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Música

¿Otra vez Calamaro?

“El salmón” vuelve a la capital a finales de este año y no estamos seguros si ya se lo llevó la corriente.

Hace ocho años, cuando me enteré que Andrés Calamaro iba a venir a Bogotá (sí, el tipo lleva tocando desde el ‘82 y vino a Colombia por primera vez en el 2008), me emocioné demasiado. En esos años casi que era una utopía que viniera a tocar alguna banda internacional (así fuera de nuestro mismo continente) a menos que fuera en el marco de un Rock al Parque. Y ni soñando se nos pasaba por la cabeza que algún día se hicieran eventos de la magnitud del Estéreo Picnic o el Lollapalooza acá.

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Me acuerdo que me mataban las ganas de corear canciones clásicas y que me la pasaba tocando en guitarra como “Flaca”, “Alta suciedad”, “La parte de adelante”, “Crimenes perfectos” y “Paloma”. Y muy juicioso, falté un martes al colegio y llegué a hacer fila al Simón Bolivar a eso de las seis de la mañana con un par de amigos de mi misma edad que, como yo, se morían por ir a ver a uno de los grandes del rock en español.

Fue un show en el que salte, grite, casi me pegan y en el que Calamaro se cantó todos los éxitos de Honestidad brutal, Alta suciedad, El salmón y un par de La lengua popular, el disco que había estrenado hace poco. Cuando salí, me acuerdo irme pensando que acababa de ver a un gigante, a un artista que seguro iba a seguir lanzando discos increíbles repletos de más himnos en forma de canciones.

Y que pedazo de equivocación fue esa.

Aunque creía ser fanático de “Andrelo”, cuando empecé a ahondar más a fondo en su discografía unos años después del concierto, me encontré con puros discos planos y genéricos, en los que utilizaba la misma fórmula de tres o cuatro acordes mayores para hacer canciones coreables y fáciles de procesar. Si no me creen, los invito a que escuchen discos como Por mirarte (1988) y Nadie sale vivo de aquí (1989), o otros un poco más contemporáneos como El palacio de las flores (2006) y On the rock (2010).

Mi intención con esto no es caer en generalizaciones y claro que en estos discos se encuentran uno o dos temas comercialmente exitosos, pero, ¿y lo demás? Son puros temas que, a mi parecer, pasan desapercibidos en sus trabajos y que suenan a puro relleno en un intento de vender “el próximo éxito del rock en español”. Una cantidad enorme de vacíos en forma de canciones de los que se encuentran por montones en producciones como esa caja de cinco discos que publicó junto al disco de El salmón.

Eso sí, el talento de intérprete que tiene Calamaro es genial y lo demostró con creces en El cantante (2004) y Tinta roja (2006), un par de trabajos bellísimos compuestos por sus versiones de varios grandes clásicos del cancionero latinoamericano. Pero con todo y eso, y a pesar de los títulos de “ídolo” y “genio” que muchas personas le ponen hoy en día, creo que Andrés Calamaro nunca cambió de tiempo, jamás se interesó por proponer cosas nuevas en su sonido y, a diferencia de otros grandes como Cerati y hasta el mismo Charly García, nunca se reinventó, un punto importante que suele diferenciar a los artistas de algunos hits de las verdaderas leyendas de la música.

“El salmón” volverá a Bogotá en noviembre de este año y estoy seguro que va a llenar el Palacio de los Deportes hasta el techo, seguramente de un montón de personas que van a estar sedientas de los mismos temas de siempre. Van a gritar que se cante “El salmón” o “Flaca” y que aunque se los imponga, poco van a estar interesados en la música que ha hecho su “ídolo” en los 16 años que van de este milenio.