y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía
Ilustración por: Luisa Eloisa (@luisaeloisa)
Identidad

Un mantra contra la revictimización

“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía” es un jingle que nos libra de la responsabilidad y la culpa que la sociedad nos enseñó a tener por nuestros abusos sexuales.

Era martes a la mañana cuando vi en Twitter el posteo de esa compañera del colegio. Era alta y larguirucha cuando la conocí, o como la recuerdo. Más alta que yo y con un pelo liso azabache que brillaba con el sol y le llegaba hasta la cintura. La dejé de ver cuando nos graduamos y ella se fue, o yo me fui del país; nunca volvimos a encontrarnos. Siempre fue una chica de voz firme. No la recuerdo callada, ni sumisa, ni dócil ante las órdenes obstinadas de los curas Jesuitas del colegio al que fuimos las dos.

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El posteo en sus redes sociales hablaba del abuso sexual del que fue víctima: del lugar de los hechos, del parentesco con el abusador, de la edad que tenía ella y la ropa que llevaba. Se sumaba a una ola de posteos parecidos, que nacieron desde que el colectivo chileno Las Tesis hizo la performance Un violador en tu camino en el centro de Santiago de Chile el pasado 25 de noviembre. Lo acompañaba, al igual que a los otros, el hashtag #ElVioladorEresTú, creado a partir de esa línea que las chilenas cantan mientras apuntan con el dedo al frente. La valentía de las chilenas nos inspiró a las demás en la región. No sólo cantaban contra el patriarcado, cantaban contra la Policía, en un contexto de represión que ya deja 190 denuncias por violación de parte de agentes policiales y cerca de 250 personas con lesiones oculares graves por el desmedido uso de la fuerza de los carabineros durante las protestas.

Miles de mujeres encontraron en el gesto de la perfomance y el hashtag derivado de esta el impulso, el abrazo y la contención para señalar con el dedo índice a quien las abusó. Con esa coreografía que se volvió viral en cuestión de horas y que ha sido replicada en casi todos los países de Latinoamérica, Las Tesis —oriundas de Valparaíso— soltaron al universo un mantra que ha traído alivio para muchas: “y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”, un jingle que nos libra de la responsabilidad y la culpa que la sociedad nos enseñó a tener por nuestros abusos sexuales. En una frase clara y concisa cantada a coro, lograron alivianar con mucha eficiencia el insoportable peso de la revictimización.

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Mi compañera, la del posteo, contaba una situación que había ocurrido en el colegio al que íbamos las dos y hacía énfasis en lo que tenía puesto: camiseta y pantalón ancho. Todas las denuncias que leí contenían vestimentas diversas. De las miles de mujeres que se unieron a #ElVioladorEresTú, que se convirtió en trendic topic en distintos países de la región, todas recordaban su ropa. Quién sabe durante cuánto tiempo tantas mujeres habrán pensado que la culpa de la violación era de los jeans, del escote, la sonrisa. Quién sabe durante cuánto tiempo esas fueron prendas condenadas al olvido o relacionadas con el dolor, la impotencia y la frustración.

Yo, como muchas, también recuerdo lo que tenía puesto. No volví a usar ese vestido, no por una decisión consciente, sino porque mi cuerpo no soportaba el peso de su tela. También había vestidos en las historias de las redes. Pero sobre todo, había victimarios: amigos, parientes, profesores, parejas, exparejas, conocidos y muy pocos extraños; muchos sin nombre propio, porque denunciar pública o penalmente no puede ser una obligación para las mujeres en un mundo cuyas instituciones siempre han respondido con violencia.

La mayoría de los tuits se corresponden con las estadísticas de violencia sexual, pues evidencian que el parentesco de las mujeres con su violador suele ser cercano, contrario al imaginario social. Es una ironía cruel que todas estemos listas para la violencia en el callejón, apretando el paso en las noches en las que volvemos caminando solas con las llaves entre los dedos acomodadas en forma de arma de autodefensa, cuando el peor riesgo siempre ha estado dentro de nuestras casas. Eso no nos lo enseñaron y tampoco lo vimos venir y como de estos temas no se habla, ni siquiera le pudimos advertir a las demás. Fiestas de colegio, de universidad, eventos rodeadas de los afectos, desprevenidas, sin las llaves a la mano, sin esperar la violación, confundidas ante la falta de registro de nuestro “no”, o sin siquiera poder decirlo: abusadas, así, sin más, sin haberlo previsto, por personas que conocíamos, muchas veces queríamos y en quienes casi siempre confiábamos.

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A los relatos incendiarios de las mujeres en redes también han respondido los hombres. El desconcierto ha llevado a muchos a la violencia, más que a la vergüenza. De repente les parece que somos demasiadas las violadas, pero que ellos no conocen a ningún violador. Que estamos exagerando al señalarlos con el índice y decirles en la cara “el violador eres tú”, porque ellos nunca violaron a nadie. Antes que creer en los testimonios, prefieren atrincherarse en la idea del callejón: ellos no son ese tipo con una cicatriz en la cara, una cobra tatuada en el brazo y llenos de malas intenciones. Ellos nunca se cogieron a ninguna chica en un callejón oscuro, que gritara y pataleara y llorara y rogara que por favor pararan, porque qué clase de salvaje haría eso, ¿no? Esa es la única referencia de violación que tienen a mano, y claro, nadie se quiere identificar con un perverso.

Pero seguro ellos, los que lloriquean que no hagamos generalizaciones, sí ignoraron alguna vez un “no” que fue demasiado suave y escurridizo como para tenerlo en cuenta. Ellos también se aprovecharon con sutileza de situaciones de inconsciencia o abusaron de su poder. Ellos también insistieron de más, mucho de más, hasta que su insistencia se volvió amenaza. Ellos, sin lugar a dudas, vieron a un amigo, o a varios amigos, con una chica que no daba pie con bola de lo borracha, en una de esas fiestas que mencionan los tuits, y no detuvieron el fatal desenlace porque a los amigos nunca se les dice nada. O ni siquiera: porque la verdad hace 10 años la violencia estaba naturalizada. Ahora parecen sorprendidos, ofendidos, desconcertados, pero ellos también estuvieron ahí, así como nosotras.

A ellos también les pedimos que revisen y cambien sus prácticas sexuales, que piensen en el consentimiento, el placer de todas las partes, el diálogo, y que tengan empatía por los cuerpos con los que están. A ellos les exigimos que gestionen sus sexualidades de formas menos violentas (entendiendo violencia como prácticas no consentidas), que promuevan el diálogo, la verbalización del deseo y que escuchen, que escuchen un montón. A ellos les pedimos que dejen de usar el acoso y la agresión sexual como forma de administrar el poder. Ellos también son parte, y una bien importante, de las violencias que tenemos marcadas en la piel. Por eso los señalamos con el índice.

No sabía de mi amiga y sus pantalones anchos. Estudiábamos juntas y yo nunca me enteré, nunca lo vi, nunca le pregunté. Ella tampoco sabía de mí y el vecino de mi edificio y mi vestido de flores. Ninguna de las dos sabía de la historia de Vero, Lina, Caro y las otras miles de mujeres, algunas amigas, la mayoría desconocidas, que han compartido sus experiencias. No lo supimos porque nuestros abusos, a pesar de ser la norma y no la excepción de nuestras vidas como mujeres, deben cargarse en secreto y con vergüenza. No importa si casi el 70% de las mujeres sufrimos violencia sexual, es necesario el silencio para que la lección esté completa: callaremos sobre las agresiones y así habrá impunidad para ellos y para nosotras castigo y vergüenza.

De repente enterarme de mi amiga me dio una enorme pena, pero también sentí alivio. Escuchar nuestras voces me trajo una forma de sanación y reparación que no conocía. Nos vi ahí, abriendo las bocas, señalando con el dedo al frente, como saliendo de una caverna oscura en la que habíamos estado todas nosotras y no lo sabíamos. Exigiéndole al Estado cambios estructurales, cambios reales, nada de penas más altas que no resuelven nada ni conforman a nadie. Entonces sólo pude recordar el final de la performance de Las Tesis, en la que se quitan la venda. Así me sentí también leyendo las historias: quitándonos la venda y mirándonos las unas a las otras.

Tenemos la palabra pública y no volveremos a la ley del silencio, porque los violadores fueron ustedes. Somos muchas, ya nos vimos, nos escuchamos y nos abrazamos. Somos la mayoría y ni la vergüenza ni la culpa están más de nuestro lado. Somos una generación que creció imitando coreografías: estamos listas para derrumbar al patriarcado bailando.