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Opinion

Las Primeras Damas: una terrible figura de adorno

Sus responsabilidades son las que el presidente elija. Causas que tengan que ver con niños, víctimas y mujeres, ojalá victimizadas. Nunca con decisiones económicas, políticas o militares.
Foto: José Miguel Gómez - Conferencia Episcopal Colombiana | Vía Presidencia de la República.

Tendrán que pasar casi cien años para que alguien vuelva a ver el Chanel rosado, otoño-invierno 1961, que tenía Jackie Kennedy cuando le dispararon a su esposo. Chaqueta de abotonado marinero, falda por debajo de la rodilla, sombrero pill box y guantes blancos. Tendrá que llegar el 2103 para que su vestido, salpicado aún por la sangre de John F. Kennedy, salga del Archivo Nacional de Estados Unidos. El conjunto de tweed que no quiso quitarse a pesar de los ruegos de sus asesores. El mismo con el que asistió al juramento de Lyndon Johnson como nuevo presidente. "Let's them see what they have done", dijo entonces.

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Los documentos secretos del asesinato se desclasificarán este año, pero el vestido seguirá bajo custodia. El Chanel que le sirvió a la entonces Primera Dama de Estados Unidos como símbolo de fortaleza y valentía, seguirá guardándose con recelo por un siglo más. Y es que al final de todo, las Primeras Damas también son símbolos. De de elegancia, de altruismo, de dignidad. De autenticidad como Michelle Obama, de buen gusto como Clemencia de Santos, de poder como Hilary Clinton o de belleza como Rania de Jordania.

Las siguen, las admiran, las justifican. No ponen un pie por fuera de su casa sin que hablen de ellas. Sin que las revistas de moda califiquen sus vestidos y sin que los noticieros cuenten las veces que levantaron la mano para saludar. Son populares, como las reinas de belleza, y veneradas como las vírgenes católicas.


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Sin embargo, no tienen funciones específicas. En Colombia, el artículo 188 de la Constitución dice que "la Primera Dama encarna simbólicamente, junto con el Presidente de la República, la unidad nacional". Pero eso no cambia su condición de ciudadana particular. Sus responsabilidades son las que el presidente elija para ella. Causas sociales, fundaciones, sillas en la junta directiva del Bienestar Familiar. Cualquiera que tenga que ver con niños, víctimas y mujeres, ojalá victimizadas. Nunca con decisiones económicas, políticas o militares.

El mejor ejemplo está, quizás, en la ficción. Claire Underwood, Primera Dama de Estados Unidos en House of Cards, tiene que escoger huevos de pascua para la búsqueda anual que organiza la Casa Blanca mientras que en el Senado se define si será o no embajadora ante las Naciones Unidas. En el mundo real no es muy diferente. Acompañar al presidente, elegir el menú para las reuniones con homólogos, visitar víctimas de huracanes y comprar mochilas para regalarle a los invitados de las cumbres internacionales.

Son pocas las que se han salido del molde y aún así, siguen importando más sus vestidos y el gusto con el que eligen el mobiliario de sus casas. Carla Bruni, esposa del expresidente de Francia Nicolás Sarkozy, lanzó su tercer disco como solista en la misma época en que visitó al Dalai Lama. La noticia, desde luego, fue que se puso un echarpe blanco tibetano. Hilary Clinton, fue candidata por el Partido Demócrata en las pasadas elecciones de Estados Unidos y una de las preocupaciones más recurrentes de la prensa era cuál iba a ser el título de Bill si ella ganaba la presidencia.

También funciona al revés. Melania Trump se niega por varios meses a vivir en la Casa Blanca costándole 500 mil dólares diarios al Gobierno y para todos resulta lógico porque de hacerlo Barron, su hijo, tendría que cambiarse de colegio. No es un secreto, el mundo idealiza sus Primeras Damas. El sombrero pill box y los guantes blancos de Jacqueline Kennedy dieron lugar a lo que más tarde se llamó "el estilo Jackie". Elegante, culto, incorruptible. Años después, resultó que con los guantes solo quería esconder que se comía las uñas.


A Laura la encuentras por acá.