ello. Pero plantear el debate del asesinato de Dilan Cruz en esos términos es miope. Es vital pensar también en la estructura, en lo macro, y no solo en los sucesos particulares: es decir, ver el bosque y no solo los árboles. Pero Gómez, Armitage y Echeverry, así como el resto de los colombianos que llevan sus argumentos por ese lado, no están viendo el bosque que es. No se preguntan sobre la historia de violencia del Esmad ni sobre la criminalización de la protesta en las semanas previas al paro por parte del Gobierno. Como ellos lo plantean, es por no poder entendernos que Dilan Cruz está muerto. Y dejan totalmente de lado al agente que apretó el gatillo, a la institución que avala su accionar o impulsa esas prácticas y al Presidente o Alcalde (o ambos) que dieron la orden de dispersar lo que era una marcha pacífica.Estos argumentos, pienso, revictimizan a Dilan Cruz. Esconden las decisiones tomadas que llevaron a su muerte, y (aunque por otro camino) también la explican, de cierta forma, como un accidente, uno que se deriva de nuestros males sociales. Más aún, estos enfoques evitan cuestionar al Estado y al Esmad, que en ningún momento de sus reflexiones son mencionados. Repito, probablemente estas palabras surjan de un afán de entendernos como sociedad, de preguntas sobre nuestra historia manchada de sangre. Pero en un caso tan concreto, diluir la responsabilidad permite que el Gobierno y el Esmad queden impunes de un crimen del que son responsables.
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