Carla Fernández
Todas las fotos por: Alejandra Quintero. 
Ánima

Vestir para revivir a las diosas aztecas

La diseñadora mexicana Carla Fernández saca del museo a las divinidades femeninas del mundo prehispano y las pone a bailar entre las calles. 

Dos serpientes se deslizan hacia los pies. En realidad, no se detendrán ahí, esas serpientes irán al inframundo y volverán para elevarse emplumadas, como lo suelen hacer las serpientes en la cosmogonía de los aztecas. Los reptiles no están vivos, aunque su oscilar parezca tan real. Están calados en la tela de los pantalones. Fueron bordados con pulcritud y mesura para invocar con su presencia la fuerza de la gran diosa azteca Coatlicue, que tenía, como su nombre traducido lo indica, “la falda hecha de serpientes”. Las víboras tejidas para circundar los pies de quien elija esta prenda conjuran esa divinidad primordial de los aztecas, esa madre de los dioses, diosa de la tierra, esa generadora de toda dualidad: la vida, la muerte.

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Esta pieza bautizada Coalt y creada por la diseñadora mexicana Carla Fernández hace parte de su colección Nuestras Diosas, un viaje al olimpo de divinidades femeninas del mundo prehispano, a esos otros olimpos olvidados, negados, vistos lejanos, petrificados en museos y que, sin embargo, Carla sabe que siguen merodeando el mundo de los mexicanos. “Las divinidades femeninas en México son de una importancia fundamental. Está la Chak Chel, encargada de los rituales mayas, y la Coatlicue, la divinidad más importante. La máxima escultura del mundo prehispánico. Desde su figura representativa hasta sus milagros y curaciones son de un impacto fundamental para nuestra tradición histórica”, explica la diseñadora.

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En sus indagaciones, Carla Fernández se fue encontrando con decenas y decenas de diosas guerreras, sangrientas, bellas, viscerales, porque, a diferencia de lo que se cree, cada cultura que habitó estas tierras mexicanas —los olmecas, teotihuacanos, mayas, zapotecos, toltecas, mixtecos o aztecas— tuvo su propio panteón de diosas.

La diseñadora trabajó en sus patrones y sus tejidos con Xtabay, la diosa maya del suicidio. Una capa fue bautizada Mictecacíhuatl, señora de la muerte en la mitología mexica, y un vestido, Xilonen, en honor a la diosa azteca del maíz. Sus tocados, excelsos, fueron inspirados en Xochiquétzal, venerada como la diosa del tejido y a quien se representa con una nariguera en forma de mariposa y adornos de flores y quetzales.

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La Coyolxauhqui, o lo que es lo mismo, “la que se ornamenta las mejillas con cascabeles”, diosa azteca de la luna, hija de la diosa de la tierra, Coatlicue, y hermana del dios sol, Huitzilopochtli, es representada de diferentes maneras en la colección: siempre desnuda y con el cuerpo desmembrado, pues el mito reza que así quedó después de que su hermano la arrojara montaña abajo. Dibujada en un jumper, bordada en los hombros de un blusón negro o tejida en un tocado, la Coyolxauhqui invoca ese sentido de empoderamiento, de haber derrotado a los enemigos, a quienes, como a la diosa misma, se les despojaba de sus ropas.

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“Esta es una colección bonita, pero cruda”, sentencia Carla, quien dejó que estas diosas brillaran en sus vestidos desde sus más desgarradores impulsos. Al fin y al cabo, quien entiende a los aztecas sabe que para ellos la guerra misma era un ritual, la gran ofrenda, pues solo a través de sus sacrificios sangrientos —ya fuera el corazón de sus prisioneros, la automutilación de los devotos o el derramamiento de sangre en el campo de batalla— los ciclos de la vida y la muerte, del día y la noche eran posibles. Solo después, ocurrían los renacimientos.

Algo de las historias y los poderes de esas diosas habitan en estas prendas, o al menos algo de su resistencia a morir o a diluirse en los relatos que los españoles malcontaron de sus sacrificios, valentías e impulsos sanguinarios. “No conocemos nuestra historia y deberíamos saberla mejor, así que yo veo la moda como una excusa para volver a hacer presentes a esas diosas, esos acervos que reviven al ser contados de una manera contemporánea y divertida. Al decir que México ha sido un país que tuvo mujeres diosas muy importantes en su historia, sumas elementos para que te hagas tu propia historia”, dice Carla.

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Así como lo hacían los aztecas y otras culturas prehispánicas, los vestidos de esta colección no están hechos bajo el sistema de sastreado de Occidente, siempre concentrado en la silueta del cuerpo, antes que en el textil y su historia. Por el contrario, y como son realmente las prendas indígenas mexicanas, estas se confeccionaron con la unión de pedazos de telas cuadrados y rectangulares. “Es un origami textil único que usa esas dos figuras como base para dar origen a cualquier otra forma, tan solo usando dobleces, pliegues y costuras”, concluye Carla.

En esos cortes cuadrados, en esos textiles estampados y tejidos, se homenajea a la Coatlicue, la Coyolxauhqui, la Xochiquétzal, se les saca del pasado, del museo, de los libros y se les pone a bailar entre las calles. 

* Esta es la segunda entrega de Ánima, la columna de VICE en Español donde el estilo se convierte en portal para el espíritu. Creada por la Chica Polvo y la fotógrafa Alejandra Quintero, viste y reza su manifiesto así:

Hay objetos, hilos, tejidos, modas que tienen un ánima que los circunda. Un alma que los envuelve y los eleva del suelo, al punto de dejar de ser meras encarnaciones de lo terreno. No son cosas, son portales. No son materia, son viaje y son tiempo. Hay objetos bellos que son corazas para que nadie vulnere nuestro espíritu, tejidos ancestrales que permiten, cual cordón umbilical, volver a la madre, al origen. Hay ritos que se resumen en los enredos suntuosos de un turbante, cosmogonías enteras descifradas en las tramas de un bordado y secretos ocultos revelados a los 'mortales' en una figura que algunos portan tatuados en la piel. Hay objetos con ánima que son imágenes vivas del espíritu del que los creó, del que los eligió, del que los lleva, del que los conjura.