Sobrepoblación Tierra
Ilustraciones por Ricardo Cardona.
Medio Ambiente

Nadie habla de los hijos y el futuro del planeta

El crecimiento exponencial de la población es un tema puntiagudo; sin embargo, es necesario que comencemos a construir la conversación.

Normalmente, en la conversación sobre el impacto humano en los ecosistemas que sostienen la vida en la Tierra suele dejarse por fuera un tema que viene a ser, de acuerdo a diversos estudios —y al sentido común—, uno de los más importantes: el crecimiento exponencial de la población humana.

Es algo de lo que pocas personas quieren hablar. Quienes lo hacen suelen encontrarse con respuestas viscerales de personas que, confundidas por la incomodidad del asunto, piensan que hablar sobre el impacto ambiental de una creciente población humana implica odiar a los niños, culpabilizar a las madres que decidieron parirlos o negar otras dimensiones y capas de complejidad de la crisis ecosocial.

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Pero es importante que lo hablemos, y que lo hagamos sin caer en sobresimplificaciones. Así que comencemos revisando algunos puntos que nos permitan ponernos de acuerdo en lo básico y avanzar en la conversación:

1. El crecimiento descontrolado de la población humana ES un problema para la salud del planeta

Así como lo sería el crecimiento descontrolado de la población de cualquier otro ser vivo. La Tierra es la isla llena de vida que es gracias a la diversidad de las formas de vida que la conforman, pues cada una tiene una función dentro de cada ecosistema, y cada función se conecta con las demás, y cada ecosistema se conecta con los demás, permitiendo un equilibrio dinámico que hace posible que la vida siga generándose y sosteniéndose, año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio.

Que haya una especie específica cuya población empieza a crecer sin parar es inevitablemente una amenaza para la existencia de otras especies, porque se necesitan más espacio y más recursos para sostener a esa especie en particular. Considerando que este es un planeta finito y con recursos limitados —aunque lo olvidemos con tanta frecuencia—, ocupar más espacio y consumir más recursos necesariamente implica reducir el espacio y los recursos disponibles para otros seres que no solo merecen tener vidas dignas, sino que además son esenciales para la salud de la biósfera como conjunto.

El crecimiento ilimitado de la población humana no solo afecta negativamente la biodiversidad, las vidas y las posibilidades de sobrevivir de otras especies, sino que afecta, a mediano y largo plazo, las posibilidades de supervivencia de la propia humanidad. (Y no sobra recordarlo: la biodiversidad es esencial para prevenir futuras pandemias).

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Los humanos (y sus vacas) no dejan espacio para nada más

Un estudio único en su clase publicado en junio de 2018 en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS por sus siglas en inglés) recopiló las conclusiones de un censo de biomasa de todos los reinos de la vida; es decir, un cálculo del peso y la cantidad total de organismos vivos de cada especie. Los autores del estudio señalan:

“A lo largo de la relativamente corta historia de la humanidad, grandes innovaciones (como la domesticación del ganado, la adopción de un estilo de vida agrícola y la Revolución Industrial) han aumentado la población humana de manera dramática y han tenido efectos ecológicos radicales. Hoy en día, la biomasa de los seres humanos y la biomasa del ganado superan con creces la de los mamíferos silvestres”.

¿Cuánto es “con creces”? Se calcula que los humanos representamos aproximadamente el 36 por ciento de la biomasa de todos los mamíferos. El ganado doméstico —principalmente vacas y cerdos— representa el 60 por ciento, y los mamíferos salvajes sólo el 4 por ciento. Pasa lo mismo con las aves: la biomasa de las aves de corral es aproximadamente tres veces mayor que la de las aves silvestres. O sea, de un planeta lleno de vida y diversidad pasamos a un planeta que está poblado principalmente por humanos y animales que se usan para alimentar humanos.

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Más gente = más impacto ambiental

Por otro lado, el proyecto Drawdown (el “principal recurso mundial para soluciones climáticas”) señala que una de las más eficientes medidas para hacer frente a la crisis climática consiste en mejorar el acceso a la educación y la salud reproductiva, y añade:

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“Actualmente, los humanos somos 7.700 millones, y las Naciones Unidas estiman que la población crecerá entre 9.400 y 10.100 millones para 2050. Al considerar el futuro de las soluciones climáticas, importa cuántas personas comerán, se moverán, se conectarán, construirán, comprarán, usarán, desperdiciarán y todo lo demás. La población interactúa con los principales impulsores de las emisiones: la producción y el consumo, en gran parte alimentados por combustibles fósiles”.

Nos guste o no nos guste, con esos números y datos, y observando el hecho evidente de que cuanto más crece la población humana más demanda espacio para construir vivienda e infraestructura que conecta ciudades y para producir alimentos, el asunto de si la explosión demográfica humana es o no es un problema para el equilibrio del planeta queda fuera de discusión.

Dicho esto, es necesario dejar otro punto claro:

2. Hablar de la importancia de cuestionar el crecimiento descontrolado de la población humana NO ES lo mismo que promover la eugenesia o el genocidio

Muchas personas se resisten a hablar de este tema porque confunden el cuestionamiento constructivo en torno a los límites del planeta con las posturas totalitaristas. Y es comprensible, al menos hasta cierto punto, que se dé esa confusión.

Lamentablemente la historia reciente de la humanidad está llena de ejemplos de personas que quisieron imponer controles reproductivos en poblaciones vulnerables, o directamente asesinaron a miles o millones de personas por considerarlas de segunda categoría. A veces esas acciones se maquillaron (o se maquillan, tal vez no podemos todavía darnos el lujo de hablar de esto en pasado) para hacerse pasar por políticas que buscaban beneficiar a la humanidad, “mejorándola” a través de la selección de quiénes podían y quiénes no podían reproducirse.

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Creo que la confusión se da también, en buena medida, por la tendencia que tenemos a pensar que cualquier problema que enfrenta la humanidad es algo que deben resolver otras personas. Entonces, si desde las clases medias o altas se habla del crecimiento de la población, se salta rápidamente a la conclusión de que son otras personas (léase: “los pobres”) quienes deberían dejar de reproducirse.

Existen esas posturas racistas, clasistas y coercitivas, eso no se puede negar. Sin embargo, que haya gente que piense de esa manera no significa que esa sea la única manera en la que podemos pensar.

3. Afirmar que es necesario cuestionar el crecimiento de la población humana NO ES lo mismo que decir que la explosión demográfica es el único problema. Es, sencillamente, reconocer que es UNO de los problemas.

Una de las respuestas casi automáticas que dan muchas personas cuando se habla del problema del crecimiento de la población humana es algo así como “el problema no es la población, es el consumo”.

Y tienen razón: parte del problema es el consumo… pero eso no excluye el problema de la población porque, por muy frugales y equitativos que seamos en la distribución de recursos, a mayor población habrá también mayor transformación en el uso de suelos (para vivienda y producción de alimentos) y mayor consumo en general, con toda la degradación ecológica que eso implica.

Así que propongo una mejor respuesta: el problema no es SOLO la población, es TAMBIÉN el consumo, y todas las capas de complejidad imaginables que se relacionan con esos dos temas puntuales.

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Todos los humanos tenemos necesidades básicas de supervivencia muy similares. Sin embargo, nuestra civilización ha desarrollado también la “necesidad de inventar necesidades”: vivir bien no es suficiente, queremos vivir con excesos, experimentando todo, teniendo acceso a todo, comprándolo todo, tragándolo todo.

Así hemos llegado al punto en el que estamos, en el que se calcula que la Tierra alcanza punto de sobregiro ecológico más o menos entre julio y agosto, lo cual quiere decir que estamos derrochando en siete u ocho meses lo que el planeta es capaz de regenerar en un año completo. Estamos aumentando una deuda ecológica humana que ya se está cobrando desde hace tiempo, y quienes la están pagando de manera más dramática son las comunidades más vulnerables.

Pero no todos consumimos igual…

La vorágine consumista que caracteriza a nuestra civilización hace que el panorama sea aún más complejo: mientras que la huella ambiental colectiva de India equivale a consumir 0.7 “planetas” al año (es decir, está dentro de los límites de capacidad de regeneración de la Tierra), Brasil consume 1.8, España 2.3, Australia 4.1 y Estados Unidos 5. Si entramos a mirar las diferencias de consumo entre diversas poblaciones dentro de cada uno de esos países veremos que la mayor parte de esa carga ecológica la generan las personas que tienen más recursos económicos, pues usan esos recursos económicos para consumir más, más y más.

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Por eso hay quienes dicen que el planeta sí tiene suficiente “espacio” para más humanos y “solo” hace falta que quienes consumen en exceso empiezan a consumir menos. Pero no podemos olvidar que esto no es solamente un asunto de si “cabemos” más humanos: existen otros miles de millones de animales y de seres vivos que también tienen derecho a "caber", y que están siendo exterminados porque a mayor número de humanos más crecen las ciudades y las plantaciones de alimentos para que nosotros podamos sobrevivir.

Construir la conversación

Hablar de tener o no tener hijos es un tema puntiagudo. Está relacionado, para bien y para mal, con nuestras ideas de pertenencia, trascendencia, familia, comunidad, autonomía y libertad. Parece imposible compartir una mirada crítica sobre este tema que no termine siendo, de alguna manera, una sobresimplificación.

Pero hay que empezar a construir esa conversación por alguna parte. Y cuando digo construir no quiero decir inventar, porque esta no es una preocupación nueva y han sido múltiples las voces a lo largo de la historia reciente que han querido señalar el impacto que tiene el crecimiento de la población humana en la salud del planeta y de todos los otros seres que lo conforman.

Estas voces no han sido suficientemente escuchadas, este tema está lejos de ser mainstream y la actitud de muchas personas frente a la sobrepoblación y la crisis ecosocial es una mezcla entre ceguera voluntaria y pensamiento mágico: “no es para tanto”, “ha habido épocas peores”, “algo inventarán los científicos”, “ya vendrá al rescate la tecnología” o, tal vez la más ingenua e injusta; “esos niños que están naciendo son quienes pueden salvar el planeta”; es decir: no solo traemos más humanos a que vivan —como puedan— en un mundo en pleno colapso ecológico, sino que además descargamos en ellos la responsabilidad de “resolver” una crisis en cuyas soluciones deberíamos estar trabajando desde hace generaciones.

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Cambiar la mirada

Traer más humanos al mundo, teniendo la información que tenemos, es algo que no tiene sentido hacer a la ligera. No tiene sentido seguir pensando en los hijos como una cosa impuesta, que "toca" hacer, ni tampoco como una decisión personal que podemos tomar sin pensar en el bienestar de otras personas y otros seres. No tiene sentido seguir pensando en los hijos como propiedad privada —que solo son “válidos” cuando son biológicos—, como símbolo de estatus, como garantía del cuidado en nuestra vejez o como única manera posible de construir una familia.

No tiene sentido que haya personas que se reproducen solo porque creen que no existe ninguna otra opción, porque nunca se han encontrado con conversaciones constructivas en torno a este tema y por lo tanto ni siquiera se han planteado posturas diferentes, o porque sienten presión de sus parejas y sienten que así van a “salvar” sus matrimonios. No tiene sentido que siga habiendo maternidades forzadas, y que tantas mujeres terminen teniendo hijos solo porque es lo que se espera de ellas, o porque no tienen acceso a educación reproductiva, ni a anticonceptivos, ni a abortos legales, seguros y gratuitos.

No tiene sentido, especialmente, cuando nos hacemos conscientes de que nuestras sociedades —atravesadas por las lógicas de este modelo económico en particular— promueven maternidades que terminan siendo trabajo de cuidado gratuito, que hacen posible la lógica del crecimiento ilimitado de la economía (más mano de obra, más consumidores), y al mismo tiempo no generan marcos políticos y sociales que promuevan un verdadero apoyo a las madres o a las personas que hacen posibles las vidas de esos humanos que no paran de nacer.

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Alguien que no quiera tener hijos no tiene por qué tenerlos, y no tendría por qué tener que vivir con el constante cuestionamiento de su decisión por parte de otras personas. Y alguien que quiera tener hijos debería poder tenerlos con la garantía de que va a recibir apoyo en la crianza: no la ayuda de la abuela, sino apoyo sistémico, económico y estructurado desde políticas públicas. Y debería poder tenerlos con la información suficiente de a qué se está enfrentando, de qué tipo de vida está haciendo posible, a qué tipo de mundo tendrá acceso ese humano que va a nacer. Lamentablemente nada de eso es lo que estamos viviendo.

Decisiones personales, futuro y esperanza

No vivimos en un mundo en el que nuestras decisiones individuales tengan solo impacto individual. Tal vez eso se podía creer hace un siglo, pero ya no, y necesitamos asumirlo como sociedad y como especie. No solo es un asunto de si el mundo "necesita más gente" o si “tiene espacio” para más humanos, sino de qué implica para la vida de esas personas que se están considerando concebir, y para las vidas —humanas y más que humanas— de quienes ya existen y ya forman parte de este planeta en crisis.

Da vértigo pensar en los humanos que están siendo concebidos y naciendo en este momento, cuando ni siquiera sabemos si quienes ya somos adultos tendremos la posibilidad de seguir teniendo vidas dignas de ser vividas en un planeta que sea capaz de sostenernos. Tal vez la primera acción de cuidado hacia cualquier potencial hijo biológico, antes de concebirlo, sea preguntarse qué mundo lo va a recibir, considerar cómo puede ser su vida a largo plazo en medio del colapso ecológico, y si va a poder tener una existencia digna, entendiendo que no es lo mismo tener lo mínimo para sobrevivir que poder disfrutar de un planeta sano para vivir una vida buena.

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Al escribir eso no puedo evitar recordar a quienes me han dicho que no tener hijos porque el planeta está en crisis es renunciar a la esperanza; pero por un lado, creo que es necesario diferenciar la esperanza del optimismo ciego, y por otro lado me parece que eso es como decir que no ser parte de una iglesia organizada es renunciar a la ética o a la espiritualidad.

Que haya personas que creen que solo a través de los hijos se proyecta la esperanza hacia el futuro me hace recordar lo difícil que nos resulta pensar más allá de nosotros mismos. Es como si no pudiéramos imaginar que es posible enfocar la esperanza en la construcción de sociedades que hagan viable el planeta para los hijos de otras personas, y para los hijos de seres de otras especies. Esa visión individualista me duele, me recuerda que lo “normal” es pensar que no podemos construir algo bello para hijos que no son nuestros. O que si lo hacemos, en todo caso, no es igual de valioso.

Una declaración personal

Con esto no espero convencer a nadie de nada. Quien quiere tener hijos seguramente los tendrá independientemente de cuántos argumentos encuentre a favor de la vida sin hijos o en contra del aumento de la población, porque es una decisión que tiene muchas capas. Pero sí espero, al menos, que esto sirva para que podamos hablar sobre el problema del crecimiento de la población humana sin asumir que se trata de un mensaje de resentimiento a los niños o a quienes deciden parirlos. Esta conversación es necesaria para reevaluar nuestra visión de la maternidad, la familia y la crianza, dentro de los límites de un planeta que ha generado y sostenido nuestra vida y la de millones de otros seres, y que a través de nuestros excesos estamos convirtiendo en un lugar inhabitable para todos.

Y por si acaso no ha quedado claro: lo que deseo no es que toda la gente deje de tener hijos. No deseo la extinción de la humanidad. Me parece que somos animales fascinantes y me encantaría que podamos seguir existiendo y siendo parte del planeta.

Precisamente por eso deseo que la gente tenga información suficiente —y suficiente disposición y espacio mental para el pensamiento crítico y la autocontención— para decidir de manera responsable sobre la idea de tener hijos. Deseo que quienes decidan tener hijos lo puedan hacer en un marco político, económico y social que no les obligue a afrontar la crianza como un “problema” individual sino en espacios de construcción colectiva, y que lo hagan considerando las posibles vidas de esos posibles humanos dentro de los límites de capacidad de carga y regeneración del planeta (o dicho de otra forma, que no piensen solo en su necesidad de satisfacer su deseo de ser padres y madres sino en la necesidad de cualquier nuevo humano de existir en un planeta que sea capaz de sostenerle).

Deseo que quienes decidan tener hijos biológicos sepan que está bien tener solo uno, que no se va a “quedar solo”: el planeta está literalmente desbordado de otros humanos. Y que quienes quieren criar a otros humanos consideren que parir no es la única manera de hacerlo. Que quienes quieren una familia consideren otras múltiples formas de construirlas: adoptando niños (llevando el amor más allá de las secuencias de ADN), adoptando y cuidando animales (llevando el amor más allá de la especie), participando de manera activa en la crianza de hijos de amigos y familiares, generando procesos de conexión y colaboración comunitaria con otros adultos.

Deseo que quienes finalmente tengan hijos, los tengan de una manera que no haga inviable las vidas de otros seres, que no haga inviable las vidas de los hijos de otras personas y que no haga inviable, a mediano y largo plazo, las vidas de sus propios hijos. Para que eso sea posible, necesitamos aprender a hablar sobre este tema.

Deseo, sobre todo, que dejemos de sentir que esto es mucho pedir.

* Mariana es Presidenta del Club de Fans del Planeta Tierra. Puedes seguirla en su cuenta de Instagram (@marianamatija) y leerla en VICE o en su blog.