Foto de la izquierda cortesía de Kay de Bynomads.nl. Todas las demás fotos del autor
Foto de la izquierda cortesía de Kay de Bynomads. Todas las demás fotos del autor.
Actualidad

Enloquecí trabajando desde casa, me he hecho nómada digital

Para no perder la cordura, me llevé el trabajo a una autocaravana, a una tienda de muebles y a un cementerio.
Tim Fraanje
Amsterdam, NL

Este artículo se publicó originalmente en VICE Países Bajos.

Me decepcionó muchísimo cuando el primer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, anunció que seguiríamos trabajando desde casa después de septiembre. Para mí, eso se traducía en tener que seguir escuchando a los youtubers favoritos de mis compañeros de piso y las obras eternas que hace mi vecino en su casa. Es pasar semanas eternas en las que el único placer que tengo son las tazas de café caseras, pero caras igualmente, de Lavazza. Y lo peor de todo, sin cambiar de paisaje:

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Muur

De muur.

Sentía como se encogía la habitación cada vez más. Nunca pensé que lo diría, pero es así: echo de menos la oficina. No hay nada como trabajar en un lugar pensado para trabajar. O estar rodeado de gente trabajando, o que por lo menos lo finge. No obstante, trabajar desde casa tiene una ventaja que yo desconocía hasta ahora: no hace falta que trabajes desde casa. Por esa razón, durante una semana, he buscado los mejores lugares en los que trabajar fuera de estas cuatro paredes. Os presento el resultado.

Imagina una vista bonita. Foto cortesía de Kay

Imagina una vista bonita. Foto cortesía de Kay

La casa rodante

Una búsqueda rápida en Google me llevó hasta Kay y Esther, que dejaron de lado las mundanas conversaciones y los días grises en la oficina por un vida en la carretera. Se conocieron mientras trabajaban en la misma agencia de marketing en Ámsterdam, se enamoraron y en 2018, decidieron dejar sus trabajos e irse a vivir a una autocaravana. Estuvieron seis meses en Nueva Zelanda, con un vehículo alquilado, y acaban de regresar hace poco de los Alpes suizos.

Por ahora, han aparcado la casa rodante en la casa de los padres de Esther en Assen, al noreste de los Países Bajos. Para ellos, es como unas vacaciones. “Vivir en la carretera y estar siempre en movimiento es definitivamente estresante”, dijo Esther. “Puedes ver los lugares más bellos de la tierra y no me lo perdería por nada en el mundo, pero no son vacaciones. Es un estilo de vida”.

Cuando comenzaron la aventura, no tardaron demasiado en descubrir que hace falta tener una autocaravana cómoda. “Ahora, hemos preparado un espacio de trabajo en condiciones. Subimos la mesa para poder sentarnos rectos y tenemos suficiente energía”, explicó Esther. También han añadido aire acondicionado.

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También es importante tener una rutina. Los nómadas neerlandeses trabajan desde la autocaravana cinco días a la semana, de nueve a cuatro de la tarde con una hora de descanso. Actualizan su blog, hacen algún encargo de marketing como autónomos y escriben un manual sobre cómo montar una casa rodante. “Cuando se acaba el trabajo, apagamos el ordenador y salimos a disfrutar de las montañas. Eso es lo mejor de vivir en una autocaravana. Puedes cambiar de vistas todos los días”, dijo Kay.

Por desgracia, ahora mismo esa vista es un muro de ladrillos en las afueras de Assen. No es demasiado tentador, pero aquí estoy trabajando. A pesar de que Kay y Esther aseguran trabajar muy bien juntos, no podemos estar en el mismo espacio debido a la pandemia. Por eso me he pasado horas escribiendo solo. No puede decirse que las vistas que tengo hayan cambiado demasiado, pero ergonómicamente hablando, mi situación ha mejorado. Tras pasarme meses sentado en las viejas e inestables sillas de mi cocina, la autocaravana resulta sorprendentemente cómoda.

El hotel Amstel es genial

El hotel Amstel es genial

El hotel de lujo

La autocaravana no estaba mal, pero si pudiese elegir desde donde trabajar, lo haría en algún lugar con algo más de categoría. El famoso hotel Amstel de Ámsterdam tiene unas vistas maravillosas, que además puedes disfrutar desde una sala preciosa con un exuberante alfombrado verde .

El único problema es el exceso de cubertería: unos botes de leche y azúcar, servilletas con un anillo plateado para sujetarlas, una vela pequeña con un recipiente de porcelana y unas flores rosas en un vaso de cristal diminuto. No hay prácticamente espacio para el ordenador. Podría ser peor y los pequeños inconvenientes se olvidan rápido con la galleta de mantequilla gratuita que te dan con cada café de filtro —a cinco euros la taza— y con la deliciosa música jazz que hay de fondo.

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Todo el mundo parece pasarlo bien en este lugar. La pareja a mi lado culmina el almuerzo con un champán y una torre de macarons. Una mujer, esposa o amante, da de comer a un señor mayor con un cuello alto y un grupo de mujeres sube el volumen un par de rayas con cada vaso de vino.

Cuanto más tiempo paso allí, más me parece que mi presencia supone una amenaza para el ambiente festivo de la sala. El tecleo del ordenador suena como un contrataque a las risas cristalinas y al tintineo de los vasos. Parece que me han plantado aquí para recordar a la gente el mundo real, en el que hay que trabajar todo el día. No quiero ser ese tipo de persona. Mientras me marcho tras tomar la tercera taza de café, el corazón se me rompe en pedacitos.

Begraafplaats

Mijn werkplek op de begraafplaats.

El cementerio

Al final, decidí ir a un lugar en el que nadie se lo pasa bien: un cementerio. Pero los muertos son buenos compañeros de trabajo porque no hacen ruido. Además, huele a madera de pino y por todos lados veo mariposas y ardillas. Las hileras de lápidas que recuerdan a las mesas de una oficina me transmiten cierta calma. Desde el banco en el que estoy sentado veo pasar a los dolientes. El sonido de las teclas no le arruinará la fiesta a nadie, pero sí el silencio del lugar.

Envío varios emails, todos con un tono melancólico, hasta que pierdo la concentración por alguien que corta el césped al otro lado de la calle. Casi al instante, el timbre que avisa a los visitantes de la hora de cierre resuena por el cementerio. Es difícil encontrar la paz y el silencio incluso entre los muertos.

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La sala de exposición de IKEA

La sala de exposición de IKEA

La sala de exposición de IKEA

La sala de exposición de oficinas de IKEA es el mejor lugar para trabajar. Hay enchufes para cargar el ordenador, una silla Järvfjället ergonómicamente perfecta y un divisor Bekånt que me permite golpear el teclado con cierta privacidad.

El sinfín de clientes que pasan me provoca una sensación de normalidad: la gente todavía compra muebles para alegrar sus viviendas. Es como tener un pase de primera fila para ver la revitalización de la economía. Una mujer se acerca al escritorio en el que estoy mientras habla por teléfono. “Es bonito y puedes cambiar la altura”, dice. ¡Tiene razón! Es un buen escritorio. Me contagio de su actitud positiva y del eslogan que tengo encima: “Hablemos de negocios, para eso estamos aquí”.

Cuando me quiero dar cuenta, ha pasado una hora y he escrito media historia. Pienso en lo que decir a la gente si me pregunta qué hago aquí. Si respondo: “Trabajo aquí”, quizás me pida ayuda con un armario. Pero si digo que no trabajo aquí, técnicamente sería mentir. Estas son algunas de las muchas dificultades de un trabajador nómada. Por suerte, nadie me pregunta nada y es al final el ruido de mi estómago el que me lleva al restaurante de IKEA.

Espero en línea a ser atendido; es como la hora de la comida en la oficina. En frente, tres hombres gordos de unos 50 años se ríen del plato del día: bolas de pollo. Chistes malos: también los echaba de menos.