Image by Carrrrrlos via Flickr
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Pero, yo no tengo. Y es una decisión de la que me alegro todos los días de mi vida. Esto no fue por ideología, fue por flojera y miedo a la burocracia. A tener que ir a una tienda para resolver los problemas del celular y a la indignación de tener que rechazar tantas actualizaciones y tarifas, sólo para pedir lo que ya tenía y sentirme como una persona que ordena agua en un bar. Entonces, decidí darle un tiempo. Pasaron los días, luego las semanas y luego los meses.Al comienzo fue difícil y molesto, y hubo varios momentos en los que me sentí plantado, excluido y olvidado. Pero pronto comencé a darme cuenta de que estaba cambiando mi forma de ver el mundo. Dejé de levantarme en las mañanas con el problema de alguien más en la cabeza. Comencé a ser capaz de separar el día de la noche, la vida del trabajo, lo importante de lo trivial. Nadie me presionaba con que "había un mucho trabajo que entregar" ni con solicitudes para tener algo listo a primera hora. La gente comenzó a hacer más esfuerzos por acomodarse a mí y yo empecé a vivir en el tiempo real en vez de en mi propio tiempo. Comencé a asomarme por la ventana del bus, a leer y a notar más cosas. Pensaba menos en mí mismo.Me sentí como si de alguna forma hubiera traicionado al sistema. Al negarme a tener un iPhone y a estar disponible a toda hora, me había librado de la mierda de todo el mundo.
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La distopía en la que el ser humano se convierte en esclavo de los computadores nunca ha ocurrido. Nadie está enamorado de su laptop; sólo los utilizamos para trabajar y ver series. Pero los iPhones son diferentes. Son los dedos con los que le capitalismo nos toca el hombro y nos recuerda que siempre hay trabajo que hacer.Steve Jobs sabía que fabricar un artículo para jugar no dominaría el mundo. Para que un invento en verdad lo hiciera, era necesario que también formara parte de la industria, de otro modo, sólo sería como un Tamagotchi con Facebook.El iPhone es una máquina para hacer dinero, un mercado completamente libre. Uno puede gastar su dinero en él o ganarlo a través de él. Incluso sus aplicaciones son monetizables; puedes comprarlas, venderlas e invertir en ellas. No son el juego de Snake de Nokia o una versión pixelada de Tetris, son una industria que confía enteramente en el dispositivo rectangular que creó Jobs.Tampoco me malinterpreten. Hay muchísimas cosas divertidas que puedes hacer con un iPhone, como filmar una película. Admiro que su diseño se adapte a cualquier persona, pero me pregunto qué pasará si alguna vez nos quedamos sin él. Me preocupa porque es algo que ya está afectando el concepto que tenemos de nosotros mismos, como en el caso del chico que se volvió adicto a las selfies. Me preocupa que la sociedad no pueda ponerle atención a algo más largo que un Vine y que encerrase en uno mismo se pueda convertir en un problema de salud mental.También me entristece que con todas las maravillas logradas por la ciencia, las cosas increíbles que la tecnología le ha dado al mundo, los sueños que se concretaron antes de que naciera y los sueños que crecí pensando que se realizarían, la industria masiva de hoy en día sólo se dedique a ayudarte a mandar tus e-mails del trabajo más rápido. Tener una patineta voladora se vuelve algo más distante cada día, mientras la posibilidad de que tu jefe use un iPhone para averiguar dónde estás y por qué no has hecho tu trabajo se ha vuelto más cercana.Me alegra no tener un iPhone. En primer lugar porque me ha permitido no involucrarme en un neocapitalismo que no me agrada y en segundo lugar porque simplemente no me emociona. Espero cancelar pronto el contrato que sigo pagando.Pero los iPhones son diferentes. Son los dedos con los que le capitalismo nos toca el hombro y nos recuerda que siempre hay trabajo que hacer.