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Cultură

Razie, el pintor de los narcos

Entrevistamos a Alexis Cobian, un pintor chileno que se dedica a hacer retratos de narcotraficantes muertos.

Hay que decirlo: en Latinoamérica la violencia y el arte van de la mano. Algunos narcos han hecho de la arquitectura un extravagante espacio para alardear sobre quién tiene más dinero, otros se convierten en clientazos de los nuevos juglares en los narcocorridos y otros más mandan hacer murales para recordar a sus muertitos. Alexis Cobian, quien firma como Raize, es un pintor chileno que se dedica a hacer retratos de narcotraficantes muertos, en Santiago, Chile. Fui a entrevistarlo para ver cómo es su trabajo.

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De 1.70, cabello muy corto y manos manchadas con diferentes colores de pintura que parecen ya no salir, Raize podría pasar como un joven más que viste ropa característica de la cultura hip-hop: pantalones, playera y tenis anchos complementados con una mochila que suena por cada paso que da. Son las lacas de spray que lleva a todos lados. "En caso de emergencia", me dice.

Alexis vivió toda su infancia en Puente Alto, una comuna al sur de Santiago de Chile que tiene uno de los índices de delincuencia más altos del país. Ahí comenzó a incursionar en el mundo del arte callejero. Hasta que todo se le vino abajo.

Chuma murió quemado en la cárcel cuando se encontraba cumpliendo condena por tráfico de mariguana.

"Un día me avisaron que habían matado al Jano, mi hermano. Los traficantes estaban molestos porque él hacía un taller de arte que estaba sacando a los niños de la droga. Al otro día de eso yo tuve que salir arrancando de Santiago porque me habían amenazado", me explica Alexis, con la normalidad evidente de quien ya tiene asumida la pérdida.

Unos meses después, volvió escondido a su ex barrio para plasmar a Jano en una pared. Luego de algunos días, recibió una llamada: unos vecinos del sector habían visto su trabajo y querían que retratara a un narco muerto en un enfrentamiento con la policía. "Al principio no fue fácil porque iba a estar con los mismos que habían matado a mi hermano", me cuenta.

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"Trabajar en esto es peligroso. Un día estaba pintando, llegaron los pacos [la policía] y se agarraron a balazos con los traficantes. Yo no sé cómo no terminé muerto. Más encima me fui preso por el solo hecho de estar ahí", me dice. Luego se queda callado, se toma la cabeza y me muestra el área de la sien. "¿Ves aquí? Me pegaron con una pistola. Los pacos se habían llevado al narco que me contrató y sólo quedó libre su hermana. No me quiso pagar y me sacó a golpes con su revólver".

Mientras revisa en su mochila algunas lacas de spray, me cuenta que cobra entre 600 a 800 dólares por cada trabajo. "Mi clientela nunca se acaba porque siempre se están matando entre ellos", me explica mientras agacha la cabeza con una sonrisa nerviosa.

Raize cuenta que la mayoría de las veces, la comunidad organiza un verdadero carnaval a su alrededor. "Cuando estoy pintando, la gente saca parrillas, bailan, aparecen botellas de pisco, fuman mariguana y se echan unas líneas de coca. Algunas veces, en señal de respeto, incluso comienzan a tirar balazos al aire", me comenta.

Lucho fue baleado a principios de mayo en un ajuste de cuentas entre bandas de narcotraficantes.

Mientras fija su mirada en el suelo, Alexis reconoce que su sueldo nace de hacer algo legal en un mercado completamente ilegal. "Pero yo me gano la vida de una manera honrada. Ni siquiera soy amigo de los traficantes. Ellos ya me conocen y saben que trabajo para cualquiera que llegue con el dinero, porque no me identifico con ninguna banda en particular".

Alexis mira su reloj. Está apurado porque tiene que ir a ver a un reconocido pintor callejero, que está trabajando en otro sector de Santiago. Se para, me da la mano y se coloca su mochila, llena de lacas que seguirán haciendo ruido por unos segundos, antes de que se pierda entre la gente.