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Gracias por su preferencia sexual

Tu peor ligue gay es la impunidad mexicana

No es novedad que prácticas criminales como la extorsión, el robo o el secuestro habiten en las aplicaciones de ligue gay.

Lee más: La guía VICE para gordos.

Situación incómoda: una de cada tres citas que se pacta en las aplicaciones de ligue gay. De uso exclusivo gay, ya que justamente así funcionan: no son LGBTTTI ni mucho menos. Nadie quiere gordos, ni afeminados, ni indígenas. Tampoco pobres, jotos o drogos. Mucho menos transexuales, intersexuales o travestis. Nunca jamás discapacitados, cholombianos o vejetes. Ganan los casados, bisexuales, masculinizados a la fuerza, tapados con la vergüenza ancestral de su preferencia sexual. Estamos en Grindr, Scruff, Hornet, Bender, Manhunt y un largo etcétera. Digan lo que digan las mercadotecnias de estas aplicaciones: en todas irónicamente están los mismos sujetos online. Alguien caerá en una o en otra.

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Aplicaciones para gays que viven en la gaycidad del delivery sexual a domicilio. ¿Por qué? Las construye el méndigo empleo continuo y reinante de usuarios 24 horas. ¿La explicación de una supuesta gaycidad? Hay un modelo gay compartido: aficiones, consumismo, comportamiento y censura. Es una experiencia social homosexual poco variable. Todo se hace de la misma manera. ¿Si se quiere sexo? Se finge, se guarda silencio, se intercambian fluidos, y se huye. De veras: así es. No se habla de más porque se ceba el acto poco erótico de cogerse un culo sin previo aseo. O el bello acto de amor en la total higiene. O porque se puede saber quienes somos en la vida común y corriente de este México puto. E impune.

La peor cita sucede después de cinco situaciones incómodas, acumuladas aproximadamente durante quince ligues sin importar que fuesen buenos o malos. La peor cita varía dentro de una escala de grados desiguales pero terroríficos por igual. Una herida de guerra. Un testimonio de cómo te hicieron añicos. Una enfermiza paranoia cuando se escucha un sonido cualquiera en casa: un coche estacionándose en la entrada, el vecino moviendo la basura en su propio espacio, tu perro ladrándole a una paloma en la ventana. Pero ahí está ya la pregunta de cómo vivir después de que un chantajista te enseñó su verdadera cara y te pisoteó moral y emocionalmente. Por supuesto, pudo ser peor: un secuestro, una violación, una golpiza, un robo a casa habitación. O incluso la muerte. Pero establezcamos lo peor como una vida que tienes que vivir ahora con esa experiencia de forma crónica, sin posibilidad de olvido.

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En México, parafraseando a Sor Juan Gabriel, es más fuerte la estadística que el deseo de coger/amar/justicia. Pero, ¿cuál estadística? La del crimen. La del acoso. La de los daños en la emoción ajena. La del silencio de los vulnerados. La de tenerle más miedo a la policía, al ejército, a las fuerzas públicas que a las garras del criminal, la extorsión, el secuestro, la conexión de un gramito de droga bajo el agua y los desiertos. ¿Por qué? Porque México así nos ha criado: la seguridad nunca ha sido nicho de las instituciones públicas. A menos que estén las cámaras de la ONU sobre nuestro caso en general, y sobre su respuesta institucional en particular. Y eso: la neta no sucede. Desgraciada y recalcitrantemente: no sucede. O díganme un caso de denuncia que sea un éxito. Del modelo de justicia mexicana: no hay registro en la Matrix. Me dan pena, fuerzas de seguridad policial corruptas. Pero dándome pena, sobre todo me dan una habitación con vista directa al terror que me llena de visiones de muerte la cabeza.

¿Cómo se pasa del modelo de ligue gay geolocalizado a la inseguridad pública y, sobre todo, de nuestra integridad física, mental y emocional? Una inseguridad que priva justa e irónicamente de la propia privacidad. En un click. Con una selfie, una foto de tus genitales, un emoji que dice que estás de acuerdo en subirte a la marea de calentura desde la que compartes tu ubicación, o pides la del otro para ir en su busca, y enseguida el número de teléfono celular o del Whatsapp, donde se concreta tan simpática cita. No está mal. Así se conoce hoy más de un 60 por ciento de personas en el mundo: empleos, intercambios sin garantía, compra/venta, parejas, intereses afines. Pero gran fracaso. Esto sucede del lado oscuro porque confiaste en quien no debías, no tomaste precauciones, el sujeto está loco, encima va drogado —cuyo caso se distingue del tuyo, ya que tú eres un patético drogadicto que se pone hasta el chongo para escribir por fin su tesis o esa novelita—, y es un hábil extorsionador.

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Situaciones incómodas: cuatro de cinco posibles. Son del tipo Catfish, gordas que mandan sus fotos photoshopeadas o fotos de hace siglos que les tomaron durante los tres días que duraron en una dieta dificilísima e imposible. La peor cita siempre puede estar esperándonos.

EL PASADITO DE PESO

No llega a tu casa un luchador de sumo. No exageremos. Alguien pasado de peso se tolera. Es una forma de armonizarte con el universo. Acuérdate que tú mismo tuviste kilos extras después de unas fiestas decembrinas. ¿Enero, febrero, marzo? ¿Cuánto tardó en que te desinflamarás de la repostería navideña, la cerveza Nochebuena y los tamales? Bueno, pero el ligue corresponde a septiembre. Y el tipo que acaba de entrar a tu departamento lleva "pasadito de peso" más de un lustro. Y no piensa irse. Contrario a lo que le pasa a los nuevos gordos que pierden testosterona, él tiene mucha, y está enojado, ¿por qué lo hiciste cruzar la ciudad si no te gustaba? No se piensa ir hasta que el sexo se concrete. Es más, lo tienes que hacer todo tú porque él nadando en grasa no puede moverse más de lo necesario. Lo peor es que tú tampoco le mandaste las fotos más actuales que tenías. No porque también seas una súbita orca, sino porque siempre temas que te reconozca el amigo del primo del vecino aquel con el que fuiste a la primaria.

EL DE MICROPENE

Fue el menos fácil de llevar a la cama: te pedía fotos de todo. Habías aprendido después de la experiencia del gordo que era necesario sincerarse antes de la primera cita. Entonces, hasta hablaste con fotografías de las verrugas que te salieron después de la picadura de una aguamala en Oaxaca y seguiste el brillante remedio de orines de un holandés guapísimo. Por eso tuviste confianza de pedirle fotos. Y como para ti seis fotos son suficientes para irte a la cama con el susodicho o cualquiera: no pediste fotos de su pene, no hablaste de su pene, porque quien tenía precisamente agarrado el tema por los güevos era él, que quería ver fotos de tu pene por todos lados, además a ti te encantaba leer los calificativos más bien halagos que decía por tener el pene que tienes. Nada extraordinario. Pero que él le encontrara tantos adjetivos era muy cachondo.

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Cuando por fin están desnudos: él usa suspensorio, enormes nalgas, gran elasticidad. Pero ocurre que le gusta coger encima de ti, tú acostado, él montándote. Entonces, impulsado porque nadie te ha censurado nunca, le agarras el pene pero no hay pene. Bueno, hay un pequeño. Olvidó contarte el detallito de su micropene debido al desorden hormonal durante su gestación. Ha vivido bajo medicación de hormonas masculinas desde niño. La mastectomía fue adolescente, pero recientemente tuvo una cirugía estética. No hay problema, dices. Pero hay un shock porque la historia es contada inesperadamente mientras el acto sexual sucede.

EL ROGÓN EXTREMISTA

Los tiempos eran perfectos. El ligue que no se excede en plática, en las cervezas previas. Es parecido en los gustos culturales o de consumo, en la música que elige o en las películas que ve. Es más, su hermana llega sin aviso pero como resulta un encanto no te alarmas. Todo sigue su curso. El sexo no destaca pero podrías repetir. Supones (y ese es el error) que el sexo resultaría mejor una segunda vez. Y él lo confirma. No te ha leído el pensamiento pero lo parece. Sin embargo no te resulta extraño. Los dos ríen, y la risa hace la peor parte que es confirmar que una segunda vez será magnánima. Te vas.

Y en el taxi te llega un mensaje suyo que respondes cordial pero desde tu burbuja de indiferencia. Y al llegar a casa otros cuatro más. Cuando despiertas te pide darle like en su Instagram a esa foto tan como de amigos donde se toman la primera cerveza. La foto lleva 80 likes y una serie de comentarios entre él y su hermana. ¡Los dos te adoran! Él se instala en la rutina: domingo, lunes y martes te llama por la tarde y antes de dormir; miércoles y jueves por la mañana, la tarde y la noche. Necesita verte el viernes, repetir: sabe que todo irá mejor, que antes pueden ir a esa fiesta de disfraces de su mejor amigo, tú de Mario Bros y él como Luigi. O como la princesa, y manda un guiño. Un chat con sus mensajes: ora rogando, ora alarmado; ora reprochando, ora pidiendo perdón; ora esto, ora aquello. Te vuelve un poco loco que el viernes recibas un arreglo floral ¡con rosas de tocino!

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EL FAN SARCÁSTICO

Te contacta porque (cree ser tu alma gemela, pero esto no lo sabes, si lo hubieras sabido ni le respondes) quiere contarte su historia. Van a tomar unas cervezas. Desaprueba la cerveza que has pedido, a pesar de que en el bar sólo hay de dos tipos: regular y light. Desaprueba el lugar, a pesar de que había dicho que su sueño era conocerlo pero no lo imaginaba tan de mal gusto. Desaprueba que existan travestis en el mundo porque con sus tías tiene suficiente. Desaprueba que no escribas con regularidad. Desaprueba que no quieras contarle la trama de tu novela. Desaprueba que escribas una novela. Desaprueba que no hayas estudiado periodismo. Desaprueba que vuelvas a pedir el mismo tipo de cerveza. Desaprueba que sigan en aquel sitio lleno de vestidas como desaprueba no seas considerado con sus gustos e intentes llevarlo a otro lugar que incluso él sabe que también desaprobaría. Lo que sigue es vas al baño y desapareces en un Uber con gran timing que pediste al orinar.

Lee más: Mi chofer de Uber me masturbó mientras fumábamos cristal meth.

EL EXTORSIONADOR

Es la peor cita que tienes en años. No acostumbras ir al sitio de los ligues, prefieres que te visiten. Después de tantos años ligando por internet, sabes cómo echarlos de tu casa sin que chisten. Has tratado con tanto psicópata que te crees inmune. Aunque sabes que la mejor inmunidad para tus deseos sexuales es masturbarte al despertar. Y olvidarte del sexo, de esa necesidad con el paso de las horas terminas por llamar calvario. Pero no hay peor calvario que un experto en extorsión.

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Te invita a su hotel, dice tener dos horas antes del check-out, que lleves lubricante, allá hay condones. Se ven en el lobby, toman el elevador, es él, esta vez no ha resultado un gordo mentiroso, según la foto no tiene micropene y si tuviera no importaría porque estás curado de espanto, no piensas en nada más. Lleva una cubeta con hielos, según para enfriar algo que no es un bote de cerveza, lo aclara. En la habitación resulta que está haciendo un bong casero, es decir una pipa de agua en un bote de plástico, para fumar metanfetamina. Últimamente todos los jotos fuman cristal: se les dilata el ano tanto que puedes pasar un camello. Pregunta si te drogas. Que sí pero no quieres fumar, tienes trabajo pendiente. El sujeto está pegadísimo. Fuma para antojarte pero te resistes. Para verte cool dices que fumaste hace unos días. Te dice que tiene todavía un gramo de los tres que compró un día antes. Se echan en la cama pero no hay acción. Apenas te pones el condón, el sujeto va al baño y se queda fumando. Cuando regresa, te levantas de la cama, te vistes y dices que te vas. Pregunta que si estás enojado. No, pero sabes que no habrá sexo.

Cuando llegas a tu casa: recibes mensajes del mismo sujeto al Whatsapp. Está alterado. Te mienta la madre. Dice que le devuelvas esos gramos de metanfetamina que le acabas de robar. Sabe que fuiste tú porque te vio las ganas de fumar, tú mismo le dijiste que fumaste antier. Pero no sólo eso: te manda un audio con su voz alterada diciéndote que ya te cargó el payaso, te van a buscar, tienen tus fotos. ¡Y su jefe está en camino! No creas que es un adictazo cualquiera: ¡es narcotraficante! No: peor. ¡Es el consentido del patrón! Necesita ahora mismo esa metanfetamina. Le has robado seis gramos que quiere de inmediato de vuelta y, por si fuera poco, dinero en efectivo. Te manda capturas de pantalla donde se ve que está pasando tus fotos al jefe, el Chocorrol Mafioso. Tratas de llamarlo. No contesta. Pero siguen los mensajes de audio por Whatsapp. Te van a buscar en los Oxxos y changarros a la redonda. Estás a menos de dos kilómetros. El Chocorrol y sus achichincles están en camino.

Enloqueces. Incluso aceptas darle el dinero, ¡no tienes el cristal! Borras Grindr, Hornet, todas tus aplicaciones gays. Bloqueas tus redes sociales. No más Facebook, no más Twitter. En tu mente el plan suena limpio y tan claro: entregarle la suma de dinero que pide lleves al hotel. ¿Volver al hotel? Ni muerto. No tienes a quien pedir auxilio. Te niegas a ir a la policía. Por tu calle pasa el ejército. Recuerdas que en el hotel mismo estaba una patrulla. Todos están coludidos. Te niegas a enfrentarlo. Sabes que está pegadísimo, se lo has dicho. Pero lo niega. El sujeto se fue con el bong a fumar en el baño. Se llevó la grapa de cristal. Todas las grapas que tenía. No te moviste mientras él estaba en el baño. Pero te inculpa. Te extorsiona. Te hace el peor chantaje: tus fotos, tu nombre, tu teléfono. De pronto dice datos que te suenan verídicos: vives junto a una peluquería, en la calle de la tortillería, te llamas tal (¡tu nombre lo dices en tu perfil de Whatsapp!). Te sorprenden datos generales que en tu paranoia suenan particulares. ¡Tiene las fotos! Todos se enterarán de tus verrugas de orines y aguamala. En medio del caos de sus mensajes, le has dado el dinero. Y la calma resuena. Es un extorsionador profesional. No había maleta en la habitación, sólo un par de mochilas. Sabes que has sido engañado. Te han extorsionado como a un niño. Y, en efecto, no puedes tranquilizarte. Su fantasma queda por todos lados.

CODA

No es novedad que prácticas criminales como la extorsión, el robo o el secuestro habiten en las aplicaciones de ligue gay. Sin embargo, debido a la vergüenza que causa ser chantajeado por una cita de internet, es un tema poco conocido. Se queda en un chisme. En una confesión entre amigos. Pero se necesita denunciar, aunque enfrentarse a las leyes mexicanas parezca peor que la mala experiencia sufrida. De esta forma, la justicia mexicana tendrá que salvaguardarnos también a los que ligamos por internet. Sin embargo, además de la denuncia legal, debemos evidenciar los rostros de estos sujetos y sus actos deleznables. No al silencio.