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Horas más tarde, yo estaba replegado, imaginando los terribles escenarios que nos iba a deparar el futuro. Estaba tenso. Me mordía las uñas todo el tiempo. Rasool lo advertía. Siempre lo advierte todo."Tranquilo, hermano", me dijo. "No hemos hecho nada malo. Nos sacarán de aquí enseguida. Solo somos periodistas que intentan hacer su trabajo".* * *Rasool tenía razón. No habíamos hecho nada malo. Y, sin embargo, seguíamos pudriéndonos en una prisión turca antiterrorista de máxima seguridad. Los vigilantes nos contaron mientras entrábamos que se trata de una "prisión del Estado Islámico (EI)". Los grafitis que surcaban las paredes y el eco cacofónico de los gritos de Allahu Akbar (Dios es grande) que recorrían la prisión de noche parecían confirmarlo.Un semana antes, cuando la policía nos interceptó a la salida de un hotel de Diyarbakir, fuimos acusados de asociación terrorista. Llevábamos unos cuantos días trabajando en el sudeste, informando sobre el conflicto que sigue enfrentando al día de hoy al Estado turco con el proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). La batalla ha cobrado ya centenares de vidas en solo seis semanas. Gran parte de la violencia está siendo orquestada por las juventudes del PKK, el Movimiento de las Juventudes Revolucionarias Patrióticas (YDG-H).'Sáquenme de aquí, chicos', nos dijo Rasool mientras nos llevaban de allí'
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