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La columna rota

“No quiero denunciar, solo que mi hermana no quede invisible”: Monserrat, un feminicidio oculto por el miedo

La familia de Montserrat no quiere denunciar por miedo a represalias.

El feminicidio en México es un problema que nos debe importar a todos. Del 1 al 14 de enero, se han registrado 72 feminicidios: principalmente en el Estado de México con diez; Veracruz y Ciudad de México, con siete cada entidad.

Hace unos días estaba presentando mi libro en alguna parte del Estado de México, cuando al terminar la presentación me buscó una mujer delgada con el rostro desencajado: “¿Puedo hablar un momento al final con usted”, me preguntó.

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Al hablar con ella, el mensaje fue claro: “No quiero denunciar; nos amenazaron mucho. Solo quiero que mi hermanita no se quede invisible. Solo ayúdame para que no sea una más; que su historia se conozca”.

El miedo a quienes se atreven a asesinar es lo que lleva a esta hermana a ser la voz de su familia, desde la oscuridad. No esperan que algún día detengan a quien se atrevió a matar a Montserrat; solo esperan que no se vuelva invisible.

Rompiendo todos mis protocolos —ya que soy quien redacta las historias que aquí lees— comparto íntegra la historia de una mujer asesinada, escrita por su hermana:

Monserrat,

Tanto tiempo ha pasado desde tu partida y a la vez parece que fue ayer. Aún me es difícil poder terminar de contar tu historia sin llorar.

Mi hermana de 36 años era una mujer muy risueña, una persona que ayudaba a las personas, humanitaria. Siempre nos hacia reír en casa. Ella era técnico en aeronaves y estaba cursando otra licenciatura, en enfermería. Siempre andaba en bicicleta; le gustaba salir de casa a las pirámides en ella. Su tiempo libre lo dedicaba a jugar con sus sobrinos.

Un día en febrero de 2017, sacó a pasear a un cachorro que yo le había regalado unas horas antes. Salió sin avisar y caminando; aunque siempre andaba en bicicleta, esta ocasión no fue así. Salió aproximadamente a la una de la tarde y fue la última vez que supimos de ella. Si hubiera sabido que esa risa escandalosa que la caracterizaba jamás la volvería a escuchar, no me hubiera separado de ella.

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Esa tarde yo salí con mi familia y en el camino, a unas calles de mi casa, vimos muchas patrullas y la calle cerrada. A lo lejos vi un cuerpo envuelto en una lona azul y un brazo que salía de ahí con manga blanca. Jamás imaginé que ese cuerpo era mi hermana.

A las cinco de la tarde, mi mamá me avisó que mi hermana aún no regresaba. Comencé a llamarla, pero su celular ya mandaba a buzón. Le comenté a mi madre lo que había visto horas antes y nos preocupamos mucho. Regresé de inmediato al lugar donde estaba ese cadáver, pero el cuerpo ya había sido levantado. Llamé a un comandante para saber la descripción de la persona que estaba muerta y me dijo que era hombre, que no me preocupara por mi hermana, que ya aparecería.

Llegó la noche y mi hermana no llegó a casa. Amaneciendo marqué a Locatel. Mi llamada duró más de 30 minutos, describiendo a mi hermana y esperando me dijeran si había alguien en algún lugar con esa descripción, pero nada. Solo me dijeron comuníquese más tarde con este número. Acudí a todos los hospitales cercanos sin encontrar respuestas. Acudí a las estaciones de las ambulancias y ninguno sabía de una mujer lastimada o muerta. Acudimos al Ministerio Público y pregunté si entre los cadáveres había una mujer; me dijeron tajantemente que solo habían varones, sin saber que mi hermana estaba en un refrigerador a espaldas de mí. Quisimos levantar una denuncia pero no había sistema, no había gente.

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Ese domingo me dediqué a buscar a mi hermana calle por calle en mi colonia, esperando verla, encontrarla en algún lugar sonriendo. Así pasé el lunes, de la misma manera, sin obtener éxito. De nuevo en hospitales, Locatel, y parecía que a mi hermana se la hubiera tragado la tierra.

Llegó el martes y mi madre y yo vimos la foto que habían subido a “Denuncia Ecatepec”, donde mostraban el cuerpo cubierto con una lona azul y decían de nuevo que era varón. Llorando ambas vimos las botas de la persona; vimos que eran iguales a las de mi hermana. Corrimos a buscarlas y no estaban en su recámara. Mi madre angustiada decía no podía ser ella, pero sí era. Nos dijeron que no había mujeres en el Servicio Médico Forense (SEMEFO), pero de nueva cuenta acudí al SEMEFO para pedir informes. El policía me refería con un sujeto armado y muy déspota. Le comenté mi asunto y tajante me dijo:

“Yo estuve en ese turno y no hubo muertas”.

Le mostré la foto del lugar y el cadáver que hubo ese día, a lo cual me dijo que él levanto el cuerpo y era varón, que mi hermana andaba en otro lugar, que me fuera, que tal vez ya estaba en mi domicilio.

Muy enojada pedí hablar con su superior, una mujer. Tardé en que me atendieran y cuando por fin hablé con ella, le rogué que me dejaran ver el cuerpo, ya que las botas eran iguales a las de mi hermana. Ella dijo que era hombre y parecía un cuento incasable, hasta que le dije que estaba en mi derecho de ver el cadáver. Ella le pidió a su personal me acompañaran al área del SEMEFO. Al pasar una señora me dijo “¿A quién busca?” Le dije que a mi hermana y ella me dijo: “Mira, tenemos puros varones. No puedes pasar”.

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Me enoje tanto que le dije que dudaba que hicieran bien su trabajo. Enojados, me ingresaron al área de refrigeradores. Abrieron gaveta por gaveta. Vi seis cuerpos, uno por uno. Cuando abrieron el último de inmediato supe que era mi hermana. Les dije que era ella y les dije: “¿No pueden ver que tiene senos, que tiene vagina?” No me dijeron nada, solo que si estaba bien, que si me quería sentar. Les dije que no, que solo quería llevarme a mi hermana. Salí del lugar y me dijo la señora a cargo: “¡qué bueno que viniste porque lleva varios días! Ya se iba en unas horas a la fosa común, porque no tenemos ya lugares y nos llegan muchos muertos”.

En ese momento me sentí rota, triste, enojada, dolida. Me dijeron que tenía que ir a la fiscalía para iniciar el trámite y que me entregaran el cuerpo de mi hermana.

Avisé a mi familia. Fue el momento más difícil: decirle a mi madre que me perdonara por no encontrarla viva. Ella estaba destrozada. Habían quebrado a mi familia. La habían matado en vida de la manera mas cobarde, inhumana y sin nombre alguno.

Estando en la fiscalía, me pasó una mujer a su oficina. Solo recuerdo su nombre, Lupita, y un señor que me acompañó desde la entrada. Me sentaron en un sofá y comenzaron a interrogarme. Me preguntaron por qué se había matado mi hermana.

¿Que por qué traía un arma?, ¿que por qué no vimos que se quería matar? Que ella era lesbiana que, si lo sabíamos, que ese podía ser motivo de quitarse la vida a plena luz… que mi hermana traía aliento alcohólico. Me empezaron a interrogar tanto, con tanta estupidez, que no contesté nada. Solo que esperaría a mi familia porque todo lo que decían no era verdad. Lo que más me enojó es que la tipa me dijo que ella levantó el arma y que le faltaba una bala. Me preguntó quién le dio el arma, porque con ella se había matado ella sola con un disparo detrás de la cabeza. Solo me estaba acorralando para contestar lo que ellos querían escuchar.

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Llegó mi familia y las cosas cambiaron. Pasamos todos y ella cambió su diálogo. Entonces la cuestioné, porque ella acusaba a mi hermana de matarse, de traer un arma, de ser lesbiana. Ella respondió que su perfil psicológico lo decía todo, pero no sabía que mi hermano es psicólogo y la puso en su lugar diplomáticamente. Solo le dijimos que queríamos irnos, que entendieran nuestro dolor. Tardamos horas y nos levantaron nuestra declaración. Regresamos al SEMEFO por mi hermana, la cual sacaron en una plancha, fría, sin ropa, al aire libre como si fuera un objeto más que les estorbaba.

Esa madrugada velamos a mi hermana con mi familia destrozada, rota en mil pedazos, indignados de darle sepultura cuatro días después de su muerte. Yo solo le di un beso en la frente y le dije “Te amo”. Fue el día más doloroso de nuestras vidas. Mi madre dice que no hay que guardar rencor, que Dios y la vida cobran todo. Pero cómo no odiar con el alma a quien te arrancó la vida de las manos en un segundo.

Ahora sabemos por los resultados de la prueba de Harrison que mi hermana en ningún momento se mató, que el arma no era suya. Pero, ¿de qué nos sirve si ya no está con nosotros?

Cada que veo una noticia de una mujer muerta, sé el calvario que pasan las familias; sé la desesperación de no obtener ayuda, de no saber si llegarás a tiempo o tendrás que ir a una fosa común.

Eres madre, padre, hermana, hermano, hija, hijo. De una mujer víctima de feminicidio, desaparición, o intento de feminicidio búscame, ayúdame a visualizarlas y contar su historia. Voces de la Ausencia.

@FridaGuerrera
fridaguerrera@gmail.com