Artículo publicado por VICE Colombia.Como parte de la campaña #HablemosDeLasNiñas, durante tres meses hablamos con todo tipo de mujeres que sufrieron abusos durante su infancia. Como cierre del ejercicio, este texto contiene pistas esenciales para comprender la problemática.
Cuando escuché la historia de Pilar, supe que el silencio no podía ser una opción. Llevaba días dándole vueltas a cómo escribir este relato, pero fue solo hasta que escuché su historia y percibí la determinación y fortaleza con la que rompía su silencio, que me motivé a darle forma a esto que se parece bastante a la terapia que jamás tuve.
Cuando escuché la historia de Pilar, supe que el silencio no podía ser una opción. Llevaba días dándole vueltas a cómo escribir este relato, pero fue solo hasta que escuché su historia y percibí la determinación y fortaleza con la que rompía su silencio, que me motivé a darle forma a esto que se parece bastante a la terapia que jamás tuve.
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Cuando tenía siete años mi abuelo abusó de mí. Tal como Pilar, nací y crecí en Medellín. Y, también como ella, durante un tiempo, me negué a reconocer mis propias heridas. “Él nunca me penetró”, me decía yo misma como lo hacía ella. Y así, ambas nos alejábamos de esa realidad como también lo hacían nuestras familias. En mi caso, no mi mamá, con quien conté desde el principio, ni mi papá, a quien la decepción lo derrumbó; pero sí mis tías, tíos, primas y primos, a quienes amo y al tiempo reprocho por su silencio y complicidad; y, a quienes ahora, también puedo entender. Después de este ejercicio sé que como individuos, familias y sociedad, aún no hemos desarrollado el lenguaje ni las herramientas para sanar estas heridas.De ese episodio, recuerdo que yo misma calmé el desconsuelo de mi madre diciéndole: “mamá, mi abuelito no me hizo nada”, aunque sus manos en mi cuerpo no fueron, precisamente, una caricia que yo deseara. Y es por ese recuerdo y después de escuchar, durante los últimos tres meses, decenas de testimonios de mujeres que como yo fueron abusadas cuando niñas, que comprendí que esto es preciso reflexionarlo exponiendo, incluso —y sobre todo— , mi propia fragilidad.A cuestas, las mujeres llevamos una carga histórica que nos ha impedido detener los abusos a los que desde niñas hemos sido sometidas. Y no se trata de culparnos. De lo que se trata este ejercicio testimonial es de cuestionar a la sociedad de la condescendencia. A la sociedad de la violencia contra las mujeres que alimentamos a diario.
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Por eso llegué a Mutante. Una idea de un par de hombres que, cuestionando su masculinidad, se propusieron activar una conversación social en torno a la violencia sexual contra las niñas en Colombia a través de las nuevas narrativas digitales, el activismo y la investigación periodística. Ellos, naturalmente, poco entendían de las heridas que una mujer carga desde su infancia, pero sí quizás de las violencias que los hombres ejercen contra nosotras. Así que nos unimos para darle forma, de la mano, a esta intuición conjunta que hoy entendemos como una urgencia colectiva.Soy periodista, y desde este oficio me he dedicado a contar historias de nuestro conflicto armado. Escribir sobre masacres y desaparecidos no ha sido nada fácil. Ya perdí la cuenta del número de víctimas que he escuchado o de cuántos dolores he intentado alivianar con la consigna de que hay que hablar para sanar; sin embargo, esta vez me enfrento a la historia más difícil de contar: la mía, entrelazada con la de tantas mujeres cuyos miedos, culpas, vergüenzas, iras y rencores atraviesan mi propio cuerpo.
Hoy siento que somos una sola.
Desde hace meses, junto a María Claudia, mi compañera, escuchamos los relatos de decenas de mujeres que fueron abusadas en su infancia. Ella hizo el trabajo más duro: escuchó a la mayoría. Yo escuché a unas cuantas. Tras el lanzamiento oficial de nuestra conversación #HablemosDeLasNiñas, el pasado 8 de octubre, son incontables las víctimas y sobrevivientes que nos contactan por nuestros canales deseando y agradeciendo compartir sus historias.
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Estamos seguras de que este experimento tocó un nervio sensible y soterrado. Y que así como hay cientos de niñas siendo abusadas en estos momentos en Colombia, hay otras miles de mujeres que aún necesitamos procesar lo que vivimos.
En nombre de todas levantamos la mano y pedimos la palabra.
Es desde ahí que queremos compartir lo que aprendimos.E.O.
Cuando arrancamos este ejercicio, empezamos a coquetear con lo que en las aulas nos impidieron: un periodismo activista. Nos acercamos al feminismo teniendo los relatos de estas mujeres prendidos en la piel. Y como buenas primerizas, nos encontramos los textos de Chimamanda Ngozi.Al leer Querida Ljeawele: Cómo educar en el feminismo, comprendí mi propia vergüenza. Asumo que si la escritora africana, al pretender aconsejar a su amiga, escribió un carta que para mí fue una cachetada y al tiempo un abrazo, es porque hay algo de universal en la culpa que cargo.“Enseñamos a las niñas a gustar, a ser buenas, a ser falsas. Y no enseñamos lo mismo a los niños. Es peligroso. Muchos depredadores sexuales se han aprovechado de este hecho. Muchas niñas callan cuando abusan de ellas porque quieren agradar. […] Muchas niñas piensan en los ‘sentimientos’ de quienes las agreden. Es la consecuencia catastrófica de la obligación de gustar”, escribe Chimamanda.No quiero decir que las mujeres que hemos sufrido algún abuso seamos culpables, pero sí que vivimos en una sociedad que ha diseñado los mecanismos perfectos para perpetrar las violencias de las que somos víctimas.
Somos educadas para normalizar el daño
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El abusador sabe cómo juega sus cartas
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El miedo es un aliado del abuso
Durante esos años, Sara escuchó a su mamá varias veces exclamar que mataría al hombre que violara a sus hijas. Lo hacía, por lo general, cuando veía una noticia de abuso sexual en la televisión. Ella siempre pensó que lo decía en serio. Y por eso, nunca le contó.Cada niña tiene una razón distinta por la cual temer. La imaginación natural con la que viene la infancia fácilmente se puede volver contra uno. Se convierte en una fábrica de monstruos.
Tu familia puede hacer la diferencia
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No es fácil darle apoyo a una niña o a una mujer que denuncia
La mente sabe cómo protegerse
La sororidad: “ir a la tribu” puede levantarte
Escuchar los relatos de doce mujeres de distintas procedencias y con dolores y valentías tan dispares, nos permitió entender que no estábamos solas, que en el reconocimiento de la otra habitaba la posibilidad de sanarnos todas.Sara, una de las mujeres que primero nos contó su historia, nos lo dijo de una manera fulminante: “fue una oportunidad para la empatía”.
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No estamos tomándonos con suficiente seriedad la reparación del daño
Se habla para sanar
Las niñas nos necesitan
¿Y los hombres?
Este texto hace parte de #HablemosDeLasNiñas: la primera conversación social sobre violencia sexual contra las niñas en Colombia. Participa, conoce más de la iniciativa y haz tu aporte en www.mutante.org.