Mangini: imágenes de Cartagena antes de que llegaran los cruceros

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Mangini: imágenes de Cartagena antes de que llegaran los cruceros

"La Cartagena de Mangini" es un libro que recopila imágenes de una Cartagena distinta a la ostentosa y turística ciudad que es hoy en día. Un documento que es un viaje al pasado a través del lente de un italiano que se convirtió en un símbolo de la...

Hubo una época en la que las murallas de Cartagena eran el patio trasero de muchas familias donde los niños jugaban fútbol y usaban sus garitas como arcos. En aquellos años el Laguito era solo un pedazo de arena desierto, Castillogrande apenas nacía y Bocagrande era un barrio tipo americano de grandes casas de dos pisos donde llegaba un tren que ya no existe. El tren venía desde Calamar con las mercancías que se transportaban por el río Magdalena desde el interior del país, el cual, para la mayoría de los locales, era sinónimo de progreso.

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Durante ese tiempo, en la Popa había un gran letrero como el de Hollywood en el que se leía: "Primer viernes, comulgue para salvarse", y la plaza de mercado quedaba frente al muelle la Bodeguita, mucho antes de que se pensara, siquiera, en la construcción de un Centro de Convenciones en ese mismo lugar. Gabo escribió sobre ese mercado en su biografía "Vivir para contarla". En su primer año como periodista en El Universal, a finales de los 40, se paseaba tarde por la zona y describió algunos de los personajes que lo acompañaban en la búsqueda de un bocado nocturno.

Esa fue la Cartagena de Giovanni Mangini, fotógrafo genovés que pisó tierras colombianas en 1936 escapando de la Segunda Guerra Mundial después de haber quedado cojo en la Primera. Una vez llegado a Cartagena nunca regresó a casa. Como los rieles del viejo tren, el camino se fue desdibujando y con naturalidad empezó a llamar a este sitio, hogar.

Cuentan que una vez llegado a la ciudad, Mangini no solo se enamoró de ella, sino que se convirtió rápidamente en parte de lo más distinguido de su sociedad. Todo el mundo lo reconocía como una persona muy educada, todo un caballero con costumbres europeas. Era el fotógrafo por excelencia de los eventos de la ciudad y no había familia de buen nombre que no tuviera un retrato con su firma. Su nieta, María Isabel Lara, lo describe como un amante de la ópera y la buena mesa, un hombre de letras: "Admirador profundo de la obra de Miguel Ángel, pasó innumerables horas extasiado contemplando en la Capilla Sixtina, su maravillosa obra. Lector incansable y entusiasta de los trabajos de los grandes pintores del Renacimiento, curtido de una vasta cultura, por lo cual no era de extrañar su dominio de varios idiomas".

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Para la generación de cartageneros que tienen recuerdos de los años 50 y los 60 Mangini era un elemento característico de la ciudad, como la Torre de Reloj o las palenqueras de la Plaza de Bolívar. Tenía su local en la Calle de la Moneda y la gente lo reconocía por las calles como si fuera una celebridad, habían pocos extranjeros en la ciudad. Además, fue el primero que promocionó Cartagena como ciudad turística en el exterior, exponiendo su obra en países como Italia, Canadá, Suecia y España.

María Isabel, que un día motivada por una clase de historia de Cartagena dictada por el ahora director del Museo Histórico de Cartagena, Moisés Álvarez, se dedicó a buscar las fotos de su abuelo y las encontró en Bogotá, en el altillo de la casa de su madre. Luego pasaron 18 años antes de dar con alguien que se mereciera su confianza. Un día, sentada en casa de la pintora cartagenera Cecilia Delgado, conoció a Alexandre Magre y a Adela, su mujer. Después de conversar largo rato, Cecilia unió los cabos y dijo: "Aquí tienes el equipo de trabajo para las fotos de tu abuelo".

Unos días después, María Isabel entregó su tesoro a Alexandre y a él le tomó dos años trabajar en la recuperación de las imágenes que hoy están listas para salir al mundo como uno de los archivos históricos más hermosos que existe de la ciudad entre principio de los 40 y finales de los 60. Han pasado más de 50 años desde la producción original del material y Magre tuvo que hacer un cuidadoso trabajo para limpiar los negativos, quitarle hongos y recuperar el color.

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Alexandre es un ingeniero electrónico y fotógrafo catalán que vive en la ciudad hace 25 años. Pasa sus días en su estudio, ubicado en la carrera tercera de Bocagrande. Comparte su espacio con Adela Colorado Céspedes, su pareja y socia, rodeado de una colección de más de 250 cámaras que cuentan la historia de la fotografía desde finales del siglo XIX. Entre las más especiales está una Yashica, la primera cámara con la que tomó una foto a los 9 años; una Pentax MX del 76, que fue la primera cámara con la que trabajó profesionalmente a los 17 años; y las primeras cámaras digitales de principios de milenio, con las que abandonó los rollos y que luego fueron quedando archivadas para dar lugar a las nuevas tecnologías de los últimos 5 años.

Para Alexandre, la fotografía en blanco y negro no debió haber existido nunca por la importancia del color para la fidelidad del registro. "Siempre se pudieron hacer, pero eran más costosas y requerían un trabajo extra porque se necesitaba hacer la foto con tres placas distintas: una roja, una amarilla y una azul. Había que mantener inmóvil el objeto retratado mientras se pasaba de una placa a la otra." Uno se convence de la afirmación de Alexandre cuando viaja a través del trabajo del fotógrafo italiano, casi que suplicando por reconocer el color del mar que golpea la orilla de aquella ciudad corroída por la sal.

"La Cartagena de Mangini" es un proyecto financiado por una preventa y aunque todavía necesita muchos más recursos para capitalizar su producción, han decidido lanzarlo al mundo este 10 de diciembre a las 6 de la tarde en el Club de Pesca de la ciudad, porque, como dice Adela, "el libro está gritando por oxígeno, ya debe salir".

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En aquellos años retratados, la ciudad que hoy se reconoce por la sofisticación de su arquitectura y los lujos que se viven dentro de los edificios restaurados, era una ruina. Había algo en su lente que hacía palpitar las imágenes y que ahora hace que desde la posición del espectador, uno quiera viajar en el tiempo y vivir en esa destartalada pero apasionante Cartagena, como si esa y no la de ahora fuera la de verdad. San Diego seguía siendo un barrio de nativos y el hombre negro habitaba todos los rincones de la ciudad. Casi que uno alcanza a percibir que para ver a un blanco había que salir de la ciudad amurallada.

La pobreza no estaba custodiada por la violencia, porque la gente necesitaba menos cosas para ser feliz. Chambacú era una pequeña invasión, como hoy lo es el barrio Nelson Mandela, pero estaba ubicada justo al lado de la ciudad vieja. En ese terreno hoy se alza el primer edificio inteligente de la ciudad que se suponía que iba a ser parte de un complejo empresarial que llevaría ese mismo nombre, Chambacú. En las noches de Mangini, uno puede presentir que en aquella zona los tambores arropaban los alrededores y el nacimiento de las primeras sonadas de la champeta sucedieron en aquel lugar.

Entonces las casas eran humildes, con techos de zinc y cundidas de gente que caminaba contenta a mediodía con el pie pelado sobre esos suelos de tierra. El encanto estaba en la placidez de la inocencia, el goce de no saber que se vive en un paraíso. Como afirma en el prólogo del libro el escritor y periodista costeño Juan Gossaín: "[en un] momento uno siente que Mangini lo está invitando a disfrutar uno de los más grandes placeres de la vida: el arte de soñar".

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Fortalezas de Bocachica que se mantienen intactas en la actualidad.

Antigua plaza de mercado, ubicada frente al muelle de La Bodeguita donde actualmente se encuentra el Centro de Convenciones Julio César Turbay Ayala. En 1982, la plaza de mercado fue trasladada frente a la Laguna de San Lázaro y lleva por nombre Mercado de Bazurto.

Foto aérea del cerro de La Popa a principio de los años 60, donde ya se evidencia la invasión en sus faldas. También se puede leer un letrero que ya no existe, que decía: "PRIMER VIERNES, COMULGUE PARA SALVARSE."

Portada del libro "La Cartagena de Mangini"

Playón de arena en donde hoy está ubicado el barrio El Laguito entre algún momento entre finales de los 50 y principios de los 60. El único edificio visible, que aún se mantiene, es el Hotel Caribe.