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El número para ponerse cachas

La sangre del pintor tropical

Lu.Cu.Ma. pasó muchos años en cárceles peruanas por, entre otras cosas, matar a su hermano; ahora se dedica a pintar.

Autorretrato de Lu.Cu.Ma vestido como guerrillero junto a iconos como Leonardo da Vinci, Marilyn Monroe, JFK, Jesucristo, la Gioconda y Sarita Colonia. El cuadro está rodeado de fotos familiares y recortes de periódicos.

Iquitos es una ciudad que zumba. Desde la mañana los mototaxis rugen como un enjambre de avispas. Es el rugido del petróleo amazónico, es la danza del motor. La ciudad es una selva de cemento, colorida, alegre y vivaz a pesar de la atroz pobreza de sus barrios marginales. Y es precisamente en estos barrios donde han nacido los artistas que llenan de flúor e imaginación visual la ciudad. De día, restaurantes, hoteles y centros comerciales nos fascinan con los fabulosos anuncios publicitarios de esmaltes y mujeres despampanantes dibujadas por Lewis Sakiray o los alucinógenos carteles e interiores pop de Piero. De noche, prostíbulos, moteles, discotecas y night clubs se llenan de luces negras y pinturas psicotropicales de artistas populares y autodidactas entre los cuales destaca la producción de Ashuco, con su erotismo desenfadado y juguetón.

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Pero yo estoy en Iquitos buscando al pintor más infame y popular del lumpenproletariado, un limeño chichero devoto de la santa popular Sarita Colonia y del cantor del pueblo: Lorenzo Palacios “Chacalón”. Busco al superviviente de más de 20 años de cárceles, al artista redimido por Dios y los pinceles. Me han dicho que tiene un puesto ambulante por la avenida Grau, de camino al aeropuerto. En esta jungla urbana y entre marañas de mototaxis veo el improvisado kiosko del pintor. Me acerco y le digo: ¡CHACALÓN! Y el pintor me mira, sus tatuajes y marcas de presidiario también. Le digo que mañana es mi cumpleaños y que unas chelas nos irían bien para celebrar. Los ojos del artista de los mártires y los marginados se encienden con un brillo casi infantil e inocente. Vamos a por una caja de cervezas bien frías y ahí, bajo el lacerante sol de la tarde, soy testigo de su performática y desbordada confesión. El siguiente texto es una especie de mixtape, un monólogo de Lu.Cu.Ma. construido con sampleos de una entrevista realizada por el artista Christian Bendayán y las historias que me contó el día que nos conocimos. En ambos casos es Lu.Cu.Ma. hablando sin control, como suele hacerlo.

Después de su primera exposición individual en la galería más concurrida de Lima, Lu.Cu. Ma incorporó el cartel donde ofrece “Arte contemporáneo”.

Mi nombre es Luis Cuevas Manchego, más conocido como Lu.Cu.Ma., también en el mundo del hampa me llaman el Loco Cuevas, Frankenstein, Drácula. Pero ahora estoy redimido; gracias al poder de Dios puedo pintar, ya no me dan ganas de joder a la gente, ni de robar, ni de matar. Sólo de pintar. Trabajo de cinco de la mañana a siete de la noche, y no me canso, porque Dios me da fuerza, por él estoy sano, por él soy artista.

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Yo soy de Lima, de Barrios Altos, nací un 20 de enero de 1951. A mi padre no lo conocí ni quisiera conocerlo. A mi madre sí la conocí, yo la ayudaba pidiendo limosna en la calle junto con mis hermanitos. Luego vino el abandono y una señora me metió en el puericultorio Pérez Araníbar. Ese lugar donde iban los niños huérfanos y marginales de Lima, un semillero de delincuentes ha sido ese lugar. Pero ahí aprendí sobre todo el arte del dibujo y la pintura. Había un profesor que me daba colores y así fue como aprendí este arte que me nace del corazón, con el cual puedo irme expresando en vez de ir matando. Mi primer asesinato fue el de mi hermano. Estaba loco por la droga, por la heroína y la morfina que nos robábamos del Larco Herrera, esa casa de locos al frente del puericultorio. Ahí entré por primera vez a la cárcel. Más de 20 años de mi vida he estado en distintas cárceles. El Sexto, Lurigancho, El Frontón, El Sepa, la cárcel de Cachiche, de Pucallpa, de Huánuco, he estado preso en la sierra, en la costa, en la selva. Me debo conocer todas las cárceles del Perú. Y ahí también he comenzado a pintar, sobre todo a La Sarita, esa mujer santa que hacía milagros, la patrona de todos los presos, la que llevan siempre en sus pechos, en sus tatuajes, en sus mentes. También he pintado Cristos, muchos Cristos en las cárceles, eso fue porque cuando estaba preso en Pucallpa, un padrecito me dio pinturas y le gustó tanto mi trabajo que me hizo pintar en otras cárceles. Ahí fue que comencé a darme cuenta que podía trabajar como pintor.

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Lu.Cu.Ma despliega su lienzo Dragón del apocalipsis frente a su estudio callejero en la avenida Grau, en Iquitos. Foto de Christian Bendayán.

Así fue también que Dios entró en mi vida. Las autoridades no te cambian, los jueces no te cambian, el hospital no te cambia, las drogas no te cambian, un profesor no te cambia, sólo el poder de Cristo te cambia. Y así he cambiado yo, del puñal al pincel, de marginal a artista; he expuesto en las galerías más pitucas de Lima, en Europa, en Chile, en Argentina. Aún así sigo viviendo en las calles, pintando en las calles, gracias a Dios un pan no me falta, trabajo no me falta, comida no me falta. No me falta para compartir, yo comparto con los fumones, con los criminales, con las prostitutas, con los tuberculosos. Hasta si hay un perrito carachoso yo me acerco y le doy un pancito porque Dios me da esa bondad en el corazón. Porque Cristo también compartía con los criminales, con los hambrientos, con los enfermos. Un criminal siempre se puede redimir, por más que haya sido una mala persona se puede redimir. Yo he sido malo, loco, enfermo, asesino, violador, sicario. Recuerdo que hasta pasé por Sendero Luminoso, a ellos los conocí en la cárcel. Yo los defendía. Me llegaba al pincho que se metieran con los terrucos. Ellos tenían sus ideas, su forma de vida y nosotros la nuestra. Cuando salí de la cárcel me metí dos años con ellos en el monte, no tenía otra opción, pero al final me quité. Y es que una vez me quisieron hacer un juicio popular. Yo me defendí diciendo, gritando: ¡qué me van a matar, ¿acaso no colaboro?, ¿acaso no lo hago concha-de-sus-madres?! Y así uno tiene que defenderse, porque si eras bueno te mataban. Por bueno lo mataron a Cristo, por eso es un santo, y ahora yo sigo su palabra de bondad, y es la fuerza de su palabra, la verdad la que me ha hecho libre, ahora hago lo que quiero sin hacer daño a nadie, pinto y puedo vender mis cuadritos. Todo gracias a Dios, él me ha dado este arte y todo lo que tengo. Por eso siempre trato de demostrar que Dios cambia al peor, al mayor criminal lo puede volver bueno porque como dice la Biblia, en la segunda [carta] de Corintios 5:17: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron. He aquí que todas son hechas nuevas”.

Retrato de madre e hija, con pasajes de El Cantar de los Cantares.