Cultură

La historia de La Isla, el refugio olvidado de los madrileños en el Manzanares

Hubo un tiempo no muy lejano en el que Madrid no solo tuvo playa, sino también su propio puerto.
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“Arroyo aprendiz de río". Así llamó Quevedo al Manzanares, y escribió de él que "más agua traía un jarro". Rodolfo II, cuentan, dijo que era "el mejor río de Europa" por ser el único "navegable en coche de caballos". Y no fueron los únicos que se burlaron del río que atraviesa Madrid y, por extensión, de los madrileños, por no ser precisamente una civilización fluvial.

Sí, el Manzanares es de risa y a día de hoy se parece entre poco y nada al bucólico escenario que recreó Goya en su Merienda a orillas del Manzanares. Hoy los mozos y las mozas han sustituido los trajes goyescos de vivos colores por altavoces portátiles en los que suena Bad Bunny para amenizar las tardes en los chorros del Madrid Río. Y eso es lo más parecido al ambiente playero que tenemos en la capital: echar las tardes en las fuentes verticales de periodicidad alterna que colocaron en un margen de nuestro humilde "arroyo aprendiz de río".

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Porque no, playa lo que es playa no tenemos. Y LO SABEMOS, CHAVALES, NOS HEMOS DADO CUENTA. No nos hacía falta una canción para recordárnoslo ni que cada vez que venís desde una zona costera nos digáis que "lo malo de Madrid es que no tiene playa" ni que qué calor más seco hace en agosto. Lo sabemos de buena tinta. De buen sudor.

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Pero corría el año 1932 cuando se inauguró la primera playa artificial de España. Diseñada por Manuel Muñoz Monasterio, arquitecto de la plaza de toros de Las Ventas o el Bernabéu, la Playa de Madrid estaba dos kilómetros aguas arriba del Puente de San Fernando, cerca del actual Hipódromo de la Zarzuela y a la altura de la desembocadura del Arroyo del Fresno. Por sus precios populares, su masificación y su titularidad pública, algunos la llamaban “el charco del obrero”.

Un año antes, en 1931, se había inaugurado la piscina de La Isla, un conjunto arquitectónico diseñado por Luis Gutiérrez Soto, uno de los grandes nombres del racionalismo español, que tomó como referencia para el proyecto el Club Náutico de San Sebastián para diseñarla. De titularidad privada y con precios que no eran asequibles, como sí ocurría con La Playa de Madrid, para todos los públicos, la Piscina de La Isla tenía aspecto de buque varado con piscinas a proa y popa y una cubierta en el interior. También contaba con un gimnasio, restaurante, solárium e incluso una sala de fiestas.

Su construcción, en el marco del Plan General de Ordenación Urbana de Madrid del año 1930, que proponía algunas mejoras para el río Manzanares, giraba en torno a la pretensión del consistorio de la capital de trasladar a la ciudad el entonces novedoso fenómeno de los clubes sociales que habían aparecido en el norte de la península a principios de siglo. El Ayuntamiento quería que el Manzanares se integrara en la vida de los madrileños, y durante unos años lo consiguió. Hubo un tiempo no muy lejano en el que Madrid no solo tuvo playa, sino también su propio puerto.

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El agua de La Isla provenía, aunque filtrada y tratada, del propio río, y la construcción se alzaba en un isla natural del Manzanares, de unos seis mil metros cuadrados, que se decidió respetar con la primera canalización del río, llevada a cabo en entre 1914 y 1925. Sobre ella proyectó Gutiérrez Soto la que sería una de las piscinas más populares del Madrid de la época, un imponente edificio de fachadas curvas con grandes superficies de vidrio, ojos de buey y una casi total ausencia de decoración acorde a los preceptos del racionalismo, un estilo arquitectónico fundamentado en la razón que se basaba en las líneas sencillas y funcionales propias de las formas geométricas simples, en materiales de orden industrial como el acero, el vidrio y el hormigón y que renunciaba a la ornamentación excesiva, dotando de gran importancia al diseño, que debía ser sencillo y funcional a partes iguales.

Pero, tras cinco veranos sofocando los calurosos veranos madrileños y cinco inviernos como sede del Club de Natación Real Canoe, la piscina de La Isla fue alcanzada por un obús del bando sublevado en 1936. La Guerra Civil había llegado a España y el frente de Madrid había alcanzado las inmediaciones de la zona, acabando con la cotidianidad de la ciudad y con algunos símbolos de vanguardia como el edificio en el que se alojaban estas piscinas.

Tras la Guerra, las dependencias de La Isla fueron reconstruidas, pero el desbordamiento del Manzanares en el 47 las dañó y finalmente se decidieron cerrar en 1954. En el río se abrió una presa y desaparecieron los islotes. De La Isla solo queda ya el recuerdo de cuando Madrid tuvo un transatlántico encallado en el Manzanares, algunos titulares de diarios como ABC que hacían la crónica de los días de esparcimiento que los madrileños pasaban allí y algunos artículos académicos que alababan la solera de edificio de Guitérrez Soto, como AC y Hogar y Arquitectura.

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Más de 60 años después de su cierre, en 2017, Luis Miguel Tomeo, Director de Centro Deportivo Municipal del Ayuntamiento de Madrid propuso recuperar La Isla. Lo hizo con una propuesta en el marco del proyecto Decide Madrid, los presupuestos participativos con los que la ciudadanía de la capital podía proponer y decidir dónde se invertía parte del presupuesto del Ayuntamiento.

Su propuesta era volver a traer a la ciudad un proyecto que, según Tomeo, "merece ser recuperado para volver a formar parte del patrimonio arquitectónico, cultural e histórico de Madrid". Pero la idea cayó pronto en saco roto: su propuesta fue marcada como inviable y ni siquiera pasó a la ronda de votaciones. El nuevo Ayuntamiento de la capital, recién conformado, aún no se ha posicionado sobre si mantendrá o no los presupuestos participativos, que tampoco fueron todo lo eficaces que los madrileños esperaban.

Así que todo apunta a que los "chuflitos" de Madrid Río seguirán siendo, por el momento, nuestra única playa. Y las fotos en blanco y negro del edificio marinero que proyectó Gutiérrez Soto sobre el Manzanares la constatación de que Madrid no solo puede tener playa sino también su propio puerto, con vistas a Carabanchel y a Usera, en el que sofocar los 40 grados a la sombra del verano en la capital.

Ya, ya sabemos que "lo malo de Madrid es que no hay playa", no hace falta que nos lo repitáis. Los que nacimos o vivimos aquí nos hemos dado cuenta. Pero Havana Club y LATIGO, una de las marcas de streetwear más icónicas de la capital han unido sus fuerzas para que nos olvidemos por un momento de ello, para que sintamos un poquito más cerca el mar. Lo han hecho con una colección de siete prendas en las que han reflejado la unión transatlántica entre Cuba y La Isla de Madrid, a las que han rendido un homenaje textil acompañado de un diseño especial de la botella de Havana Club de edición limitada. Gracias a ellos, Madrid vuelve a tener playa. Porque sí, un día la tuvo. Y no solo eso, sino también su propio puerto.

Sigue a Ana Iris en @anairissimon.

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