HablarSucio_A_@lenny_maya
Ilustración por @lenny_maya. 
Sexo

“Dime qué quieres que te haga”: coger, hablar de coger y coger hablando

Del sexting, el silencio y las narraciones sexuales que hacemos al coger. ¿Qué sucede cuando hablamos de sexo durante el sexo y qué ventajas pueden tener prácticas sexuales más verbalizadas?

El confinamiento obligatorio que puso al mundo en pausa trajo consigo un rebranding de algunas prácticas sexuales —paremos todo, menos la calentura— que estaban olvidadas, para muchas personas eran desconocidas o estaban relegadas solo al imaginario de las relaciones a distancia. Hubo un momento del mundo en este 2020 en que para lxs amantes cinco cuadras fueron iguales a un océano de lejanía, así que tuvimos que improvisar. Sexteamos más que nunca. 

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La escena de los juguetes o la mano en la entrepierna propia no es extraña. Todxs nos tocamos con relativa frecuencia y el resultado es más o menos el mismo: un orgasmo a veces más esquivo, a veces más intenso, a veces más insulso y a veces inexistente. Nos tocamos apretando los ojos para darle rienda suelta a alguna fantasía o los abrimos como platos mirando algún clip de porno en una pantalla. Ahora, también, la mano en la entrepierna y la otra tecleando frenética en el celular.

¿Es distinto masturbarse en soledad que compartir la paja hablando con alguien? Estamos ahí, texteando con otra persona y diciéndole todas las cochinadas que nos gusta hacer, incluso las que ni siquiera nos animaríamos a comentar en un encuentro presencial. El diálogo, la construcción de una fantasía en común y la combinación de diferentes estímulos, que exceden los físicos y que muchas veces ni requieren las imágenes, hacen que el placer de sextear tenga una peculiaridad. Cuando sexteamos la pantalla deja de ser contemplativa y se convierte en interactiva. La pantalla es la piel y la palabra es el toque. Aunque no sobre el sexting, ya lo dijo Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso: es como tener palabras en lugar de dedos, o dedos en la punta de las palabras. 

Lo que es necesario en el sexting —usar palabras, construir situaciones verbalmente— no lo es en el sexo presencial; sin embargo, también lo enriquece. Hay una dimensión de erotismo intenso en un “dime qué quieres que te haga” que se gana con la enunciación. Narrar el estímulo físico con las palabras o incluso hablar de otra cosa que calienta al tiempo que los cuerpos se tocan casi abre una dimensión adicional y definitivamente muy subrepresentada en las relaciones sexuales: hablar de coger mientras se coge. El dirty talk desprejuiciado, necesario y protagonista del sexo.

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Lo que rescata el sexting 

¿Por qué es tan rico sextear y coger hablando? ¿El sexo hablado posibilita mejores prácticas sexuales? ¿Hablar durante el sexo puede llevar a prácticas más consentidas? En últimas: ¿debemos hablar más sobre sexo? Sí, pero especialmente hablar más durante el sexo. 

Comencemos por lo básico. El sexo es una práctica social colectiva y pública como todas las otras. Esto no quiere decir que se haga en público, sino que generalmente incluye por lo menos a otra persona. Cuando pensamos en interacciones de cualquier tipo, tenemos la idea de que nuestra comunicación sucede primordialmente por medio del lenguaje verbal, pero eso no es cierto. Muchísimo de lo que orienta cómo actuamos con otros y cómo resolvemos problemas juntos tiene que ver con la gestualidad, con la posición y el uso del cuerpo en el espacio, con el tono de la voz, con el ritmo en el que se da una conversación, etc. 

Sin embargo, en interacciones que no son cara a cara (por teléfono, por ejemplo, o por mensajes de texto) tenemos que traducir muchos de esos sentidos que no eran verbales al texto. Para evitar los innumerables malentendidos y conflictos que surgen del “me respondiste feo”, “por qué estás tan frío conmigo” o “¿estás enojado?” tenemos que decir más: aclarar el tono de las cosas, usar emojis para sustituir pobremente algunos gestos, hacer referencias ("sobre eso que dices”, “a propósito de aquello", etc). 

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Es también el caso del sexteo y del clásico y cada vez menos popular sexo telefónico. Cuando uno sextea está haciendo una cosa en conjunto, no en soledad, por eso es diferente de la masturbación con porno o con la imaginación. Cuando uno hace cosas con otras personas, pero no en vivo, por un fin común (mojarse, venirse, quererse, mostrar interés, deseo y afecto), uno tiene que dejar explícitas esas gestualidades, esos deseos, esas respuestas corporales que serían perceptibles en vivo. 

Pero, ¿es todo tan perceptible cuando estamos con otra persona? Uno tiene sexo cuerpo a cuerpo y, si observamos con cuidado, cuando uno está tan cerca del otrx mucha de la gestualidad se pierde, ya sea porque alguien está de espaldas, porque los rostros están pegados uno al otro, porque lo hacemos en la oscuridad, o con los ojos cerrados. En ese sentido, mucho de la comunicación desaparece. Es claro que hay formas de mostrar placer que son principalmente auditivas y sensoriales (gemidos, jadeos, cambios de la piel, temblores musculares, humedades) pero esas comunican más un grado de excitación que un mensaje preciso. Además, al no poder ver muchas expresiones faciales o por la imposibilidad de algunas posturas del cuerpo, la micronegociación necesaria para el consentimiento (si la otra persona está bien, si le gusta, si le duele) se diluye. 

Sabemos que nadie quiere follar dando instrucciones de vuelo o pautas contractuales. La verbalización ayuda no solo a que no pase lo que no quieres sino a que pase lo que quieres. Las palabras tienen el poder de construir realidades. Son como gatillos que disparan lugares placenteros en la imaginación. No se necesita siempre una superproducción para tener sexo en lugares incomunes o con personas ajenas a las que se encuentran para un acostón, o incluso para hacer cosas con las que uno quizás se sienta inseguro: todos esos escenarios se pueden construir hablando. De hecho, hay cosas que quizás queramos explorar y que podemos empezar apenas verbalizando, ver si despiertan la misma calentura en la otra persona. La imaginación conjunta es un campo de exploración que puede ofrecer mucho, mucho placer. Quizás uno pueda descubrir cosas que le gusta decir e imaginar, pero no hacer. Hablar no tiene que ser un compromiso para la acción, hablar es una acción es sí misma. 

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 Llevar la calle a la cama

Pero, ¿cómo hacerlo? Como expone Michel Foucault en su Historia de la Sexualidad, el silenciamiento del sexo se da en un movimiento doble: se limita el lenguaje sobre el sexo con la intención de reprimirlo, pero al mismo tiempo proliferan los discursos sobre y a propósito de las prácticas sexuales. O sea, se nos enseña a no hablar de sexo, a no ser vulgares, se reprime un vocabulario soez, y a la vez consumimos litros de dicurso sobre puritanismo sexual, prevención de todos los males venidos del sexo (enfermedades, embarazos, etc.), sobre prácticas sexuales inmorales o animales. No es que no se hable de sexo, es que se instituye un solo discurso sobre el sexo como mecanismo de control. América Latina es un continente muy puritano. Nos da vergüenza, pero además nos da miedo. Tememos, también, a que se nos escape algo de lo  que somos a través nuestros hábitos lingüísticos: las palabras que escogemos para hablar de nuestros genitales revelan mucho sobre quiénes somos, nuestros orígenes geográficos, pero también de clase y de género. 

En la calle latinoamericana no faltan las palabras. Tenemos muchísimos insultos que tienen que ver con coger, con el cuerpo, con las prácticas. En la calle no nos da miedo, ni nos avergonzamos, en las pantallas tampoco: hay un léxico en los márgenes que usamos para calentarnos ¿Es el sexting una forma de llevar la calle a la cama? ¿Es eso mejor que el silencio? Creemos que sí.

El sexting quizás educa una práctica sexual más verbal, que puede calentarnos más, permitirnos más, pero además dejar más aptas a las personas para percibir los matices del consentimiento. Verbalizar el deseo no es la cura para las situaciones donde nuestra voluntad sexual se ve avasallada, pero al menos ayuda a poner palabras a silencios que muchas veces quedan en un gris del consentimiento. Si somos clarxs sobre lo que queremos y nos gusta, es más fácil para las otras personas reconocer nuestros límites y también satisfacer nuestros deseos. Además, la sobreexplicitación de eso tiene una cuota de subversión, ya que nos han enseñado a no hablar de sexo, nos da pudor, y mucho de lo que es prohibido es excitante. 

Sextear más para poner en práctica las palabras, pero en definitiva hablar más de coger mientras se coge habilita estímulos que solo enriquecen la experiencia. No se coge solo cuando se pone el cuerpo, se coge también cuando se comparte la fantasía y se construye un imaginario común con otros y otras. Se coge cuando se ponen las palabras.